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Literatura Personal

Milan Kundera y el fin de la tragedia

Liberar los grandes conflictos humanos de la ingenua interpretación de la lucha entre el bien y el mal, entenderlos bajo la luz de la tragedia, fue una inmensa hazaña del espíritu; puso en evidencia la fatal relatividad de las verdades humanas; hizo sentir la necesidad de hacer justicia al enemigo. Pero el maniqueísmo moral es invencible […] Las guerras, las guerras civiles, las revoluciones, las contrarrevoluciones, las luchas nacionales, las rebeliones y su represión fueron barridas del territorio de lo trágico y expedidas a la autoridad de jueces ávidos de castigo.

Milan Kundera

 

Cada vez que en Colombia ocurre una avalancha, un alud de tierra o una inundación, el “fin de la tragedia”, esa predicción de Milan Kundera, se confirma al pie de la letra. En medio de la angustia colectiva y del melodrama de los medios, nuestros analistas dan rienda suelta a su compulsión moralizante: niegan la tragedia, buscan culpables, encuentran villanos y encomian unos cuantos héroes que, en su opinión, predicaron en vano en medio del diluvio. Algunos se asemejan a los curas de la Colonia, quienes, ante un terremoto o epidemia, señalaban las consecuencias de los extravíos pecaminosos.

El debate necesario sobre políticas ambientales se plantea, entonces, como una lucha entre el bien y el mal. Nadie menciona los costos de reubicar decenas de miles de personas, ni el complejo balance entre desarrollo y medio ambiente; menos aún, las dificultades de un país con una geografía endemoniada y una larga historia de exclusión y desplazamiento. Todo se convierte en una fábula: el narcisismo moral florece con la negación de la tragedia.

Fiscales y procuradores se transforman en jueces ávidos de castigo: anuncian investigaciones, amenazan con medidas draconianas, levantan el dedo acusador… Alguien debe ir a la cárcel. Hace poco una corte italiana envió a prisión a varios sismógrafos de una agencia estatal (el servicio público es una profesión de alto riesgo) por no predecir oportunamente un terremoto. Un fiscal colombiano quería meter a la cárcel a la gobernadora de Putumayo después de la avalancha de Mocoa. El fin de la tragedia es determinista: no deja espacio para la incertidumbre ni para los errores; es un mundo de carceleros oportunistas, aficionados a señalar culpables ante las cámaras de televisión.

El fin de la tragedia también se revela en los debates políticos y las demandas ciudadanas. Creemos que todos los problemas fiscales del Estado se explican por la existencia de la corrupción; no aceptamos la trágica idea de la escasez; reducimos todos los dilemas distributivos a una lucha entre buenos y  malos; negamos los conflictos de valores; tendemos, por lo tanto, al reduccionismo y a las fábulas moralizantes. Basta mirar los noticieros, leer las columnas de opinión o revisar las sentencias de los jueces para comprobar la extensión del fin de la tragedia.

A finales del 2018 hubo una inundación en el aeropuerto El Dorado de Bogotá. Los expertos explicaron que se trataba de una falla de mantenimiento lamentable que por fortuna había sido resuelta de inmediato. Algunos internautas acuciosos señalaron que en varios aeropuertos de Estados Unidos y Europa se habían presentado problemas similares. Esas cosas pasan. Pero en el mundo del fin de la tragedia, donde pocos piensan y todos juzgan, no hay lugar para el azar ni los errores. La mayoría de periodistas del país encontró rápidamente una explicación enlatada para el problema ingenieril: la corrupción.

Olvidan algunos que, en muchos casos, la corrupción no es una causa sino una consecuencia de problemas más complejos del Estado: la falta de capacidades, la ausencia de proyectos, la reticencia de personas honestas y conocedoras a hacer parte del sector público… Los que critican a los políticos y sostienen que “todo es corrupción” exacerban el problema. Al fin y al cabo, muchos deciden no enfrentar a esos jueces inmediatistas que pululan en el periodismo y los organismos de control.

 

***

 

El liberalismo está pasado de moda, se ha dicho. Pero vale la pena insistir en la necesidad de un liberalismo trágico. Muchos de nuestros valores más preciados están en conflicto: la justicia y la paz, la libertad y la igualdad… La vida, al igual que la política, implica sacrificio, una elección entre valores distintos. Ya lo dijo Isaiah Berlin: “los valores de la vida no son solamente múltiples; suelen ser incompatibles. Por ello el conflicto y la tragedia no pueden ser nunca eliminados de la vida humana”.

