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Los letrados

La semana anterior, en su columna de El Tiempo, el historiador Eduardo Posada Carbó fustigó las opiniones rotundas de la novelista Laura Restrepo sobre la realidad nacional. Pero la crítica de Posada, su denuncia del miserabilismo intelectual y su insistencia en la necesidad de una valoración objetiva de nuestro progreso (o retroceso) institucional y social, podría fácilmente generalizarse, copiarse en el sentido electrónico del término, a muchos de nuestros literatos (letrados los llama Posada, más una alusión a la materia prima de su oficio que una aceptación de su sabiduría). Cuando Laura Restrepo plantea su manida tesis sobre los dueños eternos del poder y el consecuente fracaso del Estado, “la gente que figura es la que pertenece a cierto estrato económico y el resto es una gran masa anónima”, simplemente está sumando su voz al coro miserabilista entonado por sus colegas con rabiosa indignación.

Basta repasar los escritos políticos de William Ospina, expansivos en su prosa pero reduccionistas en su mensaje; o leer las opiniones políticas de Santiago Gamboa, menos elocuentes pero igualmente panfletarias; o examinar los juicios absolutos de Oscar Collazos (“las soluciones de Estado no han sido beneficiosas. Atizaron el fuego de la guerra, estimularon el crecimiento de la pobreza, y precipitaron el éxodo de campesinos hacia las ciudades”); o revisar los diagnósticos rotundos de Daniel Samper Pizano (“todos sabemos que este no es un país sino un club manejado por un puñado de familias y una oligarquía cada vez más rica”); basta, en últimas, con estudiar las opiniones de la mayoría de nuestros letrados para comprobar la pertinencia de la crítica de Posada. Quizás por desconocimiento involuntario, o tal vez por una forma de desidia intelectual, pereza antipositivista podría uno llamarla, los protagonistas de esta columna insisten en negar la posibilidad de cualquier progreso social cuando, al menos desde una perspectiva de largo plazo, los avances son evidentes. Cabría mencionar, por ejemplo, la mejoría sistemática de los índices de desarrollo humano, la expansión de los servicios públicos, el crecimiento de la seguridad social, la generalización de los mecanismos de solidaridad, el aumento del gasto social, etc.

Probablemente las críticas de los letrados, su denuncia de nuestras muchas lacras sociales, serían mucho más eficaces si estuviesen acompañadas de un interés positivista por los hechos y de una curiosidad académica por el trabajo de politólogos, sociólogos y economistas de todas las tendencias. Especialmente si los novelistas, como lo afirma sin ambages Santiago Gamboa, aspiran a convertirse en los relatores de nuestra historia secreta, en los reporteros de la verdad escondida. Pero no es repitiendo lugares comunes como se revela la verdad social. Al menos sociológicamente hablando, nuestros émulos de Balzac todavía están muy lejos de, digamos, Tom Wolfe.

Hace ya casi 50 años, en 1959, C. P. Snow publicó un libro con el sugestivo título de las Dos culturas, la literaria y la científica, en el cual censuraba el monopolio de los intelectuales literarios sobre los grandes temas de la sociedad y denunciaba la ignorancia de muchos letrados, quienes, en su opinión, podían opinar con irresponsabilidad factual gracias al proteccionismo intelectual que les brindaba el mundo literario. Proféticamente, las opiniones de Snow describen con precisión los excesos de nuestros literatos. O mejor, sus extravíos factuales cuando asumen el papel de opinadores.

Uno esperaría que los letrados trataran los problemas de la sociedad con la misma veneración con la que estudian las complejidades del alma humana. Pero ese no es el caso. Simplemente muchos escritores de primera son opinadores de segunda: repetidores de ideas preconcebidas, editorialistas con piloto automático que confunden los hechos con la ideología.

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  • Anónimo
    5 febrero, 2006 at 5:57 am

