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8 marzo, 2009

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Clientelismo empresarial

La reiteración le resta eficacia a la crítica, la convierte en un ruido de fondo, en una letanía inofensiva.La crítica reiterada conduce a un equilibrio perverso, a un problema de comunicación: el criticado desdeña los argumentos repetidos y el crítico repite los mismos argumentos pues se sabe desdeñado. No se trata de un diálogo de sordos, sino de un monólogo sin audiencia o con un público circunscrito a quienes ya lo conocen de memoria. Los críticos permanentes terminan, en últimas, atrapados en una telaraña retórica construida por ellos mismos.

El párrafo anterior es una reflexión autocrítica, casi una disculpa por volver sobre lo mismo, por criticar nuevamente lo que el Gobierno hace o dice. No pretendo afirmar que me vi obligado a reincidir en la crítica. Pero es difícil hacer caso omiso de la política de apoyo industrial anunciada por el Presidente Uribe al final de la semana. El Presidente anunció la apertura de una línea de crédito subsidiado de 500 mil millones de pesos para la adquisición de vehículos particulares y otros bienes durables de fabricación nacional. En el mejor de los casos, esta medida tendrá un efecto marginal, desdeñable sobe el empleo formal o sobre la demanda agregada. La medida beneficia un sector específico, a un interés particular. Equivale a una transferencia de recursos públicos a unas cuantas empresas que tuvieron, en los años precedentes, las mayores utilidades de su historia.

Las relaciones del Gobierno con el sector privado tienen hoy en día dos instancias diferentes. La primera, la instancia seria, madura, es la Comisión Nacional de Competitividad (CNC). La CNC es la encargada de promover el diálogo y la coordinación entre el sector público y el sector privado. En el ámbito de la CNC no se discuten subsidios dirigidos, ni beneficios puntuales, ni favores específicos. Todo lo contrario. En la CNC se debaten los obstáculos del desarrollo, los proyectos estratégicos, los problemas del Estado, etc. En esta instancia, funcionarios y empresarios asumen el papel de estadistas, de árbitros del bienestar general.

La segunda instancia funciona en la Casa de Nariño, en la Alta Consejería Presidencial que dirigió inicialmente José Roberto Arango. En la Alta Consejería ya no se discuten los obstáculos del desarrollo o los desafíos de la competitividad. Allí los empresarios hacen demandas puntuales, reclaman políticas sobre medida. Allí se otorgan favores y subsidios, usualmente de manera impulsiva, sin un estudio adecuado de las implicaciones fiscales o sociales. Allí se pone a menudo el presupuesto público al servicio de intereses particulares, de los empresarios bien conectados o bien representados. Allí, para utilizar una frase histórica, desensillan los empresarios en Palacio.

El Gobierno ha propiciado un manejo corporativista y en últimas inadecuado de muchos asuntos del Estado. La oferta de favores ha creado su propia demanda. Los apoyos industriales anunciados esta semana, injustificables desde muchos puntos de vista, son un síntoma de un problema mayor, de la relación clientelista entre el Gobierno y una buena parte del sector privado.