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En defensa de la filosofía

La relación entre la teoría y la práctica (entre la reflexión y la acción) siempre es inestable, conflictiva. Muchos ven en la reflexión una actitud diletante. Otras (más pocos) ven en la acción una forma de evadir el fondo de los problemas. Puede haber una retórica especulativa que se queda en la carreta. Pero también una retórica de la acción que desconoce la complejidad. Ante los problemas sociales (acuciantes todos), no conviene la pasividad reflexiva (quedarse en el mismo sitio), pero tampoco la actividad irreflexiva (correr sin dirección).

Yo creo en la importancia de las ideas, de la reflexión y, si se quiere, de la filosofía. Creo que, en las discusiones públicas, falta un mejor conocimiento y entendimiento de los problemas. Muchas veces se confunden las causas con las consecuencias. Otras se evaden los debates complejos (trágicos). Otras más se ignoran los dilemas éticos. En los debates sobre el sistema de salud, estas tendencias suelen ser más acentuadas. 

Quiero rescatar la importancia de la filosofía y, en particular, de cuatro reflexiones fundamentales para entender los problemas del presente y construir un mejor futuro para nuestro sistema de salud. No son las únicas, pero son en mi opinión imprescindibles. 

Tragedia de los comunes: nuestro sistema de salud, mucho más que en otros países de la región, es una bolsa común, una gran “vaca” a la que aportamos nuestras contribuciones e impuestos. La salud la pagamos colectivamente. Este hecho resuelve un problema de equidad y acceso, pero genera al mismo tiempo un problema diferente, de incentivos, una tendencia al sobreconsumo o la sobrexplotacion, como ocurre típicamente con el uso de recursos y áreas comunes. El caso de Mipres es paradigmático. La bolsa es de 2,5 billones y está destinada a pagar por medicamentos innovadores y servicios complementarios a la salud que no hacen parte del plan de beneficios. Cada prescriptor está beneficiando a un paciente particular, pero restándole potenciales beneficios a los demás pacientes. Es un dilema inquietante y tiene mucho que ver con los problemas financieros del sistema de salud. Mejores incentivos, mayor conciencia del problema y mayor transparencia son aspectos claves en este contexto. 

Ingeniería social utopista vs. gradualista: muchos conciben los problemas sociales como grandes debates ideológicos: si tan solo desapareciera el negocio o la injerencia estatal, esto es, el Estado como remedio esencial o patología irremediable. Yo prefiero una visión distinta, que no parte de cero, que tiene en cuenta las capacidades de la sociedad, el know-how colectivo que unas veces reside en el sector público y otras en el privado. Los esfuerzos reformistas deben reconocer las capacidades y potenciarlas. Sea lo que fuere, la discusión filosófica sobre el énfasis y el alcance de la reforma a la salud es fundamental. Yo seguiré defendiendo la ingeniería social gradualista (el término es de Karl Popper) y combatiendo el utopismo y la simplificación ideológica.

¿Cuánto vale un año de vida saludable?: no es una pregunta fácil, pero es inevitable. ¿Debe el sistema de salud pagar por un medicamento que cuesta cientos de millones de pesos y brinda, a lo sumo, unas semanas más de sobre vida? Más que responder si o no, los sistemas de salud, en todo el mundo, han establecido (con mayor o menor éxito) procedimientos participativos para lidiar con este dilema ético. En Colombia, la Ley Estatutaria da algunas pistas, pero no nos brinda todas las respuestas. Con frecuencia, el dilema debe ser resuelto por el profesional de la salud, por una junta de profesionales, por los jueces o por todos conjuntamente, de manera tal que se tengan en cuenta las circunstancias de cada caso particular y la tragedia de los comunes descrita anteriormente. 

Las dificultades de comparar costos y beneficios: a las vacunas, las becas crédito, las campañas preventivas, se sumarán pronto el tamizaje neonatal y otras obligaciones legales. ¿Cómo hacerlo? Por medio de mayores recursos por supuesto, pero las restricciones presupuestales son una realidad inmanente de la función pública. Toca escoger, al menos el margen. El problema es que el análisis costo-beneficio está lleno de supuestos cuestionables y discrepa con frecuencia de las valoraciones sociales. En general, los enfoques meramente utilitaristas son equivocados, pero también lo son aquellos que abogan por mayores beneficios a cualquier costo. La claridad conceptual y filosófica vuelve a ser, como en los casos anteriores, fundamental. 

