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30 julio, 2020

Poesía

Pessoa personal

Leí por primera vez a Pessoa en 1987. Un regalo de grado de mi tío poeta Jesús Gaviria. No recuerdo la edición. Ha pasado mucho tiempo. Era una antología recién publicada. Algo leí aquella vez sobre los heterónimos. Me quedó una inquietud que fui alimentando con los años. Un poema me quedó grabado en la memoria:

Tengo compasión de las estrellas,
que brillan hace tanto tiempo,
tanto tiempo…
siento compasión por ellas.

¿Es qué no habrá un estar cansado
en las cosas,
en todas las cosas,
como en las piernas y en los brazos?

Un cansancio de existir,
de ser,
sólo de ser,
el ser, un triste brillar o sonreír…

¿No habrá, en fin,
para las cosas que son,
no la muerte, mas sí
otra especie de fin,
o una gran razón
-Algo así
como un perdón?

 

Muchos años después, leí una reflexión de Octavio Paz que resume (ahora lo sé) lo que sentí entonces, lo que me transmitió el poema : “[…] ese sentimiento de universal simpatía con todo lo que existe, esa fraternidad en la permanencia con hombres, animales y plantas, que es lo mejor que nos ha dado el budismo, una suerte de beatitud instantánea que no excluye la ironía ni significa cerrar los ojos ante el mundo y sus horrores”.

Leí a finales de los años ochenta El banquero anarquista. Me llamó la atención aquel oxímoron misterioso. Poco recuerdo los hechos narrados. Solo sé que los banqueros casi destruyen el mundo (y con él mi profesión, la economía) ya hace doce años. Una forma de anarquismo, tal vez involuntario.

Lisbon revisited articuló mis angustias o poses existenciales en varios momentos de mi vida. Hace ya casi 20 años, me brindó una suerte de consuelo, me dio fuerzas en medio de las desdichas y dificultades del momento:

 

Quiero cincuenta cosas al mismo tiempo.
Anhelo con una angustia de hambre de carne
no sé bien que:
definidamente lo indefinido…

Más recientemente, siendo ministro, con poco tiempo para la lectura, encontré la cuidadosa antología de Jerónimo Pizarro, Plural como el universo. Encontré allí una frase suelta que recuerdo a menudo: “Tal vez parezca innecesario explicar una cosa de por sí tan sencilla e intuitivamente comprensible. Sucede, sin embargo, que la estupidez humana es grande, y la bondad humana no es notable”. Por la misma época leí el compromiso suscrito por Alexander Search, ese otro personaje misterioso. No lo suscribo plenamente, pero para mí fue una iluminación:

Leí de manera desordenada algunos de los ensayos de Jerónimo Pizarro contenidos en su libro Alias Pessoa. Entendí, no lo sabía, la fragmentación, la discontinuidad y la brevedad de su obra: Pessoa como un emprendedor enfrentado a una especie de exuberancia creativa que lo llevaba inexorablemente a la inconclusión. Plural como el universo, para recoger la expresión ya citada.

Entendí que solo existen fragmentos, que los editores tienen ante sí inmensas posibilidades. Entendí también la mirada de Jerónimo, la ética de la edición de lo inacabado: el llamado a la modestia, a conocerlo todo sin alterar casi nada, a publicarlo tal como existe, no como nos gustaría verlo.

Hace poco leí una frase del Fausto de Pessoa que se conecta con un proyecto que estoy terminando, una especie de antología de las ideas de Aldous Huxley, quien siempre enfatizó la necesidad de una educación para la receptividad: “Para mi ser es admirarme de estar siendo”, escribió Pessoa. Una podría hacer una antología extensa de poemas al respecto, poemas que giran sobre esa idea suelta.

Un buen ejemplo, tomado del poeta venezolano Rafael Cadenas, uno de los primeros lectores de Pessoa en América Latina, sería el siguiente fragmento:

Otro ejemplo, otra variación sobre la misma idea de admirarse siendo, es este fragmento de uno mis poetas favoritos, el también venezolano Eugenio Montejo: