Literatura
La segunda parte es un conjunto de testimonios de víctimas, la mayoría muy breves, deliberadamente escuetos, de tan solo una página. Patricia intenta, creo, condensar en pocas palabras el horror de la guerra.
La tercera parte es un recuento de las negociaciones de la Habana y un resumen de los acuerdos resultantes, una especie de advertencia sobre la necesidad de valorar el significado histórico de los acuerdos.
Sobre la primera parte, quiero simplemente hacer explícita una división, una discontinuidad en la historia del conflicto. Hay un período, de 1948 a 1980, en el cual las causas del conflicto obedecieron a las luchas por la tierra, las restricciones a la democracia y la desigualdad social. Pero la naturaleza y la intensidad del conflicto cambiaron de manera sustancial en los años ochenta con la llegada del narcotráfico. En palabras de la historiadora Mary Roldán, el comercio de cocaína “rompió la tradición, transformó las costumbres sociales, reestructuró la moral, el pensamiento y las expectativas”.
El conflicto histórico, centrado en las luchas ideológicas, fue transformado esencialmente por el narcotráfico. El narcotráfico reveló y acentuó las debilidades institucionales, volvió la justicia inoperante y dio origen a una epidemia de crimen violento. Las guerras ideológicas se convirtieron, así, en guerras económicas, en luchas por las rutas y el mercado.
Mi parte preferida del libro es la segunda. Los testimonios presentados son una crónica del sufrimiento humano, pero no son solo eso. En conjunto, son un grito colectivo sobre los horrores de la guerra y el imperativo (ético, social, histórico, lo que sea) de evitar su repetición. Patricia quiere recordarnos, nunca está de más, la magnitud de nuestra tragedia.
Hay en varios de los testimonios, una constante, una historia que se repite. Las victimarios, llámese guerrilleros o paramilitares, se muestran arrepentidos, desconcertados, incapaces de explicar sus desafueros, los asesinatos de los Turbay Cote, de Jorge Cristo, de Jaime Garzón, y de los diputados del Valle, etc. “Fue el peor error que cometimos”, “nos equivocamos”, “todavía lo reprochamos”, dicen una y otra vez.
Es como si la guerra hubiese desatado una maquinaria de muerte que no podía detenerse, que superaba los deseos o intenciones de los participantes; un mecanismo que mataba sin mediar razón, que trascendía los designios de los señores de la guerra y los protagonistas de esta historia de terror.
Los testimonios insinúan la existencia de una fuerza implacable y voraz; la fuerza de la guerra que parece tener una intencionalidad propia, que solo aspira a reproducirse a sí misma; una fuerza ciega, indiferente, casi una pesadilla a lo Schopenhauer.
Los acuerdos de paz pretendieron, de manera ordenada, con una mezcla de voluntad y método, con errores y extravíos por supuesto, pero también con empeño y conocimiento, detener esa fuerza, “la fábrica de víctimas”, como la llamó el presidente Santos.
Así, el libro nos recuerda las dificultades para alcanzar un acuerdo imperfecto. No fue fácil. Requirió mucho trabajo. Yo lo he dicho varias veces, y lo repito ahora. Pertenezco a la escuela del liberalismo trágico. Parto casi siempre de una hipótesis simple. Si la sensatez, el conocimiento práctico y el trabajo comprometido hicieron parte del proceso (y así ocurrió en los diálogos de La Habana), probablemente estamos ante el mejor de los mundos o acuerdos posibles. La crítica puntual, que desconoce el contexto, que obvia las dificultades del proceso, suele ser poco más que un ejercicio de fácil especulación retrospectiva.
Patricia ha dicho, en varias entrevistas recientes, que el futuro depende de la voluntad del nuevo gobierno y la clase política. Así lo creo. Este libro es, en últimas, una advertencia sobre la responsabilidad que nos incumbe a todos, gobernantes y ciudadanos, de proteger la paz.
El título es simple Adiós a la guerra. Pero el mensaje es si se quiere más poderoso, más urgente, más crucial, “cuidemos la paz”.
