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Sobre la desigualdad

Esta semana la organización de las Naciones Unidas presentó un nuevo reporte sobre las condiciones de vida que llamó la atención, entre otras cosas, sobre la creciente desigualdad entre las regiones colombianas. Hace tres semanas, el Banco Mundial había presentado un reporte similar que puso de presente, desde una perspectiva de más largo plazo, la persistencia de la desigualdad entre las familias colombianas. Muchos analistas utilizaron el reporte del Banco Mundial para endilgarle a este columnista lo que ellos perciben como una muestra inapelable de nuestro fracaso social. “No en vano –escribió Alfredo Molano– el Banco Mundial ha mostrado con números, como le gusta a don Alejandro Gaviria, que la distancia entre ricos y pobres se ha mantenido inmodificada en setenta años”. Algo similar apuntó William Ospina: “digan si es falso el informe del Banco Mundial (una autoridad de las que le gustan a Alejandro) según el cual nuestros índices de pobreza están al nivel de 1938”.

Cabría anotar, a manera de paréntesis, que sí es falso que nuestros índices de pobreza estén al nivel de 1938: el Banco Mundial estaba haciendo referencia, no a la pobreza (una medida absoluta), sino a la desigualdad (una medida relativa). Pero el punto es otro. Sobre la persistencia de la desigualdad, incumbe mirar la realidad en un contexto más amplio. La persistencia de la desigualdad es una tragedia, quien podría negarlo. Pero no es una tragedia nacional, es una tragedia mundial. En los Estados Unidos, por ejemplo, el porcentaje del ingreso percibido por el 0.1% más rico de la población aumentó de 5.2% a 7.5% entre 1938 y 2002. En Canadá, donde el capitalismo salvaje ha sido domesticado con inapelable éxito, los más ricos de los ricos (el 0.1%) percibían el 5.7% del ingreso total en 1938 y perciben el 5.6% en la actualidad. Estadísticas similares podrían citarse para la inmensa mayoría de los países del mundo, desarrollados y en desarrollo.

Sería equivocado utilizar estas cifras para argumentar que la equidad es un objetivo imposible. He dedicado gran parte de mi vida profesional a buscarle resquicios a la aparente sin salida de la inercia distributiva. Pero sería asimismo incorrecto perder de vista que la persistencia de la desigualdad es un fenómeno ubicuo, extendido a lo largo de la historia y a lo ancho de la geografía. Por tal razón, la construcción de equidad requiere, más que pronunciamientos grandilocuentes, más que excesos de voluntarismo, más que espectacularidad política, más que indignación retórica, requiere, repito, más que de todo lo anterior, de paciencia. De persistencia en las políticas para contrarrestar la persistencia de la realidad.

La desigualdad podría reducirse sustancialmente en cuestión de años mediante la implantación de una pesadilla orwelliana. Bastaría con concentrar la propiedad, imponer la obediencia y anular al individuo. Una alternativa tan terrible en los medios que los fines resultan secundarios. En su defecto, sólo queda insistir en un expediente conocido: redistribuir la tierra, el crédito y la buena educación. Tres acciones tan imperativas como complicadas. De allí la importancia de los intangibles de cualquier política distributiva: insistencia, persistencia y paciencia.

Estaría dispuesto a aceptar, como lo argumentó hace poco Antonio Caballero, que el reformismo (la redistribución, en este caso) es imposible sin la exageración retórica. Pero, en últimas, cuando los discursos ya se han dicho, cuando los aplausos le dan paso al silencio, cuando los buenos propósitos deben enfrentarse a la dura realidad, el romanticismo tiene que tornarse en realismo. Nadie lo dijo mejor que Fernando Henrique Cardoso, un sociólogo marxista que enfrentó las dificultades de convertir en realidad la exuberancia discursiva. “Lo que es importante es desarrollar una actitud política, no una actitud moralista. Lo que es importante es incorporar los actos de fe en la realidad de la situación actual”.

