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noviembre 2007

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Sobre la «solución humanitaria»

Mucho se ha hablado de las circunstancias, de los incidentes (de la imprudencia de uno, de la impaciencia del otro) que llevaron al intempestivo final de la intermediación del presidente Chávez en las conversaciones con las Farc para la liberación de los secuestrados. Pero poco se ha dicho sobre las causas últimas de este nuevo tropiezo. En mi opinión, el llamado intercambio humanitario es un resultado improbable, casi un imposible estratégico. El resultado previsible de las negociaciones (presentes y futuras) es un aplazamiento indefinido con inicios promisorios y terminaciones abruptas. En fin, más de lo mismo.

Mi pesimismo está basado en las motivaciones estratégicas de las Farc. Un primer punto es evidente. Las Farc no tienen ningún futuro político. Ninguna posibilidad de reunir un apoyo electoral significativo. Ni siquiera en el ámbito regional. Su impopularidad es inmensa e irreversible. Chávez hizo pública esta semana su intención de convencer a las Farc acerca de las ventajas de la vía democrática, de los votos como mecanismo revolucionario. Uribe incluso apoyó la idea con entusiasmo. Pero esta intención compartida es ilusoria. Las Farc conocen bien sus posibilidades electorales. Anticipan la ausencia de un futuro político más allá de la intimidación armada.

Económicamente las Farc son una federación de cultivadores y comercializadores de droga. Políticamente son una organización dedicada a la administración y el mantenimiento de campos de concentración inexpugnables. Sin mayores posibilidades electorales, las Farc sólo tienen una alternativa real de protagonismo político: mantener indefinidamente su botín humano, aplazar eternamente la liberación de los secuestrados. Probablemente las Farc estén dispuestas a revelar alguna información parcial (las llamadas pruebas de supervivencia) a cambio de ciertas ventajas tácticas. Pero nunca liberarán a los secuestrados voluntariamente. Al hacerlo, nada ganarían. Y perderían toda influencia política.

Muchos analistas consideran que el intercambio humanitario es un primer paso hacia las negociaciones de paz, un asunto práctico que debe abordarse con antelación a la discusión política. Pero quienes así piensan están equivocados. Olvidan que la liberación de los secuestrados implica la muerte política de las Farc. Las Farc no liberarán a los secuestrados para facilitar una negociación; los retendrán indefinidamente para conservar su influencia. Tristemente la única transacción posible con las Farc consiste en hacer concesiones ciertas a cambio de promesas falsas. En suma, el intercambio humanitario no es el primer punto de la agenda, es el único punto pues compromete el futuro político de las Farc.

No son muchas las salidas para esta encrucijada estratégica. La respuesta racional a la extorsión consiste en amarrarse las manos, en comprometerse a no negociar. Pero por razones políticas y humanitarias tal respuesta es inviable. Habría, entonces, que tratar de limitar la exposición internacional de las Farc, su aprovechamiento político de los secuestrados. Pero algunos países querrán negociar directamente la liberación de sus nacionales. En últimas, como alguna vez dijo Joseph Brodsky, la verdadera responsabilidad consiste en no crear ilusiones. Al menos, por ahora, el Gobierno debería reconocer que la “solución humanitaria” implica la renuncia por parte de las Farc a su único recurso político: los secuestrados. Un hecho improbable, sin duda.
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Un mundo feliz

En 1932, hace ya 75 años, fue publicada por primera vez la célebre novela del escritor británico Aldous Huxley, Un mundo feliz. La novela recrea un mundo estratificado, poblado por hedonistas sin alma, donde el placer ha sido institucionalizado, la felicidad es distribuida en pequeñas cápsulas de una droga mágica y la promiscuidad sexual es la norma socialmente aceptada, la forma casi obligatoria de multiplicar la felicidad neumática de los encuentros humanos. El mundo feliz de Huxley es también un mundo de estabilidad social. La población ha sido condicionada para aceptar la felicidad artificial. Ha perdido la libertad de manera dócil. Los habitantes de Utopía son esclavos voluntarios de una especie de superutilitarismo impuesto por medio de artilugios científicos.

