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La doctrina de choque

Naomi Klein es una de una de las más elocuentes (y vehementes) opositoras a la globalización. Su primer libro No Logo vendió más de un millón de copias. Los argumentos del libro son falsos, exagerados en el mejor de los casos. Pero Klein no está en el negocio de las hipótesis refutables. Su especialidad son los eslóganes inflamantes. La retórica rabiosa.


Klein acaba de publicar su segundo libro, The Shock Doctrine. El argumento del nuevo libro, resumido en un corto metraje publicitario dirigido por el mexicano Alfonso Cuarón, es sencillo: los promotores de la globalización han explotado las crisis económicas, los ataques terroristas y hasta los desastres naturales para imponer un conjunto de reformas socialmente desastrosas y políticamente arbitrarias. El corto metraje está repleto de imágenes efectistas, repulsivas, acompañadas en la mayoría de los casos de verdades a medias.

El poder retórico de Cuarón y Klein es incuestionable. Pero limitado. El corto metraje no pretende convencer a los escépticos, quienes seguramente resentirán su falta de sutileza. Pretende más bien movilizar a los convencidos. Klein es una predicadora. Y Cuarón, un soldado de la causa dispuesto a prestar su talento –su gran talento– para el combate eterno contra la maldad del mundo.

El documental, debo reconocerlo, me produjo cierta inquietud, cierta curiosidad. Como la que siento cuando paso por el antiguo coliseo cubierto (la iglesia más grande de Bogotá) y oigo el murmullo lejano de los cristianos que anuncian el fin del mundo, que protestan contra el dueño de sus miedos, contra el demonio escogido por la congregación. Yo no soy admirador de Milton Friedman –el demonio del documental– pero el exceso retórico de sus opositores, de Klein y de Cuarón, me pareció extraño, cómicamente religioso.

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  • Javier Moreno
    12 septiembre, 2007 at 1:34 pm

    ¿Cuál es el verdadero contexto del Economic Shock Treatment que el corto atribuye a Friedman?

  • Alejandro Gaviria
    12 septiembre, 2007 at 2:10 pm

    Yo no he leído toda la obra de Friedman. Y no sé en que contexto habrá pronunciado la cita que aparece en el documental. Tal vez es importante anotar que, a comienzos de los noventa, varios economistas, interesados en la economía política de las reformas, argumentaron –algunos de ellos con modelos complicados, tomados de los problemas de atrición en biología– que las crisis ofrecen una ventana de oportunidad para implantar reformas económicas. Pero los argumentos eran más positivos que normativos. Y Friedman jamás fue citado al respecto. No jugó ningún papel en la discusión reciente de los economistas sobre el tema.

  • Javier Moreno
    12 septiembre, 2007 at 2:24 pm

    Según lo descrito, parecería ser distinto de esto, ¿no?

  • Alejandro Gaviria
    12 septiembre, 2007 at 3:29 pm

    Creo que la terapia de choque es parte de lo que quiere denunciar Klein. Pero sus críticas van más allá, incluyen todas las reformas económicas de las últimas décadas. Las reformas económicas de Menem en Argentina, Sánchez de Lozada en Bolivia, Yelstein en Rusia, Salinas en México y Thatcher en Inglaterra tuvieron motivaciones distintas y énfasis diferentes. Pero para Klein todo hace parte de la misma lógica perversa promulgada por Friedman.

  • Apelaez
    12 septiembre, 2007 at 3:34 pm

    Y siempre será lo mismo. El escandalo, la conspiración y la paranoia siempre venden (y si no pregunteselo a Tanja).

    Bonito que alguien hiciera documentales serios que al menos le hagan un poco de contrapeso a esta señora y al gringo gordo de bowling for columbine

  • Daniel Vaughan
    12 septiembre, 2007 at 3:55 pm

    Sería interesante oir críticas serias al cortometraje. Mi opinión es que está bueno. El uso del lenguaje es una estrategia de opinión, para lograr comunicar un mensaje muy sencillo, y que tiene todo el sentido del mundo.

    DV

  • Apelaez
    12 septiembre, 2007 at 4:06 pm

    «El uso del lenguaje es una estrategia de opinión». Cambie «opinion» por «persuasion» y le queda la definición de retórica.

    Doña Naomi y el gordo gringo son los nuevos sofistas. Claro, si quiere podemos dar todo el debate alrededor de los sofistas que viene desde la Grecia clásica, incluyendo a Platón y su Gorgias, hasta hoy. Pero como que da pereza, no?

  • Maldoror
    12 septiembre, 2007 at 4:07 pm

    Apelaez:

    ¿Y donde deja al señor O Reilly para ese punto?

  • Daniel Vaughan
    12 septiembre, 2007 at 4:17 pm

    Apelaez,

    Gracias por la corrección: eso es exactamente lo que quería decir, el uso del lenguaje es una estrategia de persuasión, que todos utilizamos, y sólo los buenos comunicadores, los buenos vendedores, y por supuesto, los buenos políticos, saben hacerlo bien.

    No sobra decir que en toda estrategia de mercado es necesario persuadir al posible consumidor, y eso es lo que está haciendo la señora. No tiene nada de malo.

    ¿Es esa su única crítica? Me parece un poco light, teniendo en cuenta que la retórica es un fenómeno utilizado con frecuencia en la mayor parte de la población.

    ¿Tiene algo que decir sobre el contenido del cortometraje, o nos quedamos— como siempre— en la forma?

    DV

  • Maldoror
    12 septiembre, 2007 at 4:22 pm

    Daniel:

    Bueno, una cosa es el uso de la retórica como una ayuda para la persuación, y otra es reemplazar la lógica y los argumentos por solo retórica (y en el caso moderno, por propaganda, que es peor)

  • Apelaez
    12 septiembre, 2007 at 4:29 pm

    Daniel, usted, verdaderamente me sorprende. En sus discusiones aca usted generalmente pide objetividad, uso de datos para soportar las hipotesis, y nos invita a no generalizar (la falacia por generalización). Y ahora alaba precisamente lo contrario: el uso de todas las herramientas para convencer sin importar «la verdad» (o la lógica, o las fuentes, o los datos).

