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agosto 2008

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La nueva cara de la violencia

La organización criminal liderada por Daniel Rendón, alias Don Mario, representa la nueva cara de la violencia en Colombia. Esta organización no es un cartel de narcotraficantes, no es una milicia paramilitar, no es una oficina de protección privada: es las tres cosas a la vez, es la santísima trinidad del crimen organizado en Colombia. La organización domina las rutas del narcotráfico originadas en el Urabá antioqueño, maneja un ejército de miles de hombres y logró, en poco tiempo, infiltrar la justicia y las fuerzas de seguridad del Estado. “Estamos –dijo esta semana el general Óscar Naranjo– frente a una organización que logró penetrar al más alto nivel no solamente de las instituciones sino de la sociedad colombiana”.

Un empresario bien conectado, dueño de una firma de seguridad que había sido contratada por el Estado para proteger a los desmovilizados del paramilitarismo, terminó convertido en un enlace propicio, en la punta de lanza de la organización criminal de alias Don Mario. El empresario consiguió que el jefe de Fiscalías y el jefe de Policía de Medellín pusieran el poder del Estado al servicio de la organización de marras. Y el jefe de Fiscalías organizó una alianza con políticos locales con el objetivo de propiciar la caída del Alcalde de Medellín, uno de los únicos funcionarios que se había opuesto con decisión a la nueva amenaza criminal. Primero, los contratistas sirven de intermediarios para comprar la justicia y la Policía, y luego la justicia se convierte en un mecanismo de extorsión de los criminales. “Control total” parece ser el nombre del juego.

Pero el juego pasó desapercibido por mucho tiempo. Sorprendentemente el Fiscal General alentó las pesquisas perversas del jefe de Fiscalías en contra del Alcalde de Medellín: “Vea hombre, ahí le he estado haciendo un seguimiento a lo de la Alcaldía de Medellín. Dele para adelante y tiene mi apoyo incondicional”. El general Naranjo confió tozudamente en la honestidad del jefe local de la Policía, un hombre muy sano, pervertido por cuenta de unos amigos muy malos, según la confesión involuntaria del mismo implicado. Mientras tanto, el presidente Uribe anunciaba desprevenido el fin del paramilitarismo, su desmonte definitivo.

Esta semana, la Casa de Nariño anunció, en un breve comunicado, que “al Presidente de la República le dolería mucho regresar a Medellín… sin haber podido derrotar la delincuencia en su totalidad”. Pero el Presidente podría hacer mucho para evitar una frustración mayor, para enfrentar el nuevo desafío criminal. Podría comenzar, por ejemplo, con una manifestación de apoyo explícito y contundente al alcalde Alonso Salazar. La determinación y valentía del Alcalde sobresalen en medio de la corrupción generalizada, de la captura de Estado por parte del crimen organizado y sus agentes.

El Presidente debería también liderar los ajustes necesarios en la política de Seguridad Democrática. Hoy en día, el poderío de las Farc parece inferior al de las alianzas emergentes entre narcotraficantes y paramilitares reciclados. Pero los recursos humanos y financieros están casi totalmente concentrados en la lucha antiguerrillera. La naturaleza de la violencia ha cambiado, pero las fuerzas del orden siguen persiguiendo, selva adentro, el mismo enemigo invisible. La inercia de la guerra no nos ha dejado ver que la cara de la violencia cambió de manera definitiva, que ya no está representada por la imagen familiar de Alfonso Cano, sino por la figura enigmática de Daniel Rendón, alias Don Mario.

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El problema del empleo

El Dane reveló el día de ayer los resultados de la Encuesta Continua de Hogares correspondientes al mes de julio de 2.008. Con respecto al mismo mes del año anterior, la tasa de desempleo creció 0,9 puntos (de 11,2% a 12,1%) en el total nacional y 0,7 puntos (de 11,2% a 11,9%) en las trece principales áreas metropolitanas del país. El aumento del desempleo es preocupante pero era previsible, como previsible fue la reacción del presidente Uribe, quien señaló que los malos resultados constituyen una advertencia sobre los efectos nocivos del incremento en la tasa de interés de referencia fijada por el Banco de la República. El Presidente parece desconocer que el problema del empleo es estructural y que está relacionado, en últimas, con una combinación de malas políticas.
Colombia tiene actualmente la mayor tasa de desempleo de las siete economías grandes de América Latina (Argentina, Brasil, Chile, Colombia, México, Perú y Venezuela), y una de las mayores tasas de informalidad laboral de la región. La tasa informalidad no ha disminuido durante los últimos años a pesar del mayor crecimiento económico. El empleo asalariado de los trabajadores sin educación superior no creció en la última década.