En palabras de Jasanoff,
En todos sus escritos, donde fuera que ocurrieran, Conrad lidió con las ramificaciones de vivir en un mundo global: las implicaciones materiales y morales del desarraigo, la tensión y las oportunidades de las sociedades multiétnicas, la ruptura causada por la tecnología. En un desafío implícito a la idea de Occidente de libertad individual, Conrad creía que nunca podemos realmente escapar a las restricciones impuestas por fuerzas superiores a nosotros mismos, que incluso los más libres están encerrados en lo que suelen llamar destino.
En su novela americana (que es también su principal novel política), Nostromo, Conrad despliega su proverbial pesimismo. La inestabilidad política parece determinar o restringir decididamente las vidas de los habitantes de la república ficticia de Costaguana: “las causas fundamentales las mismas de siempre, enraizadas en la inmadurez política del pueblo, en la indolencia de las clases altas y la cerrazón mental de las bajas”. Nostromo es, si se quiere, una crítica a los límites del desarrollo basado en el bienestar material, a las trampas del capitalismo del siglo XIX.
La novela Mar de Leva de Octavio Escobar Giraldo vuelve sobre el mismo escenario conradiano más de un siglo después con el propósito (implícito, digamos) de componer una renovada crítica a las trampas del capitalismo y la globalización del siglo XXI. “Todos tomamos el té a las cinco, leemos el New York Times y usamos ropa Armani”, dice sin ironía una de las protagonistas.
En Sulaco, escindido de Costaguana ya por muchos años, el contexto decimonónico es historia. La antigua mina de plata se convirtió en un parque de diversiones, los antiguos conventos de clausura fueron transformados en hoteles, los viejos edificios públicos pasaron a ser centros comerciales, los animales están ahora embalsamados en los restaurantes y el turismo sexual es un importante reglón económico. En fin, la globalización convirtió buena parte de la economía de Sulaco en una suerte de disneylandia decadente y transformó a sus habitantes en empleados de las industrias del entretenimiento: meseros, bailarines, músicos, prostitutas, etc.
En la novela, en un sentido claramente conradiano, las fuerzas de la globalización están por encima de las esperanzas y deseos de las personas, de los distintos protagonistas que parecen puestos allí para representar los extravíos del capitalismo de estos años inciertos en estos países tropicales. Humans of late capitalism, los llama una cuenta de Twitter: esos son, en mi opinión, los protagonistas de esta comedia conradiana (si cabe la contradicción). Los invito a leerla. De vez en cuando vale la pena mirarnos en el espejo de nuestras propias faltas.
historia es pudorosa, suele ocultar sus fechas esenciales, escribió Borges.
Oculta también sus principales mecanismos, podríamos adicionar. Melo presenta
los hechos de manera escueta. Pero tampoco podemos decir que
esta historia de Colombia es mínima en interpretaciones. Que las hay, las
hay.
como una invitación a su lectura, proponer once tesis implícitas en el libro,
once ideas fundamentales para entender a nuestro país.
