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febrero 2008

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Gobierno sin límites

La democracia liberal está basada en los contrapesos al poder, en lo que los filósofos políticos llaman el poder civilizado. Pero los contrapesos no sólo existen entre los distintos poderes públicos, sino también dentro de cada uno. Las instancias técnicas de decisión constituyen, en particular, un contrapeso primordial en el gobierno, en el poder ejecutivo. En los inicios de cualquier gobierno, los técnicos son un contrapeso eficaz pues su conocimiento compensa la inexperiencia de los recién llegados. Pero con el tiempo, el presidente y los ministros pueden prescindir del conocimiento técnico y pueden entonces evitar sus restricciones. Después de varios años, las restricciones desaparecen y la arbitrariedad presidencial o ministerial se convierte en la regla, en la forma corriente de la administración pública. El gobierno de Uribe es un ejemplo perfecto, casi de libro de texto, del fenómeno descrito.

Tómese, por ejemplo, el aumento de los aranceles a la tela, la ropa y los zapatos anunciado por el Gobierno recientemente. En el pasado, estas decisiones eran discutidas en el Consejo Superior de Comercio Exterior, una importante instancia técnica. Pero con el deterioro de los contrapesos internos, las decisiones se toman ahora en reuniones cerradas en Palacio, de frente a los beneficiados y de espaldas al país. No es extraño, pues, que el interés particular termine desplazando al general. “Los traficantes de influencias montan y desmontan en Palacio”, escribió esta semana Rudolf Hommes. Y basta un pequeño desliz (práctico o teórico) para pasar del tráfico de influencias a la corrupción. Al fin y al cabo, la corrupción se define como el uso del poder público para el enriquecimiento privado.

Pero el desenfado ministerial no termina allí. Otros ministros han ido incluso más lejos, han mostrado un desprecio mayor por los límites (éticos) de su investidura. El Ministro de Protección Social, según informó recientemente el diario El Tiempo, ocupa ahora su tiempo libre en buscar nombres conocidos en una lista de doce mil supuestos infractores a las normas que regulan los aportes a la seguridad social. Cándidamente, el Ministro informó a la prensa que su curiosidad (inocente o malsana) le permitió, en pocas horas, identificar no sólo a dos de sus hermanos, sino también a políticos, periodistas, académicos y magistrados. Como escribió el ex ministro Rafael Pardo esta semana, conviene preguntarse por las razones que llevan a un ministro a consultar y comentar información tributaria privilegiada con nombres propios. ¿Considera el Ministro que las urgencias de su cartera están por encima de ciertos derechos y ciertas normas? ¿O será más bien que el Gobierno está preparando la lista Palacio a usanza de Hugo Chávez y su famosa lista Tascón? Sea lo que fuere, el Ministro de Protección Social puede estar violando la ley y debería, creo yo, ser investigado por las autoridades competentes.

La lista de desafueros no termina con las reuniones en Palacio o con la lista de Palacio. El Ministro de Transporte, por ejemplo, ofrece zonas francas ambulantes para componer entuertos; abre licitaciones sin pliegos; extiende contratos sin licitación; promete obras públicas en cada reunión; renegocia concesiones sin criterios generales, a su antojo. El Ministro de Agricultura impreca públicamente al Banco de la República y opina impunemente sobre las decisiones de otras carteras. Y el Gobierno en pleno, con el Presidente a la cabeza, intenta imponer sus criterios y prioridades a los mandatarios regionales.

Después de cinco años (y algunos con la esperanza de muchos más), muchos ministros parecen haber perdido cualquier noción de los límites del poder y de la inconveniencia de la arbitrariedad. Parafraseando al poeta, “se sienten en este mundo como en su casa, gritan y ordenan, quiebran y arrancan y todo lo consideran suyo… yo no sé francamente cómo hacen, cómo no entienden”.
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La cuadratura de la Línea