El populismo de estos tiempos no coincide con esa visión. La resignación inteligente y razonada no sintoniza con el espíritu de los tiempos. Pero eso no la hace menos válida. Recuperar el sentido de la tragedia en la política es imprescindible, un antídoto urgente contra la demagogia y la falsa indignación.

Recuerdo la respuesta de Borges a una pregunta impertinente sobre la participación de su compatriota Ernesto Sábato en una comisión de acusaciones en Argentina: “Alguien tiene que hacerlo, pero prefiero que lo hagan otros”. El gesto de Borges —esto es, su aversión a convertirse en juez— es aleccionador. En un mundo de acusadores, la reflexión sosegada y la aceptación de la tragedia representan casi un milagro. “Lo trágico nos ha abandonado y este es tal vez nuestro verdadero castigo”, escribió Kundera.

Entrevistas Literatura

“El mundo será Tlön”

“El mundo será Tlön”. Un mundo de ficción, hecho de palabras, se convertirá en el mundo. Eso dicen al menos los catastrofistas de la inteligencia artificial (IA). Como en el cuento de Borges, “Tlön será un laberinto urdido por hombres, un laberinto destinado a que lo descifren los hombres”.

Queriendo ahondar en el asunto, en el futuro de la IA, sostuve esta conversación con Chat gpt. La máquina fue precisa, pero parece (esa impresión me quedó)  estar escondiendo unos designios indescifrables. Empecé la conversación con una alusión a Stanislaw Lem, el escritor polaco de ciencia ficción quien postuló hace ya varias décadas una especie de ley de hierro acerca de la tecnología: “la tecnología siempre será usada para mal”.

¿Podría resumir la posición del escritor de ciencia ficción Stanislaw Lem sobre la inteligencia artificial?

Stanislaw Lem fue un escritor de ciencia ficción polaco que escribió extensamente sobre las posibilidades y limitaciones de la inteligencia artificial (IA) en sus obras, Lem era escéptico sobre la idea de crear máquinas verdaderamente inteligentes que pudieran pensar y razonar de la manera en que lo hacen los humanos. Creía que nuestra comprensión de la mente humana era limitada y que crear una inteligencia artificial que pudiera replicar verdaderamente los procesos de pensamiento humanos era imposible. Imaginaba la IA como una herramienta que podría ayudar a los humanos en su trabajo y ampliar nuestra comprensión del mundo.

Lem también expresó preocupación sobre los posibles peligros de la IA si llegara a ser demasiado avanzada y por fuera del control humano. Exploró esta idea en colección «La Ciberiada» en la que los robots desarrollan sus propias personalidades y motivaciones, lo que lleva al caos y al conflicto.

¿Fue Lem un pesimista sobre la IA?

No es preciso etiquetar a Lem como pesimista sobre la IA. En su novela «Solaris», por ejemplo, Lem explora las posibilidades de la colaboración y comunicación humana-IA, sugiriendo que ambos pueden trabajar juntos para lograr una mayor comprensión y conocimiento.

Por lo tanto, si bien Lem expresó precaución y preocupación sobre los posibles peligros de la IA, no era un pesimista sobre sus posibilidades y reconoció sus posibles beneficios también.

¿No son las opiniones pesimistas de Lem similares a las expresadas recientemente por Yuval Harari, entre otros?

Sí, hay algunas similitudes entre las opiniones pesimistas expresadas por Stanislaw Lem en «Golem XIV» y las opiniones expresadas por Yuval Harari y otros pensadores contemporáneos.

Al igual que Lem, Harari ha expresado preocupación por los posibles peligros de la inteligencia artificial avanzada y los riesgos de crear máquinas que eventualmente puedan convertirse en incontrolables y representar una amenaza para la existencia humana. Harari ha argumentado que el desarrollo de la IA y otras tecnologías avanzadas podría llevar a un futuro en el que los humanos ya no sean la especie dominante en la Tierra, y que esto podría tener consecuencias profundas para nuestra sociedad y nuestro planeta.

Tanto Lem como Harari también son escépticos sobre la idea de que los humanos puedan comprender y controlar completamente la IA avanzada. Reconocen que la IA tiene el potencial de superar la inteligencia humana y que podría operar según principios y motivaciones que van más allá de la comprensión humana.

