Voy a comenzar por el principio. Con una historia personal, ya perdida en el tiempo, en el laberinto de los días. Probablemente no sea completamente fidedigna, pero así la he querido recordar. Casi todos construimos narrativas convenientes, historias patrias de nosotros mismos. Somos más narradores que protagonistas de nuestras vidas. Fabulistas por necesidad. Esta es, entonces, mi historia.
Hacía dos años había terminado mi carrera de ingeniería civil en la ciudad de Medellín. Mi primer contacto con el mundo laboral había sido frustrante. Desesperanzador. Pasaba los días sentado en frente de una pantalla de computador: las letras verdes brillaban intermitentes, sin descanso sobre un fondo gris. No tenía mucho qué hacer. Ocupaba la mayoría de mi tiempo en resolver pasatiempos aritméticos inventados. En fin, un Sísifo de oficina.
Mi falta de oficio tenía una explicación mundana. Había escrito, durante mis primeras semanas de trabajo, un breve programa de computador que realizaba automáticamente la mayoría de mis labores de ingeniero primíparo. Sin proponérmelo programé mi propia obsolescencia: una maniobra autodestructiva en la que parece estar empeñada por estos tiempos una fracción de la humanidad. Pero ese es otro cuento.
Desesperado, sin muchas opciones laborales, imaginando una existencia kafkiana, un destino oficinesco, decidí buscar trabajo en Bogotá. Tuve una primera entrevista en una importante firma constructora. Me fue mal en la peor de las formas posibles: me ofrecieron el trabajo, una ocupación rutinaria, reiterativa en el aburrimiento. Tuve, entonces, un momento de rebeldía, una intuición que me cambió la vida.
Ese mismo día tomé un taxi hacia la Universidad de los Andes. No la conocía. Había oído rumores vagos sobre su prestigio. Recorrí el campus pensativo, en medio de uno de esos arrebatos existenciales que me han aquejado desde niño. Tenía la idea imprecisa de estudiar una maestría en finanzas o administración. Una cosa de esas. Me decidí por economía por una razón fortuita, azarosa: fue la primera facultad que encontré en mi deambular aleatorio por este campus. Entre el azar y la necesidad, el primero siempre me ha parecido más importante. “La vida se encarga después de esclerotizar las cosas”, decía mi maestro Antonio Tabucchi.
Me inscribí en la maestría de economía a finales de 1989. Esta universidad me cambió la vida. Pasaron 15 años entre ese primer momento fortuito (mi paseo aleatorio por el campus) y mi nombramiento como decano. Y 30 años entre ese día y esta tarde en la que, ante Uds., agradecido, sorprendido todavía, intento expresar la extrañeza, la improbabilidad de todo esto.
La vida está llena de accidentes tumultuosos, de destinitos fatales o propicios. Cuando pienso en toda la suerte que he tenido, en los accidentes sucesivos que me han traído hasta esta ceremonia, me asalta siempre la misma idea: la necesidad existencial de la gratitud. Esta tarde quisiera inicialmente expresar mi agradecimiento afectuoso con algunos de mis profesores y colegas uniandinos, con Manuel Ramírez que en paz descanse, Juan Carlos Echeverry, Samuel Jaramillo, Fabio Sánchez, Ana María Ibañez, Raquel Bernal, Juan Camilo Cárdenas, Elvira María Restrepo, Tatiana Andia, Carlos Angulo, Pepe Toro y Pablo Navas, entre muchos otros.
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Asumo la rectoría en un momento paradójico. No podemos negar el avance silencioso y persistente de la humanidad: la disminución de la pobreza, el hambre, las guerras y las muertes por enfermedades transmisibles. En los últimos 30 años, por ejemplo, el progreso material de Colombia ha sido notable. Parcial, incompleto, desigual e insuficiente, pero notable de todos modos.