La seguidilla de improvisaciones que llevaron al fracaso (todavía no resuelto) de la licitación para la construcción del túnel de la Línea comenzó oficialmente el 21 de septiembre del año anterior. Ese día el Ministro de Transporte anunció la apertura de la licitación en Ibagué. La página web de la Presidencia de la República registró el hecho con entusiasmo. “Se trata del proyecto más importante dentro de los que adelanta el Gobierno Nacional, para mejorar la conectividad del centro del país con Buenaventura, que es el principal puerto con que cuenta Colombia sobre el litoral Pacífico…de acuerdo con el cronograma del proyecto, el cierre de la licitación será en diciembre de este año [2007], la evaluación y adjudicación en enero de 2008 y el inicio de las obras en abril de 2008”.
La página de la Presidencia señala también que “el proyecto será contratado mediante la modalidad “llave en mano”, en la cual a precios globales y bajo su cuenta y riesgo, el contratista se responsabilizará de la gestión ambiental, predial y social, de la elaboración de estudios y diseños y de la construcción y operación durante dos años”. Pero las verdaderas condiciones de la licitación no se conocerían hasta el 10 de octubre, cuando el Ministerio publicó los pliegos en la página de Internet. El Ministro había abierto la licitación sin tener listos los pliegos. O mejor: había mentido al anunciar que se abría la licitación. Pero los problemas apenas comenzaban.

Lo primero que llamó la atención a los posibles contratistas fue la modalidad de contratación: “llave en mano”. Dada la incertidumbre geológica, no resuelta, en parte, porque el Ministerio puso en marcha el proceso antes de la culminación del túnel piloto, los contratistas manifestaron tempranamente muchas dudas sobre su disposición a asumir la totalidad de los riesgos de construcción. Pero cuando el Ministerio reveló el presupuesto oficial (600 mil millones), las dudas se transformaron en indignación. Como lo señaló oportunamente la Cámara Colombiana de Infraestructura (CCI), el presupuesto del Ministerio era sustancialmente inferior a todas las estimaciones realizadas por la ingeniería nacional: el valor estimado por la CCI fue de 900 mil millones.

El Ministerio de Transporte había improvisado no sólo con la apertura de la licitación, sino también con el cálculo del presupuesto. Así, pasó lo que tenía que pasar: la licitación fue declarada desierta. Inicialmente el Ministro acusó a los contratistas de “cartelizarse” pero después comenzó a improvisar en sentido contrario: a ofrecer todo tipo de concesiones tributarias, a hablar de precio indefinido, a ofrecerles unas condiciones extraordinarias a los contratistas extranjeros, etc.

Durante un Consejo Comunitario realizado en Arauca el día 9 de febrero, el Presidente Uribe anunció la reapertura de la licitación. “Quiero anunciarles a mis compatriotas desde Arauca lo siguiente: se ha tomando una decisión con el señor Ministro de Transporte para que nos se atrase la ejecución de la nueva fase del Túnel de la Línea. Esta misma semana se reabre la licitación -que se debe cerrar inmediatamente pase la Semana Santa- hacer una evaluación con toda la celeridad y adjudicar rápidamente”. Por desgracia, el anunció del Presidente fue un eslabón más en la cadena de improvisaciones.

La licitación no se ha abierto todavía por dos razones. La primera, las partidas presupuestales no existen (el Ministerio de Transporte tendrían que tramitarlas ante el Confis del Ministerio de Hacienda y no lo ha hecho). Y la segunda, la nueva ley de contratación exige que los pliegos (los nuevos pliegos en este caso) deben estar publicados con anterioridad a la apertura del proceso. En fin, las declaraciones del Presidente o bien muestran un desconocimiento de los métodos de la administración pública o bien constituyen una forma deliberada de desviar la atención. Sea lo que fuere, el hecho cierto es el que el Ministerio de Transporte no tiene listos los documentos requeridos para reabrir el proceso.

A todas estas, la construcción seguramente no comenzará este año. Y el país corre el riesgo de tener un Ministro inoperante por doce largos años.
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Buenas noches, buena suerte

En los días previos a la marcha del 4 de febrero, el ex alcalde de la ciudad de Bogotá Antanas Mockus escribió un comentario editorial en el que argumentaba, palabras, palabras menos, que Manuel Marulanda y su banda de criminales son “hijos de la frialdad de la guerra fría”. Las Farc, decía Mockus, hacen un uso estratégico del homicidio condicionado, del poder arbitrario sobre la vida de los otros. Las Farc no son simplemente una organización de asesinos: son también un grupo dedicado a la manipulación estratégica de los sentimientos humanos. Sus métodos parecen copiados de la Teoría del Conflicto de Thomas Schelling, uno de los grandes legados intelectuales de la guerra fría.

Pero la analogía de Mockus es incompleta. O mejor: es mucho más rica de lo que parece. La similitud entre el presente colombiano y el pasado de la guerra fría no termina con el uso racional de la intimidación y la fuerza destructora. La marcha del 6 de marzo ha revelado otra similitud entre la guerra fría y la situación colombiana del presente: el macartismo. La lista de sospechosos crece todos los días. Los enemigos del Ejército o de las instituciones están por todas partes: en los medios de comunicación, en las universidades, en las oficinas públicas, etc. En suma, la suspicacia de los acusadores parece tener mucho más de imaginación que de razón.

