Discursos

No todos los días son iguales

(ceremonia de grados Uniandes, 10/11 de octubre de 2019)

 
No todos los días son iguales. Muchos pasan de largo sin dejar rastro. Van acumulándose en esa tumba sin nombre que es el olvido. La mayoría de nuestros días están perdidos para siempre. Es como si hubiéramos estado muertos. 
 
Otros días, sin embargo, unos pocos, los recordamos eternamente. Quedan impresos en ese libro cambiante, caprichoso e impreciso que es la memoria humana. Esos pocos días (frágiles conexiones en el universo insondable que es nuestro cerebro), nos definen. Son parte de nosotros. Estamos, casi sobra decirlo, hechos de recuerdos. 
 
Este día, puedo anticiparlo, lo recordarán por siempre. Los acompañará por el resto de sus vidas. Representa un importante rito de paso. Un principio y un final. 
 
Mucho ha ocurrido, amigos graduandos, durante estos últimos años. Aprendieron varias cosas, unas imprescindibles, otras útiles simplemente. Hicieron algunos amigos para toda la vida. Conocieron algunos profesores que los inspiraron, que les cambiaron su forma de ver el mundo, que les mostraron una vocación que hoy parece un destino. 
 
Durante estos años, tuvieron que lidiar con la presión y la ansiedad del fracaso, con ese mal simulacro de la vida que son los exámenes. Experimentaron, imagino, la epifanía indescriptible que ocurre cuando entendemos por primera vez algún asunto antes misterioso o desconocido. Y experimentaron también, puedo suponer, la perplejidad, las dudas o la simple frustración ante la complejidad del mundo. 
 
Todos Uds., graduandos, superaron las exigencias (a veces razonables, a veces no tanto) de una de las mejores universidades del país, los rigores de la academia y las reglas de sus facultades. Vivieron intensamente. Rieron y lloraron. Cumplieron. Hoy celebramos todo eso. Hoy un día que recordarán por siempre. 
 
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Espero que en medio de todo, de las exigencias curriculares y las peripecias de la vida, hayan tenido algún momento para reflexionar sobre las grandes preguntas sin respuesta, sobre el mundo en que vivimos. La universidad, leí hace poco, es un refugio donde los jóvenes reflexionan sobre el mundo antes de que este se los devore. Sea lo que sea, quiero compartir algunas reflexiones sobre el presente, sobre el mundo actual con todo lo que tiene de maravilloso e inquietante. 
 
Vivimos en una época contradictoria. Por un lado, está el avance de la humanidad. “El gran escape” lo llamó hace unos años un economista y premio Nobel. El escape del hambre, la ignorancia, la pobreza y la enfermedad. No nos gusta reconocerlo. Preferimos la queja al deslumbramiento, pero somos, todos quienes estamos aquí, al menos en términos estadísticos, la generación más afortunada en la historia de este planeta. Nadie ha vivido tanto. Ni viajado tanto. Ni probado tantos sabores. Ni visto tantas cosas. Nadie ha tenido tanta libertad ni tanto acceso al conocimiento. En sus bolsillos todos guardan un aparatico brillante, el Aleph de Borges, una ventana a todo el conocimiento humano. Por supuesto millones sufren todavía por el hambre, la enfermedad y la pobreza. Pero el negacionismo no resolverá ninguno de estos problemas. Por el contario. Puede agravarlos. 
 
Somos unos privilegiados de la historia. Pero todo no termina aquí. El gran escape tiene un revés problemático, inquietante decía hace un momento. El gran escape, el progreso incesante de la humanidad, ha traído consigo la gran aceleración. El crecimiento exponencial de los gases efecto invernadero, la pérdida de biodiversidad, la acidificación de los océanos y por lo tanto de los eventos climáticos extremos, la gran catástrofe ambiental en ciernes. 
 
Al mismo tiempo, para usar una frase de Michel de Montaigne, el creador de la modernidad, pareciera que estamos entrando a una de etapa de locura de la humanidad. Crecen los nacionalismos. Se cierran las fronteras. Se alimenta el odio. Se denigra de la razón. Y los mismos aparaticos que ofrecen una ventana al mundo, facilitan la acción de grandes maquinarias de la desinformación y la mentira. 
 
Actualmente compartimos por redes sociales, de manera más o menos inadvertida, todos los detalles de nuestras vidas. Les entregamos a unas cuantas empresas información que dudaríamos en compartir con nuestros mejores amigos, incluso con nuestros hermanos. Esas empresas, a su vez, comparten la información privada con otras tantas interesadas en vendernos chucherías o alimentarnos con pasiones innecesarias y odios artificiales. Somos animales hackeables, escribió un comentarista lúcido en días recientes. Nuestro cerebro está siendo hackeado por charlatanes de todas las marcas y colores. Vivimos, en últimas, en un atolladero ético. 
 