He dedicado una parte de mi vida académica a escudriñar el cambio social, a intentar, en la medida de lo posible, una descripción veraz de la cambiante realidad social de nuestro país. Sigo creyendo que uno de los objetivos de la academia es combatir las versiones simplistas y estridentes del cambio social que promueven, por terquedad u oportunismo, políticos y comunicadores. He defendido la necesidad de visibilizar el cambio social. Lo seguiré haciendo.
Pero no todo está bien con el mundo. Son muchas las amenazas y los problemas. Vivimos un momento de definiciones, una época peligrosa. Las señales de declive son muchas: el aumento de la desigualdad, el crecimiento del populismo autoritario, el despertar del nacionalismo fascista, la pérdida de confianza en las instituciones y el cambio climático que se cierne, en este comienzo de siglo, como un desafío existencial para la humanidad. Pareciera, como dijo alguien, que vamos rumbo al abismo y seguimos apretando el acelerador con la esperanza cobarde de que, por una suerte de milagro irónico, se acabe la gasolina antes de llegar al precipicio.
Ante las tendencias autodestructivas, la universidad no puede permanecer indiferente, no puede encerrarse en sus prerrogativas, no puede refugiarse en una concepción aséptica del conocimiento, no puede aislarse de los grandes debates de la sociedad. Por el contrario, la universidad debe ser activista, democráticamente activista, a veces, incluso, desafiantemente activista.
La universidad debe ir más allá de la indignación que reniega de todo por principio y el cinismo que niega la posibilidad de cualquier cambio por indiferencia o conveniencia. La universidad debe ser un ejemplo, un paradigma si se quiere, de la construcción legítima de respuestas (siempre parciales) a nuestros problemas más urgentes.
La universidad debe combatir las mentiras convenientes, las ideologías engañosas y los discursos de odio. El ensimismamiento no es una alternativa. No ahora cuando buena parte de los líderes globales insisten en despreciar el conocimiento, atacar a los expertos y negar los hechos del mundo. Al anti-intelectualismo ramplón, la universidad debe contraponer la importancia de las ideas y la creación, no solo como meros instrumentos, sino como uno de los fines más loables de la humanidad.
La universidad debe ser el lugar donde se debaten las verdades incómodas. “Toda la dignidad de la Universidad reside en su capacidad de decir verdades duras pero lúcidas”, escribió uno de nuestros fundadores, Francisco Pizano de Brigard hace 50 años. Quiero mencionar algunas de esas verdades: la creciente institucionalización de la demagogia, las insalvables tensiones entre progreso material y sostenibilidad, las trampas de la meritocracia, las falsas promesas de la medicina moderna, la explotación política de la corrupción y del bienestar de los niños, la insuficiencia de las instituciones globales para enfrentar los grandes problemas de acción colectiva, etc.
Las verdades incómodas no solo conciernen al mundo exterior. Atañen también al mundo universitario. Por coherencia, al menos, la crítica social no puede prescindir de la autocrítica. Existen otras tantas verdades incómodas sobre la universidad moderna: su papel en la perpetuación de ciertos privilegios, la falta de curiosidad por el mundo, la excesiva especialización, la obsesión con los rankings y la transformación de la investigación en una actividad industrial (“aquí nadie lee porque todo el mundo está muy ocupado en escribir artículos que nadie lee”, decía uno de mis colegas economistas en un momento de candidez).
En suma, mi punto es uno solo: la universidad debe ser el ámbito propicio en el cual la sociedad (y la misma comunidad universitaria) se mire y se reconozca en el espejo de sus propias faltas.
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No quiero atiborrarlos con mis planes como rector. Ya habrá tiempo para ello. Quiero, eso sí, plantear unas ideas panorámicas sobre el futuro de nuestra universidad. Mi visión de la Universidad de los Andes es simple. Contiene algunas tensiones evidentes. Esconde ciertas contradicciones. Pero puede darnos, eso creo, las luces necesarias para recorrer el camino brumoso de la rutina administrativa. Quiero resumirla en cinco puntos que representan, en conjunto, lo que podríamos llamar una visión moral de la universidad.