Si un medio de comunicación invita a la marcha por medio del expediente sencillo de transcribir las palabras de sus organizadores, los acusadores no se limitan a criticar el hecho. Van mucho más allá, suponen inmediatamente motivos ulteriores, intenciones antipatrióticas. “Porque esa página fue escrita con la obvia intención con que se escriben todas las de su género, que es la de servir como argumentos de autoridad en los escenarios izquierdistas del mundo para derrotar a Colombia, humillarla y rebajar sus gloriosas Fuerzas Militares a la condición de una banda de truhanes o de una gavilla de asesinos”. La conspiración es siempre la primera hipótesis de los conspiradores, un tema común en la teoría de la estrategia y en las historias y ficciones de la guerra fría.

Y de las muchas historias de la guerra fría, quisiera recordar una sola: la confrontación entre el presentador de televisión Edward Murrow y el senador Joseph R. McCarthy, narrada recientemente por la película Buenas noches, buena suerte, filmada en blanco y negro y dirigida por George Clooney. Los hechos narrados hacen parte de la historia: son anécdotas que no caben en una columna de prensa escrita en otro país y en otro tiempo. Pero las palabras de Murrow siguen teniendo importancia, siguen siendo una advertencia necesaria ahora cuando los acusadores insisten en confundir la discrepancia con la conspiración, en ver la realidad en blanco (nosotros) y negro (ellos), como la película de marras.

A veces, como escribió alguna vez Roberto Bolaño, no nos queda más remedio que ponernos demagógicos, que subir el tono. Termino entonces con las palabras de Murrow: “no podemos confundir el disenso con la deslealtad. Tenemos siempre que recordar que la acusación no es prueba, y que la condena depende de la evidencia y del debido proceso. No ponemos andar temerosos, unos de los otros. No podemos permitir que el miedo nos domine en esta época de la sinrazón… Este no es el momento para guardar silencio”.

«Buenas noches, buena suerte».
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Reelección y desgobierno

Algunas veces no existe alternativa distinta a la reiteración. Algunas veces las columnas tienen que llover sobre mojado. Repetir lo repetido. Esta vez, por ejemplo, urge reiterar el rechazo a la propuesta del Partido de la U de reformar la Constitución con el propósito de reelegir nuevamente al presidente Uribe. Esta propuesta envilece la política y complica la posibilidad de un acuerdo nacional en contra de la guerrilla. La propuesta, además, muestra que algunos sectores políticos anteponen sus convicciones o sus objetivos a las instituciones nacionales. La U (como su nombre lo indica) parece más que dispuesta a invertir el sentido de la Constitución.

El Partido de la U es una alianza de conveniencia que se comporta como corresponde a su esencia: de manera oportunista. Pero la propuesta de la U no puede descartarse como una simple iniciativa equivocada de una organización oportunista. Si el Presidente hubiera sido enfático en su rechazo a la posibilidad de una segunda reelección, la propuesta de la U sería un despropósito, un acto de rebeldía sin sentido. Pero la propuesta de la U se ha nutrido de la ambigüedad del Presidente. O mejor: de su renuencia a cerrar definitivamente la puerta de la reelección, de su insistencia en dejar una rendija providencial que le permita colarse convenientemente hacia un tercer mandato. Uribe, en últimas, también se escribe con U.

La ambigüedad del Presidente puede tener varias explicaciones. Probablemente no confía en el albur de la política electoral. O no vislumbra el surgimiento de un nuevo liderazgo. O no cree en la continuidad de su legado más allá de su mandato. Pero la ambigüedad no tiene ninguna justificación. El Presidente debería rechazar la propuesta de la U y dedicarse a las tareas de gobierno, a la ingrata labor de gobernar sin la perspectiva de una nueva oportunidad. Al fin y al cabo, son muchos los asuntos pendientes. Y varios los problemas sin resolver.

El Gobierno, por ejemplo, no ha podido encontrar un camino expedito en el tema de la infraestructura. Esta semana la licitación para la construcción del túnel de La Línea fue declarada desierta. La misma licitación fracasó en dos oportunidades durante el gobierno de Pastrana, habida cuenta de los inmensos riesgos geológicos. El gobierno de Uribe decidió realizar un túnel piloto para disminuir los riesgos geológicos y viabilizar el proyecto. Invirtió miles de millones en tal propósito. Pero la licitación volvió a fracasar por cuenta de los malos cálculos y de la improvisación del Ministro de Transporte.

