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6 julio, 2008

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El efecto Íngrid (ii)





El efecto Íngrid puede ser cuestionable en lo económico. Pero no en lo internacional. Íngrid Betancourt ha alcanzado una notoriedad internacional impresionante. En el sitio de Internet del Newseum, un museo de la prensa escrita ubicado en la ciudad de Washington, en los Estados Unidos, pueden consultarse las páginas de Internet de cientos de diarios estadounidenses y decenas de diarios mundiales. El sábado cinco de julio, tres después de su rescate, Íngrid Betancourt seguía siendo noticia de primera página en los diarios de países tan distintos como Argentina, Alemania, Austria, Brasil, Bélgica, Ecuador, Francia, Filipinas, Grecia, Líbano, México, Portugal, Uruguay, Venezuela, etc. Ingrid es (y será por un buen rato) una figura mundial.

“La Mandela Colombiana” la llamó Moises Naim. Este calificativo tiene un doble significado. Uno, el señalado por Naim, de figura reconciliadora. Y otro, el de embajadora de Colombia en el mundo. Íngrid suple con creces las deficiencias de nuestro cuerpo diplomático, la ausencia de un discurso coherente que le explique al mundo (y sobre todo, a Europa) la problemática colombiana, que remueva los prejuicios más enraizados. En mi opinión, el efecto internacional de Íngrid será duradero y tendrá grandes beneficios políticos, le dará a Colombia una posición privilegiada en muchos escenarios internacionales.

Las relaciones internacionales del país fueran unos antes del 2 de julio de 2008 y serán otras desde entonces.

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El efecto Íngrid (i)

Al comienzo de la semana, un importante diario de negocios tituló con gran despliegue: “Choque institucional crea alarma económica”. Los analistas citados por el diario vaticinaron unánimemente que la economía colombiana pagaría un costo muy alto por cuenta del enfrentamiento entre el Presidente y la Corte Suprema. Al final de la semana, otro diario de negocios tituló a varias columnas: “Ya se siente ‘Efecto Íngrid’ en la economía”. Los analistas cambiaron sus predicciones y auguraron entonces que la economía percibiría un enorme beneficio por cuenta del llamado “Efecto Íngrid”. Así, los análisis de la prensa colombiana sugieren que la economía se mueve al ritmo impredecible de la política. Sube y baja según las vicisitudes de la vida nacional, según el voluble estado de ánimo colectivo. Al son que le toquen baila.

La relación entre los hechos noticiosos y la economía, entre las convulsiones de la política y las variables económicas, es objeto de permanente especulación por parte de los medios de comunicación. Hace unas semanas, un domingo muy temprano en la mañana, recibí una llamada de un periodista impaciente que quería conocer mi opinión acerca del efecto de la muerte de Manuel Marulanda sobre la tasa de desempleo. En medio del asombro, por la pregunta y por la impertinencia matutina, me limité a decir que el efecto no era claro pues, hasta donde yo entendía, Tirofijo estaba retirado, había salido de la fuerza de trabajo desde hacía un buen tiempo. El periodista quería, aparentemente, una opinión previsible que conectase la muerte de Tirofijo con el optimismo empresarial y por lo tanto con la tasa de desempleo.

Periodistas y analistas de pocos y muchos pelambres tienen una fascinación extraña por una hipótesis, propuesta hace ya muchos años por John M. Keynes, según la cual “una proporción significativa de la actividad económica depende del optimismo espontáneo”. Unos y otros creen fervientemente en la importancia económica de la psicología de masas, en el efecto de los cambios repentinos en la opinión pública, en el efecto Íngrid, en el efecto Choque de trenes, en el efecto Tirofijo, etc. La economía, en su opinión, es un reflejo instantáneo del estado de ánimo colectivo, de la suma de entusiasmos individuales.

Pero, en últimas, el efecto económico de los hechos políticos, incluso de los más espectaculares, es menor. El clima de inversión (el optimismo espontáneo del que hablaba Keynes) cuenta pero cambia lentamente. Las euforias transitorias o los desánimos repentinos no lo afectan de manera duradera. La muerte de Pablo Escobar, por ejemplo, generó una gran euforia, pero su efecto sobre el clima de inversión se diluyó en cuestión de semanas. El asesinato de Luis Carlos Galán creó una gran consternación, pero su efecto sobre la confianza inversionista no duró mucho. La política de seguridad democrática ha tenido un efecto innegable sobre la confianza, pero los éxitos puntuales, la muerte de Raúl Reyes o la de Tirofijo, por ejemplo, no parecen haber tenidos efectos autónomos, adicionales al efecto global ocasionado por la mejoría en las condiciones de seguridad.

En suma, el efecto Íngrid es una ficción que no va a resolver los problemas de la economía. El efecto Íngrid plantea, incluso, una paradoja, un rompimiento con la historia: la gente está contenta, eufórica, pero la economía está en problemas. En forma de caricatura: el país va bien, pero la economía va mal. Éste es, en últimas, el verdadero efecto Íngrid.