El primero punto es la pluralidad, esto es, la necesidad de promover diferentes ideas del cambio social y de inculcar el hábito del escepticismo, la conciencia crítica y las virtudes republicanas del debate razonado y el respeto mutuo. En palabras del educador estadounidense William Deresiewicz, debemos formar líderes, pero también personas que cuestionen el poder, no solo a quienes compitan por él.
El segundo punto es la diversidad socioeconómica, una ambición antigua de esta universidad, un propósito sempiterno, pero no plenamente realizado. La universidad debe mitigar las diferencias sociales, no amplificarlas. Debe ser un instrumento de movilidad social, no de perpetuación de los privilegios. Los esfuerzos recientes al respecto, que han desvelado a mis antecesores, tendrán que consolidarse y profundizarse. No será fácil por supuesto.
El tercero punto es la sostenibilidad. Primero está la obligación que tenemos como comunidad universitaria de cuidar el medio ambiente, dar ejemplo y practicar lo que predicamos. Pero está también la responsabilidad (preponderante, diría) de promover los debates éticos sobre el cambio climático, la deforestación y las fumigaciones. El año entrante, tendremos, en este mismo auditorio, una cátedra sobre sostenibilidad ambiental y consideraciones éticas. Seré uno de los profesores.
El cuarto punto concierne a la investigación y a la creación, lo quiero llamar compromiso. Nuestros esfuerzos creativos y de investigación deben hacer parte de una conversación global, de un intercambio permanente con nuestros colegas en el mundo entero, pero deben al mismo tiempo abordar nuestros problemas cotidianos y nuestros desafíos de largo plazo. Deben tocar nuestra realidad y tratar de cambiarla. Debemos acercarnos más a la universidad pública. La universidad debe participar activamente, con sus voces plurales, contradictorias si se quiere, en los debates sobre los grandes asuntos nacionales.
Por último, está la innovación. La robotización, las nuevas tecnologías de comunicación, los avances en la teoría del aprendizaje, así como los cambios demográficos y culturales, convierten a la innovación en un imperativo. Las mejores universidades, estoy seguro, no solo sobrevivirán, prevalecerán. Pero los cambios serán muchos. La innovación educativa se ha convertido en una necesidad existencial.
En suma, La Universidad de los Andes debe ser un ejemplo de diversidad, sostenibilidad y apertura intelectual, debe profundizar sus nexos globales y su influencia local, y debe, al mismo tiempo, mantener su capacidad de innovar y transformarse desde adentro.
Todo ello con apego al énfasis humanístico, a la educación liberal que ha sido enfatizada por todos mis antecesores. “La universidad –escribió uno de nuestros primeros rectores—tiene necesariamente la misión de formar una persona más universal, capaz de aproximarse a la vida con inteligencia, destreza y capacidad de pensar, antes de que entre atolondradamente a manejar los instrumentos de precisión de su carrera”. Esa es nuestra herencia imprescindible, la herencia humanista. Ese será mi énfasis.
Empiezo como terminé este discurso, dando las gracias al Consejo superior por la confianza, a los profesores, estudiantes y administradores por el apoyo, a Carolina, Marianita, Tommy, mis papás y mis hermanos por el amor de todos los días y a mis amigos y compañeros de lucha, muchos de ellos aquí presentes, por el afecto y la solidaridad. Los quiero mucho. La vida, con sus conexiones imprevisibles y sus giros irónicos, me dio una segunda oportunidad y me trajo hasta este destino soñado, pero reprimido largamente por mi temor casi primordial a las expectativas frustradas, a la difícil tarea de disculpar ilusiones; la vida, decía, me trajo hasta aquí de manera imprevisible. Asumo mi responsabilidad con emoción, gratitud y la mejor voluntad del mundo. Trataré en cada momento de hacer lo que toca por el bien de la universidad, la comunidad uniandina y el país entero.
Un abrazo fuerte a todos de todo corazón.
Diana Lisbeth
27 julio, 2019 at 1:24 amFelicidades!!! Un gran sentido de admiración y regocijo por este nuevo reto!! Un saludo muy afectuoso.