- Desde la introducción, se pone de presente la
importancia de la geografía. Este énfasis recuerda las ideas de Engerman y
Sokoloff (para usar una referencia conocida para los historiadores
económicos). También las ideas de Jared Diamond. Somos en parte producto
de nuestra geografía endemoniada que nos ha alejado del mundo y de
nosotros mismos, sugiere Melo. Si quisiera ilustrar este libro, poner un
grabado en la portada, usaría el paso del Quindío de Humboldt. Nuestra
geografía explica la tensión centro-regiones, el aislamiento y la idea
recurrente en el libro de unas islas de prosperidad, seguridad o
salubridad en medio de un océano de pobreza, violencia o enfermedad. - El libro también enfatiza la importancia del
legado colonial. Una triple importancia en mi opinión: institucional,
sociológica y económica. De la colonia heredamos un poder central teórico
e ineficaz, una cultura transaccional (la idea de que las leyes son
negociables), una sociedad jerárquica, las disputas absurdas por títulos,
ritos y ceremonias, una propiedad de la tierra concentrada, una
distribución de la población en las altiplanicies orientales, en últimas,
una nación escindida, sin unidad. - Desde la colonia, pero más en la república, la
colonización ha sido un motor de cambio, una oposición al legado colonial,
una fuerza transformadora. La colonización antioqueña, en particular, fue
transformadora en muchos sentidos: cambió el mapa de la demografía, la
política, la economía, así como la importancia relativa de los poderes
regionales. - Implícitamente al menos, el libro es escéptico
sobre el poder bogotano o, mejor, sobre el poder de los criollos
santafereños y los políticos capitalinos, etc. Caucanos, santandereanos,
tolimenses, antioqueños y boyacenses han gobernado a Colombia. Para decirlo de manera
provocadora, el libro sugiere que aquello de “los mismos con las mismas”
es una caricatura sin mucho sustento, que no subraya lo esencial. - El libro enfatiza también el papel de los
letrados en los primeros momentos de la República, el dominio abrumador de
los abogados que tanto molestaba a Bolívar, el hecho de que los jefes de
Estado no fueron terratenientes o empresarios sino libreros. Pero los
letrados, paradójicamente, estaban dispuestos a torcer las ideas y la ley
en medio del fragor político: “la derrota en la concepción propia era
identificada como un desastre para el país”. Los letrados se creían, por
lo tanto, con licencia para cambiar las reglas y adoptar formas de lucha
eclécticas. La violencia y el fraude nunca se descartaron. - El libro también postula que Colombia padeció
de una excesiva ideologización, una suerte de fragor político casi
obsesivo, en el siglo XIX, en los años 20 del siglo pasado, en las luchas
guerrilleras de mitad de siglo, en las posteriores luchas de los años 70.
En los años cuarenta, “la pugna entre liberales y conservadores fue, más
que un enfrentamiento político por el triunfo electoral, una guerra santa
por modelos sociales diferentes”. Lo mismo puede decirse de muchas de las
revoluciones del siglo XIX. Incluso de las locuras religiosas de las
guerrillas en su comienzo. - El Frente Nacional no solo trajo exclusión
política, creó también un equilibrio extraño, un Estado atrofiado en el
cual coexistían cierta estabilidad macroeconómica y un reformismo tímido,
pero al mismo tiempo unas poderosas redes clientelistas que siguen operando en la actualidad. - El libro, en el espíritu de Bushnell, tal vez,
es optimista y escéptico al mismo tiempo, tiene un enfoque que yo quisiera
llamar liberalismo sosegado. Quiero rescatar dos ideas del libro sobre el
liberalismo. Primero, el optimismo sobre el liberalismo del XIX habida cuenta de las
transformaciones de las finanzas públicas, el crecimiento inusitado de las
rentas locales y los avances innegables hacia una sociedad más abierta. Y
segundo, el optimismo sobre el liberalismo reciente, en particular los
avances lentos, pero firmes hacia una sociedad laica. “Colombia, un poco
inadvertidamente, se convirtió en una sociedad laica”. - El conflicto histórico, centrado en las luchas
ideológicas, en las guerras santas, fue transformado esencialmente por el
narcotráfico. El narcotráfico reveló y acentuó las debilidades
institucionales, volvió la justicia inoperante y dio origen a una epidemia
sin precedentes de crimen violento. Las guerras santas se convirtieron en guerras por las rutas y el mercado. - La historia de Colombia puede verse como la
búsqueda evasiva de la unidad nacional. Ser colombiano, pareciera sugerir
el libro, sigue siendo, después de todo, un “acto de fe” (para usar las
palabras de Javier Otárola, otro de los letrados bogotanos que habitan la
realidad y la ficción). - La violencia ha sido nuestro gran fracaso
histórico. Pero no es una maldición y tampoco podemos decir que ha
obedecido siempre a las mismas causas. Pero la culpa principal viene de
quienes promovieron, por décadas, la violencia como vehículo de cambio
social.
y recobrado mis fuerzas, y ya me sentía mejor. Renovado. Tenía un examen
pendiente, una cita ominosa con mi destino. Sabía que mis días eran inciertos y
que debía aprovechar la oportunidad. Escribí este libro, como dice el poeta,
desde el tiempo presente, con la urgencia de contar mi historia. Tal vez esa
sea la esencia de todo, de los días y los años de nuestras vidas: tener, al
final de cuentas, una historia que contar y contarla a tiempo.
