Academia

Desatando una pandemia de salud

(prólogo al libro de Alejandro R. Jadad y coautores) 
Conocí a Alex Jadad en 2015. En una de las tantas reuniones sobre el presente y el futuro de nuestro sistema de salud. Trabamos desde entonces una amistad basada en la complicidad de lecturas compartidas y en cierta impaciencia con el presente. Compartimos cierto existencialismo festivo, si cabe el término y vale la contradicción. 
Recuerdo una frase de su presentación de 2015, una cita de la antropóloga Margaret Mead, quien creyó, como Gauguin y tantos otros, haber encontrado el paraíso en la tierra en una isla del Pacífico Sur. Desde la Ilustración el buen salvaje ha sido un refugio romántico e ilusorio para muchos intelectuales. Ilusorio sin duda. Decía Karl Popper que el paraíso le será negado a quien ha probado los frutos del conocimiento. 
Pero no quiero desviarme del tema. Volvamos a la cita de Margaret Mead: “nunca duden de que un grupo de ciudadanos pensantes y comprometidos puede cambiar el mundo. Ciertamente es el único modo de hacerlo”. 
Quiero proponer la siguiente interpretación de este libro, de este esfuerzo de Alex y sus coautores. En el lenguaje de los sistemas dinámicos, se trata de sacudir el sistema, perturbar el equilibrio actual y movernos hacia un equilibrio distinto, hacia una situación más favorable. No es fácil, pues los equilibrios muchas veces persisten como resultado de dinámicas de refuerzo mutuo, de fuerzas que se entrelazan. 
El equilibrio actual podría describirse de la siguiente manera: gastamos más de lo que tenemos (de allí las deudas), hacemos más de lo debido, tenemos una fijación con lo nuevo, estamos obnubilados por la tecnología, sufrimos de un divorcio entre valor y precio, y, lo peor de todo, no estamos contentos. Nadie está satisfecho. Pero seguimos pidiendo (irracionalmente) más de lo mismo. 
Cabe mencionar a Thomas Schelling y su idea reveladora de los micro-motivos y los macro-comportamientos. Todo el mundo se comporta racionalmente en lo micro, en su ámbito particular, pero el comportamiento macro es irracional, casi absurdo. 
Hago un paréntesis sobre la insatisfacción con la salud en general y los sistemas de salud en particular. Alex Jadad me enseñó hace unos años que resulta inconveniente usar indicadores de satisfacción para evaluar los sistemas de salud. Para convencerme del cuento, de los peligros de las métricas basadas en la satisfacción, me recomendó la lectura del pensador brasileño Roberto Unger. Unger resumió acertadamente nuestras cargas existenciales en tres puntos: la muerte (inevitable), la tarea ardua de reconocer el absurdo de la existencia sin renunciar a los desafíos de la libertad y la insatisfacción permanente, la trampa hedonista, el siempre querer más. En suma, somos insaciables como especie: la catástrofe ambiental así lo confirma. 
Pero volvamos a nuestro tema de fondo, a la idea de movernos hacia un mejor equilibrio, más conveniente en términos de bienestar y sostenibilidad. El nuevo equilibrio se caracterizaría por hacer lo justo, gastar solo lo que tenemos, usar lo que funciona, mejorar el bienestar de todos y convertirnos en co-creadores de nuestra salud. 
De eso se trata este esfuerzo, de un salto cualitativo entre equilibrios. Pero no es fácil. Alex y sus coautores sugieren que se requiere un gran cambio cultural. Debemos dejar atrás un conjunto de falencias cognitivas que casi nos definen como especie: el sesgo de confirmación, el sesgo de statu quo (todo el mundo quiere reformar la salud hasta que alguien se atreve), el efecto dotación (nos enamoramos de lo propio así no nos guste) y la aversión a la pérdida. 
Para cambiar el equilibrio, debemos, a su vez, cambiar las expectativas, las creencias y la forma de tomar decisiones: la heurística propia que nos lleva a hacer mecánicamente lo mismo día tras día sin reparar en las consecuencias. 
Debemos comenzar por el principio, sugiere el libro, por la definición de salud. En lugar de enfatizar las carencias, la ausencia de enfermedad o el bienestar completo, deberíamos enfatizar nuestras habilidades, nuestras capacidades para lidiar con los problemas prácticos de la vida, en particular, nuestra capacidad para crear salud colectivamente. La salud no es algo que la gente pueda recibir pasivamente. No es un subsidio. No es un entregable. 
Movernos de un equilibrio a otro no solo implica un cambio de mentalidad en médicos, ciudadanos y demás, requiere también enfrentar intereses poderosos. Requiere, específicamente, combatir la excesiva medicalización de la vida, el amor, la vejez y la muerte. No es una lucha fácil sobra decirlo. Como bien señala Alex, los mercaderes de la inmortalidad suelen ser poderosos. 
En la búsqueda del objetivo planteado, debemos trabajar en dos ámbitos: el macro, esto es, el ámbito de la política púbica. Y el micro, que es el propuesto por el libro.

