Murakami fue a buscarlo (en un peregrinaje personal) a un pequeño pueblo del Noroeste de Estados Unidos. Había leído una de las historias de Carver como una revelación. Después, obsesionado, había traducido varias otras febrilmente, como quien descifra un texto sagrado.
M. tenía ya alguna fama en Japón. Había publicado una novela exitosa. Consideraba a C. su camarada literario. Pero C. nada sabía de eso. Para él, M. era solo un traductor entusiasta de sus cuentos. C. nunca supo que M. era un escritor. Nunca conoció sus libros.
Se vieron esa sola vez en el verano de 1984. Los dos eran tímidos, pero pudieron conectarse. Hablaron durante dos horas. Tomaron té. Especularon sobre la acogida de C. en Japón. Quedaron de verse nuevamente. Una enfermedad truncó los planes. C. murió en 1988 de un cáncer de pulmón. Tenía 50 años.
C. escribió un poema sobre el encuentro, un poema de un recuerdo sobre un recuerdo, El proyectil. M. aparece al comienzo y al final como un paréntesis.
Tomamos té. Divagamos amablemente
sobre las posibles razones del éxito
sobre las posibles razones del éxito
de mis libros en su país. Pasamos
a hablar del dolor y la humillación
que aparecen y reaparecen
en mis historias. Y ese elemento
azaroso y de qué manera todo eso se traduce
en términos de ventas.
Miré hacia una esquina de la habitación
y por un minuto tuve de nuevo 16 años,
patinando en la nieve
en un Dodge Sedán del 50 con cinco o seis
amigos. Enseñándoles el índice
a otros vagos, que gritaban y bombardeaban
el carro con bolas de nieve, piedras y ramas
viejas. Dimos la vuelta, gritando.
Y pensábamos dejar las cosas así.
Pero mi ventanilla estaba abierta diez centímetros.
Sólo diez centímetros. Grité
una última grosería. Y vi a aquel tipo
preparándose para lanzar. Desde esta perspectiva,
hoy, imagino que la vi venir. Que la vi
volando por el aire mientras miraba,
como miraban aquellos soldados de principios
del siglo pasado los perdigones
que volaban hacia ellos,
paralizados, incapaces de moverse,
fascinados por el pánico.
Pero no la vi. Ya me había dado la vuelta
para reírme con mis amigos
cuando me golpeó en un lado
de mi cabeza tan fuerte que me reventó el tímpano y cayó
en mi regazo, intacta. Una bola compacta de hielo
y nieve. El dolor fue inmenso.
Y la humillación.
Fue terrible cuando empecé a llorar delante de los tipos
que gritaban, Qué suerte. Ahí lo tienes.
¡Una en un millón!
El tipo que la lanzó tenía que estar encantado
y orgulloso de sí mismo mientras recibía
vítores y palmadas en la espalda.
Debe haberse secado las manos en sus pantalones.
Deambulado un rato más por ahí
antes de ir a comer a su casa. Creció,
tuvo su cuota de decepciones y se perdió
en su propia vida, como yo en la mía.
Nunca volvió a pensar
en esa tarde. ¿Por qué iba a hacerlo?
Siempre tenemos demasiadas cosas en que pensar.
¿Por qué recordar ese carro estúpido que,
patinando
calle abajo, giró en una esquina
y despareció?
Levantamos amablemente las tazas en la habitación.
Una habitación en la que por un minuto algo
más irrumpió.
Miguel Barrios Payares
23 marzo, 2019 at 6:17 pmVaya qué encuentro. Carver no lo sabía, pero eran hermanos de tinta.
Bonito recuento del recuerdo de un recuerdo.
Unknown
26 marzo, 2019 at 2:39 pmUn poema muy carveriano. Una pequeña historia donde está todo. Murakami por momentos, sobre todo en sus cuentos, logra crear una atmósfera muy a lo Carver.
Anónimo
27 marzo, 2019 at 7:08 pmHola Alejandro, cómoe estás, soy David Cornejo, consultor de comunicaciones de América Economía y te escribo porque queremos invitarte a una de nuestras conferencias del área Salud que realizaremos en Cali en junio. Mi correo es [email protected] Saludos y gracias!
Unknown
31 marzo, 2019 at 11:02 pmDoctor Gaviria, le puedo hacer una consulta ? estoy haciendo un trabajo sobre los beneficios economicos que pueden tener los recicladores de oficio en su transicion a la formalización ( segun decreto 596 ) y teoricamente lo estoy soportando sobre el papel del estado en brindar las condiciones y los incentivos economicos para que los recicladores decidan formalizarse. Que grandes economistas teoricos puedo citar que valoren el papel del estado en la creacion de las condiciones y los incentivos economicos para que estas poblaciones vulnerables se puedan
integrar a la formalizacion laboral ?
Alfredo Rojas Otálora
2 abril, 2019 at 3:45 amDr. Gaviria, lo felicito por lo que ha hecho, desde su trabajo en el ministerio de Salud, hasta en su lucha contra el cancer, desde su ejercicio de escritura, hasta su trabajo en los Objetivos de Desarrollo.
En fin, algún día me gustaría poder conversar sobre ideas que se pueden desarrollar para mejorar la calidad de vida de los jóvenes y reducir la violencia con inversiones bajas pero que tiene gran retorno social, y que paradojicamente, en parte aprendí de la inversión social del Plan Colombia, así como de mi trabajo doctoral que por diversas razones no trascendió como yo esperaba, pero que implica cierta tecnología social que puede ser útil para estas mejoras sociales, que como creo que piensa, deben estar un poco distanciadas de ideologías y ser mas humanistas con los pies en la tierra.
Bueno, mi nombe es Alfredo Rojas Otálora y soy docente investigador de la Universidad Nacional a Distancia y la Universidad del Norte. Mi correo es [email protected]
Tal ves un dia podamos conversar sobre estas cosas, y también, un poco sobre literatura y utopías.
Saludo cordial