El primer paso para resolver un problema consiste (el lugar común no sobra en este caso) en reconocerlo. El Gobierno no ha reconocido el problema del empleo. Y mucho menos ha reconocido que el problema se origina, en buena medida, en una serie de políticas equivocadas que vienen de atrás pero han empeorado durante los últimos seis años. El Gobierno, con el Presidente a la cabeza, ha reiterado que la promoción de la inversión es el instrumento más eficaz para generar nuevos empleos. Pero los hechos demuestran lo contrario. Las grandes empresas colombianas han invertido profusamente. Pero no han generado empleo. Muchas empresas probablemente han sustituido trabajo por capital, una decisión racional dado el encarecimiento del primer factor y el abaratamiento del segundo, esto es, dado el sesgo antiempleo de la política.

En el corto plazo, como lo propuso recientemente el ex ministro de hacienda Alberto Carrasquilla, el Gobierno debería disminuir transitoriamente los costos laborales. En el mediano plazo, urge una revisión a fondo de los costos laborales, y en particular de las políticas que gravan la generación de empleo formal con el fin de subsidiar la informalidad. Esta mezcla de políticas no sólo es insostenible, sino también socialmente ineficaz. También urge revisar las políticas de subsidios a la inversión que pueden haber llevado a muchas empresas a sustituir trabajo por capital. El problema del empleo, no sobra repetirlo, es un problema de malas políticas.

Hasta el año anterior, el acelerado crecimiento económico impidió apreciar en toda su dimensión el problema del empleo. Pero las circunstancias han cambiado. Ya el contexto internacional no es tan favorable y las políticas internas llevaron a un inevitablemente enfriamiento de la economía. Incumbe, entonces, insistir en lo obvio: el problema del empleo es cada vez más evidente, y el Gobierno no se ha dado cuenta o anda en busca de un chivo expiatorio.

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Uribe II: ¿éxito o fracaso?

El Espectador publica hoy una respuesta del Gobierno a mi columna de la semana anterior. La respuesta comienza con una afirmación extraña, con una descalificación que uno generalmente no encuentra en los comunicados oficiales y menos en las ripostas tecnocráticas: “sorprenden sus conclusiones, sorprende el bajo rigor académico y analítico del artículo”, dice. Pero no voy a hacer ningún comentario sobre los aspectos de forma. Sólo quiero responder brevemente a algunos de los puntos de fondo.

Se queja inicialmente la Directora de Planeación, quien firma la respuesta, que yo hago un análisis selectivo, que de los 300 indicadores incluidos en el Plan de Desarrollo yo solamente menciono tres en la columna en cuestión: “La selectividad no siempre es la mejor consejera. Si se hubiese hecho el mismo ejercicio con otras metas, donde los avances son muy dinámicos e incuestionables, ¿cuál sería el título y la conclusión de Alejandro Gaviria?” Obviamente yo no escogí los indicadores analizados caprichosamente. Uno podría, después de cuatro años, afirmar que cumplió la meta de desembolsos de créditos o la de jóvenes capacitados en el Sena pero sería imposible, en mi opinión, predicar el éxito de un gobierno si aumentan los homicidios, los pobres y los desempleados.

Dice también la respuesta que yo descalifico a la Seguridad Democrática, que la tildo de periférica: “Respecto a la calificación de periférica que se le da a la Política de Defensa y Seguridad Democrática, difícilmente el país había conocido en su historia resultados más contundentes frente a las Farc y las estructuras del narcotráfico”. Yo simplemente argumenté que muchos fenómenos crimínales emergentes (me disculpan la palabrita) son más un reto para la policía que para el ejército. La Seguridad Democrática, con su énfasis actual, logró disminuir la tasa de homicidios de 60 a 30. Mi punto es que para disminuirla de 30 a 15 hay que cambiar algunas cosas, concentrarse en algunas zonas urbanas problemáticas.