    Apague y vamonos.

  • Apelaez
    12 septiembre, 2007 at 4:35 pm

    Bastante Goebbelsiana su posición Daniel.

  • Alejandro Gaviria
    12 septiembre, 2007 at 4:43 pm

    De acuerdo con apelaez y Maldoror. Sólo insisto en un punto: la retórica es tan exagerada que no apunta, creo yo, a convencer a los escépticos. Su objetivo es distinto: enardecer los convencidos. Es propaganda para la acción.

  • Carlos
    12 septiembre, 2007 at 5:32 pm

    Alejandro y Javier: Creo (pero no estoy 100% seguro) que lo del «economic shock treatment» tal vez es tomado fuera de contexto de la conversación que tuvo Friedman con Pinochet cuando visito ese pais a mediados de los setenta. Pinochet le pidió consejo para la economía chilena y Friedman le dijo que habia dos opciones: una transición suave a una economia mas de libre mercado con reformas graduales o una «terapia de choque» realizando las reformas mas rapidamente. Pinochet en teoría adopto la «terapia de choque», luego volvio al keynesianismo despues de la crisis financiera de inicio de los ochenta para luego volver nuevamente a políticas liberales a medidados de los ochenta(con Hernan Buchi si no estoy mal). Friedman fue a Chile por invitación de una fundación privada para dar conferencias sobre libertad económica pero por gestión de de los «Chicago Boys», que a su vez fueron traídos por el almirante Merino (porque como parte de los acuerdos entre la junta militar, se acordó que fuera la armada la que se encargará del manejo economico del pais) quien vale la pena decirlo, fue el verdadero cerebro del golpe de estado del 11 de septiembre de 1973 (Pinochet solo se unió a la conspiración unos dias antes del golpe).

    Friedman tambien asesoró a los líderes de China a finales de los setenta cuando asume Deng Xiaoping luego de la muerte de Mao y se inicia las reformas liberales economicas en ese pais.

    Este articulo explico la historia de Friedman como asesor de gobiernos:

    «Friedman had a long-lasting and controversial avocation as an adviser to politicians and governments across the globe. This began in 1950, when some former students invited him to work with a Marshall Plan agency. While there he proposed that Germany float its exchange rate. The idea went nowhere at the time, but it was an international reality as of 1973.

    Friedman went on over the course of his career to give advice to officials in nations from Israel to China, from England to Yugoslavia. This practice caused him great trouble in the 1970s because of his “links” to Augusto Pinochet’s repressive regime in Chile. Pinochet’s government was infamous for the brutal suppression of political opponents, including one grim episode in which a football stadium was used as a mass detention center where political prisoners were tortured and killed.

    For years, the University of Chicago had a partnership with the Catholic University of Chile in which Chileans received scholarships to study at Chicago. Pinochet thus had Chicago-trained economic advisers, who were known as “the Chicago boys” and often assumed to be mindless transmitters of Friedman’s commands. New York Times columnist Anthony Lewis declared in 1975 that “the Chilean junta’s economic policy is based on the ideas of Milton Friedman…and his Chicago School,” adding that “if the pure Chicago economic theory can be carried out in Chile only at the price of repression, should its authors feel some responsibility?” The Spartacus Youth League, a Trotskyist sect, began ginning up protests against Friedman for his alleged complicity with the Chilean government. Such demonstrators followed him wherever he went for years.

    In fact, Friedman’s only direct connection with Chile came when fellow Chicago economist Arnold Harberger, who was closely involved with the Chilean program, invited him to give a week of lectures and public talks in Chile in 1975. While there, Friedman did have one brief meeting with Pinochet. The dictator asked the professor to write him a letter laying out what he thought Chile’s economic policies should be. Friedman did this, calling for quick and severe cuts in government spending and inflation as well as a more open trade policy. He did not take the opportunity to upbraid Pinochet for any of his repressive policies.

    That was the extent of Friedman’s involvement with the regime. Defending himself against accusations of complicity with or approval of Pinochet in a 1975 letter to the University of Chicago student newspaper, Friedman noted that when he spoke to communist leaders he “never heard complaints” that he was giving aid and comfort to their governments. “I approve of none of these authoritarian regimes—neither the Communist regimes of Russia and Yugoslavia nor the military juntas of Chile and Brazil,” he wrote. “But I believe I can learn from observing them and that, insofar as my personal analysis of their economic situation enables them to improve their economic performance, that is likely to promote not retard a movement toward greater liberalism and freedom.”

    Saludos,
    Carlos

  • galactus
    12 septiembre, 2007 at 6:15 pm

    Lastima que los movimientos «anti-globalizacion» hayan adoptado ese titulo, que se presta para confusion al usarse exclusivamente para referirse al libre transito de productos y capital, y no de personas.

    Por que no llamar a todos los gobiernos de los paises industrializados, que nunca han estado a favor del libre transito de personas hacia sus paises, gobiernos «anti-globalizacion»?

    Carlos, que posicion adoptan los movimientos «libertarios» en Estados Unidos con respecto a los asuntos migratorios?

  • Namaya
    12 septiembre, 2007 at 6:24 pm

    Que triste epitafio para Friedman. Más triste aún que este economista (y las vicisitudes de su vida) se plasmen sin la más mínima pretensión de objetividad.
    Dudo que la trascendencia de estas exhuberancias (que poco tienen que ver con ideas y poco tambien con prescripciones) supere la inconformidad de los ignorantes que las esgrimen.
    Alejandro. Felicitaciones por este espacio.

  • Javier Moreno
    12 septiembre, 2007 at 6:40 pm

    Carlos, por comodidad de lectura del foro, yo creo que la próxima vez puede dejarnos el enlace del artículo y dejarnos elegir si lo leemos o lo sobrevolamos o qué hacemos. Gracias por la referencia.