En el ámbito macro, vale la pena hacer una enumeración de las políticas más relevantes que hemos puesto en práctica: la mejor definición de los beneficios (con las excusiones, por ejemplo), la regulación de los precios de medicamentos y dispositivos, la adecuada capacidad de discernimiento (con el fortalecimiento de la puerta de entrada de nuevas tecnologías), la consecución de mayores recursos, los mejores incentivos y las rutas de atención. 

En el ámbito micro, el ámbito propuesto por el libro, quisiera destacar tres elementos: la relevancia de construir salud desde el ámbito laboral, la importancia de una organización comprometida (la Federación Nacional de Cafeteros en este caso) y la necesidad de extrapolar estos esfuerzos a otras empresas y entornos. 
El cambio social es casi siempre un esfuerzo de abajo hacia arriba. La Federación de Cafeteros quiere convertirse en el foco infeccioso que desate la pandemia de la salud. Eso hay que celebrarlo.

En la Federación tuve mi primer trabajo como economista. Allí hice mi primera investigación, un artículo sobre la zoca del café y sus determinantes. Allí estudié minuciosamente los efectos del café sobre la economía colombiana. Todo eso fue hace ya 25 años. 

Ahora regreso, la vida tiene sus vericuetos, a celebrar esta iniciativa que apunta a una mejor salud para todos. Ojalá este esfuerzo fructifique. Puede convertirse con el tiempo en un orgullo para Uds. y en un ejemplo para el mundo. 

Volvamos, para terminar, a Margaret Mead: no hay nada imposible para una comunidad pensante y comprometida. 

 Bibliografia 
Schelling, Thomas, Micromotives and Macrobehavior, W.W. Norton & Company, New York City, 1978. 
Unger, Roberto Mangabeira, The Religion of the Future, Harvard University Press, Boston, 2014.

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  • Luis Gómez
    1 enero, 2018 at 4:09 am

    Señor Alejandro. Espero que se recupere completamente y que siga celebrando la vida.

    Saludos Luis Gómez

    PD: Buena música para el 2018

    Ay, la vida – Santiago Feliú

  • Gilberto Ortiz Manrique
    24 enero, 2018 at 7:12 pm

    Sobre la filosofía de la enfermedad tenga en cuenta que ésta no es más que el camino a la muerte. No debería ser una discapacidad progresiva. Pero si el individuo no lo ve como un proceso evolutivo y se acompaña de un entorno triste y solitario, nada de lo que hagamos en esta sociedad tiene sentido. La economía estable , la satisfacción de un bienestar social, el acceso a las oportunidades, el trabajo bien remunerado y la sonrisa que se disfruta de la relación comunitaria y familiar, todas entre sí,deben ser el trasfondo de un enfoque terapéutico positivo. Pero con una políticas tan malasen el esquema financiero y administrativo de nuestra salud, es imposible. Ahora menos con estas reformitas que hicieron y el Adres. Retrasos y las EPS NO PAGAN……Y NO PASA NADA.