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  • Adán
    20 marzo, 2006 at 1:03 pm

    Nadie se ha preguntado por mi silencio, como es natural. ¿A quién le va a importar? Pero les voy a contar: Estoy callado de pura tristeza. Y de rabia. No sé cuál es mayor de las dos. Quisiera permitirme las expresiones porque son precisas: Estoy emputado y achantado. Ver el resultado de las pasadas elecciones es para sacar de casillas y noquear a cualquiera. El congreso, salvo la expresión “contadas y honrosas excepciones”, quedó conformado por una partida de bandidos, ineptos, tránsfugas, manzanillos, traquetos, paracos, en fin, sinvergüenzas de todas las layas. Alguien que trataba de ser ingenioso, para criticar a Amparo Grisales dijo que “cada país tiene la diva que se merece”. Pues nosotros tenemos un congreso a nuestra medida. Cumple una verdad: Él nos representa en lo que somos. En ese sentido es democrático: es la quintaesencia de nuestra nación.

    Y la tristeza es porque acerté. He dicho que como van las cosas tendremos garantizados 40 ó 50 años más de conflictos. Dos generaciones, al menos, con los mismos males. Los mismos índices económicos, apenas mejorados por la inercia de los lustros. “La economía va bien, pero el país va mal”. Los mismos índices de crecimiento: entre el 2,5 y el 3,5 %. Las mismas o peores tasas de desempleo, variarán los métodos de medición. Las réplicas de los personajes que dirán que “hace cuatro décadas la pobreza absoluta era de… tanto, y hoy es de… esto otro (una leve e inútil mejoría). Los hijos de los hijos de los hijos todavía funcionando, y los que lleguen habrán ascendido a punta de trucos que nuestra “malicia indígena” aun premiará. Las fosas comunes seguirán apareciendo y no se habrán terminado de extirpar aun las minas quiebrapatas que los barrigones aquellos están dejando por ahí. Oscuro, ¿ah?

    A veces se vuelve fácil entender la expresión de los que se han ido, los de la diáspora, cuando dicen: “el último que salga que cierre y apague”. Y si quisiéramos ser positivistas, entonces hagamos consenso, presionemos la legalización, para simultáneamente retomar la fórmula que no podemos desdeñar por vieja ni por sabida, de “educar, redistribuir la tierra, y facilitar capital a los medios de producción”. ¡Qué lejos estamos de eso! Cuando ni siquiera alcanza el voto de opinión para elegir un par de cuadros de Mockus o de Peñalosa*

    * Los cito porque ellos representan en buena medida el sufragio conciente, no porque comulgue totalmente con sus enunciados. Valga decir que con Mockus coincido en el diagnóstico que él ha hecho sobre la urgencia y la prioridad de la educación.

  • EDGARD SANTOS
    20 marzo, 2006 at 3:13 pm

    excelente columna don Alejandro, que bueno el debate con los intelectuales, que bien, hacìa falta.

    su lector y amigo, edgard santos.

  • Anónimo
    20 marzo, 2006 at 3:14 pm

    Repasando los periódicos y revistas de las últimas semanas se constata que si bien el debate sobre la pobreza y asuntos relacionados despegó y mostró algunos ángulos interesantes, también es verdad que súbitamente se personalizó. Cada ego pellizcado salió a defender la bondad de sus intenciones y convicciones, cuando no de sus talentos, y la cosa se volvió una especie de competencia a seis u ocho bandas entre los aludidos. Habría que volver a los temas, a la sustancia del debate, y no quedarse en el quién y cómo lo dice. Cuanto menos frases entre comillas y alusiones parentéticas, mejor.