    Daniel, con respecto al contenido del corto, creo que no tiene sentido criticarlo porque es una simple propaganda para un libro. Lo poco que se ve son afirmaciones tendenciosas y sacadas de contexto (como esa que relaciona a Friedman y una supuesta «doctrina de choque») para sustentar una teoría conspiratoria.

    He aquí una crítica publicada en The Economist al libro de ensayos de la Klein que creo que es relevante en este discusión.

    En The Guardian montaron un especial sobre el libro donde se pueden leer algunos capítulos.

  • Carlos
    12 septiembre, 2007 at 6:54 pm

    galactus: los libertarios en Estados Unidos estan divididos con respecto a ese tema (como en muchos otros) pero en general favorecen la libre inmigración (que valga le pena decirlo era la norma en la primera globalización que se dió a finales del siglo XIX y hasta la nefaste primerga guerra mundial, despues de esa guerra se inventaron los pasaportes!!)

    La posición del partido libertario es permitir la libre inmigración pero con verificaciones de seguridad y unos requerimientos mínimos:

    «Borders will be secure, with free entry to those who have demonstrated compliance with certain requirements. The terms and conditions of entry into the United States must be simple and clearly spelled out. Documenting the entry of individuals must be restricted to screening for criminal background and threats to public health and national security. It is the obligation of the prospective immigrant to demonstrate compliance with these requirements. Once effective immigration policies are in place, general amnesties will no longer be necessary.»

    Se oponen a penalizar a las empresas que empleen a inmigrantes pero tambien a que el gobierno les proporcione servicios y beneficios(lo cual suena razonable dado que el inmigrante nuevo no ha pagado los impuestos que sostienen esos servicios).

    La globalización actual es hipocrita porque mientras muchos gobiernos estan facilitando el movimiento del capital y los recursos naturales, se dificulta el movimiento de los trabajadores. Y así no estamos avanzando a una economía realmente mas libre, porque la libertad de movimiento debe ser para todos los factores de producción, incluyendo los trabajadores.

    En la primera globalización, la de las decadas antes de la primera guerra mundial, hubo muchisimos movimientos migratorios desde Europa(en particular España e Italia) hacia por ejemplo USA, Argentina, Brasil y Australia. En ese sentido eran tiempos mas libres.

    Saludos,
    Carlos

    Saludos,
    Carlos

  • Daniel Vaughan
    12 septiembre, 2007 at 7:12 pm

    Apelaez,

    El punto es muy sencillo, y usted no ha podido entenderlo todavía, así que lo resumo así: hay que preocuparse por lo importante.

    Si usted escribe un artículo académico y lo único que tiene es retórica y nada de argumentos, su crítica tiene sentido: en este caso, lo importante es claramente la calidad de los argumentos o la evidencia empírica.

    Si usted hace un documental, y hace propaganda para el mismo utilizando la retórica, eso tiene todo el sentido del mundo. En este caso, lo importante es venderlo, hacerlo impactante, aumentar la recordación del mismo exagerando las cosas. Esa es una estrategia de comunicación y mercadeo tan exitosa, que resultaría estúpido que no la utilizaran. Por eso me da risa su indignación.

    Ahora bien, estoy de acuerdo con Javier. Este cortometraje no es más que publicidad, así que probablemente discutir el fondo no tenga sentido Pero discutir la forma menos. La indignación de Alejandro (y los demás) es igual de retórica (y por lo tanto aceptable y totalmente esperada) que la que critican (y por eso, para repetir una palabra utilizada por Alejandro con frecuencia, resulta totalmente «risible»).

    Ahora bien, en el cortometraje hay algunas cosas que se alcanzan a ver que vale la pena discutir; es decir, aún cuando es propaganda para el documental, dejan ver algo que puede tener sentido discutir:

    1. La estrategia de los gobiernos para utilizar políticas extremas (que no pasarían en el Congreso en situaciones de normalidad) después de una situación igualmente extrema. Uno puede estar o no de acuerdo en si esto es correcto o no, o puede estar o no de acuerdo si es efectivo o no. Eso da para una discusión.

    2. Si la estrategia es efectiva, sin lugar a dudas debe haber gobiernos que la han utilizado. En el cortometraje dejan ver algunos casos que la autora del libro sugiere son típicos de este fenómeno: 9/11, Katrina, Pinochet, China, etc.etc. Esto también se puede discutir: ¿Es verdad que estos son casos del fenómeno que la autora sugiere que son? Y si lo son, ¿de qué tipo? Con esto quiero decir que hay dos posibilidades: (1) Ocurre una situación extrema (exógena) que el gobierno de turno aprovecha, o (2) el gobierno de turno genera la situación extrema para utilizar la estrategia. Ambas son plausibles, así que se pueden discutir.

    Mi opinión personal es que esto pasa con muchísima frecuencia: lo que hizo José Obdulio Gaviria en la W hace unas semanas fue exactamente eso: «si Uribe no llega, las FARC se toman el país». La situación extema en este caso es hipótetica, pero genera el mismo efecto psicológico que una que haya pasado: susto, caos, que son aprovechados por el gobierno de turno para ampliar su margen de maniobra. Algo parecido se puede decir con lo que hizo Chávez en Venezuela: la bomba social es tan grande (y el éxito de la estrategia es venderlo de tal forma, es decir, el uso de la retórica, que se garantice el éxito de la misma) que necesita poderes especiales.

    En fin, hay mucho que discutir. Si Friedman fue sacado de contexto es totalmente irrelevante, y no soy yo la persona en discutirlo: eso se lo dejo a algún soldadito libertario que recite de memoria y mano en el pecho (o lágrimita en el ojo) lo dicho por el ideólogo libertario.