Setenta y cinco años después, algunas de las predicciones de Huxley parecen, como diría García Márquez, aterradoras en su clarividencia. El consumismo compulsivo, la promiscuidad generalizada, los avances de la biología, el uso masivo de alucinantes, etc., fueron anticipados por la novela. Así, muchos críticos del capitalismo señalan la validez de las predicciones y la relevancia de las advertencias de la novela de Huxley. Pero tal insistencia es equivocada. Más allá de las apariencias, de las coincidencias del paisaje, las advertencias de Huxley son irrelevantes. Sus temores, infundados. Falsos, en mi opinión.

En el año 2007, la gran preocupación de los países desarrollados, de los centros del capitalismo mundial, no es la felicidad artificial. Todo lo contrario. La preocupación parece ser la llamada paradoja de Easterlin, la aparente desconexión entre la riqueza y el bienestar subjetivo, el supuesto fracaso de las sociedades más avanzadas en la búsqueda de la felicidad. El capitalismo depende demasiado de las exigencias del super yo para caer en la trampa de la felicidad pasiva. Está animado por una mística, por una lógica que nada tiene que ver con la decadencia generalizada, con los hedonistas hipnotizados de Huxley.

Como lo ha señalado Christopher Hitchens, las drogas tampoco se han convertido en un mecanismo de control estatal. De nuevo: todo lo contrario. Algunos han acusado a los instigadores del capitalismo en Rusia de reducir deliberadamente los precios del vodka. Otros han acusado a la CIA de distribuir cocaína en los barrios deprimidos de las grandes ciudades norteamericanas. Pero tales acusaciones son fantasiosas. El capitalismo ha sido el principal patrocinador de la guerra contra las drogas. En contravía a lo advertido por Huxley, las autoridades capitalistas quieren mantener sobrios a sus súbditos. La distribución de pildoritas de la felicidad como forma de control social es una fantasía. Una pesadilla irreal. Otra de las predicciones erradas de la novela de Huxley.

Huxley planteaba que, con el tiempo, los gobiernos capitalistas resolverían el problema de la felicidad, convertirían a sus súbditos en consumidores dóciles, esclavizarían al pueblo mediante la estrategia engañosa de la felicidad. Pero Huxley señaló, en mi opinión, al enemigo equivocado. El consumismo y los alucinantes no son instrumentos de dominación. Pueden ser incluso liberadores. Los enemigos de la libertad no utilizan las armas sutiles del capitalismo. Usan los instrumentos ordinarios de la violencia y la intimidación: los campos de concentración, los delatores, la policía, los fusilamientos, etc.

En fin, setenta y cinco años después de la publicación de Un mundo feliz, el problema de la felicidad sigue sin resolverse. Pero el totalitarismo sigue, en todo caso, tan amenazante como siempre.
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El problema del empleo

El gráfico que acompaña este comentario, tomado del Regional Economic Outlook, publicado esta semana por el Fondo Monetario Internacional, muestra la evolución de la tasa de desempleo en Colombia desde una perspectiva comparada. Dos hechos son evidentes. Primero, la tasa de desempleo en Colombia es la más alta entre los países grandes de la región: Argentina, Brasil, Colombia, Chile, Perú, México y Venezuela. Y segundo, la disminución del desempleo, durante la fase de recuperación económica que comenzó en 2002, ha sido continua pero lenta en Colombia, al menos en comparación con lo ocurrido en Argentina y Venezuela.

¿Cómo explicar los dos hechos mencionados? Yo creo que la explicación tiene necesariamente que mencionar otros tres hechos, ampliamente discutidos en este espacio. A saber: (i) los impuestos y contribuciones al trabajo en Colombia (53% en total) son los más altos de América Latina, (ii) el salario mínimo como porcentaje del ingreso medio en Colombia (80%) es el segundo más alto de América Latina, y (iii) el precio relativo del trabajo con respecto al capital ha aumentado sustancialmente desde el año 2002. No existe un artículo académico que pruebe de manera contundente la relación entre lo mencionado en este párrafo y lo descrito en el anterior. Pero sí existen muchos artículos que sugieren una relación causal, que conectan causalmente los hechos mencionados.