  • Anónimo
    20 marzo, 2006 at 4:39 pm

    Es tonta la discusión sobre los horrores de la desigualdad. La desigualdad no sólo es inevitable, es deseable. Sin desigualdad no tendríamos civilización. Veamos algunos ejemplos: Leonardo Da Vinci, Galileo, Newton, Einstein…ctc tiraron la cuerda del progreso por que eran desiguales. Si la prosa de García Márquez fuera igual a la de todos, aquella sería aburrida y sosa. Si fuéramos iguales no hubiesen existido Dostoievski, Proust, Picasso, Mozart….ctc. Si todos tuviéramos los mismos ingresos,si no existieran los grandes capitales no tendríamos automóviles ni medicamentos ni servicios de agua, luz, teléfono….ctc. Para ser beneficiarios de los grandes progresos se necesita gran concentración de recursos y no en manos de «todos» pues esa fue la causa del desplome de la Unión Soviética. La propiedad colectiva trae ineficacia y corrupción.¿Es necesario poner ejemplos? Otra cosa muy distinta es la erradicación de la pobreza. Cuando yo era niño le preguntaba a mi padre por qué no eramos ricos,y me respondía diciendo: «No los envidio, no se comen dos almuerzos ni se ponen dos vestidos. Lucen como nosotros» Allí mismo aprendí la lección. No nos preguntemos por la desigualdad, preguntémonos por cómo lograr bienestar humano. La preocupación debe centrarse sobre cómo aumentar las coberturas de salud, educación, empleo, sanidad ambiental, agua potable, libertad de expresión y desplazamiento, libertad para idear y realizar, libertad para intercambiar libremente y sin restriciones ni papeleos ni sobornos, libertad para disentir y controventir…ctc

    !Que viva la desigualdad! Es la madre del progreso

  • Scared Crow
    20 marzo, 2006 at 11:47 pm

    Ah! con este Alejandro; que si pero que no; que si estamos en crisis social pero que no somos los unicos, que la brecha entre ricos y pobres es aberrante pero que es mundial; pobre y conformista analisis, y la receta, como en un chiste: paciencia. Aguanten que pa’eso estan; lo que pasa Gaviria, es que las politicas aplicadas con tanto esmero y dedicacion por todos ustedes los tecnocratas de Harvard, Stanford etc, se han averado erradas; siempre que llega un ministro al frente de cualquier cartera su primer trabajo es una «reforma», puro maquillaje sobre la vieja mascara; aqui de reforma tributaria en reforma tributaria han conseguido desangrar a los contribuyentes como jamas antes.
    Dice Gaviria que los indices de «desigualdad» nuestros estan casi por el nivel de USA o Europa; una cosita que quizas pueda interesar: en Francia, segundo o tercer pais europeo el salario minimo es de 1200 euros netos, y un desempleo del 10%; un arriendo en el centro de Paris puede llegar a costar 500 euros (una habitacion simple) a 750 euros (un apartamento para dos o tres personas); los precios de los arriendos hacia los suburbios son mas economicos; el costo de vida, en proporcion al salario devengado es relativamente economico, (abro aqui un parentesis, como es que tanta gente, desde el exterior envia tanta plata a Colombia, si aqui afuera estamos, segun el analista, igual de mal?).
    Claro que la riqueza se ha concentrado, pero lo que existe en los paises desarrollados es un control relativamente eficaz y una legislacion laboral decente que protege a los trabajadores.
    Un cosita que reitero, Colombia detenta el triste record de sindicalistas asesinados, para que sigan diciendo que a los trabajadores se les respeta; aunque nunca falte el cinico que diga que las empresas siempre se joden por culpa de los sindicatos.
    Colofon: adhiero a adan; y me pregunto a mi vez: como pretenden esos señores del Cambio Radical, de la U, de las Alas y del Primo cambiar algo o siquiera mejorarlo, con ese casting que eligieron; parece otra broma macabra: los mismos con las mismas.

  • Anónimo
    20 marzo, 2006 at 11:57 pm

    La democracia debe guardarse de dos excesos: el espíritu de desigualdad, que la conduce a la aristocracia, y el espíritu de igualdad extrema, que la conduce al despotismo.

  • Alejandro Gaviria
    21 marzo, 2006 at 3:38 pm

    Mauricio:

    Sin animo de insistir en las pugnacidades, me va a tocar decir lo que le dijo Antonio Caballero a William Ospina: aprenda a leer.

    1.Yo nunca dije que los niveles de desigualdad son los mismos en Colombia que en los países desarrollados. Lo que dije fue que en uno y en los otros la desigualdad ha aumentado en los últimos 70 años.