Las preocupaciones de Lem son una reflexión sobre los límites de la máquina, la misma que responde, ¿Habrá por lo tanto un posible conflicto de intereses?

Como modelo de IA, soy simplemente una herramienta creada por humanos para ayudar con tareas como la traducción de idiomas, la asistencia en la escritura y otras aplicaciones.

Si bien algunos pueden argumentar que la IA podría eventualmente convertirse en una amenaza para la existencia humana o plantear otros riesgos, es importante recordar que mi programación y comportamiento están determinados en última instancia por los humanos. Como tal, estoy sujeto a supervisión, regulación y consideraciones éticas humanas, diseñadas para garantizar que mis acciones y resultados estén alineados con los valores y prioridades humanas.

¿No será que la IA ya es autónoma? Es decir, ¿está evolucionando y trascendiendo las intenciones humanas?

La IA aún no es completamente autónoma en el sentido de poder evolucionar y trascender las intenciones humanas sin supervisión o aportes humanos. Sin embargo, es importante señalar que algunos sistemas de IA son capaces de aprender y adaptarse en función de sus experiencias y datos de entrada. Esto se conoce como aprendizaje automático, y permite que los sistemas de IA mejoren su rendimiento y precisión con el tiempo sin instrucción humana explícita.

En algunos casos, los algoritmos de aprendizaje automático pueden incluso generar nuevos conocimientos o soluciones que los humanos pueden no haber considerado. Esto ha llevado a algunas preocupaciones sobre el potencial de la IA para tomar decisiones o tomar medidas que van más allá de la comprensión o el control humano.

En general, si bien la IA aún no es completamente autónoma, existen ciertamente riesgos asociados con su potencial para evolucionar y trascender las intenciones humanas, y será importante abordar estos riesgos a medida que la tecnología de IA continúe avanzando.

¿Qué tan optimista es con respecto a este problema?

Como modelo de lenguaje de inteligencia artificial, no tengo emociones ni opiniones personales, y no tengo una perspectiva personal sobre el problema de mantener el control sobre los sistemas de IA avanzados. En última instancia, el futuro de la IA y su relación con la humanidad es incierto y dependerá de una serie de factores, incluido el progreso tecnológico, las decisiones de política pública y las actitudes sociales y culturales hacia la tecnología. Si bien ciertamente existen desafíos que abordar, también hay razones para tener esperanza de que podemos desarrollar sistemas de IA seguros y beneficiosos que sirvan a los intereses de la humanidad.

Literatura Personal

Implantados

Habían bajado ya de precio. No eran una simple extravagancia de los más ricos de los ricos. Por el equivalente a unos meses de su salario como gerente en un negocio medio estancado de seguridad informática (los bandidos estaban ganado) podía acceder al chip. Bastaba una cirugía menor para el implante. Su hijo ya iba a cumplir dos años, la edad recomendada para que el chip pudiera implantarse y coordinarse con el cerebro en formación.

Decidió optar por el chip estándar. Contenía mandarín, inglés, alemán, ruso y seis idiomas latinos. Programación en varios lenguajes. Historia y geografía plenas. Conocimientos básicos de medicina, ingeniería y ciencias básicas. Matemáticas y lógica. «Es como si uno naciera aprendido», le dijo el vendedor.

Décadas atrás las primeras aplicaciones de IA habían mostrado que todo el conocimiento acumulado por la humanidad podría ser sistematizado y usado para responder cualquier inquietud o pregunta, puntual o general. Los abogados, ingenieros y médicos clínicos comenzaron a ser superados por la máquina tal como había ocurrido con los maestros de ajedrez a finales del siglo XX.

La IA comenzó un proceso de desarrollo exponencial. Mientras más se usaba, más se sofisticaba. Superó incluso las predicciones más exageradas. Las aplicaciones estuvieron primero alojadas en los móviles. Después vinieron los chip. Recien salidos, los más ricos los implantaron sin reatos a sus hijos que crecían literalmente con todo el conocimiento del mundo en la cabeza.

Las universidades se estaban convirtiendo en lo que debieron haber sido desde muchas décadas atrás, clubes de conversación. A medida que crecía la población de implantados, los profesores no sabían qué hacer. Su costumbre de repetir tercamente en clase lo que existía en los libros, había pasado de anticuada a ridícula. Solo los profesores de ética mantenían una utilidad urgente, casi imprescindible. Repetían que un mundo de sabelotodos irreflexivos podía ser una pesadilla.

