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4 septiembre, 2011

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Discriminados

El Congreso de Colombia, en su inmensa sabiduría, aprobó esta semana un nuevo proyecto de ley que busca penalizar la discriminación “por razones de raza, etnia, religión, nacionalidad, ideología política o filosófica, sexo u orientación sexual”. Con la nueva norma, los empleadores que rechacen a un aspirante o despidan a un trabajador con base en alguna de las razones mencionadas, podrán ser enviados a la cárcel. “La nueva ley es un homenaje a la igualdad”, afirmó Alfonso Prada, el coordinador de ponentes. «Con la aprobación de esta ley, el Congreso avanza en el reconocimiento frente a la poblaciones vulnerables», dijo Germán Rincón Perfetti, un abogado justiciero que ha presentado más de 1.400 tutelas.


Pero el Congreso dejó de lado a varias poblaciones vulnerables, no tuvo en cuenta algunas formas conocidas de discriminación. La tarea, señores congresistas, no está concluida. La lucha por la igualdad no puede tener pausa. Hace apenas unos días, el economista gringo Daniel S. Hamermesh publicó un libro que cuantifica minuciosamente una de las caras más odiosas de la discriminación, no sólo en Colombia sino en todo el mundo: la discriminación basada en la apariencia física. Las feas ganan en promedio 12% menos que las bonitas con la misma educación, preparación y experiencia. A los feos les va peor todavía: ganan 20% menos que sus congéneres más agraciados. Según Hamermesh, los abogados mejor parecidos que inician su carrera en el sector público tienen una probabilidad mayor de pasar al sector privado y mejorar sus ingresos. Los otros, los más feítos, permanecen en las oficinas estatales, mal pagados y rodeados de sus semejantes. Por desgracia la investigación no dice nada sobre la apariencia de los abogados justicieros, de los señores de la tutela.


Hace dos años, en conjunto con dos colegas economistas, un hombre y una mujer en estricto cumplimiento de la ley de cuotas, encontramos, en el mismo espíritu de las investigaciones de Hamermesh, que los sin tocayo, los perjudicados ya no por la lotería de la genética sino por la creatividad (malsana) de los padres, ganan en promedio 11% menos. Las mujeres son las más perjudicadas en este caso. Una mujer universitaria con un nombre atípico, una Belkyss, Glenis o Villely –los nombres son reales–, puede terminar devengando, por cuenta de la discriminación generalizada, hasta 30% menos que una mujer con características similares y un nombre corriente, Catalina, Mónica o simplemente María. El nombre puede ser tan importante como el rostro. La discriminación, ya lo dijimos, tiene muchas caras.


Jeffrey Grogger, otro economista gringo, analizó recientemente otra forma distinta de discriminación, la asociada a los acentos, a ciertas formas impopulares de dicción. En los Estados Unidos, un acento típicamente negro disminuye los ingresos 10%. En Colombia, un país de regiones, de muchos acentos, con un menú variado para el gusto de los discriminadores, los resultados podrían ser aún peores. Ni me quiero imaginar la suerte de un abogado mal parecido, con un nombre atípico y un acento raro. La vida es dura.


En fin, el Congreso debe completar su tarea. Proteger a los feos, a los sin tocayo y a tantos otros discriminados. En este país, la orgullosa patria de Santander, las armas nos dieron la independencia pero sólo las leyes nos darán la prosperidad, la igualdad y todo lo demás.