    2.Cuando hablo de paciencia no estoy proponiendo soluciones, sino planteando la única actitud (política) posible frente al tema de la desigualdad. Los políticos impacientes terminan recurriendo al asistencialismo, los políticos pacientes le apuestan a las nuevas generaciones. El tema de la desigualdad no se corrige de un día para otro. Por eso los planteamientos de Carlos Gaviria al respecto suenan vacíos, ilusorios. Tan distintos a los de un político probado como Lucho Garzón. O como el mismo Cardoso.

    3.Tampoco creo que las propuestas de Cambio radical o las de la U sean innovadoras. Pero no es con fantasías redistributivas como se puede combatir la indiferencia social. En algún momento, hay que pasar del romanticismo al realismo social.

  • Scared Crow
    21 marzo, 2006 at 6:31 pm

    Alejandro, gracias por el consejo: Quizas sea yo quien peque por exceso de confianza y falta de atencion, de acuerdo, me disculpo; pero la lectura de esta frase siempre deja algo que pensar:
    «La persistencia de la desigualdad es una tragedia, quien podría negarlo. Pero no es una tragedia nacional, es una tragedia mundial. En los Estados Unidos, por ejemplo, el porcentaje del ingreso percibido por el 0.1% más rico de la población aumentó de 5.2% a 7.5% entre 1938 y 2002. En Canadá, donde el capitalismo salvaje ha sido domesticado con inapelable éxito, los más ricos de los ricos (el 0.1%) percibían el 5.7% del ingreso total en 1938 y perciben el 5.6% en la actualidad. Estadísticas similares podrían citarse para la inmensa mayoría de los países del mundo, desarrollados y en desarrollo.»
    Queda en el aire el sofisma.
    Por otra parte no creo que la «unica», (como tan tajantemente usted lo pone) actitud politica sea la paciencia; si el reporte de UN citado por usted nos deja en tan mala posicion, no cree que es por las malas politicas de marras y de las que las actuales no distan mucho?; esa amplia confianza en el error es lo mas censurable; como decia Borges de los españoles en su manejo del castellano «hablan con la confianza de quien ignora la duda».
    Para terminar, no creo yo estar de acuerdo con usted en que partidos como Cambio radical o la U tengan algun programa que ofrecer al pais; su eslogan de campaña ya lo decia todo «todos con Uribe…, continuemos la labor de U…., sigamos con U……»; discursos identicos todos, carentes de sustancia, de proyectos de envergadura; y no me venga a decir que estos mequetrefes que rigen hoy los destinos del pais entienden algo del «realismo social» cuando es evidente que se estan llenando los bolsillos, no hay que ir muy lejos para comprobarlo abra su calendario en el domingo 11 de marzo del 2006.

  • Felipe A. Velásquez
    22 marzo, 2006 at 2:57 pm

    Ya que Alejandro Gaviria cita al estadista brasileño Fernando Henrique Cardoso, vayan dos anécdotas ilustrativas. Cuando llegó a la presidencia del Brasil, dijo seis meses después a sus amigos: «por favor, no lean mis texto socioeconómicos de los años 60. No sirven para gobernar». Y la segunda: cuando era ministro de Economía (justamente antes de ser elegido presidente) y acabó la hiperinflación, sus ex amigos de la izquierda le decían que era «agente del capitalismo» y que obedecía a los doictados del «Consenso de Washington». Meses después el mismo Cardoso confesó que no tenía ni idea que era el tan famoso Consenso de Washington.

  • Anónimo
    24 marzo, 2006 at 3:29 pm

    Porfavor, puede la dirección de el informe en que basó su columna.
    Me encantaría ver el informe completo.
    Gracias

  • ALCA-lis
    25 marzo, 2006 at 7:35 pm

    Alejandro,
    Me parece que tienes un triz equivocados tus datos sobre EEUU.
    lA gran CONCENTRACION no SE DA EN EL 1% MAS RICO SINO EN EL 0.01% MAS RICO.