libro de divulgación científica claro y profundo al mismo tiempo. No era una
tarea fácil por al menos tres razones: Llinás el científico, el intelectual y el
individuo. Los tres son complejos. Inescrutables unas veces. Inquietantes
otras. Interesantes siempre.
adicto al trabajo, intolerante con la mediocridad, agresivo intelectualmente, etc.
sobre los demás: el arrojo, la seguridad en sí mismo. Llinás es la antítesis
del intelectual periférico. No tiene miedo. No es Caldas temblando ante
Humboldt. Ni Patarroyo abrumado por su origen, por su condición de hombre de
ciencias del tercer mundo. Cuando era un joven estudiante de medicina, se
empecinó en ir a visitar al famoso neuro-fisiólogo y premio Nobel suizo Walter Hess: “me
aparecí por el instituto. Les expliqué que era in estudiante de medicina. Les
pareció fantástico. No habían visto a un suramericano”. Siempre, desde el
comienzo de su carrera, se codeó con los grandes científicos de su campo. Nunca
se amilanó ante los jerarcas de la neurociencia. Nunca lució intimidado por su
origen geográfico. Todo lo contrario. La autoconfianza casi lo define.
relación con las mujeres y con los asuntos prácticos de la vida. Hay allí un
elemento garciamarquiano. O al menos, un elemento presente en las obras de
García Márquez. Úrsula Iguarán, recordemos, se ocupaba de todos los asuntos de
la casa mientras el Coronel Aureliano Buendía elaboraba pescaditos de oro en un improvisado laboratorio de alquimista. A Llinás, las mujeres lo alistan como un niño, lo protegen de las
inclemencias de la vida práctica y lo ayudan en las relaciones sociales. “No se
entera de nada, tengo que resaltarle en rojo, con espacios, lo importante”,
dice Patricia su hermana con candidez. Patricia jugó un papel clave en este
libro. Sin ella, infiero, el biógrafo habría fracasado en el intento.
pequeñas y las grandes preguntas. Hace un trabajo impecable en el laboratorio y
es al mismo tiempo un pensador original. Se desenvuelve con presteza en lo micro y en lo macro. Es un experto en el sistema nervioso y en la teoría de la
mente.
cerebro como una maquina anticipatoria; activa, no reactiva; automática, no
dependiente de los estímulos externos. Una máquina que predice el próximo
movimiento, que “camina sola” por decirlo de alguna manera. Los tunicados
tienen cerebro cuando se desplazan en el mar al comienzo de sus vidas. Lo
pierden cuando, más tarde, ya en su madurez, se transforman en plantas marítimas.
cerebro es también una máquina de soñar. En la noche, sin estimulos, lo hace
caprichosamente. En el día, con estímulos, tiene más restricciones. Pero en
general el cerebro parece autónomo, genera sus propias historias, sus propios
mapas y modelos virtuales del mundo. Cuando se juntan o se unifican las dos
historias, la generada internamente y la realidad externa, surge el sí mismo.
La máquina de soñar se reconoce, entonces, a sí misma.
muestran una faceta distinta del Dr. Llinás, su faceta de científico aplicado,
su regreso a la medicina. La primera historia tiene que ver con las
trepanaciones del doctor Jeanmonod y la magneto-encefalografía. Sin conocer los
detalles, basado meramente en lo publicado en el libro, el asunto parece
extraño. La conexión entre la teoría (las disritmias talamocorticales) y la
práctica quirúrgica (las microcirugías craneanas) parece incipiente. Insuficientemente
explorada. El libro no menciona la existencia de ensayos clínicos. Ni de
estudios de seguridad y eficacia. Las anécdotas son convincentes,
pero no pueden por sí solas, creo yo, justificar un procedimiento invasivo con
obvias consecuencias bioéticas.
de sus propiedades benéficas en animales y describe también una teoría
plausible sobe los mecanismos moleculares. Pero la teoría es preliminar.