    DV

  • Alejandro Gaviria
    12 septiembre, 2007 at 7:27 pm

    Daniel:

    No es una cuestión de clase, es de grado. Todos usamos argucias retóricas. Pero el uso de estrategias comerciales—empleadas usualmente para vender productos de consumo masivo— en el mercado de las ideas, me pareció interesante e inquietante al mismo tiempo. Como pieza retórica el corto es rescatable. Pero demasiado obvio, en mi opinión. Al menos coinciden el fondo y la forma: un corto chocante sobe la doctrina de choque.

  • Anónimo
    12 septiembre, 2007 at 8:20 pm

    Curioso el comentario acerca de Pinochet uniendose al golpe dias antes de ocurrir. Seria bueno saber el origen de este pieza de informacion (Wikipedia ?).

  • Maldoror
    12 septiembre, 2007 at 8:44 pm

    Si quieren leer sobre el peligro del uso de medios masivos como propaganda, leanse el clásico de Adorno y Horcheimer sobre la industria cultural

  • Daniel Vaughan
    12 septiembre, 2007 at 8:52 pm

    Alejandro,

    No es de sorprenderse: no me acuerdo dónde leí que el éxito de un artículo académico empieza por el título que se escoge. Eso es una pura estrategia de publicidad.

    Académicos reconocidos que ahora figuran públicamente lo hacen también: véase el caso de Stiglitz o Sachs, aunque seguro se encontrarán innumerables ejemplos de esto.

    El problema es que el mercado de las ideas es muy cerrado, si este se define como el mundo académico. Para que las ideas tengan efectos en el mundo real, las ideas toca venderlas; ese es el gran error que veo en la tarea de los economistas colombianos (aunque estoy consciente que no tengo la información suficiente para lanzar semejante afirmación) que se quejan que los congresistas no les hacen caso: son dos terrenos completamente distintos, y la forma de llegar al mundo real es vendiendo una idea, y haciéndola atractiva para los políticos. En este momento el uso de estrategias de mercadeo son necesarias, y la razón no sólo no es suficiente, sino que puede ser un obstáculo (porque por ejemplo, genera la imagen de arrogancia… algo parecido le está pasando a Peñalosa, que puede ser, o no, un tipo con una visión de ciudad clara, pero ha sido totalmente incapaz de venderse así).

    DV

  • Carlos
    12 septiembre, 2007 at 10:07 pm

    anonimo «vaughnasiano» 15:20: La tardía adhesión de Pinochet esta documentado en varios libros y reportajes sobre el golpe que me tomado el trabajo de leer porque ese tema (el golpe de estado a allende) me llama mucho la atención.

    Pinochet da su visto bueno solo hasta el 9 de Septiembre firmando una nota que le pasan Merino(Armada) y Leigh(Fuerza Aerea), los conspiradores originales. Pinochet era mas bien apolítico, por eso el mismo Allende no ve peligro alguno en nombrarlo Comandante del Ejercito solo unas semanas antes(en Agosto), cuando dimite Prats. Cuando comienza el golpe, en la mañana del 11 de septiembre, Allende todavía cree que Pinochet y el ejercito no participan, y que solamente la armada se esta rebelando.

    Investigue y deje de estar haciendo afirmaciones gratuitas aprovechando el anonimato.

    Saludos,
    Carlos

  • Apelaez
    12 septiembre, 2007 at 10:31 pm

    Daniel,voy a retomar el argumento con el que inicio esta discusion (despues de utilizar el muy retórico artilugio de menospreciar a los participantes con eso de que quiere oir opiniones «serias»):

    «Mi opinión es que está bueno. El uso del lenguaje es una estrategia de opinión, para lograr comunicar un mensaje muy sencillo, y que tiene todo el sentido del mundo.»

    En resumidas cuentas, a usted le parece bueno el documental porque logra comunicar de manera eficaz una idea y además servira muy bien para aumentar las ventas del libro. Mejor dicho, esta de acuerdo con el documental si se lo observa de manera «instrumental».

    Perfecto, de acuerdo, probablemente ese documental sirva al proposito para el que fue creado. Pero cambiemos de ejemplo a ver si mantiene su argumento:

    La señora Riefenstahl produjo varios documentales que ensalzaban el nazismo y que si duda lograron su cometido: convencer a los alemanes de las virtudes del régimen.

    Despues de ver «el triunfo de la voluntad», cualquier daniel podría, sin duda, afirmar: «Mi opinión es que está bueno. El uso del lenguaje es una estrategia de opinión, para lograr comunicar un mensaje muy sencillo, y que tiene todo el sentido del mundo.»

    Cualquier critica afirmando que el documental distorsionaba la realidad o que era un mecanismos de propaganda, según usted, estaria fuera de contexto, o como mínimo seria poco serio. Cualquier intento por demostrar lo banal o equivodado del mensaje seria una idiotez.

    P.D. Si la objetividad y el respeto por las fuentes se circunscribe únicamente a la esfera academica. ¿Por qué siempre nos jode con eso?

    P.D.2. No creo que esos principios se deban circunscribir a la esfera academica únicamente.

  • Anónimo
    12 septiembre, 2007 at 10:39 pm

    Carlos,

    Lo que dije: Seria bueno saber el origen de la informacion. Y al final agregue un signo de interrogacion.
    Y Ud contesto dando mas informacion.
    En ninguna parte afirme que Ud estaba mientiendo o haciendo una aseveracion falsa.
    Y si quiere saber mi identidad no es mas que me escriba a [email protected] y le digo quien soy.

  • Lanark
    13 septiembre, 2007 at 12:07 am

    Por lo pronto, comentaré sólo sobre lo que más me ha llamado la atención en el artículo de Alejandro, y en muchos de los comentarios.

    Me causa bastante gracia que le critiquen a un documental que sea retórico como si esperaran que usara el lenguaje de un informe de laboratorio. El cine tiene un lenguaje que podríamos llamar no argumentativo, que no funciona transmitiendo información clara y descarnada, sino logrando reacciones totalmente no racionales en el espectador. Al igual que muchas otras formas de arte, y que la publicidad.