Esa es la época que estamos viviendo. Interesante. Privilegiada, si se quiere. Desafiante. Incluso peligrosa. Digo todo esto, señalo la superposición entre los grandes avances y las grandes amenazas, porque quiero, casi como una última lección, invitarlos a ser conscientes de su entorno, a entender el momento en que estamos viviendo, a valorar lo que tenemos y entender los riesgos, los problemas que definirán su futuro. 
 
No es un llamado al desánimo, menos una invitación al pesimismo. Quiero simplemente reiterar que la reflexión ética es ahora más importante que siempre. Dónde quieran que estén, adónde quieran que vayan, dónde sea que trabajen, en los ámbitos públicos y privados, no olviden este contexto: el gran escape de un pasado terrible (que celebramos) y la gran aceleración (hacia un futuro peligroso) que debemos enfrentar. 
 
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No soy el orador principal de esta ceremonia. No quiero tomarme más tiempo del debido. No los voy a atiborrar con cifras. Tampoco voy a darles muchos consejos. No creo o dudo mejor de la eficacia de estas admoniciones. Dije recientemente que no me gusta predicar demasiado. Algo que no siempre cumplo. Todos tenemos nuestras contradicciones. 
 
Comparé alguna vez mi posición en este instante con la de la azafata al inicio de un vuelo. Estamos ya sentados en el avión. Nos hemos abrochado el cinturón. La azafata deja sonar un video con sus recomendaciones. Pero no prestamos atención. No nos interesan las advertencias. Ya veremos qué hacer si algo grave pasa. Nadie puede enseñarnos a vivir por adelantado. En fin, así me siento en estos discursos, como la azafata resignada que conoce y entiende a su audiencia indiferente. 
 
Voy a dar solo dos mensajes para terminar. No pretenden ser originales. Han sido repetidos una y mil veces. Pero vale la pena repetirlos otra vez. Los mensajes son para todos, incluidos los padres de familia y los educadores. Los mensajes tienen algo de autocrítica. O al menos algo de introspección. 
 
Empiezo con una anécdota. En una reunión reciente de profesores, una profesora ya veterana, con la sabiduría de los años vividos, levantó la mano y puso de presente una obviedad: “queremos que los estudiantes, dijo, aprendan varias lenguas, estudien los clásicos, reciten la Constitución, entiendan los grandes dilemas éticos, sepan programación y conozcan a profundidad los asuntos más relevantes de su profesión. No contentos, les pedimos que hagan dobles programas”. 
 
Esperamos demasiado, Uds. lo saben bien. Lo han vivido en carne propia. Quiero llamar la atención sobre las expectativas, sobre esa carga que nosotros les hemos puesto y que Uds. mismos se han autoimpuesto. Hago, en últimas, un llamado a la cordura intergeneracional. Una generación no puede imponerle a la siguiente todas sus ambiciones aplazadas. 
 
Tenemos, creo, una responsabilidad primaria. Debemos darles más espacio. Dejar que se equivoquen. El mayor privilegio, la mayor libertad es no tener miedo a equivocarse. Uds. no tienen que hacerlo todo. No tiene que serlo todo. Todo al mismo tiempo como les han dicho. 
 
Es casi un asunto de salud mental. La generación Z, Uds. graduandos lo saben bien, está estresada, con problemas de ansiedad, llena de pruebas, exámenes y evaluaciones. Creo que vale la pena, repito, que todos demos un paso atrás y reflexionemos sobre esta otra gran aceleración, la de las expectativas. 
 
Decía Michel de Montaigne, a quien ya mencioné, el escéptico, quien decidió al final de su vida abstraerse un poco de las inclemencias del mundo, que las mejores vidas son aquellas vividas sin milagros ni extravagancias, con plena conciencia de nuestros límites. 
 
Los poetas lo saben. Nos enseñan a protestar contra el paso del tiempo, la opresión de las expectativas y los excesos del superyo, de nuestra conciencia. Quiero compartir con todos una de esas protestas escrita por el poeta Elkin Restrepo, a quien cuento entre mis amigos: 
 
No es una tarea nada fácil
 
ésta de tomarse día a día uno y darse forma
 
y ordenar un sentido a todo
 
y parecer natural y también convincente
 
y alzarse levantar el vuelo
 
hacia otra región más alta
 
como si fuera poco como si fuera nada
 
cargar con quien aquí muy dentro
 
y con las mismas fuerzas las mismas palabras
 
argumenta contradice echa a pique
 
una a una verdades sueños
 
que uno levanta día a día luchando
 
aferrándose hasta sangrar
 
a fin de cumplir con algo en la vida
 
a fin de alcanzar
 
lo que nunca en verdad se te ha pedido.
 
No es una tarea fácil darse forma, ordenarlo todo y cumplir incluso más allá de lo que nos han pedido. Deberíamos, insisto, revisar las extravagantes expectativas.
 
Ya voy a terminar. He hablado más de la cuenta. Mi último mensaje es simple, casi obvio: sean amables, generosos, “queridos” decían en la Medellín de mi niñez ya perdida en el río del tiempo. Aldous Huxley, uno de los grandes pensadores del siglo XX, que nos ilumina con su clarividencia, lo dijo de la mejor manera: “Es casi penoso, afirmó, haber estado imbuido en las ciencias y en los problemas humanos todo una vida y descubrir que uno tiene un solo consejo para ofrecer: traten de ser un poco más amables”. 
 