    Buenos días. Me temo, profesor Gaviria, que su liberalismo le impide ver la parte de verdad que tienen esas críticas. Es cierto que Colombia ha experimentado un notable progreso económico y social durante el siglo XX (como la gran mayoría de los países del resto del mundo, por otro lado, y me consta que usted conoce esas cifras). Pero, por otro, cualquier aficionado a la historia de Colombia sabe también que las élites colombianas y su comportamiento egoísta, falto de visión política, liberal por imitación y beneficio propio, ha desembocado en esta Colombia de difícil governabilidad (concepto familiar y querido por los liberales como usted). Los más de 3 millones de desplazados y los indíces de desigualdad en Colombia no son para que las élites colombianas se enorgullezcan del trabajo que han hecho por el país. Siendo usted un educador y un economista liberal, debería prestar más atención al último informe del Banco Mundial y a la desigualdad de partida entre los colombianos que, según el propio Banco, despercia el capital humano del país. La educación es un ejemplo perfecto de la desigualdad en Colombia: un ministro de educación normalmente habrá estudiado en un colegio bilingue, como El Nuevo Granada (millón y medio mensual), habrá acudido a una universidad de élite (Los Andes, 8 millones al semestre) y le habrán dado alguna beca del gobierno colombiano para estudiar en el extranjero (entre 50 y 70 millones anuales). No conoce a nadie que haya ido a un colegio público, no sabe de los problemas educativos que enfrentan las clases medias y obreras, pero en un país de salario mínimo que ronda los 500.000 pesos, que el padre del ministro se gasta sólo en transporte escolar, él es la persona que decidirá sobre la educación de la gran mayoría de los colombianos. Súmele a eso que carecerá normalmente de formación específica en educación, que el cargo se lo habrán medio regalado, sino regalado del todo, por sus conexiones personales y dígame usted cómo piensa que Colombia puede salir adelante con esas élites.
    Ciertamente, el país ha progresado. Pero los que más han progresado son las élites de siempre. Hasta que revienten el país.
    Por informar a los lectores: yo también soy profesor en Los Andes, pero no estoy ciego.

  • Anónimo
    5 febrero, 2006 at 3:09 pm

    Yo aprecio lo que han hecho nuestros gobernantes, y les agradezco, y se muy bien que yo no lo haria mejor.

    Es que el estado somos personas, y todos sabemos como somos las personas.

    Dos ejemplos que hablan de la dificultad del asunto: Cuando estuve en un pueblo (hace muchos años, mas de 4), haciendo la practica Universitaria vi como el estado vacunaba (ivan a las veredas en la puta mierda) y realizaba odontologia a los niños mas pobres (a todos los niños pobres), algo que uno se emocionaba, pero al mismo tiempo habian matones pagados por el estado que hacian limpieza social, lo cual a uno obviamente lo mataba de la puteria. Digo esto porque el criticon solo contaria la segunda parte, y Alejandro Gaviria la primera.

    A mi los criticones me emputan, porque cuando los ponen a hacer algo no salen con nada, y ademas opinan como que no entendieran la impresionante complejidad del asunto.

    Con dos salarios minimos se puede vivir dignamente, y al que le parezca muy poquito pues que pague mas, y que despues me cuente en que termino la historia (efectivamente las empresas exitosas lo hacen, y les va bien, pero no todas las empresas son exitosas). ¿Que salario minimo fijaria el profesor de la Universidad de los Andes que no es ciego ?

    Estoy de acuerdo con Alejandro Gaviria en que lo que hay es criticadores ensañados, que no se han puesto ellos mismo a pensar en la dificultad de la tarea, y en lo que se va logrando. Pero considero que estos criticones de segunda, «toreros de coctel», cumplen una mision importante, y es pullar a los que hacen la tarea, impulsarlos a hacerlo mejor. La gente sentada criticando le ayuda a uno, lo saca del conformismo.

  • Anónimo
    5 febrero, 2006 at 3:32 pm

    Alejandro:

    Entendemos que ambos columnistas incurrieron en extremos. No obstante los lectores sabemos que ella siempre ha militado en la izquierda y él es hijo de un lider conservador, educado en Oxford…etc. Me refiero a que no nos sorprendieron el artículo de la primera, ni la reacción del segundo.

    Lo que sí nos sorprende es su respuesta de hoy, pues si usted es objetivo, como ha tratado de serlo y logrado en muchos casos, ésta vez sí se «pifió», como dicen en su natal Medellín. Atacarlos a los dos por ser extremistas desde sus supuestos nichos intelectuales, también es un lugar común.

    Usted sabe -y además tiene más cifras que muchos de nosotros- para demostrar que uno de los dos tiene la razón. Todo esto para decir que su artículo de hoy, no puede acabar como las películas de marras de atardecer «romántico» con el sol de fondo donde usted sale de mano de su sentido crítico, muy amarradito y muy seguro, en su nicho de crítico voraz e ilustrado. Hubiera sido mejor concluir que a pesar de la validez de sus críticas, y de las posturas de los dos pseudo-intelectuales, usted hubiese reconocido que uno de ellos tiene objetiva, pero lastimosamente, la razón. Usted ha sido trasparente en sus artículos, pero insisto que en esta salida no puede deshacerse tan fácilmente de su condición de Economista activo en investigación, la que le provee los datos para concluir que uno de los «letrados» se la ganó al otro.