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La epidemia de cesáreas

      1. El aumento de la tasa de cesárea, particularmente desde mediados de la década anterior, ha sido notable.  La tasa de cesáreas en Colombia pasó a ser una de las mayores del mundo.
      2. El aumento no ha sido uniforme a lo largo y ancho del país. Por el contrario, se ha concentrado en la región Caribe. En el departamento de Caldas, por ejemplo, la tasa no supera el 30%; en el departamento del Atlántico supera con creces el 70%. Estas diferencias regionales poco tienen que ver con diferencias demográficas o epidemiológicas y obedecen, por el contrario, a diferencias en los protocolos médicos y en las expectativas y preferencias de la gente.
      3. El crecimiento de las diferencias regionales ha sido también notable. Mientras la tasa de cesárea se multiplicó por dos o incluso por tres en los departamentos de la región Caribe, apenas aumentó levemente en Antioquia y los departamentos del eje cafetero. Esta divergencia no puede explicarse por causas epidemiológicas, demográficas o socioeconómicas.
      4. La educación de la madre está asociada positivamente con la decisión de tener un parto por cesárea. La probabilidad en cuestión es casi 15 puntos porcentuales mayor en una madre con educación superior que en una madre sin educación. Esta diferencia no se explica por diferencias subyacentes en las condiciones de salud o en el acceso a servicios. Y parece reflejar, más bien, diferencias en las preferencias y expectativas de las mujeres.
      5. Tampoco parecen existir grandes diferencias por tipo de afiliación. Una vez se tienen en cuenta las condiciones socioeconómicas y de salud, las tasas son similares, por ejemplo, entre las madres afiliadas al Régimen Contributivo y las afiliadas al Régimen Subsidiado.

    Los hechos anteriores sugieren que, detrás de la epidemia de cesáreas, subyace un fenómeno de contagio social, esto es, un cambio en las expectativas y preferencias de la población que coincide (y retroalimenta) un cambio en los protocolos médicos. Ocurre, así, una dinámica de refuerzo mutuo: las mayores tasas de cesárea aumentan las expectativas y preferencias, lo que lleva, a su vez, a unas mayores tasas. La metáfora de una epidemia es adecuada en este caso. El contagio (social) es evidente.

    Las implicaciones de las tendencias anteriores son sustanciales. Las más obvias son las financieras: la epidemia de cesáreas constituye un lastre para las finanzas del sistema de salud.  Pero las más evidentes son las de salud: las cifras sugieren que muchas cesáreas son injustificadas, esto es, que constituyen un caso casi paradigmático de sobretratamiento, lo cual tiene, en general, consecuencias adversas sobre la salud de la población.

    (Las cifras de esta entrada fueron tomadas del trabajo de Alfonso E.A., Arcila A., Latorre M.L., “Atlas de variaciones geográficas en salud de Colombia”, elaborado por el Banco Mundial para el Ministerio de Salud y Protección Social).

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MIPRES: servicios sociales complementarios

MIPRES es un aplicativo que permite la prescripción de medicamentos, procedimientos y servicios no incluidos en el plan de beneficios. Los medicamentos y servicios prescritos son pagados directamente por el Estado. El monto pagado creció rápidamente durante la segunda mitad de la década anterior. Desde entonces ha fluctúado entre dos y tres billones de pesos anuales: 80% son medicamentos, el 20% restante incluye procedimientos y servicios sociales complementarios. Esta entrada presenta algunas estadísticas descriptivas (preliminares todavía) acerca de las prescripciones de servicios sociales en lo corrido de este año (aproximadamente 20 mil).

La información se resume en tres gráficos. Los pañales representan un porcentaje sustancial de todas las prescripciones. Antioquia, Bogotá y Valle del Cauca están representados más que proporcionalmente (más por concentración de la oferta de servicios de salud que por razones epidemiológicas, podemos especular) y las patologías involucradas son variadas: en algunos casos se describen meramente los síntomas, en otros casos sí se específica la patología de base.

