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11 septiembre, 2011

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Propuesta de copia

En medio de una gran expectativa, alimentada por la sucesión de malas noticias económicas, el presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, pronunció el jueves anterior uno de los discursos más importantes de su presidencia. Con su elocuencia tradicional, mirando al infinito y más allá, Obama presentó los principales lineamientos de un plan de empleo que pretende devolverle la esperanza a millones de desocupados y la confianza a cientos de millones de consumidores. Después del colapso de Lehman Brothers y la subsecuente crisis económica, la tasa de desempleo de los Estados Unidos subió rápidamente, pasó de 5% en 2008 a 9% en 2009, y desde entonces no ha vuelto a bajar, ha permanecido indiferente a las palabras de Obama y a las medidas, desesperadas muchas veces, de su gobierno.

Obama señaló que el plan propuesto debería ser aprobado inmediatamente, sin mayores controversias. Pero las controversias no se hicieron esperar. El plan, dijeron algunos, no aborda el principal problema de la economía de los Estados Unidos: el desplazamiento de la producción de manufacturas hacia China y otros países. El plan, dijeron otros, no tiene en cuenta el fracaso del primer paquete de estímulo económico, la ineficacia probada del keynesianismo. El plan, dijeron otros más, busca primordialmente un objetivo político: no es un plan de empleo, sino de reelección.

Pero más allá de las dudas razonables y la inevitable suspicacia, el plan de Obama hace lo que razonablemente puede hacerse, agota el universo de lo posible. En esencia el plan tiene dos partes. La primera plantea una reducción sustancial de los impuestos a la nómina con el fin de incentivar la generación de empleo por parte del sector privado. La segunda propone un ambicioso paquete de inversiones en educación e infraestructura con el fin de impulsar la contratación directa de trabajadores y aumentar la demanda agregada. El Estado no controla directamente la tasa de desempleo. Puede apenas reducir los impuestos al trabajo y aumentar el gasto público en actividades intensivas en mano de obra. Obama pretende hacer ambas cosas simultáneamente. La teoría económica no tiene mucho más que ofrecerle.

En Colombia, el presidente Santos dijo que quería copiar el modelo chileno. También ha manifestado su admiración por el modelo brasileño. Ya querrá también copiar el modelo coreano o japonés. Para seguir con el mismo espíritu emulador, tengo una propuesta sencilla (lo digo sin la menor ironía): copiar el plan de empleo de Obama. Tal cual. Igualitico. El gobierno debería usar la próxima reforma tributaria para disminuir de manera permanente los impuestos a la nómina: las contribuciones a la salud podrían, por ejemplo, reemplazarse con impuestos generales. Asimismo, debería acelerar las inversiones en infraestructura de transporte y multiplicar las inversiones en infraestructura de educación. El deterioro de las instalaciones educativas es lamentable en muchas partes del país. (Un paréntesis: algún medio de comunicación debería darse a la tarea de mostrar la penosa realidad de muchas escuelas y colegios).

La tasa de desempleo en Colombia está todavía dos puntos por encima de la tasa de los Estados Unidos. Mientras aquí estamos celebrando, allá están alarmados. Tal vez valdría la pena también imitar la preocupación y el sentido de urgencia.