Todavía especulativa. Por lo tanto, los ensayos
clínicos propuesto en Colombia por el Dr. Llinás hace unos años son, en mi opinión, inquietantes.
Afortunadamente no
fructificaron. Las nanoburbujas, sugiere el libro, son todavía una teoría en
construcción. Sus aplicaciones tendrán que esperar más tiempo.
papel que más lo ha acercado a Colombia. El que lo ha conectado con su país.
Pero ha sido también un papel frustrante. Lo ha enfrentado a un monstruo
conocido e invencible: la burocracia estatal.
memorización y el aprendizaje sin contexto. El aprendizaje solo ocurre, en su
opinión, si existe un marco general, una cosmología. Nunca aprendió mucho de
sus maestros en el colegio y la universidad. Aprendió, eso sí, de su abuelo y sus
tutores. Sobre la educación en Colombia, escribió lo siguiente: “se enseña sin
asegurarse de que se entienda lo aprendido. La diferencia entre saber y
entender es monstruosa”.
máxima grandilocuencia y el mínimo de resultados. Los esfuerzos posteriores de
Llinás por desarrollar un pensum para la educación, desde prescolar a
bachillerato, quedaron engavetados. Y el esqueleto de tiranosaurio que quiso
traer a Colombia y del cual regaló la cabeza, quedó desmembrado, convertido, como bien lo señala le libro, en
una metáfora involuntaria sobre la ciencia y la educación colombianas.
pregunta por el carácter subjetivo de la experiencia, por la conciencia.
Rodolfo Llinás pertenece a dos campos: el del naturalismo (poético), que insiste en que
la conciencia puede ser explicada por las leyes de la física; y el del
optimismo, que insiste en que la ciencia, más temprano que tarde, revelara el
misterio. Si alguien me dijera: ‘le explico cómo funciona el cerebro, pero luego
lo mato’, yo le diría ‘perfecto’”, cuenta Llinás al comienzo del libro. La
frase resume una vida dedicada a la más difícil de las preguntas y contada con maestria por esta, su primera biografía.
colección diversa (y dispersa) de reflexiones sobre la inestable relación entre
la teoría y la práctica. Creo –decía en el libro– que (i) la acción y la reflexión
deben ir de la mano, (ii) que la toma de decisiones requiere de una reflexión
informada sobre las posibilidades del cambio social y (iii) que los académicos deben
tener, por lo tanto, un papel más protagónico en las decisiones públicas. En últimas, yo soy
un optimista (ingenuo tal vez) sobre la importancia del mundo de las ideas.
cuatro conversaciones sobre diferentes aspectos del libro mencionado. Todas
tienen un tono cándido. Pienso, como diría Antanas Mockus, que la ética de
la verdad (decir lo que se piensa) debe primar sobre la ética de las
consecuencias (decir lo que se juzga conveniente).
Encontré el libro de marras en una librería de viejo en Bogotá. Lo dejé inicialmente unos cuantos días en mi mesa de noche. Leí algunos de sus poemas sin mucho interés, con una curiosidad difusa, impaciente. Después lo puse en un rincón remoto de mi biblioteca. Permaneció allí varios años, olvidado, desterrado. Ya había casi muerto para mí. O yo, para él: “entre los libros de mi biblioteca hay algunos (estoy viéndolos) que no abriré, la muerte me desgasta, incesante”, escribió Borges, el poeta escéptico.
Hace una semana, por azar, por una coincidencia afortunada, leí un obituario del autor, el poeta ruso Yevgeny Yevtushenko y recuperé el libro desterrado. Yevtushenko fue un poeta con alma de político. O un político con alma de poeta (el orden no importa). Denunció los crímenes de Stalin. Democratizó la poesía. Llenó estadios y coliseos en medio mundo. Apareció en la portada de la revista Time. Fue amigo de Neruda, García Márquez y Picasso. Pero fue ante todo un testigo elocuente de las peores tragedias del siglo XX, el fascismo y el comunismo.