Creo que la pobre dinámica del empleo sigue siendo el principal problema de la economía colombiana. Y creo también que este problema es causado por una combinación de malas políticas, que se remonta a la aprobación de la Ley 100 de seguridad social y que se ha profundizado durante este Gobierno. Infortunadamente, las perspectivas no son buenas. Y si nos atenemos a lo dicho por el Presidente en este fin de año, las malas políticas seguirán empeorando.

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Turismo bolivariano

Iván Márquez es tan sólo el último de los invitados de honor al palacio de Miraflores. Hace apenas unos días, la modelo británica Naomi Campbell recorrió las escalinatas del palacio presidencial venezolano, ataviada en un vestido blanco, exquisitamente revolucionario, según las versiones de la prensa caraqueña. Campbell no quiso hablar de política pero posó sonriente al lado del presidente Chávez. Hace unos meses, el conocido actor Sean Penn fue recibido con honores de Estado. “Vine buscando un gran país y lo encontré”, declaró sonriente a los periodistas que cubrían su aventura revolucionaria. Hace ya dos años, el cantante Harry Belafonte, de 79 años, fue el invitado de honor del programa Aló, presidente. “Viva la revolución”, gritó extasiado al final de la que pudo haber sido su última aparición televisada. El actor Danny Glover y el reverendo Jesse Jackson, entre muchos otros más, también visitaron Miraflores y también respondieron con encomios a la generosidad del presidente Chávez.

Pero el turismo revolucionario no es sólo un asunto de celebridades. La ONG norteamericana Global Exchange, con sede en San Francisco, ofrece una gira de dos semanas por los extramuros de la revolución bolivariana. Los visitantes pueden reunirse con los oficiales de la revolución, participar en los círculos bolivarianos y recorrer las barriadas de Caracas. En fin, pueden observar de cerca los vientos del cambio, la gran transformación revolucionaria. Al final de la gira, los visitantes son llevados a la exclusiva playa de Los Roques, con el fin de complementar su experiencia sociológica con una pausa caribeña, con un instante para la reflexión. Como dicen los biógrafos de Chávez, Cristina Marcano y Alberto Barrera, “desde ese lugar exclusivo, los visitantes podrían evaluar mejor la experiencia de conocer la revolución en vivo y en directo. No todo en la vida es pobreza”.

Cansados de la quietud democrática, exasperados por el gradualismo liberal, los turistas revolucionarios llegan a Venezuela en busca de aventuras sociológicas. Quieren ver el mundo en movimiento. Sentir la fuerza del cambio. Marchar la marcha de la historia. Los anima una idea romántica de la violencia justiciera, de los dictadores tropicales. No quieren, como los turistas sexuales, aliviar el cuerpo. Buscan, por el contrario, recrear el alma.

Venezuela se ha convertido en el destino favorito del turismo revolucionario. Según sus propios testimonios, los turistas viajan en la búsqueda de un mundo distinto. “La idea es encontrar una alternativa”, le dijo recientemente un turista francés a un reportero del New York Times. “Si no se encuentra en Venezuela, no se encuentra en ninguna parte”. Los visitantes ven en la revolución bolivariana una posibilidad distinta a la hegemonía norteamericana o al neoliberalismo. Perciben en Venezuela una luz de esperanza en medio de la oscuridad planetaria.

Pero tarde o temprano los turistas revolucionarios abrirán sus ojos. La alternativa chavista comienza a revelarse con toda su fuerza. Venezuela va en camino de convertirse no sólo en una dictadura, sino también en uno de los países más violentos del mundo. Con el tiempo, los turistas revolucionarios buscarán otros destinos más seguros. Y Caracas será visitada solamente por modelos en desgracia y actores renegados. Y quizás también por uno que otro guerrillero envejecido.
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¿Qué pasó en Medellín?