Estos gráficos sugieren al menos tres conclusiones: 1) la desigualdad regional asociada a los servicios por fuera del plan de beneficios; 2) la necesidad de estudiar la inclusión de los pañales en el plan básico (los abusos son considerables: más de 400 pañales entregados cada mes en algunos casos; y 3) la necesidad de establecer límites razonables: ¿debe pagar el sistema de salud por champús y lentes de contacto?

 

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Primeros datos de MIPRES

Desde el pasado mes de abril, la formulación de medicamentos que no están incluidos en el plan de beneficios cambió sustancialmente en el Régimen Contributivo. Ya no requiere, como en el pasado, de un Comité Técnico Científico (CTC) o una autorización previa, sino que puede hacerse  directamente por medio del aplicativo MIPRES.

Uno de los objetivos de MIPRES es la transparencia. El aplicativo permite el análisis en tiempo de real de los patrones de prescripción con el objetivo explícito de conocer en qué se están gastando los recursos públicos y a quién benefician. Se trata al fin y al cabo de un monto considerable, superior a 2,5 billones de pesos anuales. Muchos de los medicamentos prescritos son de alto costo. Algunos con evidencia ambigua sobre su efectividad relativa.

Un análisis preliminar de las cifras para los primeros cuatro meses de este año (durante el primer trimestre el uso de MIPRES fue opcional) muestra que las prescripciones vía MIPRES se han realizado desde 253 municipios en los 32 departamentos del país, en 2.200 sedes de IPS, por más de 25.000 médicos y a favor de más de 530 mil pacientes.

El gráfico muestra la distribución de las prescripciones de medicamentos (80% del total) por departamento: casi 85% están concentradas en Bogotá, Antioquia y Valle del Cauca. La concentración refleja tanto factores de demanda como de oferta: el empleo formal está concentrado más que proporcionalmente en estas entidades territoriales, así como los médicos especialistas y los hospitales de mayor complejidad.  Sea lo que sea, las desigualdades regionales son evidentes.

El cuadro siguiente muestra la distribución de las prescripciones de medicamentos por tipo de diagnóstico. Como era de esperarse, las enfermedades crónicas concentran los diagnósticos más recurridos: hipertensión y diabetes son los diagnósticos más mencionados por los médicos.

El último cuadro muestra los medicamentos más prescritos en el período en cuestión. Los dos primeros medicamentos son analgésicos, la combinación de hidrocodona y acetaminofén y la pregabalina, un medicamento para el dolor neuropático.

Este es un primer esbozo (preliminar por supuesto) que ilustra las ventajas de MIPRES para el análisis del gasto público en salud. Vendrán más otros más completos.

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Pacto por la salud

En días pasados, el Procurador General de la Nación hizo un llamado a un pacto por la salud. La construcción de un pacto social como el propuesto no parte de cero. Todo lo contrario. Las premisas fundamentales están ya definidas tanto en las leyes como en la jurisprudencia. El pacto debe partir, en mi opinión, de los siguientes cinco elementos. Los tres primeros deben protegerse. Los dos últimos, terminar de consolidarse.

