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Academia

Sobre la decisión de la Corte

En general, la política antidrogas no ha tenido en cuenta los estudios, la evidencia acumulada sobre lo qué sirve y lo qué no. Los interesados pueden ver un resumen aquí.

El fallo de esta semana de la Corte Constitucional ha generado dos debates distintos, no independientes, pero distintos: uno es el debate sobre la política antidroga, esto es, sobre la necesidad de una regulación eficaz que respete los derechos humanos y enfatice la reducción del daño para los consumidores y la sociedad. 

  El segundo es un debate sobre convivencia, sobre el uso del espacio público por ciudadanos con preferencias y necesidades distintas. Voy a centrarme en este segundo debate.    La Corte, en mi opinión, tiene razón en sus argumentos esenciales: la prohibición absoluta (sin matices, sin distinguir unos casos de otros) no parece ser la mejor manera de dirimir posibles conflictos en el uso del espacio público; además, puede restringir innecesariamente algunas libertades individuales y puede prestarse para abusos policiales (así lo muestra la evidencia disponible). 

Sin embargo, tengo una preocupación. Este debate podría exacerbar los conflictos, los problemas de convivencia, las peleas entre usuarios de parques, la intolerancia de lado y lado, etc. La atención mediática y el oportunismo político podrían llevar incluso a la violencia. Algunos extremistas parecen estar promoviendo la «limpieza social». Ojalá no ocurra. Pero no sobra advertirlo.  

Personal Poesía

80 años de mi papá

pasó hace ya muchos años

[hoy estamos protestando y celebrando el paso de los años]

cuarto de bachillerato

un compañero había sido expulsado por nada, por un capricho

en protesta

otra compañera, Margarita, piernona, recuerdo bien, destrozó un ventanal con una tapa de pupitre

un estruendo de consecuencias

un escándalo mayor

la amenaza de una expulsión masiva

«todas las manzanas se pudrieron», dijo un profesor

[pobre güevón]

escribí una versión del suceso

la leí en frente de la clase en taller literario

terminaba con un homenaje al compañero expulsado

una víctima del poder caprichoso

justificaba a Margarita

todos aplaudieron con rabia

una forma de protesta

la investigación siguió su curso ominoso

citaron a los padres al colegio

llegaron cumplidos

Ocuparon una mesa en un salón contiguo a la rectoría con sus gabinetes de vidrio y ceniceros de plástico

la estética de otros tiempos

los estudiantes

[nosotros]

parados, formábamos un cuadrilátero alrededor de la mesa

El rector hizo un recuento de lo ocurrido

el ventanal destrozado

la insolencia compartida

el desprecio por la autoridad

las risas desafiantes

la altanería adolescente

[Margarita, la piernona, era una líder natural]

hablaron después algunos padres

pidieron perdón

lamentaron la pérdida de valores de la juventud

el papá de Mauricio, el compañero expulsado

[baterista, catador de hongos de boñiga, una estrella plateada en su oreja izquierda]

pidió la palabra

leyó mi relato de la protesta

el homenaje a su hijo

[a quien se lo había regalado días antes]

tenía una voz de locutor

hacia unas pausas enfáticas

terminó la lectura con un gesto de alivio

jah

nadie dijo nada más

salimos

creí que me iban a matar

“eso fue Margarita”, iba a decir

“¿quién escribió la historia?”, me preguntó

“yo”, respondí resignado

“excelente”, me dijo mi papá con una risa cómplice

así lo tengo en la memoria

así lo he recordado por años

se trata, digamos, de una herencia familiar

la intolerancia ante la injusticia

la protesta ante el poder caprichoso

la manía de burlarse de jefes y directivos

la idea simple pero definitoria de que hay algunas cosas que no podemos aceptar

esa idea que hoy, más que nunca, quiero entre lágrimas recordar

hace un mes acusaron a un profesor de tomás de acoso sexual

había sentado inocentemente a una niña en sus piernas

iba a ser expulsado

“no hizo nada, es muy buena persona, que injusticia, cómo hacen eso, además es gay”

dijo tommy con los ojos aguados

oyéndolo pensé inmediatamente, la herencia está a salvo

el nieto tampoco sabe tolerar la injusticia

gracias papi

seguiremos rebelándonos un poco en contra de lo que no está bien en este hijueputa mundo

te queremos mucho

mucho

Poesía

Nuestra tarea

Primero fue la imagen de un agujero negro

El tragaluz, la más elusiva de las criaturas

Sólo visible a los ojos de una curiosidad sin límites

Neurótica

Antigua

Esencial

El cielo, siempre un acertijo

Horas después fue una noticia distinta

Un asunto terrenal

Otra hazaña

La combinación de nuestro código genético y el de los chimpancés

Un peligroso juego entre primos

Una inevitable manipulación

Vendrán otras

Prometeo sin dioses

Instintos de alquimista

Esta semana volvimos

Al mundo de Ptolomeo

Al centro del universo

La humanidad, mitad de camino entre el átomo y la galaxia

La humanidad, el universo y el código que se piensan a sí mismos

Era nuestra tarea

Está hecha

Sólo nosotros podemos apreciarla.