    Si Apeláez quiere llamar Goebbeliano al que defienda los recursos no racionales del cine, tiene que comenzar con los expresionistas, que fueron tal vez los primeros en utilizar estos elementos conscientemente. Hagamos a Goebbels retorcerse en su tumba.

    Fíjense que Javier, que conoce el lenguaje y métodos del cine, se ha abstenido de entrar en esta discusión tan graciosa sobre la retórica, y se ha centrado en la relación del documental con cosas realmente argumentativas, algo mucho más interesante.

    Me parece que lo que hay detrás de la quejadera contra la mamertez de los cineastas tipo Moore o Cuarón, y los más descarados y jartos tipo Meirelles, es un cierto sentimiento de que los tecnócratas, con su discurso supuestamente racional, están en desventaja. Mientras los mamertos tienen el oropel del sensacionalismo de su lado.

    Sin embargo, con sólo encender los ánimos no se puede acabar con el statu quo, que ha demostrado una gran capacidad de absorber a los rebeldes. Hace falta acción inteligente y razonada.

    Yo apelaría a lo que dice el mismo Alejandro sobre que este tipo de cosas están encaminadas a animar a los convencidos a la acción, más que a convencer, más o menos como la mayoría de los blogs con temas políticos (éste, aclaro, no entra en ese grupo).

    Yo no dudo que hay igual cantidad de propaganda irracional en pro y en contra del capitalismo; la pregunta que me hago, es ¿por qué la propaganda en contra es de mejor calidad? ¿por qué no hay películas buenas últimamente que defiendan el statu quo, y todo el talento disponible se ha enfocado en atacarlo, o al menos en anunciar su fin?

  • Daniel Vaughan
    13 septiembre, 2007 at 12:28 am

    Apelaez,

    Entiendo que puede ser por la forma que escribí, así que le explico lo que quise decir en el primer comentario:

    1. El contenido (fondo) del cortometraje está bueno.

    2. La forma del cortometraje es la que uno espera de un cortometraje, así que no entiendo por qué hacen tanto escándalo por esto.

    No es la inferencia que usted sugiere estoy haciendo (En resumidas cuentas, a usted le parece bueno el documental porque logra comunicar de manera eficaz una idea y además servira muy bien para aumentar las ventas del libro.)

    En ese primer corto comentario no argumenté el primer punto, pero si quiere el argumento puede leer el que escribí sugiriendo por qué sí se puede hacer una discusión de fondo, y no quedarse en la forma (como lo estaban haciendo hasta ese momento).

    Y por esa razón es que el resto de su comentario no tiene sentido: como no hay tal inferencia (el «uso instrumental», como usted lo llama) el ejemplo del nazismo es equivocado.

    Aunque entiendo que mi comentario haya dado para esa interpretación.

    DV

    pd. «la objetividad y el respeto por las fuentes» NO «se circunscribe únicamente a la esfera academica», como he repetido un millón de veces. En ese comentario dije únicamente academia, pero es obvio que eso no es lo que quiero decir. No pienso repetir más que eso no es lo que yo creo.

  • Tarantini
    13 septiembre, 2007 at 12:31 am

    El poder presidencial de los estados necesita frenos y contrapesos como lo señalaban los padres de la democracia moderna. Este tipo de pensadores, por lo general de izquierda y de cierto impacto argumental y comunicacional, enriquecen la democracia, y así no nos gusten mucho denuncian también los excesos del poder y en veces sus intereses ocultos.

    En Colombia Petro es uno de ellos, y fiel exponente de este tipo de poder argumentativo, que si bien, puede no gustarnos su estilo, ideología y metodología, bastantes ollas podridas descubre y asusta a los más osados.

    Estos personajes y su pintoresca personalidad sirven y destapan cosas ocultas, que nadie se atrevería a destapar por comodidad, complacencia o miedo. Por ende, bienvenidos así sea para criticarles sus métodos e ideas. Enriquecen el diálogo e impiden desmanes de algunos poderosos irresponsables.

  • Maldoror
    13 septiembre, 2007 at 12:36 am

    Lanark:

    Pero si hay propagandistas eficaces en favor del establecimiento. Vuelvo y le digo, mire a O Reilly. Por otro lado creo que la critica no necesariamente tiene que venir de la derecha. Por un lado, el documental que mostró Alejandro es bastante flojo ( a nivel argumentativo aclaro) y tiene precisamente el defecto de convertirse en lo que se convirtió en esta entrada: un blanco fácil de la izquierda. Mejor dicho, un documental como el de esta señora y Cuarón, lo único que hace es deslegitimar la causa ante personas que con un discurso más razonable (no por ello no provisto de una retórica convincente) habría llamado la atención.

    En segundo lugar, el problema de la propaganda (venga de donde venga) es la forma en que está hecha. Por ahí les puse el artículo de Adorno sobre la industria cultural, y en el libro en el que está escrito ese artículo dice una cosa que me parece fundamentalmente cierta: la propaganda es siempre una mentira, incluso cuando está diciendo la verdad. Porque la propaganda fundamentalmente apela a los instintos más primigenios e irracionales del hombre, antes que a cualquier cosa. Lo cual debería ser la antitesis de cualquier proyecto de izquierda, en ultima instancia.

  • Lanark
    13 septiembre, 2007 at 12:48 am

    Maldoror: jejeje ¿pregunto por la calidad de la propaganda y me replica con O’Reilly? Confieso que no he visto el show de ese señor, pero me dicen que tiene una calidad similar al de la ‘ñorita Laura que tanto nos divirtió en la perubólica. Aclaro que hablo de calidad y no de efectividad.

