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30 mayo, 2006

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Hacia un difícil consenso

Un día después de un resultado previsible sólo cabe volver sobre lo ya dicho. Uno podría detenerse sobre el triunfo de Carlos Gaviria en Nariño y en La Guajira. O explayarse sobre la muerte de los partidos tradicionales. O extenderse sobre la aritmética electoral (el 1.5 millones de votos adicional conseguidos por Uribe, los 2.0 millones adicionales conseguidos por la izquierda). Pero, para ser honestos, los análisis electorales del día después tienden a confundir la coyuntura con la estructura. Son meras extrapolaciones burdas. Futurología de afán para el consumo inmediato.

Por ello, repito, sólo cabe insistir sobre lo dicho. Un primer punto tiene que ver con la nueva realidad institucional: el presidencialismo ampliado. La reelección inmediata no sólo acrecentó el poder del Ejecutivo; al mismo tiempo sesgó la competencia electoral en favor del presidente en ejercicio. El nuevo mandato de Uribe pondrá a prueba esta nueva realidad. En su discurso de victoria, el Presidente llamó la atención del Congreso sobre la necesidad de trabajar con diligencia y responsabilidad. Pero además de diligencia, el Congreso necesita independencia. El mandato renovado del Presidente Uribe no debe convertirse en un mandato irreflexivo sobre el Congreso.
Un segundo punto tiene que ver con la polarización de las opiniones y posturas políticas. El triunfo mayoritario del Presidente no puede ocultar la enorme brecha que separa a uribistas y opositores. Entre unos y otros, no parece existir ningún punto en común. Ninguna intersección más allá de la desconfianza mutua. La polarización ha crecido de tal manera que el país parece haber perdido la capacidad de construir acuerdos políticos. Pareciera que las únicas posturas posibles fueran la oposición a ultranza o el apoyo absoluto. Actualmente resulta imposible, incluso, hacer una valoración objetiva de nuestra realidad económica y social: las cifras son acomodadas de un lado y del otro. En la política colombiana, la verdad no existe. Sólo hay interpretaciones sesgadas de antemano.
Un tercer punto, también mencionado por el Presidente en su discurso, tiene que ver con la necesidad de construir una visión compartida de largo plazo. No se trata de refinar un ejercicio tecnocrático. Ni tampoco de definir una lista de inversiones prioritarias, como a veces parece creer el Presidente. Sino de liderar un acuerdo metapolítico que permita, entre otras cosas, salvaguardar la estabilidad macroeconómica, asegurar los recursos necesarios para la construcción de equidad y avanzar en la superación del conflicto. A veces el Presidente parece dispuesto a liderar el consenso. Otras veces, sin embargo, parece empeñado en exacerbar las rencillas partidistas. En echarle leña al fuego ardiente de la polarización política.
La semana anterior, el senador chileno Carlos Ominami, de visita en Colombia para participar en un evento académico, nos dejó una enseñanza fundamental: su país sólo pudo avanzar decididamente después de alcanzar un consenso que implicó concesiones difíciles de lado y lado: la izquierda, por ejemplo, se comprometió con la estabilidad macroeconómica, y la derecha con la política social y la reparación de la víctimas de la dictadura. Además, la sociedad chilena fue capaz de dejar de lado la pretensión absurda de cambiarlo todo, del borrón y cuenta nueva, y se dedicó a construir sobre lo construido. Con la anuencia de los lectores, quisiera insistir en un lugar común: la principal tarea de nuestros gobernantes, incluido el Presidente recién reelegido, es liderar un proceso similar. Esto es, un consenso que permita, al menos, imaginarnos un país más próspero y equitativo, donde no se piense (como hoy se piensa) que el futuro está en juego en cada elección.