Literatura

Siquiera tenemos las palabras: ideas sueltas

 
La corrupción no se combate entregándoles más poder a unos pocos políticos o funcionarios que parecen más interesados en el espectáculo que en la verdad. 
 
La civilización del espectáculo erosiona la democracia, sobresimplifica los asuntos públicos y trivializa el cambio social. 
 
Debemos recuperar el sentido de la tragedia. Hay problemas sociales que no tienen solución definitiva. Hay catástrofes imprevisibles e inevitables. 
 
La corrupción del lenguaje es causa y consecuencia de la corrupción. Las palabras pueden corromper y suelen corromperse. “El lenguaje político está diseñado para que las mentiras suenen veraces y los crímenes parezcan respetables”. 
 
Las luchas ambientales no deberían comprometer o lesionar la democracia y la dignidad humana. El ecoautoritarismo no es una buena idea. 
 
El pesimismo biológico (la conciencia plena de nuestras falencias y debilidades) es parte esencial del humanismo. La muerte, la enfermedad, el absurdo y la culpa casi nos definen. 
 
Las sociedades tienen pocos mecanismos de defensa en contra de tiranos en ciernes investidos de legitimidad y prestigio. El despotismo necesita de la colaboración de las víctimas. 
 
“Las tiranías son sobre todo un problema de la especie, una tragedia antropológica”. En las tiranías, no solo las víctimas se cuentan en millones: los victimarios también son muchos. 
 
La manipulación demagógica del bienestar de los niños es cada vez más frecuente y más ruin. Detrás de ese discurso oportunista suelen esconderse las pretensiones totalitarias de políticos extremistas. 
 
La soledad de América Latina es una incomprensión antigua: la falta de entendimiento del nuevo mundo por parte de los europeos, el doble rasero a la hora de interpretar su historia y la nuestra, su incapacidad para apreciar la complejidad de una región donde confluye toda la diversidad del mundo.
Literatura

Carver y Murakami: un encuentro fugaz

 
Murakami fue a buscarlo (en un peregrinaje personal) a un pequeño pueblo del Noroeste de Estados Unidos. Había leído una de las historias de Carver como una revelación. Después, obsesionado, había traducido varias otras febrilmente, como quien descifra un texto sagrado. 
 
M. tenía ya alguna fama en Japón. Había publicado una novela exitosa. Consideraba a C. su camarada literario. Pero C. nada sabía de eso. Para él, M. era solo un traductor entusiasta de sus cuentos. C. nunca supo que M. era un escritor. Nunca conoció sus libros.  
 
Se vieron esa sola vez en el verano de 1984. Los dos eran tímidos, pero pudieron conectarse. Hablaron durante dos horas. Tomaron té. Especularon sobre la acogida de C. en Japón. Quedaron de verse nuevamente. Una enfermedad truncó los planes. C. murió en 1988 de un cáncer de pulmón. Tenía 50 años. 
 
C. escribió un poema sobre el encuentro, un poema de un recuerdo sobre un recuerdo, El proyectil. M. aparece al comienzo y al final como un paréntesis.  
 
