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¡Las reglas! ¡Las reglas!

Quisiera comenzar esta columna con un consejo para los opositores de oficio (y yo me podría incluir entre ellos). Si desean asumir su tarea con seriedad, deberían dejar de ocuparse de la coyuntura. Les convendría, por lo tanto, olvidarse de las nueve mediciones de pobreza, de los tres mil millones de dólares sucios, de las cien mil hectáreas de coca, de los dos millones y pico de desempleados. En el juego de los números, la oposición parece cada vez más enredada en su propio galimatías. Sus argumentos aritméticos tienen un aire de rebusque obsesivo, de pesquisa neurótica que privilegia el detalle arbitrario, como si quisieran simplemente exhibir uno que otro pelo negro del mismo gato blanco. La coyuntura, cabría reconocerlo de una vez, es favorable al Gobierno.

Pero no ocurre lo mismo con la estructura. O dicho de otra manera, no son las cifras del presente, sino los problemas del futuro, los que habría que endilgarle al Presidente-candidato. Quisiera concentrarme en uno solo de estos problemas, al que llamaré, con la anuencia de los gramáticos, la cultura de la desinstitucionalización. La magistrada del Tribunal de Cundinamarca Beatriz Martínez Quintero seguramente es una funcionaria excepcional, honesta, transparente e inteligente, según lo señaló el diario El Tiempo esta semana, pero estos atributos no impidieron que, en franco desconocimiento de la Constitución, decidiera ordenarle al Gobierno la no firma del TLC. No es el fondo del fallo lo que cabe rebatir, sino la presteza con la cual la magistrada decidió ignorar las instituciones (que no son otra cosa que restricciones, reglas de juego). En ciertas ocasiones, pensará ella, tiene sentido arrogarse para sí el papel de dictador benevolente.

Lo mismo podría decirse de Angelino Garzón, quien ha decidido no sólo recurrir a presiones indebidas, sino también apelar la Corte Interamericana de DD.HH en anticipación a un eventual fallo adverso de la Corte Constitucional. El punto vuelve a ser el mismo. Importa más, pensará Garzón, el bienestar social de la población o los salarios de los funcionarios o las finanzas del Valle del Cauca que el respeto a las reglas de juego. Al fin de cuentas, argumentará a manera de excusa, el bienestar general está por encima de la pulcritud institucional. Lo mismo, probablemente, pensó el senador Mario Uribe cuando propuso hace unos meses el desacato colectivo a un fallo de la Corte; o el mismo Presidente Uribe cuando trató, en diciembre de 2004, de despojar al Banco de la República de sus funciones constitucionales.

Los ejemplos anteriores no son eventos aislados, sino casos recurrentes de una tendencia preocupante. Este problema, creo yo, se ha exacerbado durante este cuatrienio como consecuencia de algunas actuaciones del Gobierno y de la misma reelección. Fue precisamente esta última iniciativa la que hizo evidente que el Gobierno estaba dispuesto a torcer las reglas de juego con el fin de proteger sus realizaciones. El Gobierno fue el primero en subordinar el orden institucional a sus convicciones. Pero no ha sido el último. Actualmente muchos otros funcionarios parecen también dispuestos a ignorar las reglas bajo la disculpa engañosa de que sólo están tratando de proteger el bienestar general. Las consecuencias de este cambio cultural son impredecibles. Pero las causas son mucho más ciertas: el mal ejemplo de la reelección (en particular) y la impaciencia del Gobierno con las reglas de juego (en general).

“¡Jack! ¡Jack! ¡Las reglas! –gritó Ralph– Estás violando las reglas” “Pero a quién le importa,” dijo Jack. “¡Pues la reglas –dijo Ralph– es lo único que tenemos!” Una verdad inquietante, no sólo en la anarquía adolescente de El señor de las moscas, sino también en todo aquello que llamamos civilización.

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  • Adán
    4 marzo, 2006 at 7:26 pm

    ¡He ahí un problema fundamental!

  • Adán
    5 marzo, 2006 at 3:23 am

    ¿Quién va a creer en las instituciones, si en lo más profundo de nuestra idiosincrasia, están enraizadas las teorías de la papaya “a papaya puesta, papaya partida”, las de “el vivo vive del bobo, y el bobo de su…”, hábitos como el de La Palanca, El Chanchullo, El Serrucho, El CVY, La Mordida, La Corbata, El Miti-Miti, además de los corrientes lobbys y cabildeos?

    Sonreía cuando hace unos años, no muchos, un ministro X fue sorprendido negociando unas frecuencias que reglamentaba el órgano que se encarga de las comunicaciones. Me ponía a pensar lo que se podía negociar “por debajo de la mesa” en el campo que le competía, que es el que se ocupa de la industria petrolera.

    ¿Quién va a creer en la Justicia, con mayúsculas, cuando en Córdoba, en la Sierra Nevada, o en otras muchas partes, va a tocar decir, “con permiso, Don Jorge”, “¿me permite, don Ernesto?”, “¿puedo, Don Salvatore?”