  1. Solidaridad: el sistema de salud colombiano es solidario en su financiamiento (el más solidario del mundo según la Organización Mundial de la Salud). El sistema está basado en una norma básica de equidad: cada quien contribuye según sus ingresos. En el Régimen Contributivo, una persona que devenga 20 salarios mínimos contribuye 20 veces más que una persona que devenga un salario mínimo por el mismo paquete de beneficios. Además, los afiliados al Régimen Contributivo contribuyen parcialmente al financiamiento del Régimen Subsidiado. No todos los colombianos son conscientes de este elemento de equidad. Algunos consideran que el sistema debe devolverles lo cotizado en la forma de prestaciones en salud. Creen erróneamente que el sistema de salud es un sistema de cuentas individuales. No perciben plenamente que sus aportes ayudan a financiar la salud de todos.
  2. Igualdad: el sistema de salud colombiano es igualitario en los beneficios. Todos los afiliados tienen derecho al mismo paquete de beneficios sin distingo de si contribuyen o no. El paquete de beneficios, por ejemplo, es el mismo para los afiliados al Régimen Contributivo que para los afiliados al Régimen Subsidiado. En la mayoría de los países de la región, en México, Costa Rica, Perú, etc., existe una brecha (casi un abismo) entre los beneficios para los trabajadores formales y para el resto de la población. Además, Colombia es uno de los países en desarrollo con una menor penetración de pólizas complementarias y medicina prepagada.
  3. Un sistema mixto: el sistema colombiano permite la participación de empresas privadas (con y sin ánimo de lucro), mixtas y públicas en la administración y la prestación de servicios. El sistema reconoce que las capacidades de la sociedad residen con frecuencia por fuera del sector público. La prestación de alta complejidad es mayoritariamente privada. En la administración del Régimen Contributivo, hay una importante participación de la Cajas de Compensación Familiar. En el Régimen Subsidiado, por su parte, predominan las mutuales y cooperativas (en Bogotá y Medellín, existen empresas mixtas). La participación del sector financiero es minoritaria. Paradójicamente los administradores mejor evaluados por los ciudadanos tienen ánimo de lucro.
  4. Garantía de financiamiento: la salud es un derecho fundamental, establecido primero por la jurisprudencia y luego consolidado por la Ley Estatutaria (Ley 1751 de 2015). Este hecho institucional tiene una implicación inmediata: el financiamiento de las prestaciones incluidas en el plan de beneficios (financiadas con cargo a la UPC) y de las prestaciones por fuera del plan de beneficios (financiadas directamente por el Estado) debe estar garantizado, no puede estar sujeto al arbitrio o la priorización del Ministerio de Hacienda o el Congreso de la República. Actualmente, sin embargo, los recursos de la salud no están garantizados de la misma manera que lo están, por ejemplo, los recursos para las pensiones o el servicio de la deuda.
  5. Límites razonables: los sistemas públicos de salud tienen que tener límites razonables: el derecho fundamental a la salud no implica el acceso a todos los tratamientos o medicamentos sin importar su costo (ver, al respecto, un artículo reciente en la revista inglesa The Lancet). En Colombia, la Ley Estatutaria plantea que lo que no esté autorizado por el INVIMA, lo que no tenga evidencia sobre su eficacia y efectividad, lo que tenga que ser prestado en el exterior y lo que sea experimental debe excluirse. La ley del Plan Nacional de Desarrollo (Ley 1753 de 2015) plantea, por su parte, que la incorporación de los nuevos medicamentos y dispositivos debe tener en cuenta el valor agregado y el precio. Pero estas normas no están consolidadas. El sistema de salud paga actualmente cientos de miles de millones de pesos en medicamentos sin registro sanitario (vitales no disponibles), en terapias de dudosa efectividad y en procedimientos muy costoso de aporte marginal en el mejor de los casos.

Estos cinco elementos deben estar acompañados, por supuesto, de un compromiso de todos los agentes por el buen uso de los recursos públicos, el respeto y la humanización. En suma, las bases para un pacto social por la salud están plenamente definidas.

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Cinco reflexiones sobre el sistema de salud

Reflexiones a propósito del lanzamiento de un libro sobre la transformación del Hospital Méderi

Voy a intentar una reseña del libro con base en mis subrayados. Voy a contarles lo que fui marcando en mi lectura. Siempre leo con un esfero en la mano y subrayo no frenéticamente, todo lo contrario, con cierta economía, discreción y poder discriminante. A veces añado algunos puntos de exclamación. O escolios al margen. Mi lectura del libro arrojó cinco subrayados principales. Estos son.

  1. “Nada en el mundo es absolutamente absurdo o absolutamente perfecto. Las certezas de hoy necesariamente fueron las incertidumbres de ayer. Nos gusta ver la vida como un proceso incompleto, capaz siempre de mejorar”.

El progreso, agregaría, es necesariamente acumulativo, gradual, hecho de la superposición de pequeños esfuerzos. Hay una sutil contradicción en el libro que me parece interesante. El libro describe brevemente los principales hitos de la institución. Pero no menciona tres ni cinco ni diez. Menciona cien. Cien hitos, casi una contradicción. Cien hitos no tiene la historia de Colombia podría decir un comentarista acucioso. Pero el propósito de la larga enumeración es claro: mostrar la continuidad del cambio y la ilusión de la discrecionalidad. En la vida institucional, las pequeñas acciones se confunden con los grandes acontecimientos. Los titulares se desvanecen. Las microhistorias se engrandecen.