    Pongámoslo de este modo: Si uno quiere ver películas hostiles al capitalismo, puede ver «The constant gardener» (una mamertada, pero una bien hecha) «la ciudad de Dios», etc. Y si alguien que está mamado del cuentico del progreso quiere que le den gusto, puede ver «the children of men», o «it’s all about love», aún mejores. Pero si uno es godo y quiere que le den gusto, le toca ver ladrillos como «independence day» y un montón de rambos echando bala; cosas que tienen el valor artístico de una novela de Dago García.

    Sobre la racionalidad, tanto el capitalismo como el marxismo son fundamentalmente modernos, y racionales en principio. Pero al que quiera implantar cualquiera le toca ensuciarse las manos. Se puede ser derechista racional o irracional, o izquierdista racional o irracional. Unos cuadrantes de esta clasificación están más poblados que otros, pero en todos hay ejemplos.

  • Apelaez
    13 septiembre, 2007 at 1:02 am

    Creo que Lanark tiene razón y la calidad de la propaganda «del establecimiento» es bastante regular por no decir pésima. Quizas ya no necesita de la propaganda.

  • Daniel Vaughan
    13 septiembre, 2007 at 2:15 am

    Lanark,

    Una continuación de lo que usted dice sobre la discusión en los blogs la puede encontrar en Hargittai, et.al (2007), «Cross-ideological discussions among conservative and liberal bloggers», Public Choice.

    DV

  • Carlos
    13 septiembre, 2007 at 3:45 am

    Lanark: si se producen documentales pro-globalización como este, y he sabido de varios documentales hechos para refutar al gordito Moore. Lamentablemente, tal vez por la hegemonía cultural de la izquierda, no tiene mucha difusión.

    Saludos,
    Carlos

  • Maldoror
    13 septiembre, 2007 at 5:17 am

    Lanark:

    Interesante teme este. Ud dice que «Pero al que quiera implantar cualquiera le toca ensuciarse las manos.». Creo que ahí radica la lógica podrida de la propaganda. Si es lícito mentir, engañar y apelar a lo peor de la gente para obtener los propósitos que uno desea, entonces a la larga la lógica se extiende…y entonces es lícito «exterminar a los enemigos de clase «, colectivizar el campo, la dictadura…porque «hay que ensuciarse las manos». Una teoría nefasta y la izquierda debería ser la primera en recordarlo.

    El otro tema es porque la calidad artística de la propaganda de izquierda es mejor. Supongo que hay muchas explicaciones. Nuestros amigos neoconservadores em Esyadps Unidos tienen su propia explicación sociológica que básicamente sostiene que en una sociedad capitalista hay sectores de la burguesía que han logrado un nivel de acumulación de capital tal, que permite la generación de un grupo social con valores anti burgueses, propios de los sectores artísticos y bohemios (una expliación muy conveniente para ellos). Otra cuestión es que inevitablemente el arte y las ideas de izquierda tienen coincidencias muy grandes (la búsqueda de libertad, el afán de concebir un mundo distinto, útopico, el empuje constante hacia nuevos horizontes y vanguardias).

    Yo por mi parte pienso que la propaganda de derecha es más burda porque ser de derecha es más fácil: requiere acomodarse a lo establecido. Y eso la hace mucho más efectiva que la de izquierda. Una amiga que hizo un trabajo sobre cine de propaganda en la Alemania Nazi me contaba que las películas de propaganda más efectivas no eran las que tenían un tema político explicito (como las de Leny Riefenstahl) sino las que tocaban temas aparentemente banales, pero que reafirmaban un modelo de sociedad (si pensara en un ejemplo contemporaneo, pensaría en todas esas películas contemporaneas de Hollywood sobre la vida de clase media en los suburbios blancos de las ciudades gringas)

  • Javier Moreno
    13 septiembre, 2007 at 10:17 am

    Propaganda «proglobalización» y «procapitalismo» hay por todos lados, lo que pasa es que a diferencia de los antiglobalizadores ellos no necesitan hacerla explícita. Un brochazo aquí y otro allá son suficientes para promover el estilo de vida que les interesa.

    El correspondiente a Moore y Klein sí es definitivamente O’Reilly (o Ann Coulter) y yo no creo que sean equivalentes a una «Señorita Laura». O’Reilly cumple exactamente la misma misión que el corto de Cuarón: Mantiene en pie de guerra a los convencidos. Y lo hace produciendo un programa que diga lo que ellos quieren oir amplificado suficiente número de veces. La verdad es que les funciona muy bien.

  • Lanark
    13 septiembre, 2007 at 11:33 am

    De acuerdo, hay mucha propaganda pro-statu quo, y mucha de esa es muy efectiva. Pero casi toda es un esperpento estético.

    Tal vez por el mismo hecho de no ser predominante, a la propaganda anticapitalista le toca renunciar de entrada al argumento tipo «mire cómo la pasa uno de bueno en la multitud que sale a linchar a los malos»

    Lo mas burdo que llega a hacer la propaganda anti, es mostrar el «mire cómo nos les metemos al rancho y no pueden hacer nada; estn inermes ante nosotros», que si no estoy mal, es también una estrategia O’Reilliana. Esa tambin es la de Moore, que le da a uno el gusto de ver al otro bando como algo frágil que uno puede desbaratar. Me recuerda a ciertos blogueros que dicen haber «demolido con argumentos» a sus enemigos y haberlos reducido al ataque personal. Eso es taaaan trillado…

    Daniel: Está muy interesante el texto, lástima que es slo una reseña de una charla. Me parece un estudio muy chévere, pero un poco limitado. Podrían haber «entrenado una máquina» con sus 41 blogs para que reconozca más o menos mamertos y godos, y hecho el análisis con muchsímos más, digamos decenas de miles, para examinar el cambio temporal, donde la «ausencia de tendencia» bien poda haber sido ruido estadístico. Claro que el análisis de contenido que hacen, ese no es muy escalable.