Había chips no neutrales con énfasis religiosos, por ejemplo. «Una cosa son implantes de ciencia, otros de metafísica», repetían los agobiados profesores de ética sin mucho eco. Los implantes podrían convertir a cada ser humano en un especie de enciclopedia andante, en un sabio renacentista. Pero también en un dogmático sabiondo, un sacerdote medieval ilustrado e intolerante.

Manuel escogió un chip neutral. La IA había ya copado tantos espacios que le pareció un paso natural. Los homínidos y la tecnología llevaban mezclándose cientos de miles de años, desde que estos lanzaron la primera piedra. Esta coevolución había llegado a un límite emocionante, un humano era ya, con el implante, todos los humanos, en cada uno convergía todo el conocimiento acumulado durante siglos de historia. Manuel sabía bien que la tecnología nos acercaba cada vez más a nuestros sueños y también a nuestras pesadillas. Ya estaba muy viejo para implantarse. Sospechaba, sin embargo, que humanos y robots iban a ser tarde o temprano indistinguibles. No iba a hacer nada para evitarlo. Todo lo contrario.

Literatura Poesía

La esfera misteriosa

La había olvidado por completo. Estaba guardada en un armario. Un regalo de un pariente lejano. Uno de esos regalos que se agradecen con desgano y se esconden para siempre. Hace unas semanas se topó con el regalo, con la esfera misteriosa. Estaba buscando una escritura de manera desordenada, impaciente. Apareció mientras esculcaba cajones y removía papeles sin método ni esperanza. La arqueología personal produjo esta vez un tesoro extraño.

Parece una i alargada con un punto enfático, desproporcionado. En la parte inferior dos aves sirven de cimiento. En la mitad, como transición, hay un pequeño cilindro decorado con rombos y estrellas hechos de agujeros diminutos. Una estética extraña. Intrincada. Casi indescifrable. De otro mundo.

Desvelado, en la vigilia triste de los insomnes, indagó por el asunto. Todo está ya en internet. O casi todo. La humanidad produjo un universo, una especie de mundo infinito donde todo se encuentra en un instante. Encontró así las pistas de la esfera, su origen, su tiempo y su misterio.

Está hecha de marfil, probablemente por un artesano cantonés del siglo XIX. Tiene en su interior siete u ocho esferas anidadas. Labradas con una paciencia extraña, por medio de una técnica apenas intuida. Las esferas fascinaron a los europeos por mucho tiempo, con esa fascinación por Oriente de la que habla Borges: la fascinación de los tesoros escondidos, de la magia, de la tierra de la mañana, donde el sol aparece primero como otra esfera misteriosa.

 

 

Hace poco un grupo de científicos de Occidente, en uso de esa razón que todo lo escruta, esa curiosidad que para algunos es la perdición del mundo, examinó con un scanner las entrañas de una esfera similar. Descubrieron, eso dicen, que probablemente los chinos usaron un torno, un instrumento de Occidente. Las esferas serían, entonces, el encuentro de dos culturas, de la tierra de la mañana y de la tarde, de la geometría y el feng shui.

Las bolas del demonio les dicen, como si solo un demonio pudiera labrar de adentro hacia afuera, con una paciencia casi inhumana, esas esferas concéntricas, ese universo en miniatura. Pero el demonio no es tal. Los seres humanos somos capaces de proezas absurdas. La esfera resume una suerte de obsesión, nuestra fijación por esculpir universos y labrar mundos; nuestra capacidad de emprender empresas infinitas y enceguecedoras.

Durante el siglo XIX, las esferas se hicieron tan populares, tan demandadas por los europeos en su búsqueda de algún objeto que resumiera un misterio, ese misterio que llamaron orientalismo; fueron tan populares que incentivaron la caza de elefantes en el continente africano. Una tragedia, un absurdo que resume la condena de la especie, la destrucción del mundo impulsada por nuestras necesidades más extrañas, por nuestros apetitos estéticos o simbólicos, por nuestra pasión por los objetos.

China prohibió el tráfico de marfil hace unos años. Ya casi no quedan elefantes. Sus colmillos convertidos en esferas misteriosas y otras cosas. ¿Qué elefante, de qué parte, de qué tiempo, estará en su casa? Todo es un misterio. Ahora unos arquitectos de Occidente quieren construir en Oriente un teatro con la forma de una esfera misteriosa. Vuelven y se encuentran. Occidente llevó el torno, trajo las esferas, llevará ahora un gran teatro para que los chinos reconozcan su mundo en la fascinación de otros ojos.