  • Con los ojos cerrados y los oídos tapados
    5 febrero, 2006 at 4:29 pm

    Coincido en que es un problema de las ideologías, del sistema de creencias dentro del cual se mueve cada cual –o en el que cada cual se encuentra preso– y que debe permanecer inalterado para que no tengamos que hacer ese enorme esfuerzo que implica pensar. Pero lo grave es que no son sólo los «letrados». Hace unos días oí a la persona que encabeza la lista del oficialismo liberal al senado, economista ella, repetir una cantinela sobre su muy acomodada interpretación de las cifras recientes de pobreza e indigencia (aterradoras todavía, pero menos aterradoras que hace un lustro), evadiendo los argumentos lógicos de otro panelista con la frase «lo que tú quieras, pero yo insisto…». ¿Cómo así? O ella acepta lo que el otro está diciendo porque tiene sentido y está sustentado en las cifras que ambos tienen en frente, o lo refuta del mismo modo. Pero salirse así de la discusión para insistir tercamente y sin fundamento en que ella tiene la razón … francamente decepcionante. Y ese es el nivel del debate en Colombia.

  • Carlos Cely Maestre
    5 febrero, 2006 at 6:31 pm

    Señor Gaviria:

    Digamos que en el planeta Tierra somos, aproximadamente, 6.200 millones de habitantes. Esto lleva a que haya 6.200 millones de puntos de vista e igual número de opiniones acerca del mundo, de su desarrollo, de sus problemas y de sus causas. Todas estas opiniones tienen el mismo valor, y merecen el mismo respeto que la mía y que la suya, y además, siempre todas las percepciones de cualquier objeto serán distintas, aunque tengan puntos de encuentro. Nadie puede ocupar el lugar de otra persona ni ver a través de sus ojos y de su experiencia. A esta visión única se suma, entre millones de cosas más, la disciplina o la ocupación que cada quien haya escogido o tenga. Un filósofo o un literato, seguramente tendrán una visión del mundo y de sus cosas, muy distinta de la que pueda tener un administrador de empresas o un economista. Cada uno creerá, si no pertenece a la clase de seres humanos grandes y con ello, humildes, que su visión y su análisis es el correcto, desdeñará el de los demás, y colegirá que posee la verdad. No obstante, la única verdad sólo puede ser la suma de todas las verdades, es decir, la suma de todas las percepciones. Si un “letrado” dice que las cosas van mal, que hay concentración exagerada de la riqueza o que “las soluciones de Estado no han sido beneficiosas. Atizaron el fuego de la guerra, estimularon el crecimiento de la pobreza, y precipitaron el éxodo de campesinos hacia las ciudades”; o que “todos sabemos que este no es un país sino un club manejado por un puñado de familias y una oligarquía cada vez más rica”, está diciendo su verdad, su percepción, expresando su punto de vista. Es posible que, incluso, evite hacer algunas concesiones para que quienes desean que las cosas sigan así, no se vayan a pegar de ellas para justificar lo injustificable.
    Ante el desastre (¡DESASTRE!) de Colombia y del mundo, donde decenas de miles mueren diariamente asesinados, o por hambre, o por enfermedad, o son desplazados, o violados, o tienen que recurrir a la prostitución para sobrevivir, o les sacaron los ojos o los riñones para venderlos, o murieron a causa de un bombardeo (aquí, en Irak, en Afganistán…), o están siendo torturados ante nuestros ojos en Guantánamo… Ante todo esto, no sé cómo se pueden mencionar “la mejoría sistemática de los índices de desarrollo humano, la expansión de los servicios públicos, el crecimiento de la seguridad social, la generalización de los mecanismos de solidaridad, el aumento del gasto social”…
    Por último, difícilmente se encontrarán escritores de primera que sean opinadores de segunda. Los escritores, son de primera más por el fondo (de sus obras) que por la forma.

    Cordial saludo,

    Carlos Cely Maestre

  • Lope Flórez
    6 febrero, 2006 at 11:10 pm

    En su columna le faltó mencionar al profesor de todos los negativistas, Antonio Caballero. Lástima que mentes tan brillantes no hayan sido capaces de proponer soluciones y sólo se limiten a narrar las adversidades que según ellos están llevando a nuestro país al desastre. Se parecen a los matemáticos del siglo XIX, expertos en proponer problemas matemáticos rebuscados buscando a un personaje futuro que diera la solución. Ellos mismos ni siquiera sabían por donde comenzar a encontrarla.