  1. “Los antiguos empleados se habían acostumbrado a llevar la operación de esa manera. Existía mal manejo de los insumos, la contabilidad no era confiable, los contratos no tenían reglas claras, los suministros llegaban en forma discontinua, los laboratorios operaban casi sin control y en general se notaba una total falta de reglas de juego”.

Subrayé esta frase porque es bueno refrescar la memoria, traer a cuento la historia trágica del Seguro Social con el propósito explícito de combatir las nostalgias estatizantes que persisten en el debate público en general y en el debate sobre el sistema de salud en particular. Esta cita debería servir de antídoto contra el discurso estatista y fundacional. El caos, el desorden y el desgreño no son exclusivos del sector público por supuesto.  Pero la politización y el clientelismo son males ya muy antiguos de nuestra democracia que han afectado grandemente al sistema de salud.

  1. “La complejidad de la operación nos exigió una mayor visibilidad. El sistema de salud tenía las puertas cerradas y el Banco Santander se las abrió con una operación bastante exótica, con una operación que nadie creía que fuera existir y eso en el mercado bancario y financiero trascendió y comenzó a revisarse el tema de salud”.

En esta historia el compromiso del sector financiero vino desde el exterior, fue asumido por una institución foránea. Me preocupa, lo digo con franqueza, el comportamiento excesivamente pro-cíclico del sistema financiero. Ante las primeras señales de problemas o dificultades, muchos bancos suelen salir corriendo. Algunos salen de primeros y entran de últimos. En nuestro sector, siempre están listos a administrar la liquidez (son 40 billones al fin y al cabo), pero son mucho más temerosos en otras tareas. Por ejemplo, los créditos de tasa compensada, una herramienta clave para la recuperación financiera del sector, han enfrentado la indiferencia y abulia de los bancos. El sector financiero puede ser un importante factor desarrollo. No siempre ha querido jugar ese papel sin embargo.

  1. “El cambio de la contratación fue un pilar fundamental de lo que estamos haciendo, primero porque nos ha permitido gobierno y segundo, porque estamos cumpliendo lo que dice nuestro misión: bienestar y felicidad”.

En esta transformación, cabe resaltar el paso de las cooperativas de trabajo a la formalización laboral. La formalización laboral es uno de los grandes retos de nuestro sector. La formalización genera confianza, contribuye a la humanización, alinea los incentivos y mejora la calidad del servicio y la atención. Sin formalización, la agenda de humanización siempre estará incompleta.

  1. “El proceso no fue fácil porque todos los actores estaban interesados en sacar algún tipo de ventaja, hasta que se llegó a la decisión de que el operador debería ser alguien sin tacha y que no generara ningún tipo de resistencia.

Subrayé esta frase por su relevancia actual, porque describe un reto similar, en magnitud y complejidad: el lío de Cafesalud. La economía política de este sector puede ser endemoniada. La superposición de intereses diversos dificulta la toma de decisiones. Pero incumbe encontrar soluciones y las soluciones tienen que tener en cuenta (siempre) a los agentes idóneos del sector, a quienes han trabajado por muchos año con compromiso y honestidad.

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Nadar contra la corriente

Una de las consecuencias de la polarización política, de la indignación permanente, de la trivialización de los medios, en fin, de un clima intelectual adverso al pensamiento; una de las consecuencias, decía, de la crispación actual es la incapacidad de la sociedad de apreciar el cambio social. El cambio paulatino, gradual, acumulativo se ha vuelto invisible en medio de la vocinglería y la rabia colectiva. Nadar contra la corriente es, pues, un imperativo. Los tres gráficos que siguen son un pequeño aporte a esta tarea imprescindible.

El primer gráfico muestra la caída en la mortalidad infantil por infección respiratoria aguda (IRA), una consecuencia en parte de la expansión de la cobertura (y la calidad) de nuestro programa de vacunación. El segundo gráfico muestra (nuevamente) una caída de la mortalidad infantil por enfermedad diarreica aguda (EDA), una consecuencia en parte del progreso social en general.  Y el tercer gráfico muestra el aumento de las atenciones en salud (crecieron 50% en los últimos años al pasar de 380 millones de atenciones anuales a casi 600 millones), una consecuencia en parte de la expansión de la cobertura en salud y la igualación de los planes de beneficios entre los regímenes Contributivo y Subsidiado.

