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29 noviembre, 2017

Literatura

Reseña de la biografia de Rodolfo Llinás

Pablo Correa ha escrito un libro especial, una rareza en nuestro medio: un
libro de divulgación científica claro y profundo al mismo tiempo. No era una
tarea fácil por al menos tres razones: Llinás el científico, el intelectual y el
individuo. Los tres son complejos. Inescrutables unas veces. Inquietantes
otras. Interesantes siempre.

El individuo 

En cierta medida el Dr. Llinás representa el estereotipo del científico: ensimismado, excéntrico,
adicto al trabajo, intolerante con la mediocridad, agresivo intelectualmente, etc.

Pero, como lo muestra sutilmente el libro, hay un atributo de su personalidad que resalta
sobre los demás: el arrojo, la seguridad en sí mismo. Llinás es la antítesis
del intelectual periférico. No tiene miedo. No es Caldas temblando ante
Humboldt. Ni Patarroyo abrumado por su origen, por su condición de hombre de
ciencias del tercer mundo. Cuando era un joven estudiante de medicina, se
empecinó en ir a visitar al famoso neuro-fisiólogo y premio Nobel suizo Walter Hess: “me
aparecí por el instituto. Les expliqué que era in estudiante de medicina. Les
pareció fantástico. No habían visto a un suramericano”. Siempre, desde el
comienzo de su carrera, se codeó con los grandes científicos de su campo. Nunca
se amilanó ante los jerarcas de la neurociencia. Nunca lució intimidado por su
origen geográfico. Todo lo contrario. La autoconfianza casi lo define.

Hay otra característica sobresaliente del Dr. Llinás que también resalta el  libro: su
relación con las mujeres y con los asuntos prácticos de la vida. Hay allí un
elemento garciamarquiano. O al menos, un elemento presente en las obras de
García Márquez. Úrsula Iguarán, recordemos, se ocupaba de todos los asuntos de
la casa mientras el Coronel Aureliano Buendía elaboraba pescaditos de oro en un improvisado laboratorio de alquimista. A Llinás, las mujeres lo alistan como un niño, lo protegen de las
inclemencias de la vida práctica y lo ayudan en las relaciones sociales. “No se
entera de nada, tengo que resaltarle en rojo, con espacios, lo importante”,
dice Patricia su hermana con candidez. Patricia jugó un papel clave en este
libro. Sin ella, infiero, el biógrafo habría fracasado en el intento. 
El científico 

Llinás es un científico multifacético. Se ocupa con igual maestría de las
pequeñas y las grandes preguntas. Hace un trabajo impecable en el laboratorio y
es al mismo tiempo un pensador original. Se desenvuelve con presteza en lo micro y en lo macro. Es un experto en el sistema nervioso y en la teoría de la
mente.

Tal vez su visión más interesante, como se muestra con claridad en el libro, es la del
cerebro como una maquina anticipatoria; activa, no reactiva; automática, no
dependiente de los estímulos externos. Una máquina que predice el próximo
movimiento, que “camina sola” por decirlo de alguna manera. Los tunicados
tienen cerebro cuando se desplazan en el mar al comienzo de sus vidas. Lo
pierden cuando, más tarde, ya en su madurez, se transforman en plantas marítimas.

En el mismo sentido, sugiere el Dr. Llinás, el pensamiento es activo y automático. El
cerebro es también una máquina de soñar. En la noche, sin estimulos, lo hace
caprichosamente. En el día, con estímulos, tiene más restricciones. Pero en
general el cerebro parece autónomo, genera sus propias historias, sus propios
mapas y modelos virtuales del mundo. Cuando se juntan o se unifican las dos
historias, la generada internamente y la realidad externa, surge el sí mismo.
La máquina de soñar se reconoce, entonces, a sí misma.

El libro narra otras dos historias interesantes e inquietantes al mismo tiempo. Ambas
muestran una faceta distinta del Dr. Llinás, su faceta de científico aplicado,
su regreso a la medicina. La primera historia tiene que ver con las
trepanaciones del doctor Jeanmonod y la magneto-encefalografía. Sin conocer los
detalles, basado meramente en lo publicado en el libro, el asunto parece
extraño. La conexión entre la teoría (las disritmias talamocorticales) y la
práctica quirúrgica (las microcirugías craneanas) parece incipiente. Insuficientemente
explorada. El libro no menciona la existencia de ensayos clínicos. Ni de
estudios de seguridad y eficacia. Las anécdotas son convincentes,
pero no pueden por sí solas, creo yo, justificar un procedimiento invasivo con
obvias consecuencias bioéticas.

La segunda historia tiene que ver con las nanoburbujas. El libro menciona la evidencia
de sus propiedades benéficas en animales y describe también una teoría
plausible sobe los mecanismos moleculares. Pero la teoría es preliminar.
Todavía especulativa. Por lo tanto, los ensayos
clínicos propuesto en Colombia por el Dr. Llinás hace unos años son, en mi opinión, inquietantes.
Afortunadamente no
fructificaron. Las nanoburbujas, sugiere el libro, son todavía una teoría en
construcción. Sus aplicaciones tendrán que esperar más tiempo.

El pedagogo 

El libro muestra otro papel del Dr. Llinás, su papel de pedagogo y hombre público. Es el
papel que más lo ha acercado a Colombia.  El que lo ha conectado con su país.
Pero ha sido también un papel frustrante. Lo ha enfrentado a un monstruo
conocido e invencible: la burocracia estatal.  
Su visión de la educación es clara: debe enfatizarse la creatividad y proscribirse la
memorización y el aprendizaje sin contexto. El aprendizaje solo ocurre, en su
opinión, si existe un marco general, una cosmología. Nunca aprendió mucho de
sus maestros en el colegio y la universidad. Aprendió, eso sí, de su abuelo y sus
tutores. Sobre la educación en Colombia, escribió lo siguiente: “se enseña sin
asegurarse de que se entienda lo aprendido. La diferencia entre saber y
entender es monstruosa”. 
Esta parte de la biografía es triste. La misión de los sabios quedó en nada, la
máxima grandilocuencia y el mínimo de resultados. Los esfuerzos posteriores de
Llinás por desarrollar un pensum para la educación, desde prescolar a
bachillerato, quedaron engavetados. Y el esqueleto de tiranosaurio que quiso
traer a Colombia y del cual regaló la cabeza, quedó desmembrado, convertido, como bien lo señala le libro, en
una metáfora involuntaria sobre la ciencia y la educación colombianas. 
La pregunta difícil 
La pregunta difícil, en palabras del filósofo australiano David Chalmers, es la
pregunta por el carácter subjetivo de la experiencia, por la conciencia.
Rodolfo Llinás pertenece a dos campos: el del naturalismo (poético), que insiste en que
la conciencia puede ser explicada por las leyes de la física; y el del
optimismo, que insiste en que la ciencia, más temprano que tarde, revelara el
misterio. Si alguien me dijera: ‘le explico cómo funciona el cerebro, pero luego
lo mato’, yo le diría ‘perfecto’”, cuenta Llinás al comienzo del libro. La
frase resume una vida dedicada a la más difícil de las preguntas y contada con maestria por esta, su primera biografía.