SEMANA: Usted trinó “la corrupción tiene muchos efectos. Uno de ellos es devastador: la erosión en la confianza pública y la legitimidad de las instituciones.” ¿De qué manera evitar que esto suceda si últimamente las grandes noticias en Colombia han sido sobre corrupción, y según las encuestas, es el problema que más le preocupa a los ciudadanos.?
Alejandro Gaviria: La corrupción está teniendo un impacto muy grande sobre la legitimidad del Estado y la confianza pública en las instituciones democráticas. Estamos viviendo un momento de exaltación, de indignación permanente con consecuencias imprevistas. Mi llamado es a evitar las generalizaciones, no renunciar al pensamiento y no caer en una politización oportunista de la moral.
En muchos países la lucha contra la corrupción ha terminado en gobiernos autocráticos y en reformas absurdas que tienen un efecto muy negativo sobre el funcionamiento del Estado. Debemos evitar ese escenario.
SEMANA: ¿Cuál es la solución a la politización oportunista de la moral?
A.G: Una cosa es la moralización de la política, un asunto necesario, urgente, otra cosa muy distinta es la politización de la moral. Politizar la moral no conduce nada. Promueve un discurso sin contenido. Necesitamos propuestas concretas, iniciativas con sustento empírico. El problema de la corrupción no lo vamos a solucionar con cruzadas morales o metiendo a todo el mundo a la cárcel.
SEMANA: Entonces, ¿qué sería moralizar la política?
A.G: Por ejemplo, que los políticos rechacen el clientelismo, cambien la forma de relacionarse con los ciudadanos, promuevan una agenda programática, rechacen la demagogia, traten de dar ejemplo. La ética es como la dieta, una cuestión de todos los días, de todas las horas y todos los escenarios. Ahí está la clave, no en los discursos grandilocuentes.
SEMANA: En un trino dijo que esta sociedad sufre de “catastrofismo”, ¿estamos viviendo en una sociedad acostumbrada o que le gusta el catastrofismo?
Alejandro Gaviria: Como decía Vargas Llosa, vivimos en la sociedad del espectáculo, tenemos un apetito insaciable por escándalos que los medios, siempre dispuestos a apostarle a la vulgaridad del corazón humano, alimentan día a día.
No hay sentido de las proporciones. No hay contexto. No hay análisis. La demanda por indignación crea su propia oferta, y viceversa. En eso estamos.
SEMANA: Por otra parte, usted trinó sobre los extremistas que “distorsionan la realidad, magnifican las dificultades y desean que las cosas vayan mal porque eso los enaltece”. ¿Por qué a los fanáticos/extremistas les beneficia un ambiente de pesimismo?
A.G: Porque su discurso ilusorio tiene mucho más eco si la mayoría piensa que no hay nada que conservar, que todo es un desastre, que necesitamos un líder providencial que nos conduzca de la mano por el camino del bien. Para los extremistas las buenas noticias son problemáticas, incómodas, estorbosas.
SEMANA: Hablando en términos políticos, ¿el que hace uso de la táctica pesimista es el extremista de la oposición o también existen los extremistas afines al gobierno? es decir, ¿el extremismo tiene tinte político?
A.G: Hay extremistas en ambos lados. Los de derecha niegan la mejoría de la seguridad. Los de izquierda niegan el progreso social. Ambos proponen una solución similar para todos los problemas, un gran líder político, un profeta. Pero como decía Karl Popper, “la creencia de que solo puede salvarnos un genio político –el Gran Estadista, el Gran Líder—es la expresión de la desesperación. No es nada más que la fe en los milagros políticos, un suicidio de la razón humana”.
SEMANA: Si los escándalos de corrupción continúan, ¿cómo evitar que las personas no vean corrupción en todas partes?
A.G: Va a ser difícil. Pero no podemos renunciar al análisis, al estudio de cada caso, al discernimiento, a la disciplina fáctica. Doy un ejemplo: se menciona a menudo que la corrupción anual en Colombia es de 50 billones. Esa cifra puede ser desmentida con un cálculo de servilleta, pero se sigue repitiendo como si fuera una constante universal.
SEMANA: Usted dice que no hay que hacerse “muchas ilusiones con la política”. ¿Esta afirmación no ahonda la erosión a la confianza pública y la legitimidad de las instituciones que según usted puede ser devastadora?
A.G: No, todo lo contrario. Es un llamado a entender la complejidad del mundo. Basta abrir cualquier manual de ciencia política. Los problemas de la política están por todos lados: el teorema de imposibilidad de Arrow, los problemas de agencia entre elegidos y electores, los problemas de credibilidad, la tragedia de los comunes, etc. La tensión entre lo individual y lo colectivo casi nunca tiene una solución óptima. Por lo tanto, las instituciones muchas veces constituyen equilibrios precarios o inestables.
SEMANA: En este momento se está tramitando la reforma política y la de justicia en el Congreso, las cuales plantean varios puntos que en el pasado se habían quitado de la constitución porque no funcionaban. ¿La situación que está viviendo el país se mejora con normas o qué se necesita para que las prácticas políticas y ciudadanas mejoren?
A.G: Las normas pueden ayudar, pero no cambian la cultura ni tampoco crean capacidades estatales. La corrupción muchas veces es un síntoma de problemas más profundos en el funcionamiento del Estado. Las buenas leyes ayudarían. Pero no creo que las circunstancias políticas y de opinión en Colombia en este momento sean propicias para hacer buenas leyes.
SEMANA: ¿Por qué no es un buen momento para hacer buenas leyes?
A.G: Porque no hay credibilidad en el legislativo, además, en este momento hay un problema serio de gobernabilidad, hay una gran anarquía en el Congreso. Pero insisto en un punto. Estamos en el país de Santander. Sobrevaloramos las leyes como vehículo de cambio. Pero uno ley no va a resolver los problemas esenciales del Estado. A veces toca reiterar lo obvio.