Mi primo, el osado, el viajante,
estaba de regreso, traía un buen número de historias nuevas,
aventuras, excesos, desviaciones,…
las escuchábamos con curiosidad, ávidos de cuentos,
niños de provincia aburridos del aburrimiento.
Tenía una cámara nueva, la mejor de la ciudad,
conocía el oficio de la fotografía,
ese espejo inquietante.
Encontró un refugio precario en la publicidad,
intentó ser un promotor resignado del capitalismo,
pero no encajó, no pudo.
Fue despedido con honores,
su talento no cabía en la ciudad de entonces.
Pasó el tiempo,
dejé de verlo por varios meses,
había vendido la cámara, rumoraban.
Llegó un día a la hora de almuerzo,
con un vestido nuevo de vendedor domiciliario.
Vendía ahora tumbas de un nuevo cementerio,
se ganaba la vida con la muerte:
mostraba una fotografía en blanco y negro de una tumba agrietada con flores marchitas y decía con una insistencia triste, ¿quién quiere terminar así?
Mi papá era muy joven,
pero compró la tumba sin preguntar,
no sólo por caridad, ahora entiendo,
también como protesta,
como quien regaña a los dioses por su perversidad,
por la vida.
Te quiero Luiso.
Unknown
15 diciembre, 2018 at 5:41 amDoctor Alejandro, Soy Diego Aguirre hijo de una paciente con cáncer Colorectal y quisiera hacerle una petición sí es posible. Gracias
Alejandro Gaviria
15 diciembre, 2018 at 11:56 amPor supuesto. Escríbame a [email protected]. Quedo pendiente
Anónimo
23 diciembre, 2018 at 5:51 pmHoy en dia es más cierto que nunca, del impetu de ser joven, cada vez es mas dificil que algo quede dadas la dinámicas que obligan a vender más que el alma. Muy irónico vender tumbas…
Anónimo
23 diciembre, 2018 at 5:56 pmHoy en dia es más cierto que nunca, del impetu de ser joven, cada vez es mas dificil que algo quede dadas la dinámicas que obligan a vender más que el alma. Muy irónico vender tumbas…