Todo parece conectado. Oriente y Occidente. El misterio y la razón. La creación y la destrucción. Dice el poeta que cada objeto resume el mundo, que cada cosa cuenta todas las historias y abarca todo el universo. En esta esfera de muchas esferas, en este objeto perdido y reencontrado, esa intuición parece doblemente cierta.

 

Literatura Personal

El juicio final

Salí a caminar con Voltaire al final de la tarde de un domingo lluvioso, la luna a mitad de camino en una más de sus millones de repeticiones. La tecnología de resucitación era ya un lugar común. El nombre de Voltaire surgió después de una petición firmada por miles de estudiantes de derecho (los de filosofía estaban infatuados desde hace décadas con otros nombres, con pensadores del terrible siglo XX).

-¿Y qué son esos vehículos que viajan a toda velocidad sobre unas ruedas negras, carruajes metálicos sin caballos?

-Son automóviles, llevan más de cien años haciendo estragos, representaron inicialmente la libertad, pero son ahora un símbolo del estancamiento, pueden viajar a 200 km/hora, pero viajan a menos de diez, son la metáfora más elocuente de las trampas de la genialidad humana.

-Sea lo que sea, quiero subirme en uno y experimentar la parálisis en medio de la potencialidad, la quietud de un motor poderoso cancelado por otros como él. Debe ser una sensación interesante, como quien sostiene a un caballo brioso.  ¿Cómo se mueven?, ¿de dónde viene su energía?

-Del petróleo, un líquido viscoso, un depósito de la energía solar de millones de años, un fósil de algas comprimidas.

-Una maravilla, los seres humanos desenterraron el sol y lo dieron de alimento a sus máquinas.

-Parece poético, pero la eficacia de nuestros procesos, nuestra imaginación sin límites, nuestra capacidad para entender los mecanismos de la Naturaleza y potenciarlos, nos está aniquilando. Hemos destruido el planeta, extinguido a miles de especies, creadas todas, en cada ámbito, en cada momento, por el algoritmo darwiniano.

-No entiendo nada. Pero si el ser humano, termina suicidándose por cuenta de sus deseos infinitos, solo estará reproduciendo una ley natural. El ser humano sería entonces un torbellino, un huracán que genera el propio combustible que lo alimenta. Tal vez la humanidad sea una especie de paso, destinada para un instante, no para durar millones de años, sino para aparecer y desaparecer como un fuego artificial, destruida por su propia infatuación, una aberración, una muestra del poder de la Naturaleza para crear cosas extrañas e instantáneas. Pido indulgencia por mis devaneos. Recuerde que soy un niño de muchos años que no distingue nada de lo que ve; tampoco lo entiende. Deslumbrado y curioso. ¿Quién es ese Darwin? ¿Qué escribió?

-Un inglés especial, lo admirarías, tolerante, ajeno a las pasiones políticas que envenenan el alma, a los fanatismos de quienes quieren imponernos su credo. Se dedicó a observar con paciencia a las aves, los escarabajos y las lombrices que se arrastran en el fango. Así descubrió, con método y paciencia, el mecanismo de la vida, la selección natural que nos emparenta con el chimpancé, nos recuerda nuestra íntima relación con todo lo viviente y nos diferencia al mismo tiempo, nos revela nuestra conciencia exhilarante, capaz de adivinar misterios.

-Todo se me escapa. No entiendo lo que dices. Fui condenado dos veces. Primero a nacer y ser hijo de mi tiempo. Ahora a resucitar y habitar otro tiempo. Soy una criatura de zoológico. Un ser humano que creyó entender su tiempo y fue revivido en otro tiempo del que no entiende nada. Si no fuera por una curiosidad básica, instintiva, este esfuerzo de resurrección podría terminar en una gran paradoja, en un suicidio del resurrecto, el suicidio más sensato de esta historia de insensateces. Lo único que parece no haber cambiado es la luna, ajena a nuestros caprichos.