Sobre el problema del empleo, la respuesta dice, entre otras cosas, lo siguiente: “la tasa de desempleo a nivel nacional, en el año 2007 cerró en 9,9% y el promedio de enero-diciembre fue de 11,1%”. La mención a la cifra de diciembre de 2007 (9,9%) es un intento deliberado por maquillar una tendencia preocupante: el desempleo es estacional y siempre es mucho más bajo en el mes de diciembre. La alusión al promedio del año anterior (11,1%) no responde a un hecho grave señalado en la columna: por primera vez desde el año 2.001 la tasa de desempleo aumentó con respecto al nivel observado en el mismo mes del año inmediatamente anterior.

La respuesta también afirma que la formalización laboral está aumentando, y para ello cita los registros oficiales del Ministerio de Protección Social. Estos registros, en mi opinión, no deberían usarse para medir los cambios en la calidad del empleo pues las modificaciones institucionales, la implantación de la Pila, por ejemplo, hacen imposible distinguir si lo que está ocurriendo es una disminución en la evasión de ciertas contribuciones parafiscales o un aumento en la formalidad. Los datos del módulo de informalidad de la Encuesta Continua de Hogares del Dane muestran que la informalidad no ha disminuido en los últimos tres años. Pero incluso las tasas de informalidad citadas por la Directora de Planeación son altísimas en el ámbito latinoamericano.

La respuesta reconoce que la última medición de pobreza se hizo hace dos años, y sostiene que no hay razones para prever un aumento de este indicador. Yo repito, como lo hice en la columna, que el aumento del desempleo y de la inflación de alimentos seguramente han producido un incremento reciente de la pobreza y la indigencia.

La respuesta declara, en su último párrafo, el “profundo compromiso de esta administración frente a la superación de la pobreza, la generación de empleo y la promoción de la equidad”. Mi propósito no era juzgar las intenciones sino los resultados. Y los resultados, insisto, son preocupantes, indican que, con alta probabilidad, las metas de reducción de la tasa de homicidios, del desempleo y la pobreza no van a cumplirse.

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Desequilibrios sexuales

La semana pasada, el alcalde de un remoto pueblo australiano hizo un anuncio que causó hilaridad e indignación. Preocupado por la escasez de mujeres y por la consecuente desesperación de los lugareños, el alcalde invitó públicamente a las mujeres australianas sin muchos atributos físicos a acudir en masa a su pueblo en busca de la felicidad. “Con frecuencia –dijo el alcalde– uno encuentra una joven no muy atractiva sonriendo calle abajo. Vaya uno a saber si es por el recuerdo de un evento pasado o por la anticipación de la noche que viene”. Las mujeres del pueblo protestaron ruidosamente, con la indignación circunspecta de las agitadoras feministas. Algunos diarios editorializaron sobre el machismo sempiterno de los australianos, otros celebraron el asunto como una desviación cómica de la dictadura imperiosa de lo políticamente correcto.

Pero nadie se atrevió a señalar que la propuesta del alcalde llama la atención sobre un fenómeno inquietante: los desequilibrios en el mercado de parejas. En las grandes ciudades, el desequilibrio favorece a los hombres: las mujeres agraciadas y educadas abundan y los hombres con atributos deseables (las mujeres los prefieren ricos) son relativamente escasos. En las ciudades pequeñas o intermedias, la situación es la opuesta: las mujeres escasean y los hombres son tristemente redundantes. En Nueva York, según las cuentas del economista Tim Harford, el superávit de mujeres entre los 20 y los 34 años alcanza la asombrosa cifra de 500 mil almas (en pena). En los estados rurales de Alaska, Colorado y Utah, hay más hombres que mujeres. Mejor educadas, menos apegadas a la tradición y mejor preparadas para trabajar en los sectores más dinámicos de la economía, muchas mujeres van a las grandes ciudades en busca de una nueva vida. Muchas prefieren competir por un buen partido en la ciudad a casarse con el amigo de toda la vida que representa precisamente el mundo del que quieren escapar. Los hombres, por el contrario, son más reacios a emigrar a las grandes ciudades, donde, entre otras cosas, las habilidades típicamente masculinas son cada vez peor remuneradas.