Pero los yerros del Ministro de Transporte son sólo una parte de los muchos problemas del Gobierno. El número de trabajadores afiliados a la seguridad social continúa estancado, a pesar de la recuperación del empleo. El gasto militar no parece sostenible una vez se agoten los recursos del impuesto al patrimonio. La expansión de algunos programas sociales tampoco parece viable fiscalmente. Pero estos problemas han pasado a un segundo plano. Adentro y afuera del Gobierno. El presidente Uribe, por ejemplo, parece más preocupado por el 2010 (o por el 2014) que por lo que resta de su período.

En suma, el presidente Uribe debería olvidarse de la reelección y concentrarse en la solución de los problemas de su gobierno. Podría empezar con una desautorización al Partido de la U y con la destitución de algunos ministros.
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Polo a tierra

Uno espera que una organización política que se autodenomina el Polo Democrático sea capaz de fijar posiciones rotundas, de decir sin rodeos sí o no ante una consigna que no admite equívocos (no más Farc). Pero las cosas no son como uno espera. El Polo no se decide. Dice sí y dice no. Quiere ser positivo y negativo al mismo tiempo. Parece más ambiguo que alternativo. Es un polo sin polaridad. Casi una contradicción en los términos.
Esta semana el Comité Ejecutivo Nacional del Polo Democrático Alternativo publicó un comunicado de prensa que fija la posición oficial del partido con relación a la marcha de este lunes 4 de febrero. El comunicado de marras es un ejemplo perfecto, casi paradigmático, de ambigüedad estratégica, de uso deliberado de la indefinición. “El Polo Democrático Alternativo —dice el comunicado— juzga urgente en la presente coyuntura dar a conocer sin ambages cuál es su posición…”. Pero la urgencia de definición se queda en eso, en una intención. Después de doce puntos, de muchas palabras, de vueltas y revueltas, el comunicado no fija ninguna posición concreta. O mejor: fija muchas posiciones con el fin de evadir deliberadamente el asunto en cuestión. De nuevo, el comunicado es un ejemplo de falta de polaridad, de indefinición disfrazada de ecuanimidad.
El comunicado está escrito en un lenguaje extraño. Indirecto. Sinuoso. En lugar de decir no más Farc, dice “no a la guerra”. En lugar de pedir que se restablezca la mediación de Chávez, sugiere que “la comunidad internacional, los países amigos y particularmente nuestros vecinos, pueden cumplir tareas de acompañamiento” para la liberación de los secuestrados. El comunicado recalca la necesidad de “sumar esfuerzos para construir… una sociedad justa que se parezca muy poco a la inicua y violenta que hoy tenemos”, como si los problema del país impidieran el rechazo a las Farc. El lenguaje indirecto asume a veces extremos risibles. El comunicado contiene, por ejemplo, una mención a los “graves errores en que han incurrido los actores”, como si todo este asunto fuera una telenovela o una comedia extraña en la cual todos los protagonistas son igualmente culpables.
Las opiniones de George Orwell sobre el lenguaje de la izquierda europea (“esa horrible jerga”) describen de manera precisa el comunicado del Polo. Uno podría, en últimas, decir, como dijo Orwell hace sesenta años, que el comunicado es una mezcla de progresismo a medio cocinar y afectación moral. Pero el comunicado es ante todo un ejercicio de evasión, un esfuerzo fallido por contestar con un manifiesto doctrinario una pregunta que sólo admitía una respuesta binaria: sí o no. El comunicado del Polo es, en últimas, un corto circuito ideológico. Una conexión fallida entre el sí y el no.
En 1940, George Orwell denunció la incapacidad de la izquierda europea para apreciar la importancia de la unidad en los tiempos difíciles. Orwell (un socialista impenitente) señaló que la izquierda militante había subestimado equivocadamente el poder transformador de la unidad y de la superación de las diferencias de clase o de ideología. La unidad y hasta el mismo patriotismo, decía Orwell, pueden ser fuerzas transformadoras, motores del cambio social. Pero el Polo Democrático Alternativo piensa de otra manera. No cree o no parece creer en la importancia de la unidad.
En suma, el Polo desperdició la oportunidad de hacer un acto de grandeza. Y optó por una postura confusa. Indefinida. Polarizante en su misma falta de polaridad.