  • Camila Rojas
    6 marzo, 2006 at 1:09 am

    Si el gobierno esta modificando las normas porque lo hará. Puede ser porque se le acabe el margen de maniobra y tenga que salirse de los «límites» para poder realizar lo que como gobierno suponemos debería hacer.
    O gasta menos recursos al violar las normas. O quiere sentar precedente para jugar o esa es su manera de jugar doblegando a los doblegables. Gaviria aunque no sea la pregunta a responder podría desarrollar más el porque de esta actitud del gobierno.

  • Anónimo
    6 marzo, 2006 at 4:08 am

    Comencemos en orden, siendo este un blog sobre economia, supongo que la coyuntura que Alejandro llama «favorable al gobierno» deba ser la economica; concedamos pues que la economia en rasgos generales ha mejorado, pero siendo sinceros ha mejorado casi unicamente para los empresarios que tienen con que invertir y algo que perder; la gente de a pie sigue sufriendo una precaria situacion laboral, cuando tiene trabajo; o simplemente muriendose de inanicion en el desempleo (asi la fantasia quiera anexar a los vendedores de semaforo como empleados a carta cabal).
    Eso a manera de introduccion; atacando ya el cuerpo de la columna no comulgo con esa idea que dice que la coyuntura es ajena a la estructura, me parece que ese desempleo, esos dolares sucios y esos desempleados hacen parte de la estructura reinante desde hace decadas aun siguen presentes, y la tal coyuntura no ha podido desaparecerlos.
    En cuanto a las reglas, habria que volver al comienzo del postulado: cuales reglas?, las impuestas por quien?, las reglas del mercado?, las de la selva?, las de la democracia?; siempre vale la pena detenerse y observar si las reglas establecidas son convenientes, y a quien.
    Tiene razon adan, al decir que en Colombia la idea de «el vivo vive del bobo» es un rasgo estructural de nuestra idiosincracia; la labor seria es la de plantearse siempre la conveniencia de las reglas, su validez y su actualidad; las reglas del mercado atienden solo una premisa (asi suene izquierdoso o veintejuliero), la de propiedad; las reglas naturales dictan la sobrevivencia del mas fuerte; las de la sociedad deberian responder a una convivencia en la que los exabruptos que vivimos no sean sino excepciones; sin comulgar completamente con la famosa frase «detras de cada gran fortuna hay un gran crimen», me parece que las reglas de la propiedad en Colombia llevan mucho tiempo siendo en gran parte criminales; y hasta el mismo Alejandro en entrevista a Caracol aceptaba que una parte del TLC, la friolera de los farmaceuticos, sera negativa para Colombia; acaso eso no es criminal?, defender los intereses de los laboratorios internacionales en detrimento de la salud de gente que no recibe un salario que le permite comer?; y disculpenme si la frase suena a demagogia, adjetivo favorito de la vanguardia intelectual criolla.

    Mauricio
    [email protected]

  • Claudia Scognamiglio
    6 marzo, 2006 at 1:25 pm

    Yo estoy de acuerdo con Gaviria en el hecho de que en Colombia las reglas simplemente no se cumplen, o se cambian al antojo de los gobernantes de turno. Sin embargo, en muchos casos parece que el Estado hace normas para que no se cumplan. Por ejemplo, las normas que regulan el transporte público. De acuerdo con esta normatividad los buses deben parar en los paraderos. Yo, la verdad nunca jamás he visto que esto ocurrra. Igualmente, los buses deben cumplir con unas condiciones (distancia entre puestos etc) que tampoco nadie cumple y así ad infinitum. La cantidad de normas que la autoridad no hace cumplir y que la gente ni siquiera conoce es enorme, así como?

  • Anónimo
    6 marzo, 2006 at 2:08 pm

    Entonces, por el hecho de que los buses no paren en los paraderos, el gobierno debe desistir de la regla? Por favor! Es un problema de disciplina cívica que la gente (conductores y pasajeros) tendrá que aprender a respetar algún día a través de mecanismos pedagógicos y/o punitivos. Pero ese es otro cuento. Creo que A. Gaviria se refiere a las reglas contenidas en la Constitución y las leyes. Y si no pasó nada el fin de semana, creo que sigue vigente la Constitución de 1991. Y ahí en ninguna parte dice que la política económica en Colombia le corresponde hacerla a las cortes. Pero sucede que hoy en día, a través de sus sentencias, las cortes le dicen al gobierno si puede ampliar o no el IVA, si puede o no firmar el TLC, si puede o no acabar con la vagabundería de un sistema pensional montado en privilegios, dizque a nombre de la defensa de los intereses de la ciudadanía (en el útimo caso se entiende por ciudadanía ellos, los magistrados, que tienen unas pensiones obcenas). De cuándo a acá? El sistema de controles y contrapesos entre los tres poderes existe para que se vigilen entre ellos en aras de asegurar que ninguno desborda sus competencias y se arroga derechos y responsabilidades que no le corresponden. Así que ni las cortes deben dictar la política económica (dominio del Ejecutivo), ni el presidente de turno debe cambiar la Constitución para hacerse reelegir y premiar a los Congresistas con puesticos en el exterior para que le pasen la reformita del articulito, ni el Congreso puede permitir que por vagancia, desidia, incapacidad y falta de preparación y seriedad, el Ejecutivo lo sustituya en su función legislativa. Como tampoco se puede permitir que la tan cacareada «seguridad jurídica» (reglas de juego estables que permitan tomar decisiones de largo plazo) sea sólo para los empresarios extranjeros y nacionales y no, por ejemplo, para las comunidades que tienen títulos de propiedad comunales (otorgados por el propio gobierno en otras épocas) que le estorban a la presente administración en sus grandiosos esquemas de desarrollo agroindustrial.