Tomamos té. Divagamos amablemente 
sobre las posibles razones del éxito
de mis libros en su país. Pasamos
a hablar del dolor y la humillación
que aparecen y reaparecen
en mis historias. Y ese elemento
azaroso y de qué manera todo eso se traduce 
en términos de ventas. 
Miré hacia una esquina de la habitación
y por un minuto tuve de nuevo 16 años,
patinando en la nieve
en un Dodge Sedán del 50 con cinco o seis
amigos. Enseñándoles el índice
a otros vagos, que gritaban y bombardeaban
el carro con bolas de nieve, piedras y ramas
viejas. Dimos la vuelta, gritando.
Y pensábamos dejar las cosas así.
Pero mi ventanilla estaba abierta diez centímetros.
Sólo diez centímetros. Grité 
una última grosería. Y vi a aquel tipo
preparándose para lanzar. Desde esta perspectiva,
hoy, imagino que la vi venir. Que la vi
volando por el aire mientras miraba,
como miraban aquellos soldados de principios
del siglo pasado los perdigones 
que volaban hacia ellos,
paralizados, incapaces de moverse,
fascinados por el pánico.
Pero no la vi. Ya me había dado la vuelta
para reírme con mis amigos
cuando me golpeó en un lado
de mi cabeza tan fuerte que me reventó el tímpano y cayó
en mi regazo, intacta. Una bola compacta de hielo 
y nieve. El dolor fue inmenso.
Y la humillación.
Fue terrible cuando empecé a llorar delante de los tipos 
que gritaban, Qué suerte. Ahí lo tienes. 
¡Una en un millón!
El tipo que la lanzó tenía que estar encantado
y orgulloso de sí mismo mientras recibía 
vítores y palmadas en la espalda.
Debe haberse secado las manos en sus pantalones.
Deambulado un rato más por ahí
antes de ir a comer a su casa. Creció,
tuvo su cuota de decepciones y se perdió
en su propia vida, como yo en la mía.
Nunca volvió a pensar
en esa tarde. ¿Por qué iba a hacerlo?
Siempre tenemos demasiadas cosas en que pensar.
¿Por qué recordar ese carro estúpido que,
patinando
calle abajo, giró en una esquina
y despareció?
Levantamos amablemente las tazas en la habitación.
Una habitación en la que por un minuto algo
más irrumpió. 
Academia

Las lecciones de Perú en el tema del glifosato

Estuve en Perú la semana pasada en una reunión sobre políticas antidroga. Tuve la oportunidad de conocer de cerca las políticas de control de los cultivos de coca y los proyectos de desarrollo alternativo. Conversé con las autoridades. Oí su versión (sesgada, pero interesante) de los éxitos y los fracasos, de los entusiasmos y las decepciones. 
 
Los retos son similares a los de Colombia. Han tenido éxito en la región del Alto Huallaga (donde los cultivos de uso ilícito se han reducido sustancialmente), pero no así en el llamado VRAEM (donde los cultivos han aumentado). Es la lógica de esta guerra, comprobada una y otra vez: el problema se desinfla en un lado y se infla en otro. 
 
En medio de la conversación con las autoridades peruanas, pregunté por el uso de agentes químicos en las tareas de erradicación. Me sorprendió la vehemencia de la respuesta de le director de Devida (la agencia estatal encargada del asunto): “no los usamos, es un tema absolutamente sensible con la comunidad, el tema está por fuera de cualquier discusión”. Hice la misma pregunta a algunos habitantes de las zonas cocaleras. Insistieron en lo mismo: “nunca, bajo ninguna circunstancia”.
 
Conocí, después, un decreto, expedido en el año 2000 y firmado por Alberto Fujimori (of all people), que prohíbe de manera perentoria el uso de agentes químicos en la erradicación. El decreto no deja dudas. En Perú, el uso de glifosato en las tareas de erradicación no solo está prohibido por las normas escritas, sino también por los acuerdos informales con la comunidad. Es un tema vedado. Institucional y culturalmente resuelto. 
Cabe, entonces, la pregunta: ¿Por qué la diferencia entre Perú y Colombia? ¿Por qué nuestra mayor tolerancia ante los impactos ambientales y de salud del glifosato? ¿Hemos sido, quizá, indiferentes en el pasado con los aspectos más dañinos de la política antidrogas? Al fin y al cabo, hasta hace muy poco, éramos el único país del mundo que usaba la aspersión aérea con glifosato. No deberíamos (el ejemplo peruano es aleccionador) volver a lo mismo. Nunca más. 
Literatura

shhhhhhhhhup

La conversación (que tuvo lugar en el Hay Festival en Cartagena) llevaba quince minutos. Comenzaba apenas. Probablemente Deirdre McCloskey sintió la necesidad de concitar la atención del público, de sorprender al escenario. De eso se trata el entretenimiento (y los festivales literarios son una forma de entretenimiento sofisticado). Se paró, caminó hacia una esquina del escenario y anunció que iba a hacer una representación estilizada de la historia de la humanidad, de los últimos 12 mil años o algo así.
 
