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15 marzo, 2009

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El colegio de Shakira

Hace ya más de un mes, en medio de discursos grandilocuentes, de alusiones a la igualdad de oportunidades, con la presencia del mismísimo Presidente de la República, la cantante Shakira inauguró en un barrio popular de Barranquilla un moderno colegio estatal. A través de la Fundación Pies Descalzos, Shakira financió la construcción y la dotación del colegio, un símbolo no sólo de la filantropía, sino también de la esperanza, de las mayores oportunidades para los hijos de los habitantes del barrio de marras: pescadores, vendedores ambulantes, mototaxistas y otros nómadas del rebusque. La Secretaría de Educación del distrito de Barranquilla asumió la administración del colegio. Shakira hizo la inversión y el Estado prometió ocuparse del funcionamiento.

La prensa colombiana reportó esta semana una noticia que dice más sobre el futuro de este país que los cientos de artículos políticos y judiciales que se publican todos los días. Apenas un mes después de la inauguración, el colegio de Shakira está en dificultades: faltan uniformes, faltan pupitres, faltan profesores y sobran políticos. Aparentemente los problemas de funcionamiento están relacionados con asuntos burocráticos. Según los reportes de prensa, la repartija de puestos, la guerra de recomendados, de aspirantes a las nuevas plazas ha entorpecido la puesta en marcha de las clases en el nuevo colegio, uno de los más modernos de América Latina.

Esta noticia indica, entre otras cosas, que la calidad de la educación, la igualdad de oportunidades, la construcción de equidad (todas esas cosas de las que habló Shakira en su discurso) no son meramente un asunto de plata, de recursos como dicen los burócratas. La calidad de la educación depende no tanto de las inversiones, de la infraestructura, como del funcionamiento, del compromiso y la preparación de los maestros. La calidad de los profesores depende, a su vez, del talento inicial y de los incentivos, de la capacidad del Estado de atraer personas capaces y de motivarlas adecuadamente. Estas condiciones riñen, casi sobra decirlo, con el clientelismo, con el mal manejo de puestos, sueldos y ascensos.

La calidad de la educación pública depende, en últimas, de romper un pacto de mediocridad, un esquema perverso en el que se paga mal y se exige muy poco. Los maestros (muchos de ellos recomendados políticos) ascienden de manera mecánica en el escalafón, nunca son premiados por el buen desempeño de sus pupilos. Los resultados de los estudiantes matriculados en instituciones oficiales (en las pruebas del Icfes, por ejemplo) no guardan ninguna relación con el escalafón y la educación de sus profesores. El escalafón promedio puede ser alto o bajo, da lo mismo. La remuneración, en otras palabras, es independiente del compromiso y la dedicación de los docentes.

Shakira hizo lo que pudo. El problema de la calidad de la educación escapa a sus buenas intenciones y a su probada generosidad. La solución de este problema pasa por el desmonte del pacto de mediocridad, lo que implica, entre otras cosas, pagarles mejor a los maestros y exigirles más. Paradójicamente, la gran contribución de Shakira pudo haber sido pedagógica: su generosidad ha revelado diáfanamente una de las principales falencias de nuestro sistema educativo.