Cuando abundan las mujeres atractivas y educadas, como sucede en Nueva York o en Bogotá para no ir tan lejos, la realidad comienza a parecerse a Sex and the city. Los hombres deseados sacan provecho de la abundancia de mujeres, de su escasez relativa. El ansia indiscriminada de los machos termina venciendo la pasividad discriminante de las hembras. Los hombres pueden conseguir lo que quieren sin promesas matrimoniales o grandes inversiones. Las mujeres viven en un continuo lamento por la falta de hombres desocupados o interesados en una relación seria. Los hombres sueltos no son serios y los serios no están sueltos. Así es la vida en las grandes ciudades.

Cuando abundan los hombres, las mujeres hacen de las suyas. Escogen y exigen con pasividad discriminante. Los compañeros de cama son convertidos, ipso facto, en socios de crianza. Las mujeres, entre tanto, ya no se quejan por la cantidad, sino por la calidad de sus compañeros del otro sexo. En el pueblo australiano, una mujer soltera le dijo a un periódico local: “Aquí no hay hombres que valgan la pena. Todos están muy ocupados tomando cerveza para mirar a las mujeres, lo único que hacen es gritar o silbar cuando uno pasa por su lado”.

No muchas mujeres acudirán al llamado del alcalde australiano. La mayoría prefiere la escasez de buenos partidos a la abundancia de malos prospectos. En todas partes, las mujeres jóvenes casi siempre dejan a los malos conocidos para ir en busca de los buenos por conocer.

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El probable fracaso de Uribe II

Los colombianos tenemos una extraña predilección por los debates metafísicos, por las cuestiones no verificables empíricamente: ¿Es el nepotismo judicial mayor o menor que el gubernamental? ¿Cuántos tragos de aguardiente pueden suministrársele a un testigo sin infringir los límites señalados por la ley o por la ética? Los asuntos empíricos más elementales son usualmente desplazados por la especulación metafísica. Ninguno de nuestros analistas se ha ocupado, por ejemplo, de evaluar si el Gobierno está cumpliendo las metas estipuladas en el Plan de Desarrollo. Esta columna aspira a llenar ese vacío, a propiciar un debate informado al respecto. La conclusión, que enuncio de antemano como una concesión a los lectores impacientes, muestra que el segundo gobierno de Uribe va camino al fracaso.

Una columna de prensa no es el medio adecuado para hacer análisis exhaustivos. Por cuestiones de espacio, urge ser selectivo. El análisis presentado se circunscribe, entonces, a tres variables fundamentales: la tasa de homicidios, la tasa de desempleo y la pobreza. El Plan de Desarrollo planteó que, en el año 2010, la tasa de homicidios caería a 30 por cien mil habitantes, el desempleo llegaría a 9% y la pobreza a 39%. Las metas planteadas eran una extrapolación de los buenos resultados del primer gobierno de Uribe. Entre 2002 y 2006, la tasa de homicidios se redujo de 64 a 33, el desempleo pasó de 15% a 11% y la pobreza cayó de 55% a 45%. El Gobierno supuso, con entendible optimismo, que las tendencias mencionadas se consolidarían, esto es, que los homicidios, el desempleo y la pobreza seguirían cayendo.

Pero las extrapolaciones optimistas del Plan de Desarrollo no se han cumplido. Según el último reporte del Instituto Colombiano de Medicina Legal, la tasa de homicidios pasó de 33 en 2006 a 37 en 2007. Los últimos datos del DANE muestran que, por primera vez desde el año 2001, el desempleo de las principales áreas metropolitanas del país aumentó con respecto al mismo mes del año anterior. La última cifra de pobreza publicada por el Gobierno corresponde al mes junio de 2006. El prolongado silencio oficial ha aplazado un debate urgente sobre lo ocurrido desde entonces. Pero probablemente la pobreza, tal como ocurrió con los homicidios y el desempleo, también aumentó recientemente. El Banco de la República publicó hace unas semanas un estudio cuyos resultados sugieren que el aumento reciente en el precio de los alimentos ha traído consigo un incremento de la pobreza de dos puntos porcentuales. Si a este hallazgo se suma el repunte del desempleo y la perpetuación de la informalidad laboral, la conclusión es obvia: la pobreza tiene que haber aumentado en lo que va corrido de este año.