Unknown
27 julio, 2019 at 2:13 amFelicitaciones
Boccato Di Cardinale
27 julio, 2019 at 2:28 amMucha suerte! Gran discurso!
Abelardo Estevez
27 julio, 2019 at 2:50 amFelicitaciones y muchos éxitos Dr Alejandro! Creo el haber estado en lo público, en la "estación de servicio", hará que su rectoría vaya a ser más fructífera para bien de Colombia. Algunos apartes de su discurso me remontan a su intervención en la Escuela de Formación Política de Compromiso Ciudadano en noviembre del año pasado, inspiración y motivación para mi decisión de participar en política: "La buena política si vale la pena" y sus razones expuestas: 1. Las ideas si importan. Salir de la torre de marfil a la estación de servicio, las ideas llevadas la practica, al mundo imperfecto de la política. (Nota: volvió a la torre, esperamos volverlo a ver en la estación, Dr Alejandro); 2. Los problemas complejos de la sociedad de acción colectiva solo serán resueltos con un liderazgo político con conciencia ética; 3. El atractivo de diseñar normas, leyes, transformar la cultura ciudadana y desarrollar capacidades colectivas; y 4. La valentía, de la cual nadie nunca nadie se arrepiente, requerida por la lucha trágica de la libertad de los hombres, la dignidad humana, por la igualdad de condiciones y la moralización de la sociedad.
A nivel personal agregaría una, que es del Papa Francisco: "La política es una de las formas más altas de caridad porque busca el bien común" y de Sergio Fajardo: "En la política es donde se toman las grandes decisiones que nos afectan a todos"
Yecid Alberto Mateus Prada
27 julio, 2019 at 3:02 amEsta excelente su discurso Alejandro, y como un incluir a las clases social es marginadas de este Pais (clases social es que no deberian existir) para jovenes en precarias condiciones sin acceso a la Educación?
Alejandro
27 julio, 2019 at 5:55 amFelicidades!!!. Discurso diverso e inspirador. Que le vaya muy bien en este gran reto. Saludo.
Sergio Aguía
27 julio, 2019 at 8:53 amEl concepto de universidad se ha convertido en paradoja, incluso en obstáculo para muchas de ellas (sean públicas o privadas); en buena hora sus palabras evocan esa universalidad actualmente repelida por facilismo, ignorancia, especulación o temores infundados. Ojalá la Universidad de los Andes y sus integrantes (que aportan gran parte de los cargos directivos de Colombia) así como el resto de nuestra sociedad, reconozcan la indispensabilidad de la pluralidad, la argumentación, el diálogo y la ética para realizar cualquier propósito personal, colectivo o empresarial.
El buen ejemplo es la forma más efectiva de educación, ojalá su gestión logre concretar los hechos que sus palabras auguran, e inspire a personas y entidades a fortalecerse mediante el respeto y el aprecio por la diversidad.
Unknown
27 julio, 2019 at 10:28 amGrande usted rector. Por ello lo nombraron acertadamente. Que manera tan sencilla como inteligente de inspirarnos a seguir los que seran logros de una generacion guiada desde su pensamiento. Mucha suerte. No le conozco pero le admiro. Harold Varela Hernandez desde Cali.
Le copio a mi hijo de 20.
Epgarciac
27 julio, 2019 at 12:20 pmSiempre al leerlo, vuelve a mí, la esperanza en este país. Que gran ejemplo es usted de coherencia y de ser humano. Deseo de todo corazón, más éxitos en esta nueva etapa y reto de vida. Será usted inspiración en todos los jóvenes estudiantes de esa universidad!
