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14 marzo, 2010

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¿Estímulos o regalos?

Una interesante controversia tiene enfrentados desde hace varios meses al Presidente de la República y a muchos economistas colombianos. El motivo de la discordia es una exención tributaria promovida por el Gobierno que permite a las empresas deducir del ingreso gravable 30% de sus inversiones en activos fijos. Esta exención ha disminuido la carga tributaria de las empresas manufactureras, mineras y de transporte, y parece haber tenido un costo fiscal considerable.

Muchos economistas han argumentado que la controvertida exención constituye un regalo innecesario que no estimula la inversión e introduce grandes distorsiones sectoriales. Por su parte, el presidente Uribe ha señalado que una cosa es un regalo y otra muy distinta un estímulo a la inversión y a la generación de empleo productivo. “Hacen mal las cuentas —dijo el Presidente esta semana en una clara referencia a los economistas—, dicen que eso ha costado $10 billones. ¿Cuál costo? Si con esas inversiones no contábamos… y no han hecho la otra cuenta: lo que le ha ocurrido al país en mejoramiento de tasa de inversión en estos años, que ha sido bien importante”.

De un lado, el Presidente señala que el crecimiento observado en la inversión privada demuestra la bondad de la política en cuestión; del otro, los economistas afirman que las mayores inversiones fueron el resultado de un entorno internacional favorable y una mejoría significativa en las condiciones de seguridad, no de los descuentos tributarios. El Gobierno menciona los testimonios optimistas de muchos empresarios agradecidos. Los economistas presentan las evaluaciones pesimistas de políticas similares implantadas en otros países. Cada quien cita las anécdotas o las cifras que respaldan sus argumentos, pero ninguna de las partes enfrentadas se ha dado a la tarea de estimar el impacto de los descuentos tributarios, de preguntarse, como toca, si la inversión privada habría sido efectivamente mucho menos dinámica en ausencia de los controvertidos descuentos.

Afortunadamente dos economistas colombianos, Arturo Galindo y Marcela Meléndez, hicieron finalmente la tarea, esto es, recogieron los datos y estimaron el impacto de los descuentos tributarios sobre la inversión privada en el sector manufacturero. En un artículo dado a conocer esta semana, Galindo y Meléndez muestran que el impacto es incierto en el mejor de los casos e inexistente en el peor. Los autores encuentran que, en el período 2004-2007, durante los años de bonanza, los subsectores industriales que se beneficiaron en mayor grado de los descuentos tuvieron tasas de inversión similares a los subsectores que, por distintas razones, se beneficiaron en mucho menor grado. Por ejemplo, la industria editorial, que no se benefició pues está eximida de impuesto de renta, tuvo una tasa similar a la de otros subsectores, como los fabricantes de muebles, vidrios o productos lácteos, que sí disfrutaron de una reducción significativa en sus impuestos.

El artículo mencionado constituye un veredicto casi definitivo en contra de la llamada confianza inversionista. Aparentemente los descuentos analizados consiguen poco y cuestan mucho. En suma, no son estímulos, como dice el presidente Uribe, sino simples regalos tributarios, como han sugerido muchos economistas.