Su poema Babi Yar, que toma el nombre de un barranco en Kiev, Ucrania, donde fueron masacrados decenas de miles de judíos por los nazis, pone el dedo en una de las peores llagas de la historia de la humanidad:
y ante todo esto descubro mi cabeza con respetuosa humildad,
me doy cuenta
de que voy encaneciendo con lentitud.
Y yo mismo
soy una multitud que aúlla con un sonido sordo
sobre los miles y miles enterrados aquí.
Soy cada hombre viejo fusilado aquí.
Soy cada niño fusilado aquí.
Ninguna parte de mi ser olvidará todo esto.
Su poema Futboleada, sobre un partido de fútbol entre las selecciones de Alemania y la Unión Soviética ocurrido en 1955, diez años después de la Segunda Guerra, describe con patetismo las paradojas de la paz:
por el buen gesto de la Diosa de la Justicia,
sino, cuando olvidadas todas las atrocidades,
los inválidos matan la guerra en su interior,
a pesar de haber quedado partidos en la mitad por la misma guerra.
Su poema ¿Cuándo vendrá a Rusia un hombre?, sobre el destino de su país, conserva cierta urgencia, cierta trágica actualidad:
ha lavado nuestro honor.
Pero los torturadores siguen sin castigo.
Deshonrados por nosotros mismos,
anhelamos mucho la honestidad, pero no la propia, no la nuestra.
Mucho se pierde en la traducción, creo yo. Pero la esencia parece conservase en alguna medida. Allí están al fin y al cabo las elocuentes denuncias que consolaron a millones víctimas de la locura ideológica del siglo anterior. La traducción fue hecha por un poeta menor, el chileno Javier Campos, no del ruso, sino del inglés. Parece apurada, hecha por cumplir. Campos nos dejó, eso sí, una anécdota feliz. En 2009, Yevtushenko estuvo en Chile y fue condecorado por la presidenta Bachelet. Después de la ceremonia, Campos acompañó a Yevtushenko a una visita (impertinente) al poeta Nicanor Parra, quien por entonces estaba ya cercano a los 100 años. Previsiblemente Yevtushenko le preguntó a Parra sobre la poesía chilena de la actualidad. “La poesía es una inutilidad en estos momentos. ¡Ahora los que son importantes son…los columnistas!, sí, los columnistas. Hay muchos y excelentes, yo los leo siempre», dijo Parra, el antipoeta, en tono sarcástico.
El año siguiente, en 2010, Yevtushenko estuvo en Medellín en el Festival Internacional de Poesía. Leyó sus poemas en un español vacilante, pero inspirado: “adiós, bandera roja nuestra, acuéstate, reposa, recordaremos a todas las víctimas engañadas por tu dulce susurro rojo”, dijo enfundado en una boina de colores ante una multitud relajada que le apuntaba, desde el césped, con sus teléfonos celulares. En 2010, estuvo también en la feria del libro de La Habana. Firmó algunos libros. Departió con unos pocos intelectuales cubanos. Pero fue ignorado por la burocracia cultural que lo veía con recelo (la boina de colores era ambigua por decir lo menos). El libro que encontré en Bogotá en una librería de viejo es una edición rusa, medio pirata, hecha para distribuir en la isla con motivo de la vista de Yevtushenko, el poeta político, el que hizo que la humanidad se mirara en el espejo de sus propias culpas.
El libro contiene una curiosidad, un pequeño enigma, llamémoslo poético (con cierta licencia). En la tercera página, está la rúbrica de Yevtushenko, fechada en La Habana en 2009 con una caligrafía temblorosa. En la última página, están los detalles de la edición, los créditos y el año de impresión: 2010, dice claramente. ¿Fue un lapsus del poeta, quien confundió el año en curso y escribió “2009” en lugar de “2010”? ¿O fue más bien un error de un vendedor de libros cubano, quien, necesitado, quiso falsificar la firma de Yevtushenko y olvidó el año exacto de su visita a La Habana? Nunca lo sabremos. Poco importa ya. Yevtushenko es un fantasma en camino hacia el olvido. “Los libros también leen a quienes leen libros”, escribió proféticamente alguna vez.