Unknown
27 julio, 2019 at 1:56 pmExcelente discurso. Una persona admirable, gente como esta es que necesita Colombia. Dios quiera que le vaya bien en su nuevo desempeño. Ojalá y lo veamos aspirando a la presidencia
Anónimo
27 julio, 2019 at 3:50 pmFelicitaciones profesor. Completamente de acuerdo con la necesidad de formar líderes que sean capaces de cuestionar el poder. La Universidad de los Andes, trabajando con las demás universidades públicas y privadas, seguirán contribuyendo al desarrollo de un mejor país
Luz Marina Rodas
27 julio, 2019 at 4:12 pmUn colombiano ejemplar, mi admiración
Estefanía Serna Ramírez
27 julio, 2019 at 5:23 pmFelicitaciones Alejandro y qué orgullo deben estar sintiendo los estudiantes de los Andes por tenerlo como rector. Soy unas de las muchas personas que le encantaría poder estudiar en dicha universidad. Pensaba que si bien no pude hacer mi carrera de antropología allá, por lo menos podía ir el próximo año a hacer un semestre de intercambio. Lastimosamente, hace unos meses me enteré que la Universidad de los Andes no está dentro del convenio "Sígueme" para pregrados y tampoco tiene convenio bilateral con la Universidad de Antioquia. Creo que tener ese tipo de alianzas sería una buena forma de materializar las ideas que tiene para su rectoría de pluralidad, compromiso y diversidad socioeconómica.
Éxitos en este nuevo reto. Un abrazo desde Medellín.
oquintero
29 julio, 2019 at 7:14 pmComo periodista no puedo estar de acuerdo con la entrada de su discurso sobre el tema de “cambio social” al calificar de “versiones simplistas y estridentes … que promueven, por terquedad u oportunismo, políticos y comunicadores”.
El periodismo, respetado rector, está diseñado para alumbrar los escenarios oscuros de un salón medianamente iluminado. Sin ese “simplismo” (en su lenguaje), los asistentes no demandarían más luz, sino que tenderían a acostumbrarse a la penumbra.
Pero en general, me parecen novedosos sus planteamientos sobre todo al apreciar que, por primera vez en su historia de 71 años, la U de los Andes, aparece un tanto al margen del gobierno de turno.
En versión de Gloria Gaitán, la U de los Andes fue inspirada por los dirigentes del establishment de 1948 como medio para educar a los colombianos de élite, a ver si algún día podíamos llegar a tener dirigentes de la talla de Jorge Eliécer Gaitán.
Llevando su discurso a la práctica, si lo dejan, tal vez de pronto…
Unknown
30 julio, 2019 at 2:27 pmUn prodigio de discurso, un filósofo de la vida, un intelectual consumado! En suma un maravilloso ser humano. Debemos agradecer a Dios, que nos permitió disfrutar, de este integral Ser Humano! por muchos años más para guiar, nuestra amada Universidad Dios lo Bendiga!!! Bienvenido Rector!!
Unknown
30 julio, 2019 at 2:38 pm????????????????
Unknown
30 julio, 2019 at 2:39 pmAntropologa, Lucía Rojas de Perdomo.
Claudia Ramírez M.
30 julio, 2019 at 3:12 pmApreciado Dr. Alejandro.
Sus ideas , sus palabras , sus actos son coherentes e inspiradores.
Mi ser se emociona de manera profunda al saber que seres como el suyo tienen participación activa en la construcción de la nuevas generaciones de nuestra sociedad.
Por favor reciba mis mejores deseos para esta aventura que emprende , que la inteligencia, la sabiduría, la honestidad y la valentía lo acompañen siempre !!
Un abrazo sincero cargado de fuerza humana vital !!
Dr. Jaime Burrows, MD, PhD(c)
1 agosto, 2019 at 4:02 pmMuchas felicidades Alejandro! creo que la Universidad estará en buenas manos.
Saludos desde Chile
Luis Julián Salas Rodas
3 agosto, 2019 at 4:30 pm¡Excelente e inspirador discurso! Para afrontar con éxito los desafíos, los retos del presente y el futuro se requiere de líderes autenticos y honestos que indiquen el camino y den ánimo ante las incertidumbres del futuro. Ante los ataques deliberados contra las verdades del conocimiento hay que hacer renacer los valores del pensamiento humanista, plural y diverso, el cual usted encarna y difunde. Deseándole lo mejor de lo mejor para usted, su rectoría y a la Universidad de los Andes.