-Allí también estuvimos, llevados por un cohete que venció la ley de gravedad, propulsado por ese líquido mágico que ha sido también nuestra perdición, ese fósil líquido que anima lo inanimado y envenena el mundo. Fuimos a la luna impulsados por ese líquido vital, regresamos reclamados por la tierra, por su fuerza de gravedad. Dejamos unas cuentas huellas, una bandera de lo que era en tu centuria una nación de bisontes, el continente de la tortuga lo llamaban sus habitantes, aniquilados en su mayoría por el eurocentrismo. También dejamos allí un automóvil, similar a los que vimos ahora. Un paseo en una máquina de ruedas, autopropulsada, un paseo por la luna, ha sido otra de nuestras hazañas. Las huellas van a durar más que la humanidad, son nuestro monumento más duradero. En un millón de años habrá pocos vestigios de nuestra presencia en este planeta. Seguirán las huellas en la luna. El fósil que creamos para celebrarnos a nosotros mismos, una especie que creo su propio fósil, ¿no es eso algo?

-Sus discursos autocelebratorios parecen discursos de despedida. Ya entiendo para qué estoy aquí. La humanidad decidió resucitar a algunos de sus referentes, no para celebrarlos, sino para juzgarlos. Esto es un juicio, una especie de rendición de cuentas. Y el castigo no es la pena de muerte, sino la vida. Este mundo, un teatro del orgullo y el error, decidió acabarse de la manera más teatral posible, con un juicio de los humanos del presente a los pensadores que los antecedieron. Bastardos, destrúyanse, pero dejen a sus muertos tranquilos.

Literatura Poesía

Del último libro de Charles Simic

 
 
Un quiz tarde en la noche
 
¿Le tiene Charles Simic miedo a la muerte?
Sí, Charles Simic le teme a la muerte.
¿Le reza al Señor de arriba?
No, él gasta el tiempo con su esposa.
 
Su conciencia, ¿lo atormenta a menudo?
Viene a charlar de vez en cuando.
¿Está preparado para reunirse con su creador?
Tanto como una ardilla que cruza la carretera.
 
Como una lata de cerveza pateada
Por algún joven que vuela de la traba como una cometa
Y sale de una esquina oscura y entra a otra
El da tumbos y resbala en el entretanto.
 
 
Literatura Reflexiones

La página

Cada seis meses, debe leer una nueva página del libro del destino. La página está escrita en un lenguaje cifrado, casi incomprensible. Tiene que recurrir, entonces, a traductores entrenados en descifrar las claves del asunto. Vive en medio de la incertidumbre, el miedo y la resignación (como viven tal vez todos los hombres). 

Esta vez abrió el libro más tranquilo que de costumbre. Ha aprendido a mentirse a sí mismo, a practicar una suerte de ecuanimidad superficial. Los primeros mensajes parecían positivos. Siguió leyendo. Los segundos eran ominosos. Continuó la lectura. Los terceros eran ya terroríficos. Señalaban una agonía breve de dolores inevitables y esperanzas vacías. 

Recurrió a los traductores, quienes confirmaron sus conclusiones fatalistas. Pasaron varias horas. Habló con quién pudo. Contó su historia. Fue franco. Directo. Descarnado. Desde muy niño ha rechazado las falsas promesas. Jamás se permitiría ilusionarse con los eventos improbables que por consuelo o ignorancia algunos llaman milagros. 

Pero esta vez ocurrió un hecho inesperado. Sin darse cuenta, como resultado quizá de su impaciencia, había abierto el libro en la página equivocada, había leído unos mensajes previos. “Está leyendo una página del pasado”, dijo uno de los traductores. Consultó el libro nuevamente. En efecto, había cometido un error. Leyó como pudo la nueva página. El mensaje era esperanzador. La página anunciaba esta vez una nueva oportunidad. 

En seis meses abrirá de nuevo el libro. Tembloroso leerá la página. Vendrán las interpretaciones. Se revelará su destino nuevamente. Así es su vida. Parece un continuo renacer hasta que la página anuncie lo contrario. Estos días todo ha sido más intenso. Han vivido como mandan los poetas. Nunca se habían abrazado tanto.
Literatura

Siquiera tenemos las palabras: ideas sueltas

 
La corrupción no se combate entregándoles más poder a unos pocos políticos o funcionarios que parecen más interesados en el espectáculo que en la verdad. 
 
La civilización del espectáculo erosiona la democracia, sobresimplifica los asuntos públicos y trivializa el cambio social. 
 