Estiró el brazo hacia abajo y dobló la muñeca de manera que la mano formara un ángulo de noventa grados con el antebrazo. “Esta altura –dijo– equivale a menos de un dólar por día por persona, así empezamos hace doce mil años, 99,9% de la humanidad era pobre”. Caminó lentamente de una esquina a otra del escenario, cada paso representaba varios siglos. La mano seguía bajo, en la misma posición, la palma perpendicular al antebrazo. Nada pasó por siglos, por buena parte de la historia, decía mientras caminaba; la pobreza era la norma, 99%, señalaba con insistencia.


De un momento a otro, recorrida casi toda la historia (o el escenario que en este caso es lo mismo), comenzó a levantar la mano, primero lentamente y luego, “shhhhhhhhup”, a toda velocidad: la palma apuntaba ahora al techo del teatro. La humanidad salió de su letargo así súbitamente, dijo. Primero en Holanda e Inglaterra, luego en casi toda Europa y Estados Unidos y, más recientemente, en China e India, el estándar de vida se multiplicó, creció varios órdenes de magnitud: shhhhhhhhhup podríamos llamar al evento más significativo de la historia, la gráfica lo dice todo.


 



 

 

Deirdre McCloskey tiene una explicación. No es la acumulación de capital como argumentaron tantos economistas. Tampoco las instituciones, la protección de los derechos de propiedad y el control al poder arbitrario de monarcas y emperadores, como han afirmado recientemente algunos historiadores económicos. Fueron las ideas, en particular, la adopción o aceptación de una idea transformadora: el liberalismo igualitario con su mensaje de libertad y dignidad para la gente del común.
La revolución –dijo– comienza en Holanda, con el crecimiento de la burguesía, con el rechazo de las costumbres aristocráticas y con el crecimiento concomitante del prestigio social de los mercaderes, lo que implicó, a su vez, la valoración del trabajo y la disciplina que imponen los mercados. Este fenómeno, enfatizó, se denomina usualmente “capitalismo”, pero el nombre es equivocado, debería llamarse: “avance tecnológico e institucional a un ritmo frenético puesto a prueba por el libre intercambio entre las partes involucradas”.
Lo que importa éticamente, dijo, no es la igualdad de resultados, son las condiciones de vida de los trabajadores, del hombre de la calle. “Los ricos se han enriquecido, pero los pobres también. Y para ellos significa mucho más”. “La desigualdad de cualquier forma imaginable de confort genuino (no representado por el número de Rolex) ha disminuido”. “La pobreza absoluta ha caído fuertemente, no tanto así la pobreza relativa, pero la primera, digan lo que digan los clérigos, es la que importa”.
Al final de la conversación, ya relajados, cuestioné algunos de sus argumentos: las sociedades más desiguales, le dije, son más violentas y menos saludables; el poder económico puede cooptar el poder político y cambiar las reglas a su favor; además, el desafío ambiental parece cada vez más acuciante. No prestó mucha atención. Volvió sobre lo mismo. Todo es cuestión de perspectiva, dijo, hay problemas, como siempre, los clérigos seguirán con sus letanías autoincriminatorias, pero los hechos son incontrovertibles. En suma, shhhhhhhhhup.
Razón no le falta.
Literatura Reflexiones

La salvación del ateo

El sábado anterior, en el festival literario Parque 93 en Bogotá, en medio de una conversación con  Piedad Bonnett, la periodista y librera Claudia Morales me hizo una pregunta paradójica, inquietante podría decirse: “¿es el ateísmo una especie de salvación?” 
 
Había unas 300 personas sentadas en la grama, relajadas, pero vigilantes, pendientes de una respuesta concreta a la paradoja en cuestión. Me quedé inicialmente paralizado por unos segundos, confundido, con una mezcla de temor y desconcierto. Pasado el susto, traté de articular una respuesta. Me tocó echar mano de algunas ideas que había escrito o reseñado, en un contexto diferente, en mi libro Hoy es siempre todavía
 
Los ateos, dije, sabemos que no hay salvación ni condena, estamos convencidos de que la muerte es para siempre. Sospechamos, además, que la vida no tiene un sentido intrínseco, que el absurdo es parte de todo esto. Pero no nos resignamos. Tratamos de inventar un sentido, de creernos un cuento, de buscar un propósito…“Podemos imaginarnos a Sísifo feliz”. En suma, esa búsqueda es nuestra salvación, la única posible. 
 
Habría podido también mencionar, como respuesta, una suerte de invitación al optimismo trágico que leí hace algunas semanas en alusión a los poemas de la poeta uruguaya Idea Vilariño: “una sed de absoluto que se sabe perdida, la conciencia de la muerte, de la finitud del amor, la intensidad de algunas rebeldías y la intensidad también del deseo, pero sobre todo, la terca actitud ética de mirar esos límites con valor, de aceptarlos con libertad, de no engañarse”. 
 
