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21 junio, 2007

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Qué pasaría si… Panamá todavía fuera de Colombia

Hace ya varios años, un famoso profesor gringo fue invitado a escribir un artículo sobre la utilidad de especular sobre lo que habría sido del mundo si esto o lo otro hubiera ocurrido. Su respuesta fue la siguiente: «Si pensamos que los procesos históricos evolucionan estocásticamente, los antecedentes contrafactuales no implican resultados determinados para los escenarios contrafactuales». En resumidas cuentas, el profesor sugirió (muy a su manera) que no perdiéramos el tiempo con especulaciones inoficiosas. Que los mundos probables son muchos. Que la vida siempre trae sorpresas. Pero sus advertencias, sobra decirlo, no han tenido mucha acogida. Los editores de SoHo, por ejemplo, decidieron desoírlas alegremente. Tal como lo han hecho los montones de historiadores que especulan sobre lo que habría sido de la historia del mundo si la nariz de Cleopatra hubiese sido un centímetro más larga. O sobre lo que sería de su geografía si los Estados Unidos no hubieran bombardeado atómicamente a los japoneses.

No está de más, entonces, especular sobre lo que habría sido de Colombia si Panamá no se hubiera independizado. El escenario no es descabellado. Si el Congreso hubiese aceptado las condiciones negociadas por John Hay y Tomás Herrán, el movimiento independentista panameño («la más apropiada y justa de la revoluciones», según Theodore Roosevelt) nunca habría prosperado: habría corrido la misma suerte de las cincuenta revoluciones previas. Pero «esas despreciables y pequeñas criaturas de Bogotá» decidieron no aceptar las condiciones de los gringos y los panameños optaron por cambiar de dueño. Desde entonces, el istmo de nuestro escudo dejó de ser un simple accidente geográfico para convertirse en una herida, en una cicatriz, en el recuerdo amargo de lo que pudo haber sido y no fue.

Colombia no sería muy distinta si Panamá fuese un departamento más de nuestra abigarrada geografía. Probablemente nuestro ingreso por habitante sería un poco mayor. Tendríamos mejores puertos. Y más comercio con el mundo. Y una distribución más racional de la producción: muchas empresas se habrían ubicado en Colón o en Ciudad de Panamá o en la misma Cartagena: más cerca del mundo y menos cerca de las estrellas. Pero eso es todo. Nuestro escudo sería consecuente con nuestra geografía. Pero no con nuestra economía: la riqueza representada por el cuerno rebosado de monedas de oro y plata seguiría siendo una ironía. Un sueño de abundancia en medio de la carencia.

Y si no me creen, piensen en la corrupción permanente, en los escasos ocho mil dólares que fueron suficientes para sobornar (y enviar de vuelta a casa) a las tropas colombianas estacionadas en Colón. O en las décadas de desidia que soportó la provincia de Panamá: those people in Bogotá simplemente iban a recoger la plata que pagaba la concesión del ferrocarril. O piensen, también, en la tenue conexión económica de Urabá con el resto del país. O en la misma precariedad de las carreteras que conectan a los centros productivos con el occidente colombiano. En suma, Panamá sería una región más dentro de la geografía del aislamiento nacional. Su contacto más cierto con el centro del país serían los políticos panameños: los herederos de Tomás Arias, José Agustín Arango, Manuel Amador Guerrero y los otros que se vendieron a los gringos. Y si nos atenemos a las circunstancias actuales, algunos de ellos estarían presos en Bogotá.

Pero me he alejado de las advertencias del mencionado profesor. La vida te da sorpresas” dijo un ex ministro panameño en sus años mozos. Así que cabe terminar con algunas predicciones menos aventuradas. Si Panamá fuera colombiana los Nule se habrían ganado el contrato para la ampliación del Canal con consecuencias desastrosas para medio mundo. Colombia habría recuperado los 2,5 millones de habitantes que perdió misteriosamente en el último censo. Y María del Pilar Hurtado no estaría asilada sino escondida en un lugar apartado de la (ahora) inmensa República de Colombia.