Los resultados anteriores obedecen en parte a fenómenos externos, no atribuibles al Gobierno: el entorno económico internacional ha empeorado ostensiblemente y los alimentos se han encarecido en todo el mundo. Pero los malos resultados también reflejan errores de política. La seguridad democrática, con su énfasis en la periferia, en las zonas más apartadas de nuestra geografía, parece haber descuidado la creciente violencia urbana. La promoción de la inversión como mecanismo de generación de empleo, una de las grandes apuestas del Gobierno, no está dando los resultados esperados, ha sido insuficiente en el mejor de los casos y contraproducente en el peor. Finalmente, el énfasis asistencialista, la expansión de Familias de Acción, por ejemplo, parece ineficaz para contrarrestar el aumento de la pobreza.

El debate está planteado. Las cifras muestran que las principales metas del Plan de Desarrollo podrían no cumplirse, lo que constituiría, casi sobra decirlo, un fracaso sin atenuantes.

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La nueva élite

Muchos críticos sociales, incluso en los Estados Unidos, siguen apegados a un mundo anticuado, a unas imágenes de otros tiempos. Como escribió recientemente el ensayista alemán Hans Magnus Enzensberger, los críticos en cuestión no se han dado cuenta de que “el capitalista de sombrero de copa y puro de lujo entre los labios, a menudo dotado de una nariz llamativamente curva, desapareció para siempre del escenario”. “Su lugar lo ocupa ahora –dice Enzensberger– el ejecutivo moderno, rico y educado que debe privarse de la bebida y del tabaco y ceñirse a un régimen estricto”. En buena parte del mundo desarrollado, los ejecutivos modernos, musculosos y envanecidos, rememoran las representaciones del proletariado en la antigua propaganda soviética. Por su parte, los obreros del primer mundo, gordos y satisfechos, guardan cierta semejanza con los capitalistas de antaño. El capitalismo, quien puede negarlo, tiene sus contradicciones.

En los Estados Unidos, la brecha entre la élite intelectual y el resto de la sociedad se ha ampliado considerablemente. “Un número creciente de pobres diablos desvalidos que apenas saben leer y escribir –remarca Enzensberger con ironía– ya no encuentra quien los explote… Una sociedad de clases se mire por donde se mire”. Pero las clases ya no están definidas por la propiedad del capital, por la posesión de las máquinas trepidantes que inauguraron el capitalismo. La nueva élite es una élite intelectual, definida por la educación, por la capacidad cognitiva. Hace un tiempo, en la vieja economía, en una empresa como General Motors, los trabajadores de distinta habilidad y educación trabajaban palmo a palmo. Hoy en día, en la nueva economía, están cada vez más segregados. Los habilidosos trabajan en Microsoft o en Wall Street. El resto en Wal-Mart o McDonald’s.

Las campañas electorales sirven muchas veces para revelar las fracturas sociales más profundas de una sociedad. Barack Obama ha sido señalado repetidamente de elitista. Estas acusaciones nada tienen que ver con su fortuna. En un artículo reciente, publicado en el Philadelphia Inquirer, el columnista Chris Satullo sugiere que las acusaciones en contra de Obama buscan, en últimas, explotar el creciente resentimiento en contra de la nueva élite cognitiva. Los estadounidenses –escribe Satullo– resienten más fácilmente a alguien que parece más inteligente que ellos, que lo sabe y lo demuestra. La retórica anti-intelectual, un tema recurrente del populismo de derecha, tiene ahora más fuerza que nunca. Y podría definir las próximas elecciones.

Esta semana, John McCain acusó a Barack Obama de pertenecer al mundo ilusorio y arrogante de Paris Hilton. La respuesta de Hilton no se hizo esperar. En un video de dos minutos, que ya ha sido visto por millones de internautas, Hilton hace gala no de su juventud, no de su belleza, no de su fortuna, sino de su inteligencia. En un tono arrogante, de caricatura, Hilton se burla de McCain, exhibe sin tapujos su pertenencia a la nueva élite cognitiva. El video es una denuncia elocuente de la retórica anti-intelectual que viene promoviendo, con inocultable oportunismo, la campaña de McCain. Paris Hilton, quien lo creyera, capturó, en dos minutos, la esencia del discurso del candidato republicano.