Debemos recuperar el sentido de la tragedia. Hay problemas sociales que no tienen solución definitiva. Hay catástrofes imprevisibles e inevitables. 
 
La corrupción del lenguaje es causa y consecuencia de la corrupción. Las palabras pueden corromper y suelen corromperse. “El lenguaje político está diseñado para que las mentiras suenen veraces y los crímenes parezcan respetables”. 
 
Las luchas ambientales no deberían comprometer o lesionar la democracia y la dignidad humana. El ecoautoritarismo no es una buena idea. 
 
El pesimismo biológico (la conciencia plena de nuestras falencias y debilidades) es parte esencial del humanismo. La muerte, la enfermedad, el absurdo y la culpa casi nos definen. 
 
Las sociedades tienen pocos mecanismos de defensa en contra de tiranos en ciernes investidos de legitimidad y prestigio. El despotismo necesita de la colaboración de las víctimas. 
 
“Las tiranías son sobre todo un problema de la especie, una tragedia antropológica”. En las tiranías, no solo las víctimas se cuentan en millones: los victimarios también son muchos. 
 
La manipulación demagógica del bienestar de los niños es cada vez más frecuente y más ruin. Detrás de ese discurso oportunista suelen esconderse las pretensiones totalitarias de políticos extremistas. 
 
La soledad de América Latina es una incomprensión antigua: la falta de entendimiento del nuevo mundo por parte de los europeos, el doble rasero a la hora de interpretar su historia y la nuestra, su incapacidad para apreciar la complejidad de una región donde confluye toda la diversidad del mundo.
Literatura

Carver y Murakami: un encuentro fugaz

 
Murakami fue a buscarlo (en un peregrinaje personal) a un pequeño pueblo del Noroeste de Estados Unidos. Había leído una de las historias de Carver como una revelación. Después, obsesionado, había traducido varias otras febrilmente, como quien descifra un texto sagrado. 
 
M. tenía ya alguna fama en Japón. Había publicado una novela exitosa. Consideraba a C. su camarada literario. Pero C. nada sabía de eso. Para él, M. era solo un traductor entusiasta de sus cuentos. C. nunca supo que M. era un escritor. Nunca conoció sus libros.  
 
Se vieron esa sola vez en el verano de 1984. Los dos eran tímidos, pero pudieron conectarse. Hablaron durante dos horas. Tomaron té. Especularon sobre la acogida de C. en Japón. Quedaron de verse nuevamente. Una enfermedad truncó los planes. C. murió en 1988 de un cáncer de pulmón. Tenía 50 años. 
 
C. escribió un poema sobre el encuentro, un poema de un recuerdo sobre un recuerdo, El proyectil. M. aparece al comienzo y al final como un paréntesis.  
 
Tomamos té. Divagamos amablemente 
sobre las posibles razones del éxito
de mis libros en su país. Pasamos
a hablar del dolor y la humillación
que aparecen y reaparecen
en mis historias. Y ese elemento
azaroso y de qué manera todo eso se traduce 
en términos de ventas. 
Miré hacia una esquina de la habitación
y por un minuto tuve de nuevo 16 años,
patinando en la nieve
en un Dodge Sedán del 50 con cinco o seis
amigos. Enseñándoles el índice
a otros vagos, que gritaban y bombardeaban
el carro con bolas de nieve, piedras y ramas
viejas. Dimos la vuelta, gritando.
Y pensábamos dejar las cosas así.
Pero mi ventanilla estaba abierta diez centímetros.
Sólo diez centímetros. Grité 
una última grosería. Y vi a aquel tipo
preparándose para lanzar. Desde esta perspectiva,
hoy, imagino que la vi venir. Que la vi
volando por el aire mientras miraba,
como miraban aquellos soldados de principios
del siglo pasado los perdigones 
que volaban hacia ellos,
paralizados, incapaces de moverse,
fascinados por el pánico.
Pero no la vi. Ya me había dado la vuelta
para reírme con mis amigos
cuando me golpeó en un lado
de mi cabeza tan fuerte que me reventó el tímpano y cayó
en mi regazo, intacta. Una bola compacta de hielo 
y nieve. El dolor fue inmenso.
Y la humillación.
Fue terrible cuando empecé a llorar delante de los tipos 
que gritaban, Qué suerte. Ahí lo tienes. 
¡Una en un millón!
El tipo que la lanzó tenía que estar encantado
y orgulloso de sí mismo mientras recibía 
vítores y palmadas en la espalda.
Debe haberse secado las manos en sus pantalones.
Deambulado un rato más por ahí
antes de ir a comer a su casa. Creció,
tuvo su cuota de decepciones y se perdió
en su propia vida, como yo en la mía.
Nunca volvió a pensar
en esa tarde. ¿Por qué iba a hacerlo?
Siempre tenemos demasiadas cosas en que pensar.
¿Por qué recordar ese carro estúpido que,
patinando
calle abajo, giró en una esquina
y despareció?
Levantamos amablemente las tazas en la habitación.
Una habitación en la que por un minuto algo
más irrumpió. 
Literatura