  • Anónimo
    14 septiembre, 2007 at 6:56 pm

    How Capitalism Is Killing Democracy
    By Robert B. Reich
    FOREING POLICY September/October 2007

    Free markets were supposed to lead to free societies. Instead, today’s supercharged global economy is eroding the power of the people in democracies around the globe. Welcome to a world where the bottom line trumps the common good and government takes a back seat to big business.

    It was supposed to be a match made in heaven. Capitalism and democracy, we’ve long been told, are the twin ideological pillars capable of bringing unprecedented prosperity and freedom to the world. In recent decades, the duo has shared a common ascent. By almost any measure, global capitalism is triumphant. Most nations around the world are today part of a single, integrated, and turbocharged global market. Democracy has enjoyed a similar renaissance. Three decades ago, a third of the world’s nations held free elections; today, nearly two thirds do.

    Conventional wisdom holds that where either capitalism or democracy flourishes, the other must soon follow. Yet today, their fortunes are beginning to diverge. Capitalism, long sold as the yin to democracy’s yang, is thriving, while democracy is struggling to keep up. China, poised to become the world’s third largest capitalist nation this year after the United States and Japan, has embraced market freedom, but not political freedom. Many economically successful nations—from Russia to Mexico—are democracies in name only. They are encumbered by the same problems that have hobbled American democracy in recent years, allowing corporations and elites buoyed by runaway economic success to undermine the government’s capacity to respond to citizens’ concerns.

    Of course, democracy means much more than the process of free and fair elections. It is a system for accomplishing what can only be achieved by citizens joining together to further the common good. But though free markets have brought unprecedented prosperity to many, they have been accompanied by widening inequalities of income and wealth, heightened job insecurity, and environmental hazards such as global warming. Democracy is designed to allow citizens to address these very issues in constructive ways. And yet a sense of political powerlessness is on the rise among citizens in Europe, Japan, and the United States, even as consumers and investors feel more empowered. In short, no democratic nation is effectively coping with capitalism’s negative side effects.

    This fact is not, however, a failing of capitalism. As these two forces have spread around the world, we have blurred their responsibilities, to the detriment of our democratic duties. Capitalism’s role is to increase the economic pie, nothing more. And while capitalism has become remarkably responsive to what people want as individual consumers, democracies have struggled to perform their own basic
    functions: to articulate and act upon the common good, and to help societies achieve both growth and equity. Democracy, at its best, enables citizens to debate collectively how the slices of the pie should be divided and to determine which rules apply to private goods and which to public goods. Today, those tasks are increasingly being left to the market. What is desperately needed is a clear delineation of the boundary between global capitalism and democracy—between the economic game, on the one hand, and how its rules are set, on the other. If the purpose of capitalism is to allow corporations to play the market as aggressively as possible, the challenge for citizens is to stop these economic entities from being the authors of the rules by which we live.

    THE COST OF DOING BUSINESS

    Most people are of two minds: As consumers and investors, we want the bargains and high returns that the global economy provides. As citizens, we don’t like many of the social consequences that flow from these transactions. We like to blame corporations for the ills that follow, but in truth we’ve made this compact with ourselves. After all, we know the roots of the great economic deals we’re getting. They come from workers forced to settle for lower wages and benefits. They come from companies that shed their loyalties to communities and morph into global supply chains. They come from CEOs who take home exorbitant paychecks. And they come from industries that often wreak havoc on the environment.

    Unfortunately, in the United States, the debate about economic change tends to occur between two extremist camps: those who want the market to rule unimpeded, and those who want to protect jobs and preserve communities as they are. Instead of finding ways to soften the blows of globalization, compensate the losers, or slow the pace of change, we go to battle. Consumers and investors nearly always win the day, but citizens lash out occasionally in symbolic fashion, by attempting to block a new trade agreement or protesting the sale of U.S. companies to foreign firms. It is a sign of the inner conflict Americans feel—between the consumer in us and the citizen in us—that the reactions are often so schizophrenic.

    Such conflicting sentiments are hardly limited to the United States. The recent wave of corporate restructurings in Europe has shaken the continent’s typical commitment to job security and social welfare. It’s leaving Europeans at odds as to whether they prefer the private benefits of global capitalism in the face of increasing social costs at home and abroad. Take, for instance, the auto industry. In 2001, DaimlerChrysler faced mounting financial losses as European car buyers abandoned the company in favor of cheaper competitors. So, CEO Dieter Zetsche cut 26,000 jobs from his global workforce and closed six factories. Even profitable companies are feeling the pressure to become ever more efficient. In 2005, Deutsche Bank simultaneously announced an 87 percent increase in net profits and a plan to cut 6,400 jobs, nearly half of them in Germany and Britain. Twelve hundred of the jobs were then moved to low wage nations. Today, European consumers and investors are doing better than ever, but job insecurity
    and inequality are rising, even in social democracies that were established to counter the injustices of the market. In the face of such change, Europe’s democracies have shown themselves to be so paralyzed that the only way citizens routinely express opposition is through massive boycotts and strikes.

    In Japan, many companies have abandoned lifetime employment, cut workforces, and closed down unprofitable lines. Just months after Howard Stringer was named Sony’s first non Japanese CEO, he announced the company would trim 10,000 employees, about 7 percent of its workforce. Surely some Japanese consumers and investors benefit from such corporate downsizing: By 2006, the Japanese stock market had reached a 14 year high. But many Japanese workers have been left behind. A nation that once prided itself on being an “all middle class society” is beginning to show sharp disparities in income and wealth. Between 1999 and
    2005, the share of Japanese households without savings doubled, from 12 percent to 24 percent. And citizens there routinely express a sense of powerlessness. Like many free countries around the world, Japan is embracing global capitalism with a democracy too enfeebled to face the free market’s many social penalties.

    On the other end of the political spectrum sits China, which is surging toward capitalism without democracy at all. That’s good news for people who invest in China, but the social consequences for the country’s citizens are mounting. Income inequality has widened enormously. China’s new business elites live in McMansions inside gated suburban communities and send their children to study overseas. At the same time, China’s cities are bursting with peasants from the countryside who have sunk into urban poverty and unemployment. And those who are affected most have little political recourse to change the situation, beyond riots that are routinely put down by force.

