En 1876, Colombia estaba inmersa en una guerra santa. En nombre de la religión católica, unas guerrillas conservadoras combatían al gobierno liberal de entonces con un ímpetu de cruzados. En la batalla inicial, en los Chancos, en lo que era el Estado Soberano del Cauca, participó Jorge Isaacs. “Sus ojos negros chispeantes como fusiles”, revelaban la intensidad de las pasiones políticas, el fragor de las luchas ideológicas que acabaron en vano con la vida de tanta gente. Las luchas políticas no envejecen bien. Con los años lucen inútiles, un trueque macabro en el que se intercambia la vida por casi nada.
Ese mismo año llegó al puerto de Cartagena, un joven polaco de apenas 18 años llamado Józef Teodor Konrad Korzeniowski. Semanas atrás se había embarcado en un velero francés en el puerto de Marsella hacia la isla caribeña de Martinica. Según sus biógrafos más acuciosos, tomó al llegar a Martinica un vapor que lo llevó a Kingston, Colón, Cartagena, Puerto Cabello y otros puertos caribeños. El vapor iba cargado con un contrabando de armas, destinado supuestamente a unos combatientes andrajosos que luchaban en nombre de Dios en una de las tantas revoluciones colombianas del siglo XIX. Años después, ya con otro nombre y convertido en novelista, Joseph Conrad recordaría su llegada a las costas suramericanas y sus “experiencias lícitas e ilícitas que lo asustaron y divirtieron sobremanera”. Instruido, entre otros, por su amigo el político, escritor y periodista escoces Robert Bontine Cunninghame Graham y por el diplomático, político y escritor colombiano Santiago Pérez Triana, compuso una de sus obras maestras, su novela suramericana Nostromo, publicada en 1904.
Mientras escribía Nostromo, Joseph Conrad mantuvo una voluminosa correspondencia con Cunninghame Graham. El político escoces lo puso en contacto con Santiago Pérez Triana, por aquellos días ministro plenipotenciario de Colombia ante España e Inglaterra. Pérez Triana era hijo de Santiago Pérez, quien había antecedido a Aquileo Parra en la presidencia de Colombia y, por esas conexiones de la vida, había terminado su período presidencial en 1876, unos meses antes de que el joven Korzeniowski visitara el puerto de Cartagena (y probablemente los puertos de Sabanilla y Santa Marta).
Pérez Triana fue autor de tratados fiscales y cuentos infantiles, experto cocinero y relator de viajes. Su obra más difundida, De Bogotá al Atlántico por la vía del río Meta, fue prologada por el mismo Cunninghame Graham. Las cartas de Conrad a Graham muestran que Pérez Triana no solo compartió con el novelista polaco su conocimiento sobre política e historia, sino que también le sirvió de modelo para un personaje de Nostromo, el letrado don José Avellanos, tal vez la mejor personificación literaria de los gramáticos y abogados que gobernaron Colombia durante el siglo XIX. La sobrestimación del derecho como forma de cambio social viene desde entonces y es ironizada (con algo de compasión) en la novela.
En diciembre de 1903 Conrad le escribió a Cunninghame Graham para contarle, entre otras cosas, que Pérez Triana se había enterado de su interés por los asuntos suramericanos: “me ha escrito la más amable de las cartas, ofreciéndome información e incluso una introducción”. Meses más tarde, en octubre de 1904, Conrad le confiesa a su amigo que ha construido a uno de los personajes de su novela con base en la personalidad de Pérez Triana: “Estoy avergonzado del uso que he hecho de las impresiones que me ha producido la personalidad del excelentísimo Pérez Triana. ¿Crees tú que he cometido una falta imperdonable? Pero probablemente Pérez Triana nunca sabrá de la existencia de mi novela”. Con seguridad sí lo supo. Cunninghame Graham tuvo que haberle contado a su amigo acerca de la publicación de Nostromo. Con todo, Pérez Triana ha tenido una paradójica inmortalidad como fantasma literario, como protagonista de Nostromo.