Pero el discurso de McCain es eficaz. La nueva élite cognitiva no es una ficción. En los Estados Unidos, la meritocracia ha traído consigo una ampliación de las desigualdades y por lo tanto un creciente resentimiento (ver gráfica). En últimas, Obama puede perder las elecciones, a pesar del fracaso de Irak y del derrumbe de la economía, no tanto por pertenecer a una minoría racial (un tema del pasado) como por representar la nueva élite cognitiva (el gran tema del presente).

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El contacto con el pueblo

El fin de semana anterior, en un consejo comunal celebrado en Juan de Acosta, Atlántico, el Presidente Uribe conminó al Banco de la República a escuchar al pueblo colombiano: “uno no entiende –dijo– porqué…otras instituciones como el Banco de la República no oyen al pueblo colombiano…un Gobierno que permanentemente ha escuchado al pueblo, tiene derecho a pedir que todas las instituciones que conforman el Estado democrático…también escuchen al pueblo”. Durante la semana, en un debate parlamentario, el ministro de agricultura, Andrés Felipe Arias, reiteró la admonición presidencial: “uno tiene que escuchar a las colombianas y colombianos de carne y hueso”, dijo. “Las abstracciones hechas en Bogotá –advirtió– afectan duramente a la gente en las regiones”.

Como lo ha hecho desde el comienzo de su gobierno, el Presidente reiteró la contraposición, el contraste, insalvable en su opinión, entre las regiones y Bogotá, la práctica y la teoría, la realidad y la abstracción, los colombianos de carne y hueso y el resto (de silicio y alambre, tal vez), etc. Ya en el año 2003, en los días previos al referendo, el Presidente Uribe había planteado la misma tesis populista: “Mi experiencia –dijo entonces– es que los únicos gobiernos que medio sirven, son aquellos que viven en intenso contacto con el pueblo. Si los gobiernos se quedan entre cuatro oficinas, sin contacto con el pueblo,…se embelesan con sus cifras y desconocen la realidad popular”. Varios editorialistas han señalado las trampas retóricas de este tipo de discurso, la facilidad con la que algunos políticos invocan la voluntad popular con el fin de imponer la voluntad propia.

Yo no voy a volver sobre lo mismo. Ya casi todo se ha dicho al respecto. Quiero, mejor, llamar la atención sobre la realidad oculta del contacto con el pueblo. Detrás de las declaraciones del Presidente Uribe, yace un gran equívoco, un malentendido disfrazado de retórica populista, a saber: el contacto con el pueblo es una ilusión, una mentira conveniente. En los conversatorios regionales, en las asambleas de los gremios, en los consejos comunitarios, en las reuniones que ocupan buena parte de la agenda del Presidente y su gabinete, los intereses de la mayoría, del pueblo, podríamos decir, no están representados. El supuesto contacto con el pueblo es el contacto con los intereses particulares, con los grupos de presión, con quienes tienen mucho que ganar de políticas con beneficios concentrados y costos dispersos.

El contacto con el pueblo está viciado por la lógica implacable de la acción colectiva. En los conversatorios, por ejemplo, la democracia pierde parte de su esencia: los representes de intereses específicos están presentes, el resto, los ciudadanos dispersos, desinformados, están ausentes. En los consejos comunitarios, sucede algo similar: los políticos regionales, los contratistas, los voceros de intereses puntuales se arremolinan en torno a la piñata. El pueblo, la mayoría desentendida, está en otro cuento.

Por supuesto, mientras más se escucha a los grupos de presión, mayor es la posibilidad de que el interés particular prime sobre el general. El ministro de agricultura ha viajado por todo el país, ha escuchado a la gente de carne y hueso, tan bien lo ha hecho que sus interlocutores recibirán, por cuenta del programa Agro Ingreso Seguro, más de 500 mil millones de pesos el año entrante. Tristemente el “intenso contacto con el pueblo”, tan encomiado por estos días, ha convertido buena aparte del Estado en un dispensador de favores específicos, de dádivas puntuales que benefician desproporcionadamente a unas minorías bien organizadas.