    Atentamente

    Lope Flórez

    CC 19.114.468

  • Gustavo
    15 febrero, 2006 at 8:50 pm

    De alguna manera los letrados tienen que opinar sobre temas que desconocen y sobre los cuales deben tomar una posición.

    Algunos de los letrados que emiten opiniones semanales se ven forzados a plantear temas sobre los cuales no pueden tomar una opinión objetiva y valiosa para mostrar.

    Uno puede como intelectual diferir de un Gobernante pero hacerlo con el ensañamiento con que Antonio Caballero ataca a Alvaro Uribe cada vez que puede, sin ver nada bueno en su Gobierno, me parece algo insano para el intelecto de él y de quienes lo leemos.

    Se entiende que al ser el letrado de una tendencia de izquierda o de derecha tenga que asumir su opinión con sus seguidores, pero hacerlo de una manera obsesiva puede llevarnos al hastío intelectual de saber por anticipado lo que piensa un letrado determinado. Lo peor para un intelectual es que todo el mundo sepa por anticipado lo que piensa sobre un tema determinado, ya que no esta aportando nada nuevo para el análisis.

  • Julio Carrizosa Umañ
    19 febrero, 2006 at 2:42 pm

    Dr. Gaviria usted mismo cita a letrados que han sido capaces de analizar la realidad con mayor profundidad que un economista o un sociologo. Comprendo la posición de Posada como un intento de revalorar algo en lo que nuestras familias estuvieron comprometidas pero para eso no es necesario despreciar una escritora que está tratando de ver más profundamente. Mucho del trabajo de Laura Restrepo ayudará a los historiadores a comprender lo que ha sucedido en Colombia pero, probablemente, tambien es necesario que personas como Posada agan ver la cara amales de las elites y su heterogeneidad y eso solo se logra por medio de la literatura. Julio Carrizosa Umaña

  • F PARRA BELTRAN
    19 febrero, 2006 at 11:09 pm

    Dr. Alejandro,

    Después de leer su artículo, leer los comentarios y analizar el papel que por estos días desempeño creo que a usted le falta un poco salirse de las aulas y ver más de cerca la realidad nacional. Pero no sólo a usted, a los intelectuales columnistas también, quienes creen que desde Bogotá o Madrid, sentados cómodamente leyendo y estudiando se aprende de Colombia. Yo soy provinciano, he vivido en Bogotá y he podido darme cuenta que lo que ustedes desde acá piensan de la provincia es errado.
    Yo hoy trato de escribir, de hacer lo que me gusta y en este ejercicio de prepararme para luchar por ese objetivo, sin pertenecer a las clases dirigentes de este país me he despegado un poco de mi pueblo querido y hay momentos en que me dejo llevar por el mismo sentimiento de superioridad que los invade a ustedes, cuando se creen los dueños del sentir nacional desde los periódicos. Pero afortunadamente yo estoy joven aun, sin dinero y sin poder y puedo distinguir claramente que para aprender y hallar la solución a los problemas del país hay que recórrelo pero mochila al hombro como cualquier parroquiano, integrándose con los habitantes de las regiones y no yendo de conferencista a clubes elitistas.

    Me gusta como escribe, me gusta que a la crítica le aporte soluciones, pero yo lo invito a que salgamos a la provincia y se empape de pueblo. Aprovéchelo ahora que su fama no es muy reconocida entre el pueblo raso, le aseguro que aparte de distraerse, le servirá para entender mejor a la otra Colombia que vive afuera de los limites de Bogotá y que es el país mayoritario. Cuando quiera salimos, me enseña un poco de economía y busca como aplicar todos los conocimientos de escuelas europeas y norteamericanas pero en el contexto nuestro que es sui generis.

  • Hernando
    7 marzo, 2006 at 9:36 pm

    Señor Gaviria:

    En Colombia hay una falsa izquierda tradicionalista y anacrónica que se niega a darle paso a una nueva etapa en la que el país por fin podría estar interactuando en tiempo real con el resto del mundo (perdone mi término de programación, pero eso quiere decir «en vivo y directo»).

    Laura Restrepo sin ninguna duda, hasta Antonio Caballero, representan esa vieja izquierda temerosa. Daniel Samper hoy hizo un llamado desesperado a tumbar el TLC en el nuevo Congreso, porque para él éste es un tratado muy malo porque la opinión pública en su mayoría lo rechaza. Lo que no dijo es que esa mayoría antes lo apoyaba, y gracias a la maquinaria propagandística de esta vieja izquierda se volteó la tendencia en cuestión de meses, en lugar de trabajar por formar un bloque conjunto que se prepare de una manera óptima para sacar el máximo provecho del tratado.