  • Claudia Scognamiglio
    6 marzo, 2006 at 3:14 pm

    Pues señor, lo de que los buses paren en los paraderos esta contenido en una ley, para empezar. A lo que yo me refiero es que existen tal cantidad de normas que el gobierno no hace cumplir que la aplicación de la norma se convierte en un acto arbitrario por parte de quien la aplica, me explico: Los agentes de transito no le imponen comparendos a los buses cuando incumplen sus normas, pero si le imponen comparendos a la gente por pico y placa. En suma, la proliferación de normas y la aplicación discrecional de los gobiernos termina deslegitimando al estado y despistando al ciudadano

  • Rubén Avendaño
    6 marzo, 2006 at 3:35 pm

    Alejandro, como Douglass North cree que «…las instituciones importan», y por tanto el tema propuesto en su columna es válido. Los ejemplos que usa, no tanto. Son cuestionables para guiar la discusión de “estructura” versus “coyuntura” que propone.

    Creo que la discusión planteada pasa por definir las instituciones y de paso verificar cuáles son las que hay que cuidar, pues solo así es que podremos ver si es válida la crítica a la “cultura de desinstitucionalización” en nuestro país.

    Cuáles son nuestras instituciones? Las que acertadamente propone Adán? O las que soportan al establecimiento? A la lista de Adán propongo otras “instituciones” muy colombianas: (i) La del director de periódico, con hijo director de revista, con primo vicepresidente, con tío director del partido de mayorías; (ii) la de los hijos de mártires, expresidentes, exsenadores que forman la “sangre nueva” de nuestra casta política; (iii) El reinado de Cartagena; (iv) o la más reciente y difundida del “deje así…”.

    La discusión de las instituciones es eminentemente política y no moral. Alejandro plantea además en el trasfondo otra discusión igualmente interesante, pero no menos compleja: cómo cambiar las instituciones? Son varios los Colombianos que han liderado cambios reales en nuestras instituciones, Pablo Escobar el siglo pasado y recientemente Alvaro Uribe…ambos con similares motivaciones desde sus sesgados y antioqueños puntos de vista, entonces porqué no tendrían derecho la Magistrada del Tribunal de Cundinamarca o Angelino Garzón de querer jugar a re-institucionalizar el país?

  • Gustavo
    7 marzo, 2006 at 9:56 pm

    La abundancia de reglas es contraproducente para su aplicabilidad. Sin embargo es necesario crear reglas para contener a ciertas personas al menos en su inconsciente. Como seria el grado de violencia en nuestro país si millones de personas no creyeran en el infierno y no le tuvieran miedo al diablo. Si teniendole panico al diablo y al infierno somos asi de violentos como sería el grado de descomposición en el que viviriamos sino existieran reglas eticas y sociales para comportarnos adecuadamente. Por lo tanto, respetar la regla de ser bueno para no ser castigado es bueno asi no haya quien este vigilando su cumplimiento.

  • Felipe Villegas Gómez
    9 marzo, 2006 at 9:20 pm

    Alejandro, es realmente acertado su diagnóstico sobre la «Cultura de la Desinsititucionalizacón». La seguridad democrática se debe trabajar sobre la base de un fortalecimiento de las instituciones del Estado y la garantía de igualdad de derechos para los ciudadanos… lo que estamos viendo puede llevar a generar más violencia…

    Le escribe un ex compañero suyo en DNP. Yo trabajé en la Dirección de Infraestructura y Energía al inicio de este Gobierno, ahora estoy en la CREG. Felipe Villegas

  • Respondón
    10 marzo, 2006 at 3:20 am

    Para mí lo preocupante del concepto de la magistrada no es que sea desinstitucionalizadora. Es que sea boba e ignorante. Invoca los pretendidos derechos de algunos sectores, como si existieran aislados de los pretendidos derechos de otros sectores. Y como si la empresa de gobernar no fuera precisamente la de «triangularizar» (como dijo un ex-asesor de Clinton) entre varios intereses, disfrazados de derechos.

  • Federico
    21 marzo, 2006 at 3:50 pm

    Como se puede entonces descalificar a quienes acuden a instrumentalizan la relaidad colombiana para acudir a metodos de violentos. Sin duda los partidos, la guerrilla y paramilitares representan una pequeña minoria mafiosa. La primera legal, los otros ilegalmente. Pero donde estan representados los derechos de las grandes minorias. Como crear canales legitimos de represenacion para ellos? .

  • Anónimo
    9 agosto, 2006 at 1:15 am

    Very nice site!
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