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26 enero, 2008

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El narcotráfico después de las Farc

Quiero comenzar esta columna con un silogismo falso que resume los logros y los extravíos de la lucha antidroga, con un raciocinio que ilustra, una vez más, la sucesión de batallas ganadas en una guerra perdida.La primera premisa del silogismo es verdadera: las Farc son una organización clave en el negocio de la droga: en el cultivo, la producción y la comercialización de cocaína. La segunda premisa también es inobjetable: las Farc están debilitadas y podrían ser derrotadas. Pero las premisas anteriores no permiten concluir que el debilitamiento (o la caída) de las Farc significa la reducción (o la erradicación) del negocio de la droga. El narcotráfico es importante para las Farc. Pero las Farc son irrelevantes para el narcotráfico. Esa es la lógica del negocio.

El año 2007 fue el peor año en la historia reciente de las Farc. La muerte de varios cabecillas y la deserción de miles de sus miembros señalan su debilitamiento progresivo. Y tal vez definitivo. Pero el año 2007 fue tal vez el peor año en la guerra contra las drogas desde el escalamiento de la ofensiva antiguerrillera. La producción de cocaína probablemente cayó. Pero la caída fue compensada por las innovaciones en el transporte. Los decomisos de cocaína que hace la Armada de los Estados Unidos disminuyeron abruptamente el año anterior. Los decomisos habían aumentado de manera continua desde el año 2003, llegaron a 160 toneladas en 2006 y cayeron a 100 toneladas en 2007. “Los ‘malos’ se están moviendo más rápido que nosotros”, afirmó a mediados de mes un alto oficial de la Armada de los Estados Unidos. El jefe del Comando Sur, Jim Stavridis, fue más evasivo: “en un guerra de ofensa y defensa —dijo— hay que ajustar las tácticas permanentemente”. En esta guerra, en particular, hay que moverse todo el tiempo para permanecer en el mismo sitio.

Uno podría, como hizo el zar antidrogas, John Walters, en Medellín, tratar de echarle la culpa a Chávez. Pero las causas del fracaso son más complejas. Y más interesantes. La guerra contra las drogas está a punto de entrar en su fase submarina. Varios oficiales del gobierno de los Estados Unidos señalan que el fracaso reciente obedece en buena medida a la proliferación de “naves semisumergibles” que pueden transportar hasta 20 toneladas de cocaína prensada. En un patio de las oficinas centrales del Comando Sur, Stavridis decidió instalar una réplica de un submarino hechizo, construida por los investigadores de la Armada en un esfuerzo desesperado por entender la innovación artesanal que ha hecho de su guerra una empresa imposible.

Pero la innovación es sólo parte de la historia. Los submarinos también necesitan tripulantes: jóvenes dispuestos a arriesgar su vida en una aventura submarina por dos o tres mil dólares. En meses pasados, el diario estadounidense Los Angeles Times recogió el testimonio de un oficial de la Armada Nacional que interceptó un submarino cargado con droga en mar abierto. Cuando los periodistas le pidieron que describiera a los tripulantes, el oficial simplemente dijo: “están locos”. Pero la locura descrita (el arrojo de los tripulantes) es una forma corriente de la ambición. O de la desesperación. Es, en todo caso, inagotable.

Colombia, en últimas, debe prepararse para el futuro del narcotráfico después de la derrota (o de la transformación) de las Farc. Como ocurrió con una buena parte de los paramilitares, muchos frentes guerrilleros se convertirán en bandas independientes de narcotraficantes. En grupos armados dedicados a supervisar el cultivo de coca y la producción de cocaína. En proveedores de quienes controlan la flotilla de submarinos. En suma, el marchitamiento de las Farc no representa el fin del narcotráfico. Representa solamente un cambio en las formas de lucha de los narcotraficantes.