Los comentaristas contemporáneos vieron en Nostromo una descripción de los extravíos de la política suramericana, “de las pasiones perversas y los ideales incomprensibles que llevan a hombres razonables a perseguirse como lobos”. Incluso ahora, 120 años después de su publicación, la novela sigue siendo una descripción relevante de los fracasos y promesas políticas de esta parte del mundo. Conrad es un pesimista. En la novela, presenta una mirada cínica de los revolucionarios que terminan traicionando sus ideales, los constitucionalistas que confunden el derecho con la realidad y los capitalistas que creen ingenuamente en la función civilizadora del capitalismo.
Conrad describe con distancia irónica la revolución del general Montero. Nacido en la provincia llanera de Entre-Montes, de origen humilde y apariencia de “vaquero siniestro”. Sus maneras burdas le conferían una ventaja política innegable sobre sus rivales, “los refinados aristócratas”. Sus hazañas en el campo de batalla le habían asegurado un lugar de honor en el ejército, pero no mitigaron su odio ancestral contra los letrados y los aristócratas locales.
La revolución de Montero se hizo en nombre del honor nacional. El general reclutó un ejército de malcontentos, alimentados “con mentiras patrióticas” y “promesas de pillaje”. La prensa monterista repetía diariamente diatribas en contra de “los blancos, los remanentes góticos, las momias siniestras, los paralíticos impotentes, quienes se han aliado con los extranjeros para hurtar las tierras y esclavizar el pueblo”. “La noble causa de la libertad no debe ser manchada por los excesos del egoísmo oligarca”, decían la prensa revolucionaria. Las frases de odio desplazaron cualquier intento de ponderación, pero la revolución, como tantas otras veces, terminó fracasando, no tanto por el embate de las fuerzas reaccionarias, como por la codicia de Montero y sus secuaces.
Conrad describe de una manera similar, con el mismo cinismo, la globalización capitalista, la confianza desmedida en los intereses materiales y lo que podríamos llamar, cabe el anacronismo, la idea del desarrollo. “La búsqueda de utilidades tiene justificación aquí entre el desorden y la anarquía […] porque la seguridad que ella exige terminará siendo compartida por los oprimidos y la justicia vendrá, entonces, por añadidura”, afirma Charles Gould, uno de los protagonistas de Nostromo en un intento demasiado evidente por justificar su codicia, los intereses estadounidenses recién llegados a Costa guana.
Uno podría ver en todo esto una especie de destino trágico, de perversidad, una oscilación entre las revoluciones políticas y las avanzadas capitalistas. Pero Conrad va más allá, su mirada no es solo la de un observador pesimista, sino también la de un poeta que intuye que muchas empresas humanas son vanas. En Nostromo, una mujer, Emma Gould, es quien parece más consciente de los estragos causados por revolucionarios y capitalistas. “Para que la vida sea amplia y llena debe guardar buen cuidado del pasado y del futuro en cada momento del presente”, afirma con una templanza que contradice las pasiones políticas y la codicia de los hombres.
¿Por qué contar esta historia? ¿Por qué reiterar las especulaciones sobre los viajes del joven Korzeniowski y las ideas de una novela publicada hace ya 120 años? Hay una respuesta simple, a saber, nuestra curiosidad sobre las peripecias de los grandes autores, nuestro deseo de explorar (así sea inútilmente) el misterio de su genialidad. Pero hay algo más. Las grandes obras literarias cambian la realidad, crean una idea, una visión transformadora del mundo. Las ideas de Conrad, en este caso su visión de Suramérica, tuvo impacto notable sobre diplomáticos, académicos y políticos americanos y europeos, los cuales tuvieron, a su vez, una gran influencia en esta parte del mundo. La visión de Conrad mostró algunos de los extravíos más probables. Alertó sobre las ilusiones más delirantes. Reveló un mundo de contrastes y posibilidades a pesar de todo.
Conrad inventó, basado en sus viajes, sus experiencias y sus conversaciones, un mundo, un universo que permeó nuestro mundo: tanto lo que somos como lo que otros creen que somos. No es una coincidencia que, cien años después de su muerte, en un mundo más globalizado e incierto, la tentación de la revolución y la ilusión del desarrollo económico sigan dominando la retórica y la acción política de Colombia y sus países vecinos.
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