shhhhhhhhhup

La conversación (que tuvo lugar en el Hay Festival en Cartagena) llevaba quince minutos. Comenzaba apenas. Probablemente Deirdre McCloskey sintió la necesidad de concitar la atención del público, de sorprender al escenario. De eso se trata el entretenimiento (y los festivales literarios son una forma de entretenimiento sofisticado). Se paró, caminó hacia una esquina del escenario y anunció que iba a hacer una representación estilizada de la historia de la humanidad, de los últimos 12 mil años o algo así.
 
Estiró el brazo hacia abajo y dobló la muñeca de manera que la mano formara un ángulo de noventa grados con el antebrazo. “Esta altura –dijo– equivale a menos de un dólar por día por persona, así empezamos hace doce mil años, 99,9% de la humanidad era pobre”. Caminó lentamente de una esquina a otra del escenario, cada paso representaba varios siglos. La mano seguía bajo, en la misma posición, la palma perpendicular al antebrazo. Nada pasó por siglos, por buena parte de la historia, decía mientras caminaba; la pobreza era la norma, 99%, señalaba con insistencia.


De un momento a otro, recorrida casi toda la historia (o el escenario que en este caso es lo mismo), comenzó a levantar la mano, primero lentamente y luego, “shhhhhhhhup”, a toda velocidad: la palma apuntaba ahora al techo del teatro. La humanidad salió de su letargo así súbitamente, dijo. Primero en Holanda e Inglaterra, luego en casi toda Europa y Estados Unidos y, más recientemente, en China e India, el estándar de vida se multiplicó, creció varios órdenes de magnitud: shhhhhhhhhup podríamos llamar al evento más significativo de la historia, la gráfica lo dice todo.


 



 

 

Deirdre McCloskey tiene una explicación. No es la acumulación de capital como argumentaron tantos economistas. Tampoco las instituciones, la protección de los derechos de propiedad y el control al poder arbitrario de monarcas y emperadores, como han afirmado recientemente algunos historiadores económicos. Fueron las ideas, en particular, la adopción o aceptación de una idea transformadora: el liberalismo igualitario con su mensaje de libertad y dignidad para la gente del común.
La revolución –dijo– comienza en Holanda, con el crecimiento de la burguesía, con el rechazo de las costumbres aristocráticas y con el crecimiento concomitante del prestigio social de los mercaderes, lo que implicó, a su vez, la valoración del trabajo y la disciplina que imponen los mercados. Este fenómeno, enfatizó, se denomina usualmente “capitalismo”, pero el nombre es equivocado, debería llamarse: “avance tecnológico e institucional a un ritmo frenético puesto a prueba por el libre intercambio entre las partes involucradas”.
Lo que importa éticamente, dijo, no es la igualdad de resultados, son las condiciones de vida de los trabajadores, del hombre de la calle. “Los ricos se han enriquecido, pero los pobres también. Y para ellos significa mucho más”. “La desigualdad de cualquier forma imaginable de confort genuino (no representado por el número de Rolex) ha disminuido”. “La pobreza absoluta ha caído fuertemente, no tanto así la pobreza relativa, pero la primera, digan lo que digan los clérigos, es la que importa”.
Al final de la conversación, ya relajados, cuestioné algunos de sus argumentos: las sociedades más desiguales, le dije, son más violentas y menos saludables; el poder económico puede cooptar el poder político y cambiar las reglas a su favor; además, el desafío ambiental parece cada vez más acuciante. No prestó mucha atención. Volvió sobre lo mismo. Todo es cuestión de perspectiva, dijo, hay problemas, como siempre, los clérigos seguirán con sus letanías autoincriminatorias, pero los hechos son incontrovertibles. En suma, shhhhhhhhhup.
Razón no le falta.