Los datos no cambian las opiniones, dicen. El mundo se encuentra ahora más allá de la verdad, reiteran. Pero toca insistir en los hechos, en el cambio social. No para caer en la complacencia, sino para detener (temporalmente, tal vez) el avance de las fuerzas destructivas.

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Ley Estatutaria: protección colectiva, protección individual y exclusiones

Más allá de los titulares, de los anuncios sobre la “muerte del Pos” o la inoperancia de la Ley Estaturia, nuestro país ha venido ordenando la cobertura del sistema público de salud, definiendo qué se cubre y qué no se cubre y de qué manera se paga (diferencialmente) por lo cubierto. Las definiciones son complejas, cabe reconocerlo de entrada. Se trata, al fin de cuentas, de acotar las responsabiliddes del Estado en un asunto crucial (de vida o muerte) y de respetar la jurisprudencia y el funcionamiento de sistema. Veamos cómo
funciona.

El gráfico anterior resume la cobertura del sistema de salud en el marco de la Ley Estatutaria. La ley plantea, de manera general, un conjunto de prestaciones que no pueden ser pagadas con recursos públicos, que están excluidas, por fuera de la cobertura del sistema. Las exclusiones deben cumplir al menos uno de los criterios establecidos en la ley (ser experimentales, no efectivas, no autorizadas, prestadas en el exterior o con fines meramente estéticos) y deben estar antecedidas de una discusión pública, primero, por un grupo técnico-científico y, luego, por los pacientes afectados. La ley no plantea las exclusiones de manera explícita; define de manera general el procedimiento participativo mediante el cual se determinan (ver A).

Como el universo de prestaciones es dinámico, expansivo, crece año a año, el mecanismo de exclusiones está complementado por un mecanismo para decidir la incorporación de las nuevas tecnologías. Este nuevo mecanismo evalúa algunas tecnologías en la puerta de entrada y decide, con base en su efectividad relativa y su costo, si la tecnología en cuestión entra o no al sistema. Las buenas tecnologías se incorporan a un precio negociado centralizadamente; las tecnologías promedio se incorporan a los precios de sus homólogas; y las tecnologías que no agregan valor, quedan excluidas. Este mecanismo no hace parte de la ley Estatuaria. Fue definido por una norma distinta, complementaria a la primera: el artículo 72 de la Ley 1753 de 2015 o Ley del Plan Nacional de Desarrollo (ver B).

Las prestaciones cubiertas se dividen, a su vez, en dos grupos. En un primer grupo están las prestaciones que garantizan la protección colectiva del derecho a la salud y que son, en conjunto, financiadas con cargo a la unidad de pago por capitación (UPC). En un segundo grupo están las prestaciones que garantizan la protección individual del derecho y que son ordenadas mediante el aplicativo Mipres y financiadas, una a una, por un fondo público (a cargo de la Nación en el régimen Contributivo y de los departamentos y distritos en el régimen Subsidiado). Una prestación puede pasar, por razones diversas, por la acumulación de nueva evidencia, por ejemplo, de un grupo al otro (ver C).

La protección colectiva del derecho tiene un énfasis utilitarista, está basada en un examen a priori de las necesidades de toda la población. La protección individual tiene un énfasis principista, está basado en un examen a posteriori de las necesidades de un individuo particular. Por ejemplo, los medicamentos oncológicos ya probados, sobre los que existe una mayor evidencia científica y un mayor conocimiento sobre las necesidades y demanadas colectivas, deben hacer parte del núcleo, de la protección colectiva. Los medicamentos más nuevos (y generalmente más costosos), sobre los que existe una mayor incertidumbre, deben hacer parte de la periferia, de la protección individual: solo serán cubiertos si las alternativas terapéuticas han sido agotadas y el especialista, el oncólogo en este caso, identifica la necesidad individual.

