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28 marzo, 2010

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Aprendiz de imperialista

Brasil va en camino de ser una potencia mundial. Ya es la novena economía del mundo. Por sus riquezas naturales, por su mismo tamaño y por su extraordinaria diversidad se ha convertido en un protagonista de primer orden en la comedia de las naciones. De Brasil se dijo por mucho tiempo que era una eterna promesa, una potencia en potencia, un gigante aletargado. Pero ahora, de manera súbita, parece haber salido para siempre de su largo sueño, de su pasado de frustraciones repetidas y delirios de grandeza.

Como sucede a menudo –los países reproducen los vicios más pueriles del alma humana– Brasil ha llegado pisando duro. El Gobierno del Presidente Lula, en particular, ha mostrado sus intenciones imperialistas, sus ínfulas de mandamás. En Mercosur, usa y abusa de sus hermanitos menores, de Bolivia y Paraguay. En Honduras utilizó su sede diplomática en Tegucigalpa para conspirar, a la usanza tradicional del imperio americano, en contra de los poderes establecidos. Y en los últimos meses ha tratado a Colombia como a una Banana Republic, como a una ficha más en el errático ajedrez de sus relaciones internacionales.

Primero, nunca se pronunció en contra del bloqueo comercial de Venezuela a Colombia. Todo lo contrario: trató de sacarle provecho económico a las disputas políticas entre Bogotá y Caracas. Después se opuso, de manera caprichosa, al acuerdo de cooperación militar entre Colombia y los Estados Unidos. Y más recientemente atacó injustamente a las autoridades económicas de Colombia en el exterior. Como lo reportó la prensa esta semana, el director ejecutivo por Brasil en el Fondo Monetario Internacional (FMI), Paulo Nogueira, despidió arbitrariamente a la directora alterna por Colombia, la ex viceministra de hacienda, María Inés Agudelo.

Nogueira actuó de manera impertinente. Rompió un pacto de caballeros de casi medio siglo sobre el manejo de la silla que comparten Brasil y Colombia en el directorio del FMI. Y ha querido arrogarse el derecho de escoger o vetar los nombramientos colombianos. Nogueira ha criticado la política macroeconómica colombiana que, en sus lineamientos esenciales, es similar a la brasileña. Pero Lula no parece preocupado por las impertinencias y las contradicciones de Nogueira. Por el contrario lo ha protegido de manera velada pues, en últimas, le sirve para controlar el ala radical de su partido. Si Colombia tiene que pagar el costo de la compleja gobernabilidad brasileña, ¿qué más da? Al fin de cuentas, dirán en Brasilia, los peces grandes siempre se comen a los pequeños.

En su reciente visita a Colombia, el analista venezolano Moises Naim dijo que Lula es un gigante político pero un enano moral, un mandatario sin principios, dispuesto, por ejemplo, a apoyar a violadores de los derechos humanos de este y otros continentes. Probablemente Naim sobrestima la perversidad del Presidente de Brasil. Con sus palabras y sus acciones de Gobierno, Lula simplemente está demostrando que, en la conducción de las relaciones internacionales, Brasil no tiene amigos: tiene intereses económicos y ambiciones geopolíticas. Y por ahora, sobra decirlo, los intereses de Brasil, el aprendiz de imperialista, no coinciden, al menos no plenamente, con los intereses de Colombia.