Mencioné, de paso, de manera burda, sin ahondar en los detalles, un poema tardío de Borges sobre Baruch Spinoza que resume la única salvación posible para el escéptico: inventar un dios personal, un sentido imaginario. Me habría gustado declamar el poema. No pude. No lo tenía en la memoria. Con los años la memoria se manda sola, caprichosa, registra solo lo que quiere. Vale la pena, en todo caso, traer a cuento el poema de Borges. 

 
Nos lleva el tiempo como a las hojas los ríos, la muerte nos torna en nada, pero imaginamos un sentido, un dios sin odios, que nos enseña, en últimas, la importancia del «amor que no espera ser amado”. Esa es, quizá, la verdadera salvación del descreído.
Academia Reflexiones

Una reflexión

En los años ochenta, en medio de las negociaciones de paz con las guerrillas, un grupo de científicos sociales en Colombia (serían conocidos después como los violentólogos) introdujeron el término (o la hipótesis) de las causas objetivas de la violencia. La exclusión política, la desigualdad y la falta de oportunidades, se decía, eran las causas preponderantes del conflicto y de las muchas formas traslapadas de violencia.

En los años noventa, en medio de la aceleración de conflicto, del aumento exorbitante de los homicidios, otro grupo de científicos sociales, entre ellos, Mauricio Rubio, Carlos Esteban Posada, Malcolm Deas, Fabio Sánchez y Fernando Gaitán cuestionaron (empíricamente) la hipótesis de las causas objetivas. Con datos, con cifras y escrúpulos positivistas, mostraron que la impunidad, la inoperancia de la justicia y los problemas del ejército y la policía eran los principales generadores de violencia, los factores que subyacían el crecimiento de los grupos armados y la violencia. El argumento ponía de presente una suerte de circularidad: la impunidad genera violencia y la violencia desatada desborda al Estado y produce impunidad y más violencia.

Detrás de una discusión en apariencia instrumental, había un debate ético, filosófico, muy complejo, no resuelto, a saber: muchos veían en la hipótesis de las causas objetivas una justificación velada de la violencia, una validación de cierto discurso que seguía insistiendo en la legitimidad de los asesinatos como instrumento de cambio social. El debate nunca ha desparecido del todo. La discusión empírica no es definitiva, deja espacio para la ambigüedad: la conexión entre violencia y desigualdad, por ejemplo, es evidente, pero es también insuficiente para explicar la permanencia de los grupos guerrilleros en Colombia o las altas tasas de homicidios de los años ochenta y noventa.

 

No quisiera insistir en un debate que deberíamos superar. La corrupción y la exclusión social son desafíos pendientes de nuestra sociedad. Pero decir que por ello, que como consecuencia de estos desafíos, el terrorismo y el asesinato son inevitables, no solo es empíricamente inexacto, sino éticamente problemático. Las causas objetivas son muchas. Una de ellas ha sido también nuestra incapacidad de rechazar, sin ambages, sin notas de pie de página, sin justificaciones de ningún tipo, a quienes usan la violencia y el asesinato con fines políticos.

Personal Poesía

Recuerdo imprevisto

Mi primo, el osado, el viajante,
estaba de regreso, traía un buen número de historias nuevas,
aventuras, excesos, desviaciones,…
las escuchábamos con curiosidad, ávidos de cuentos,
niños de provincia aburridos del aburrimiento.

Tenía una cámara nueva, la mejor de la ciudad,
conocía el oficio de la fotografía,
ese espejo inquietante.
Encontró un refugio precario en la publicidad,
intentó ser un promotor resignado del capitalismo,
pero no encajó, no pudo.
Fue despedido con honores,
su talento no cabía en la ciudad de entonces.

Pasó el tiempo,
dejé de verlo por varios meses,
había vendido la cámara, rumoraban.
Llegó un día a la hora de almuerzo,
con un vestido nuevo de vendedor domiciliario.
Vendía ahora tumbas de un nuevo cementerio,
se ganaba la vida con la muerte:
mostraba una fotografía en blanco y negro de una tumba agrietada con flores marchitas y decía con una insistencia triste, ¿quién quiere terminar así?

Mi papá era muy joven,
pero compró la tumba sin preguntar,
no sólo por caridad, ahora entiendo,
también como protesta,
como quien regaña a los dioses por su perversidad,
por la vida.

Te quiero Luiso.