Esta columna presenta una explicación inédita de la gran sorpresa de las elecciones de la semana anterior: el triunfo de Alonso Salazar en la ciudad de Medellín. Quisiera comenzar la explicación con un reconocimiento: las firmas encuestadoras pasaron el examen. Todas lograron predecir los ganadores de las elecciones en las principales ciudades del país, con una excepción notable: la ciudad de Medellín, donde ninguna pronosticó el triunfo de Salazar, donde el error fue unánime, general. Un mal de todas y un consuelo para cada una.


¿Qué pasó en Medellín? La mayoría de los encuestadores han ofrecido una explicación empaquetada, una excusa genérica. “Las encuestas señalaron la tendencia”, dicen en coro. “Las últimas mediciones —insisten— mostraban que Salazar iba perdiendo pero que venía recortando terreno”. “Seguramente —especulan— Salazar ganó en el último envión, en el esfuerzo final del último fin de semana”. Esta explicación deja mucho que desear, es una forma de racionalización ex post que tiene la gran ventaja de no ser verificable. Además, en el caso de Medellín, un examen detallado de las encuestas no permite discernir ninguna tendencia. Si acaso, la tendencia favorecía a Luis Pérez. En suma, la explicación dada por los encuestadores es incompleta en el mejor de los casos. Y equivocada (deliberadamente engañosa) en el peor.


¿Qué pasó, entonces? En mi opinión, los encuestadores sobreestimaron la participación electoral de los residentes en los estratos bajos, lo que, a su vez, los llevó a sobreestimar el caudal electoral de Luis Pérez, el candidato perdedor. En Medellín, el porcentaje de votantes es mucho menor en los estratos bajos que en los altos; en Bogotá, Cali y Barranquilla, es muy similar. Los datos de la Encuesta Social y Política (ESP) de la Universidad de los Andes muestran, por ejemplo, que en las elecciones presidenciales de 2006 la participación electoral en Medellín fue 42% en el estrato uno, 54% en el estrato dos, 62% en el estrato tres y 80% en los estratos cuatro, cinco y seis. Los porcentajes correspondientes para las ciudades de Bogotá, Cali y Barranquilla, consideradas de manera conjunta, fueron: 63%, 60%, 65% y 68%. Las firmas encuestadores actuaron como si todos los estratos tuvieran una participación similar o confiaron en los reportes (muchas veces exagerados) sobre intención de voto. Este comportamiento afectó seriamente sus predicciones en Medellín pero no causó mayores distorsiones en Bogotá, Cali y Barranquilla. En la ciudad de Medellín, las encuestas sumaron votos inexistentes en algunos barrios de estratos bajos, precisamente donde el candidato perdedor tenía una mayor aceptación.


La menor participación electoral de los estratos bajos implica que los votos del estrato cuatro son determinantes en Medellín. Paradójicamente, la baja participación de los estratos bajos protegió a Medellín del oportunismo electoral y de las promesas populistas. Tanto en Medellín como Bogotá, los ciudadanos más pobres favorecen algunas formas dudosas de intervención estatal y rechazan algunos aspectos esenciales de la economía de mercado. Estas opiniones tienen más fuerza electoral en Bogotá que en Medellín, simplemente porque los pobres votan con mayor asiduidad en la primera que en la segunda. La diferencia entre ambas ciudades no radica, entonces, en las preferencias políticas, sino en las tasas de participación electoral de los estratos bajos.


La conclusión del análisis previo es inquietante. Aparentemente la elección de Alonso Salazar no fue el resultado de la madurez política, de la fuerza del voto de opinión o de la responsabilidad ciudadana, como lo han afirmado varios analistas. El triunfo de Salazar parece, más bien, haber obedecido a un hecho circunstancial, fortuito y (al mismo tiempo) olvidado por los encuestadores: la desidia electoral de los pobres de Medellín.