Las democracias iliberales abarcan casi medio planeta. En Rusia, Uzbekistán, Nigeria, Kenia y Zimbawe, líderes autoritarios usan las elecciones para ampliar o mantener el poder. “Solo los dictadores más paranoicos evitan hoy en día las elecciones”, escribió recientemente el economista Paul Collier. Hugo Chávez ha utilizado su última victoria electoral (una entre tantas) para consolidar su poder, ya casi absoluto. No contento con la supresión de los controles horizontales (el Congreso y las Cortes), ha procedido a la usurpación de los controles verticales (los gobiernos locales y el sector privado) y al encarcelamiento arbitrario de sus opositores. Todo en nombre de la democracia y de la voluntad popular.
“No es el plebiscito de masas —ha escrito Zakaria— sino el juez imparcial el que caracteriza el Estado moderno”. En Venezuela, el ex ministro de Defensa Raúl Isaías Baduel y el ex candidato presidencial Manuel Rosales, ambos líderes de la oposición, han sido acusados arbitrariamente por una autoridad judicial que es, en el mejor de los casos, un instrumento político del Gobierno. La vulnerabilidad de los ciudadanos ante las arbitrariedades de un gobierno sin límites, dispuesto a hacerlo todo con el fin de multiplicar su poder, parece disminuir con cada evento electoral. Las elecciones sirven de acicate, aumentan el apetito de un gobernante ya de por sí insaciable. En suma, a más elecciones, menos libertad.
El camino hacia la disminución de las libertades es conocido. Comienza con la pretensión (retórica o genuina) de darle continuidad a unas políticas populares o de consolidar un proyecto político ambicioso. Pero con el tiempo las intenciones iniciales se olvidan. La acumulación de poder se convierte en el único fin del Gobierno. Y las elecciones, en el medio propicio para alcanzarlo. Los votos, que en teoría deberían controlar los abusos de poder, sirven en la práctica de excusa para justificar los excesos, la violación de las libertades. La historia ha sido igual en todas partes: en Perú con Fujimori, en Rusia con Putin, en Venezuela con Chávez, etc.
Y por supuesto, la historia no debería ser distinta en Colombia. La sociedad colombiana parece dispuesta a recorrer un camino ya trasegado que lleva a un destino ya conocido, al abuso del poder y a la mengua de las libertades individuales. El resultado final está casi preordenado. En las democracias iliberales, como dice el mismo Zakaria, el ganador se queda con todo, con los votos y con lo demás.