Hay en el libro cierto pudor, cierta reticencia interpretativa. La
historia es pudorosa, suele ocultar sus fechas esenciales, escribió Borges.
Oculta también sus principales mecanismos, podríamos adicionar. Melo presenta
los hechos de manera escueta. Pero tampoco podemos decir que
esta historia de Colombia es mínima en interpretaciones. Que las hay, las
hay.
Quiero, como un acicate,
como una invitación a su lectura, proponer once tesis implícitas en el libro,
once ideas fundamentales para entender a nuestro país.
- Desde la introducción, se pone de presente la
importancia de la geografía. Este énfasis recuerda las ideas de Engerman y
Sokoloff (para usar una referencia conocida para los historiadores
económicos). También las ideas de Jared Diamond. Somos en parte producto
de nuestra geografía endemoniada que nos ha alejado del mundo y de
nosotros mismos, sugiere Melo. Si quisiera ilustrar este libro, poner un
grabado en la portada, usaría el paso del Quindío de Humboldt. Nuestra
geografía explica la tensión centro-regiones, el aislamiento y la idea
recurrente en el libro de unas islas de prosperidad, seguridad o
salubridad en medio de un océano de pobreza, violencia o enfermedad.
- El libro también enfatiza la importancia del
legado colonial. Una triple importancia en mi opinión: institucional,
sociológica y económica. De la colonia heredamos un poder central teórico
e ineficaz, una cultura transaccional (la idea de que las leyes son
negociables), una sociedad jerárquica, las disputas absurdas por títulos,
ritos y ceremonias, una propiedad de la tierra concentrada, una
distribución de la población en las altiplanicies orientales, en últimas,
una nación escindida, sin unidad.
- Desde la colonia, pero más en la república, la
colonización ha sido un motor de cambio, una oposición al legado colonial,
una fuerza transformadora. La colonización antioqueña, en particular, fue
transformadora en muchos sentidos: cambió el mapa de la demografía, la
política, la economía, así como la importancia relativa de los poderes
regionales.
- Implícitamente al menos, el libro es escéptico
sobre el poder bogotano o, mejor, sobre el poder de los criollos
santafereños y los políticos capitalinos, etc. Caucanos, santandereanos,
tolimenses, antioqueños y boyacenses han gobernado a Colombia. Para decirlo de manera
provocadora, el libro sugiere que aquello de “los mismos con las mismas”
es una caricatura sin mucho sustento, que no subraya lo esencial.
- El libro enfatiza también el papel de los
letrados en los primeros momentos de la República, el dominio abrumador de
los abogados que tanto molestaba a Bolívar, el hecho de que los jefes de
Estado no fueron terratenientes o empresarios sino libreros. Pero los
letrados, paradójicamente, estaban dispuestos a torcer las ideas y la ley
en medio del fragor político: “la derrota en la concepción propia era
identificada como un desastre para el país”. Los letrados se creían, por
lo tanto, con licencia para cambiar las reglas y adoptar formas de lucha
eclécticas. La violencia y el fraude nunca se descartaron.
- El libro también postula que Colombia padeció
de una excesiva ideologización, una suerte de fragor político casi
obsesivo, en el siglo XIX, en los años 20 del siglo pasado, en las luchas
guerrilleras de mitad de siglo, en las posteriores luchas de los años 70.
En los años cuarenta, “la pugna entre liberales y conservadores fue, más
que un enfrentamiento político por el triunfo electoral, una guerra santa
por modelos sociales diferentes”. Lo mismo puede decirse de muchas de las
revoluciones del siglo XIX. Incluso de las locuras religiosas de las
guerrillas en su comienzo.
- El Frente Nacional no solo trajo exclusión
política, creó también un equilibrio extraño, un Estado atrofiado en el
cual coexistían cierta estabilidad macroeconómica y un reformismo tímido,
pero al mismo tiempo unas poderosas redes clientelistas que siguen operando en la actualidad.
- El libro, en el espíritu de Bushnell, tal vez,
es optimista y escéptico al mismo tiempo, tiene un enfoque que yo quisiera
llamar liberalismo sosegado. Quiero rescatar dos ideas del libro sobre el
liberalismo. Primero, el optimismo sobre el liberalismo del XIX habida cuenta de las
transformaciones de las finanzas públicas, el crecimiento inusitado de las
rentas locales y los avances innegables hacia una sociedad más abierta. Y
segundo, el optimismo sobre el liberalismo reciente, en particular los
avances lentos, pero firmes hacia una sociedad laica. “Colombia, un poco
inadvertidamente, se convirtió en una sociedad laica”.
- El conflicto histórico, centrado en las luchas
ideológicas, en las guerras santas, fue transformado esencialmente por el
narcotráfico. El narcotráfico reveló y acentuó las debilidades
institucionales, volvió la justicia inoperante y dio origen a una epidemia
sin precedentes de crimen violento. Las guerras santas se convirtieron en guerras por las rutas y el mercado.
- La historia de Colombia puede verse como la
búsqueda evasiva de la unidad nacional. Ser colombiano, pareciera sugerir
el libro, sigue siendo, después de todo, un “acto de fe” (para usar las
palabras de Javier Otárola, otro de los letrados bogotanos que habitan la
realidad y la ficción).
- La violencia ha sido nuestro gran fracaso
histórico. Pero no es una maldición y tampoco podemos decir que ha
obedecido siempre a las mismas causas. Pero la culpa principal viene de
quienes promovieron, por décadas, la violencia como vehículo de cambio
social.