Dos aclaraciones vienen al caso. La primera, la protección de los derechos individuales por medio de un fondo púbico que complementa los recursos corrientes del sistema no es una innovación colombiana. Ha sido puesta en práctica, por ejemplo, en Inglaterra para pagar por los nuevos medicamentos oncológicos. Y segundo, en este esquema los médicos tienen la responsabilidad de decidir la expansión de la cobertura; esto es, de decidir si se pasa de la protección colectiva a la individual. En este tránsito, el médico tiene una doble responsabilidad, a saber, con su paciente y con los recursos del sistema.

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Crisis de la salud: una mirada desde la economía

  1. Canadá: Collapse of the Canadian Healthcare System
  2. México: El Sistema de Salud mexicano: ¿camino del colapso?
  3. Inglaterra: NHS chiefs warn that hospitals in England are on the brink of collapse
  4. Chile: Colapsa la red pública de salud metropolitana
  5. Puerto Rico: Understanding Puerto Rico’s Healthcare Collapse
  6. Brasil: ‘Saúde caminha para um colapso’, diz ministro
  7. España: Colapso generalizado en los hospitales públicos

La enumeración anterior sugiere que los sistemas de salud están en crisis en todo el mundo. La dimensión global de la crisis generalmente se olvida. El periodismo tiende (en todas partes) hacia el parroquialismo. Prescinde casi siempre del contexto, el análisis y la comparación. No todas las crisis son iguales por supuesto. Pero todas tienen unas causas comunes, preponderantes. Sobra decirlo, el conocimiento de estas causas es crucial para orientar la agenda reformista y concebir las políticas públicas.

Voy a mencionar dos causas fundamentales. La primera es la presión tecnológica. Un simple gráfico describe el problema. Los nuevos tratamientos contra el cáncer cuestan hoy diez veces más que hace quince años. Los medicamentos contra la hepatitis C son (en una palabra) impagables. En California, si todos los pacientes tratables fueran a ser tratados, el costo superaría el de la educación primaria y secundaria. En Rusia, coparía más de 10% de todo el presupuesto público. En Colombia, superaría los cinco billones de pesos. Un solo medicamento quebraría los sistemas de salud.

En general, las nuevas tecnologías, los nuevos medicamentos biotecnológicos, por ejemplo, han puesto una enorme carga financiera sobre los sistemas de salud. En muchos casos hay una gran brecha (casi un abismo) entre precio y valor. En otros, una creciente incertidumbre sobre los beneficios reales. En todos los casos, una enorme presión para la formulación de lo nuevo. Los controles de precios y la promoción de la competencia ayudan a aligerar el problema. Pero no lo resuelven.

La segunda causa es más compleja, es lo que el economista Victor Fuchs llama el «problema fundamental de la salud». En todo el mundo, en mayor o menor grado, los sistemas de salud han desligado el acceso de la capacidad de pago. Para muchos medicamentos y procedimientos de alto costo, el precio es en esencia cero. La protección financiera es uno de los objetivos primordiales de los sistemas de salud, pero los sistemas de precio cero generan grandes distorsiones. Como lo muestra el gráfico, generan un exceso de gasto con relación al óptimo social, al punto en el cual los beneficios igualan a los costos marginales. Si el costo se vuelve irrelevante en las decisiones, la demanda irá hasta el punto en el cual el beneficio marginal es cero. Como le oí decir a un médico intensivista hace unos meses, antes del aseguramiento, las familias pedían encarecidamente que sacaran a sus parientes de las UCI, hoy piden que los dejen allí indefinidamente. Los precios importan.

La combinación de las dos causas citadas es problemática por decir lo menos. Los costos crecientes de la innovación y la demanda desbordada, alimentada por el nulo gasto de bolsillo (“lo que nada nos cuesta…”), explican en buena medida las crisis de los sistemas de salud en todo el mundo.

De esta explicación surgen dos conclusiones. La primera es obvia. El problema no se soluciona cambiando el pagador, de privado a público o viceversa. Incluso puede exacerbarse si el sistema de salud asume la forma de un pagador ciego que paga y paga, que remunera los servicios sin importar su valor social. Infortunadamente, esta es la reforma a la salud que se propone con frecuencia en Colombia.