    En colombia esto no se puede medir por las pesimas estadisticas y encuestas de Hogares del Dane, pero debe haber ocurrido lo mismo, o pero.
    Una concentracion en el 0.01% de la poblacion, es decir, en no mas de 3,000 pelagatos, yo diria que en no mas de TRES, pelagatos. Recordando que Julio Mario y Sarmiento TRIPLICARON su riqueza segun Forbes en los ultimos dos años, segun lei en el tiempo.

    Krugman resulta un revolucionario frente a tus comentarios y opiniones:
    FOR EDUCATIONAL USE ONLY:

    February 27, 2006
    Op-Ed Columnist

    Graduates Versus Oligarchs
    By PAUL KRUGMAN

    Ben Bernanke’s maiden Congressional testimony as chairman of the Federal Reserve was, everyone agrees, superb. He didn’t put a foot wrong on monetary or fiscal policy.

    But Mr. Bernanke did stumble at one point. Responding to a question from Representative Barney Frank about income inequality, he declared that «the most important factor» in rising inequality «is the rising skill premium, the increased return to education.»

    That’s a fundamental misreading of what’s happening to American society. What we’re seeing isn’t the rise of a fairly broad class of knowledge workers. Instead, we’re seeing the rise of a narrow oligarchy: income and wealth are becoming increasingly concentrated in the hands of a small, privileged elite.
    I think of Mr. Bernanke’s position, which one hears all the time, as the 80-20 fallacy. It’s the notion that the winners in our increasingly unequal society are a fairly large group — that the 20 percent or so of American workers who have the skills to take advantage of new technology and globalization are pulling away from the 80 percent who don’t have these skills.

    The truth is quite different. Highly educated workers have done better than those with less education, but a college degree has hardly been a ticket to big income gains. The 2006 Economic Report of the President tells us that the real earnings of college graduates actually fell more than 5 percent between 2000 and 2004. Over the longer stretch from 1975 to 2004 the average earnings of college graduates rose, but by less than 1 percent per year.

    So who are the winners from rising inequality? It’s not the top 20 percent, or even the top 10 percent. The big gains have gone to a much smaller, much richer group than that.
    A new research paper by Ian Dew-Becker and Robert Gordon of Northwestern University, «Where Did the Productivity Growth Go?,» gives the details. Between 1972 and 2001 the wage and salary income of Americans at the 90th percentile of the income distribution rose only 34 percent, or about 1 percent per year. So being in the top 10 percent of the income distribution, like being a college graduate, wasn’t a ticket to big income gains.

    But income at the 99th percentile rose 87 percent; income at the 99.9th percentile rose 181 percent; and income at the 99.99th percentile rose 497 percent. No, that’s not a misprint.

    Just to give you a sense of who we’re talking about: the nonpartisan Tax Policy Center estimates that this year the 99th percentile will correspond to an income of $402,306, and the 99.9th percentile to an income of $1,672,726. The center doesn’t give a number for the 99.99th percentile, but it’s probably well over $6 million a year.

    Why would someone as smart and well informed as Mr. Bernanke get the nature of growing inequality wrong? Because the fallacy he fell into tends to dominate polite discussion about income trends, not because it’s true, but because it’s comforting. The notion that it’s all about returns to education suggests that nobody is to blame for rising inequality, that it’s just a case of supply and demand at work. And it also suggests that the way to mitigate inequality is to improve our educational system — and better education is a value to which just about every politician in America pays at least lip service.

    The idea that we have a rising oligarchy is much more disturbing. It suggests that the growth of inequality may have as much to do with power relations as it does with market forces. Unfortunately, that’s the real story.

    Should we be worried about the increasingly oligarchic nature of American society? Yes, and not just because a rising economic tide has failed to lift most boats. Both history and modern experience tell us that highly unequal societies also tend to be highly corrupt. There’s an arrow of causation that runs from diverging income trends to Jack Abramoff and the K Street project.

    And I’m with Alan Greenspan, who — surprisingly, given his libertarian roots — has repeatedly warned that growing inequality poses a threat to «democratic society.»
    It may take some time before we muster the political will to counter that threat. But the first step toward doing something about inequality is to abandon the 80-20 fallacy. It’s time to face up to the fact that rising inequality is driven by the giant income gains of a tiny elite, not the modest gains of college graduates.