Con el tiempo, con los años y las lecturas superpuestas, la necesidad ética de la compasión resulta cada vez más evidente. Graduandos, hoy, este día, traten de ser más amables y amorosos con sus padres y familiares. Tómenlos de la mano. Expresen lo que sienten de esa forma extraña como lo hacemos los humanos. Juntando nuestros cachetes, haciendo un círculo con nuestros labios y deshaciendo la mueca con un ruido seco, elocuente, más elocuente que las palabras. Los besos lo dicen casi todo. No vale la pena ahorrarlos. 
 
Les deseo mucha suerte. Abracen a sus padres y hermanos. Tómense muchas fotos. Celebren este día que recordarán por siempre. Felicitaciones a todos de todo corazón. Muchas gracias. 

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  • Unknown
    14 octubre, 2019 at 3:31 pm

    Excelente relato con muchas líneas que el tiempo no vence y otras de gran introspección. Gracias por compartir.

  • Unknown
    14 octubre, 2019 at 4:01 pm

    Hace un tiempo sus escritos me han venido cautivando. Estoy terminando "Hoy es siempre todavía" y luego de leer esto voy teniendo claro aquello que solía parecerme rídiculo: pedirle al autor de un libro su autográfo en el, tomarse una foto… apretar su mano. Déjeme decirle Alejandro Gaviria, que hoy soy yo quién quisiera tenerlo en frente, apretar su mano, pedirle que me firme el libro y tomarme una foto a su lado. Eso sí, sin dejarle de insistir que me gusta esa forma simple de escribir, de contar las cosas, de hacer un llamado a la reflexión sobre muchas cosas; pero con palabras simples, sin grandes elocuencias. Y es que al fin de cuentas para quién escribe el escritor, para sí o para su interlocutor.

  • MARLENE IBAÑEZ SUAREZ
    14 octubre, 2019 at 4:28 pm

    Maravilloso discurso. Valioso palabra por palabra.

  • Belitos
    14 octubre, 2019 at 11:09 pm

    Hubiera querido que en mi tardío grado alguien me dijera esto, me hubiera ahorrado lágrimas y decepciones y hubiera ganado vida, mucha vida

  • MLEITO
    15 octubre, 2019 at 12:40 am

    Un discurso como este nunca será olvidado por los graduandos, nunca olvidarán a quien como rector les brindó este discurso,cada palabra es un poema que llega a lo profundo del cerebro y al corazón de muchos.Allí se quedarán y resonarán estas palabras cargadas de contenido social.Pase lo que pase y sea como sea lo que pase en adelante, el dia del grado es inolvidable.En el camino se encuentran motivos para reir,.para llorar, para agradecer y a veces recordar con tristeza esas largas noches sin dormir haciendo trabajos para el profesor "cuchilla"' o para sacar un 5 y recuperar una nota casi perdida. Hay momentos que se quieren olvidar, otros como el instante de recibir el anhelado titulo, no pasará sin ser recordado.Personalmente recuerdo como si fuera hoy el día de mi grado en la Universidad Nacional de Colombia. Una enorme pancarta que rezaba"bienvenidos al mundo de los desempleados".Lamento decir, fue un feo augurio.Ojala a sus egresados para quienes escribió estas hermosas palabras de despedida,no les pase como a mí. Conocer y vivir el mas horrible desempleo que algunas veces me saca lagrimas,no de arrepentimiento, sí de impotencia.Pero también fue inolvidable ese día, poder ofrecer mi titulo a mi madre que se hallaba presente.Fue una emoción inenarrable.
    Gracias por compartir sus reflexiones,esas palabras con un mensaje tan profundo, sus palabras son poemas.

  • Unknown
    15 octubre, 2019 at 2:58 am

    Me parecio interesante la cita sobre " la necesidad ética de la Compasión resulta cada vez mas evidente" porque me recuerda lo que el Dalai Lama ha dicho en numerosas ocasiones "Pienso que a todos los niveles de la sociedad, la clave de un mundo más feliz y más próspero es el desarrollo de la compasión" y como las investigaciones realizadas observan que la meditación en compasion genera mayor conciencia de humanidad compartida, pensamientos positivos y bienestar, aspectos muy importantes para nuestra sociedad, aunque la compasión es algo innato en todos los seres , su expresión se refleja en una mirada mas amable hacia nosotros y los demas y ese es hermoso mensaje para todos, gracias

  • Anónimo
    15 octubre, 2019 at 1:52 pm

    Excelente reflexión maestro. Ojalá hubiese profesores que se detuvieran a pensar un poco en lo imprescindible y en lo útil.

  • Milagros
    16 noviembre, 2019 at 11:09 am

    Hermoso discurso, así como todo lo que escribe. Lo descubrí por su cargo público y considero que desde donde ejerce, realiza transformaciones sociales. Es un buen líder. Lo admiro mucho.