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3 junio, 2006

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De Omaha a Medellín

Cabría comenzar esta columna con un nombre extraño: Constantine Alexandre Papadopoulos. Nieto de inmigrantes griegos que se establecieron en Nebraska. Hijo del abnegado propietario de un pequeño restaurante en el centro de Omaha. Educado en un colegio jesuita en medio de una comunidad conservadora y laboriosa. Inicialmente estudió filología e historia hispanoamericana en la Universidad de Stanford, y posteriormente cinematografía en la Universidad de California. Hoy el mundo lo conoce como Alexander Payne, ganador de dos premios Oscar y dos Globos de Oro. Probablemente el director independiente más importante del mundo.


Con la excepción de Sideways (Entre copas), todas las realizaciones previas de Payne fueron filmadas en Omaha. Incluso su próxima película, todavía en ciernes pero esperada desde ya con impaciencia, tendría el predecible título de Nebraska. A pesar de que Payne ha dicho de manera reiterativa que no quiere ser recordado como “el tipo de Nebraska”, sus obsesiones geográficas revelan una inclinación sociológica evidente, una preferencia innegable por escrutar las transformaciones invisibles pero definitivas de una sociedad tradicional. Toda visión artística tiene un sesgo sociológico, asociado usualmente al origen geográfico del implicado. Payne, cabe reiterarlo, creció en un entorno social (el Medio Oeste norteamericano) escindido entre lo arcaico y lo moderno.

Pero allí no termina la geografía del asunto. Cuando apenas había cumplido veinte años de edad, a comienzos de los años ochenta, Alexander Payne vivió durante varios meses en la ciudad de Medellín, mientras completaba el trabajo de campo para su tesis de grado de la Universidad de Stanford. Como resultado de su investigación, quedó el artículo “Crecimiento y cambio social en Medellín, 1900-1930”, publicado en el primer número de la revista de la Fundación Antioqueña para los Estudios Sociales (FAES). Seguramente Constantine Alexandre Payne (así firmó el artículo de marras) encontró muchas afinidades entre la Medellín de comienzos del siglo XX y su natal Omaha: la religiosidad, el etos igualitario, el gusto por el trabajo y el arribismo soterrado, todas características de la ética protestante de los antioqueños que ha fascinado a varias generaciones de científicos sociales.

En su artículo, Payne incluyó la siguiente cita, tomada de un cuento popular antioqueño escrito en las postrimerías del siglo XIX: “Julio era hijo de un rico minero que vino a establecerse a Medellín. Educado a medias, primero en el antiguo Colegio del Estado y más tarde en uno de los establecimientos de los Estados Unidos, era un verdadero tipo del siglo, un conjunto heterogéneo de intolerancia y bondad, de buenas maneras y salidas bruscas e inesperadas, de arranques de generosidad y movimientos coléricos, de sentimientos cristianos y humanitarios, e impulsos perversos y salvajes. Era una muestra del híbrido, resultado de la rudeza campesina y la educación cortesana”.

Cien años después, esa caracterización del espíritu antioqueño sigue teniendo mucha vigencia. Payne ha expresado varias veces su fascinación por los antioqueños. Incluso su deseo de filmar una película sobre los arrieros paisas del siglo XIX. El costumbrismo antioqueño nunca había estado tan cerca de Hollywood.