    But citizens living in democratic nations aren’t similarly constrained. They have the ability to alter the rules of the game so that the cost to society need not be so great. And yet, we’ve increasingly left those responsibilities to the private sector—to the companies themselves and their squadrons of lobbyists and public relations experts—pretending as if some inherent morality or corporate good citizenship will compel them to look out for the greater good. But they have no responsibility to address inequality or protect the environment on their own. We forget that they are simply duty bound to protect the bottom line.

    THE RULES OF THE GAME

    Why has capitalism succeeded while democracy has steadily weakened? Democracy has become enfeebled largely because companies, in intensifying competition for global consumers and investors, have invested ever greater sums in lobbying, public relations, and even bribes and kickbacks, seeking laws that give them a competitive advantage over their rivals. The result is an arms race for political influence that is drowning out the voices of average citizens. In the United States, for example, the fights that preoccupy Congress, those that consume weeks or months of congressional staff time, are typically contests between competing companies or industries.

    While corporations are increasingly writing their own rules, they are also being entrusted with a kind of social responsibility or morality. Politicians praise companies for acting “responsibly” or condemn them for not doing so. Yet the purpose of capitalism is to get great deals for consumers and investors. Corporate executives are not authorized by anyone—least of all by their investors—to balance profits against the public good. Nor do they have any expertise in making such moral calculations. Democracy is supposed to represent the public in drawing such lines. And the message that companies are moral beings with social responsibilities diverts public attention from the task of establishing such laws and rules in the first place.

    It is much the same with what passes for corporate charity. Under today’s intensely competitive form of global capitalism, companies donate money to good causes only to the extent the donation has public relations value, thereby boosting the
    bottom line. But shareholders do not invest in firms expecting the money to be used for charitable purposes. They invest to earn high returns. Shareholders who wish to be charitable would, presumably, make donations to charities of their own choosing in amounts they decide for themselves. The larger danger is that these conspicuous displays of corporate beneficence hoodwink the public into believing corporations have charitable impulses that can be relied on in a pinch.

    By pretending that the economic success corporations enjoy saddles them with particular social duties only serves to distract the public from democracy’s responsibility to set the rules of the game and thereby protect the common good. The only way for the citizens in us to trump the consumers in us is through laws and rules that make our purchases and investments social choices as well as personal ones. A change in labor laws making it easier for employees to organize and negotiate better terms, for example, might increase the price of products and services. My inner consumer won’t like that very much, but the citizen in me might think it a fair price to pay. A small transfer tax on sales of stock, to slow the movement of capital ever so slightly, might give communities a bit more time to adapt to changing circumstances. The return on my retirement fund might go down by a small fraction, but the citizen in me thinks it worth the price. Extended unemployment insurance combined with wage insurance and job training could ease the pain for workers caught in the downdrafts of globalization.

    Let us be clear: The purpose of democracy is to accomplish ends we cannot achieve as individuals. But democracy cannot fulfill this role when companies use politics to advance or maintain their competitive standing, or when they appear to take on social responsibilities that they have no real capacity or authority to fulfill. That leaves societies unable to address the tradeoffs between economic growth and social problems such as job insecurity, widening inequality, and climate change. As a result, consumer and investor interests almost invariably trump common concerns.

    The vast majority of us are global consumers and, at least indirectly, global investors. In these roles we should strive for the best deals possible. That is how we participate in the global market economy. But those private benefits usually have
    social costs. And for those of us living in democracies, it is imperative to remember that we are also citizens who have it in our power to reduce these social costs, making the true price of the goods and services we purchase as low as possible. We can accomplish this larger feat only if we take our roles as citizens seriously. The first step, which is often the hardest, is to get our thinking straight.

    Robert B. Reich, former U.S. secretary of labor, is professor of public policy at the University of California, Berkeley. This article is adapted from his book, Supercapitalism: The Transformation of Business, Democracy, and Everyday Life (New York: Alfred A. Knopf, 2007).

  • Anónimo
    14 septiembre, 2007 at 7:03 pm

    Portafolio14 de Septiembre de 2007

    Descontento por modelo económico en Chile

    Los violentos enfrentamientos en barriadas pobres de Santiago esta semana constituyen una erupción de descontento frente al modelo económico chileno, más allá que hayan ocurrido en el marco de un acto de repudio en el aniversario del golpe de 1973, dijeron analistas.

    La violenta noche del martes pasado dejó un policía muerto, más de 40 heridos y cerca de 300 detenidos en todo el país. Hubo además 30 vehículos quemados, seis colegios y varios locales comerciales saqueados, así como millonarios destrozos al mobiliario público, en daños valorados en más de 400.000 dólares.

    Si bien todos los 11 de septiembre se producen disturbios en Chile, este año fue especialmente violento. De hecho, es la primera vez que muere un policía desde 1987, cuando aún estaba en el poder el dictador Augusto Pinochet.

    MALA DISTRIBUCIÓN
    La economía chilena exhibe un saludable ritmo de crecimiento, que la llevará a expandirse este año por encima de 6 por ciento, pero la distribución de la riqueza es deficiente. El 10 por ciento más rico de la población se lleva el 47 por ciento de los ingresos, mientras que el 10 más pobre sólo obtiene el 1,2 por ciento.

    AFP | Santiago

  • Javier Moreno
    15 septiembre, 2007 at 11:35 am

    Aquí hay una reseña más o menos positiva del libro de Klein. Ojalá The Economist sacara algo un poco más crítico.

    Es curioso, por cierto, que el medio donde es publicada ya más o menos determine la manera como un cierto libro con contenido político será tratado.

  • Anónimo
    13 enero, 2010 at 5:06 am

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  • Anónimo
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  • Anónimo
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  • Anónimo
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  • Anónimo
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  • Anónimo
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