    Toda esta situación es hasta buena: finalmente en Colombia se está dando la verdadera lucha que la guerrilla no logró plantear, que es el esquema colonialista reciclado con aires «progres» y «socialdemócratas» que nos vende una idea «redistribuidora» de la riqueza, versus un esquema dinámico de economía de capital, en el cual la prosperidad proviene de la riqueza generada a diario por una sociedad productiva y competitiva, dispuesta siempre a modernizarse, tal como sucede en los países desarrollados.

    Pero a mí me preocupa el daño que todavía pueden hacer algunas personas que buscan la manera de convertir la discusión ideológica en un ataque con tinte personal. Por ejemplo, imagínese que en la página de Mancuso y las AUC, aparece referido Posada Carbó e incluso Luis Eduardo Garzón, por supuesto, sin que ellos hayan autorizado o dado el permiso para ser citados en dicho sitio.

    De parte de algunos miembros de las FARC alguna vez les escuché una crítica contra Garzón acerca de que él había traicionado su ideología original y había resultado ser más un político tradicional que un revolucionario demócrata. Entonces si ahora sopesamos la mención de Posada Carbó y Garzón en la página de Mancuso, y a la vez consideramos la crítica que Posada hizo a Laura Restrepo, ¿no cree usted que eso se presta para que algunos individuos aprovechen la situación para acusarlos a ellos de tener algún vínculo con las AUC?

    Mi comentario no es exagerado. Ya lo he visto pasar antes.

  • Anónimo
    12 noviembre, 2007 at 5:51 pm

    el profesor percibe a colombia en su torre de marfil.padece en su paradigma,social,economico y politico, de lo que el acusa a sus dos criticados la izquierdista y el derecchista.
    aun mas creo que tiene una alergia intelectual atodo lo que no sea doctrina economica «mainstream».
    es de otra forma la version colombiana de el «optimista doctor pangloss»
    un miserabilista

  • eulogio
    30 agosto, 2009 at 10:08 pm

    Apreciado Doctor Gaviria,
    Hace unos años, en 2004, escribí un breve ensayo (30 paginas) sobre las formas que adoptó el sistema político colombiano para asegurarse la reelección. No ha sido publicado todavía sino en anexos por email. Mi larga práctica con la burocracia (desde cuando fui jefe del servicio civil, hoy función pública, en el gobierno de López M, y otras experiencias similares), le dieron forma a esta hipótesis. Como creo que coincide con lo suyo hoy en el diario, me tomo la libertad de compartirle esas ideas. Reciba un cordial saludo, Jaime Lopera Gutiérrez (Armenia)
    ————————————-
    “……Este proceso de varias décadas se explica fácilmente mediante la descripción de la Ecuación Perversa: (A+B+C=R).

    La Ecuación Perversa

    La primera parte de la ecuación (A) es la creación de burocracia innecesaria, por ejemplo, por medio de los contratos temporales, y de las cooperativas que disfrazan las normas del servicio civil y la meritocracia . También consiste en el lobby o manejo que se hace en Bogotá para la creación y duplicación de las entidades oficiales nacionales, y desde luego de su burocracia en cada departamento, con independencia de la utilidad que tal entidad tuviera en la región. Por ejemplo, ¿de qué le serviría el Incora, o el antiguo Idema a una sección cafetera como la nuestra?

    La segunda parte de la ecuación, (B), se basa en conseguir un pacto con esos nuevos empleados de la nueva burocracia para "pagar" el favor de los puestos mediante información privilegiada sobre las licitaciones y contratos internos, conducta que se desde hace años se ha llamado “clientelismo”; a este acuerdo amiguista se le suma la contribución a ciertos fondos electorales con porciones del salario legítimo del empleado colocado. Se cumple así el fatal destino de los empleados nombrados como clientela, quienes sirven de “agentes dobles” espiando los contratos internos a favor de su jefe político, al mismo tiempo que tratan de fingir lealtad a su jefe real.

    La tercera parte, y la más simple y obvia de la ecuación, (C), consiste en el engorde de las arcas y bolsillos de la clase política beneficiaria, para agenciarse su reelección indefinida (R) con esos fondos desgajados de la burocracia y el contratismo. Se pueden escribir toneladas de evidencias en torno a esta conducta peculiar de la política colombiana.

    Como esta ecuación todavía funciona, el modelo político quindiano –para hablar de lo que conozco, porque en otras partes creo que ocurre algo similar–, este modelo, digo, se ha perpetuado por años con una eficiencia casi admirable: (A+B+C=R), donde R es la reelección o perpetuación del modelo y de sus consecuencias. Así estamos como estamos”.