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8 enero, 2012

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Promesas

En los primeros días del año, imbuidos de espíritu renovador, hacemos promesas, trazamos planes y recitamos propósitos. Parecemos políticos en campaña. Pero con una diferencia: el engañador y el engañado son en este caso la misma persona. Ingenuos o simplemente esperanzados, volvemos cada año a creer que el cambio es ahora y la renovación es posible, que atrás quedaron, para siempre, las promesas incumplidas. Nos quejamos de los políticos, pero no somos muy distintos: nosotros mismos explotamos, con proselitismo barato, nuestra inocencia y credulidad.

¿Es posible cumplir las promesas de año nuevo? ¿O estamos condenados a la repetición anual de los mismos propósitos vanos? Créanlo o no, la economía tiene algo que decir al respecto. La autoayuda no es un patrimonio exclusivo de psicólogos y escritores varados. Muchos otros profesionales han incursionado en un campo tan desprestigiado como lucrativo. Thomas Schelling, premio Nobel de economía, poseedor de una mente brillante como pocas y teórico de la guerra fría, ha estudiado con detenimiento las tensiones estratégicas al interior de la conciencia, las negociaciones internas de esta especie mentirosa. “Homo mendax”, dice Fernando Vallejo.

Para entender el asunto, dice Schelling, conviene suponer que somos habitados por dos seres semiautónomos: uno impaciente y otro paciente. El primero valora la gratificación inmediata y el consumo presente. El segundo aprecia la satisfacción postergada y el consumo futuro. El primero pretende fumarse el cigarrillo de la discordia. El segundo aspira a dejar de fumar. Ambos están involucrados en un complejo juego estratégico en el cual el jugador impaciente tiene una ventaja obvia, casi insalvable. Pero hay un escape posible a la tiranía del presente, dice Schelling. La parte paciente puede mover primero y dejar sin opciones a su rival. Amarrarse al mástil para contrarrestar el irresistible canto de las sirenas ha sido, desde siempre, una estrategia eficaz.

Si queremos ahorrar, lo mejor es hacerlo mediante descuentos automáticos que no dejen llegar toda la plata a nuestra cuenta. Si pretendemos madrugar, lo adecuado es situar el despertador lejos de nuestro alcance. Schelling propone incluso una estrategia más general. Entregarle una suma en efectivo (100 mil pesos, un millón, algo así) a un pariente o un amigo de confianza que pueda verificar el cumplimiento de nuestras promesas. Debemos darle, además, una orden perentoria: transferir el dinero, en caso de incumplimiento, a una organización predeterminada, detestable en nuestra opinión (una asociación taurina, el Opus Dei, el Colectivo Alvear, cada quien escogerá la suya estratégicamente). La cosa suele funcionar, dice Schelling. Al menos disminuye ostensiblemente la ventaja estratégica del jugador impaciente. Pero hay dificultades adicionales. Dos psicólogos gringos, Martin Daly y Margo Wilson, mostraron recientemente que la visualización de mujeres atractivas vuelve a los hombres más impacientes, más propensos a aceptar 15 dólares ahora en lugar de 35 más tarde: ciertas influencias suelen conspirar en contra de nuestras estrategias más rebuscadas. En fin, ni siquiera Schelling (el estratega de la guerra fría) tiene la clave de este asunto. “Las promesas se hicieron para incumplirse”, dicen los políticos. Y en este caso, cabe reconocerlo, tienen toda la razón.