Y segundo, los sistemas de salud tienen que desarrollar instituciones para lidiar con las crisis permanentes. En Colombia (ver aquí un diagrama), el manejo de la crisis requiere dos tipos de políticas públicas. Unas apuntan a pagar las deudas: capitalización de EPS, saneamiento de deudas estatales e instrumentos de liquidez transitorios (créditos blandos, compra de cartera, bonos convertibles en acciones, etc.). Otras apuntan a recobrar el equilibrio: la política farmacéutica, los nuevos mecanismos de pago (que desincentivan el exceso de gasto), el Modelo Integral de Atención en Salud (que recupera el papel de los primeros niveles de atención), la evaluación de tecnologías en salud y las nuevas fuentes de recursos (la reforma tributaria, entre otras).

En suma, para superar la crisis incumbe, primero, conocer sus causas últimas, y, segundo, recuperar el equilibrio y la coherencia de los arreglos sociales.

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Lecturas sobre complejidad y salud

Conviene empezar con el discurso del economista y premio Nobel austriaco Friedrich August von Hayek pronunciado hace más de 40 años ante la academia sueca: “si el hombre va a hacer más daño que bien en sus esfuerzos por mejorar el orden social, tendrá que aprender que, en este campo, como en todos los otros en los cuales prevalece una complejidad esencial y organizada, nunca podrá adquirir un conocimiento pleno tal que tendrá un dominio completo sobre todos los eventos. Por lo tanto, deberá usar su conocimiento limitado, no para moldear los eventos como un artesano moldea su producto, sino para permitir el crecimiento mediante la creación de un ambiente propicio, como un jardinero lo hace con su jardín”.

El médico y filósofo estadounidense Ezekiel J. Emanuel, en un libro sobre los esfuerzos reformistas de su país durante el gobierno de Obama, Reinventing American Health Care, hizo la siguiente advertencia: “Un sistema de salud es un sistema abierto y complejo. Todos sus elementos están interconectados: quién presta el servicio, quién lo financia, quién lo paga, quién regula la transacción, etc. Esta complejidad implica que toda reforma tendrá consecuencias negativas e imprevistas. Incluso los cambios necesarios causarán problemas y desajustes. No existe un sistema ideal. Tampoco existe una reforma definitiva. Una vez un problema es resuelto, otros problemas, fallas y desafíos se harán evidentes. Los esfuerzos para mejorar los sistemas de salud son sísifescos casi por definición. Con una salvedad: la roca no siempre retorna al mismo punto. Algunas reformas pueden decididamente mejorar las cosas”.

El economista estadounidense Victor Fuchs ha puesto de presente una idea inquietante (y relevante): “la visión romántica se niega a aceptar la noción de que los recursos son inherentemente escasos; cualquier escasez es atribuida a un problema artificial, creado por el hombre: el capitalismo, el socialismo, las fallas de mercado o el exceso de regulación […] Puesto que niega el imperativo de la escogencia, el punto de vista romántico es incapaz de lidiar con los problemas más acuciantes de los sistemas de salud”. En su libro No hacer daño, el neurocirujano inglés Henry Marsh es ambivalente, a veces rechaza la visión romántica y asume la posición del liberalismo trágico (“we are doomed to choose”); otras veces, acoge la visión romántica y critica a quienes, en sus palabras, no entienden que la esperanza de un paciente con cáncer no tiene precio.

Katy Butler, en su memoria Knocking on Heaven´s Door:The Path to a Better Way To Death, muestra, a partir de su experiencia personal, de la muerte de su padre, de qué manera la influencia de la industria farmacéutica, los incentivos a hacer y hacer y el carácter asimétrico del cambio tecnológico (capaz de prolongar la vida, pero no de alejar la enfermedad) causan mucho sufrimiento e indignidad al final de la vida. El médico e intelectual público Atul Gawande, en su libro Being Mortal: Medicine and What Matters at the End, vuelve sobre lo mismo, enfatiza la incapacidad de la medicina moderna para atender las necesidades de los pacientes terminales en medio del frenesí tecnológico y los incentivos perversos.

En su libro The Conversation: A Revolutionary Plan for End-of-Life Care, el médico Angelo Volandes aduce que la falta de una conversación franca con las pacientes y sus familias (una solución de baja tecnología) lleva con frecuencia a tratamientos innecesarios, sin sentido, que hacen mucho daño y desperdician los recursos escasos. “Como médico, yo también he prolongado innecesariamente el proceso de la muerte”, confiesa.