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Un pensador ambiguo

En el año 1961, Albert O. Hirschman escribió un ensayo sobre la confrontación ideológica en América Latina en torno al tema del desarrollo económico. Entre los pensadores citados aparece, de manera conspicua, Hernán Echavarría Olózaga. “Pocas veces –escribió Hirschman en referencia al liberalismo escueto de Echavarría– se encuentran estas ideas expresadas tan abierta y cándidamente; sus defensores más vehementes suelen ser hombres de negocios que, de ordinario, no son dados a expresar sus opiniones por escrito”. Pero Echavarría no fue un hombre ordinario. Además de empresario y filántropo, fue un escritor incansable, autor de una obra extensa, motivada, creo yo, más por la fuerza de sus convicciones que por la vastedad de su cultura.

Las opiniones de Echavarría fueron las de un puritano enfadado: incansable en sus empresas e implacable en sus denuncias. Sus peroratas más frecuentes estuvieron dirigidas a quienes vivían fácilmente del presupuesto público o de la tierra. “Nadie trabaja cuando puede vivir cómodamente sin hacerlo; y muchos no trabajan si pueden vivir casi tan bien sin trabajar”, escribió en su obra más conocida, el Sentido común en la economía Colombiana. De allí su impaciencia con los burócratas, muchos de quienes, en su opinión, vivían cómodamente sin necesidad de participar en la producción. “Su actitud es de indiferencia inapelable, como la de una tropa de ocupación en un país derrotado”. El símil es exagerado en el fondo pero perfecto en la forma, como corresponde a todo buen polemista.

Pero su mayor obsesión fue, sin duda, el enriquecimiento injusto de los dueños de la tierra. “La inversión en tierras, como el presupuesto público, permite vivir sin trabajar”, escribió en el libro de marras. Pero el asunto, en su opinión, no era sólo de aperezamiento individual, sino también de ineficiencia colectiva: “el problema agrario colombiano radica en que en general resulta de mayor utilidad el comprar tierras y esperar simplemente su valorización, que explotar con empresa agrícola las que ya se tienen”. Repitió la misma idea por más de cincuenta años, con la terquedad de los convencidos y la impaciencia retórica de los hombres prácticos. “En Colombia –escribió en 1977, en una de sus columnas de prensa– continúa siendo verdad la fórmula que daba el bobo de Medellín de hace cincuenta años para volverse rico: compre una manga y siéntese a aguantar hambre en ella”. Pero su voz nunca tuvo eco. Fue un grito solitario en un país donde muchos confunden la fortuna de los terratenientes con el bienestar de los pobres.

Echavarría fue uno de los voceros más representativo de un país que comenzaba a urbanizarse aceleradamente y a cambiar su estructura productiva en contra de las fuerzas retardatarias del campo y los embates intervencionistas de la burocracia. Sus escritos sugieren a menudo una dicotomía antigua, casi decimonónica: la del santafereño contemplativo versus el paisa industrioso. “Quién habrá, pues, que quiera cambiar libremente la tranquilidad del campo y un buen libro por el ajetreo de la industria y la lucha por el mercado?” Paradójicamente, Echavarría encontró tiempo para ambas cosas: la acción y la reflexión.

Su insistencia en que el origen de nuestros males sociales venía de los años sesenta, cuando “el estatismo y la planeación se apoderaron del espíritu y la imaginación de la clase dirigente”, fue exagerada. Al fin de cuentas, la fijación con las soluciones de Estado no es tanto una causa de la pobreza y la desigualdad, como una consecuencia de las mismas. Además, la equidad y la redistribución se han convertido con el tiempo en imperativos políticos. Así las cosas, y citando de nuevo a Hirschman, esa “repugnancia por la inversión pública y por el planteamiento del desarrollo parece un poco histérica y pasada de moda”.

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  • Alejandro Gaviria
    25 febrero, 2006 at 3:39 pm

    En la edición impresa de El Espectador, un editor receloso convirtió a Albert O. Hirschman en Alberto Hirschman. Valga la ocasión para corregir un entuerto tan irrelevante como penoso.

  • Adán
    25 febrero, 2006 at 6:39 pm

    Guardando las inmensas distancias de tipo generacional, ideológico y por supuesto económico, que me separaban de Hernán Echavarría O. (q.e.p.d.) me llamó siempre la atención el énfasis que hacía en la renta de la tierra como elemento esencial de la problemática colombiana. Por eso creo muy pertinente la columna de Gaviria de esta semana. A Hirschman habría que interpretarlo como si cuando usa “parece” se refiere a que interpretar las tesis de Echavarría como histéricas y pasadas de moda sería detenerse sólo en las apariencias. Y sublime El Tiempo cuando, a raíz del fallecimiento del patriarca antioqueño, reprodujo un pasaje suyo de viva voz en el que precisamente definía la tierra como el bien de mayor valor de los colombianos.

    Habría nada más que modificar la cita “…resulta de mayor utilidad el comprar tierras y esperar simplemente su valorización…” por ésta otra: “…resulta de mayor utilidad el apropiarse de las tierras por la fuerza y esperar simplemente su valorización…”, que corresponde a un fenómeno más actual y de enormes dimensiones.

  • Jaime Eduardo Prieto O.
    26 febrero, 2006 at 6:00 am

    Hola.

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  • Alejandro Gaviria
    26 febrero, 2006 at 12:50 pm

    Por razones estéticas, he eliminado la vastedad de comentarios que hablaba de la bastedad de mi ortografía

  • Ramon
    26 febrero, 2006 at 4:27 pm

    Este articulo demuestra solo una cosa. Que la grandeza de un hombre solo se mide por la talla de su billetera. Asi es, hay para quien ha sido uno de los causantes de las catastrofe en la que esta sumida Colombia, solo alabanzas. Para aquel quien quiso en varios momentos subvertir en orden constitucional del pais, no el Codigo Penal, pero si notas destacadas en los medios. Este pais esta al reves. Pero al menos sabemos quien paga los cheque de articulistas como usted.

  • Adán
    26 febrero, 2006 at 4:54 pm

    Dice Alfonso López hoy:

    «…todos los problemas de Colombia, y no solamente el TLC, desembocan en la agricultura…»

  • Adán
    26 febrero, 2006 at 5:57 pm

    «¿O no le pareció evidente con el ministro que salió a defender la ley del medio ambiente, o con José Obdulio poniendo la cara con lo de La Gata, o Montenegro poniendo en relieve la “Misión contra la pobreza”? Eso es propaganda, señora y señores. Perfeccionada desde el Nacional-Socialismo. Usada hasta el cansancio por los regímenes de la Unión Soviética. Citada apenas ayer por el Secretario de Estado norteamericano. La guerra de la información.»

    Adán, 22.02.06
    http://www.blogger.com/comment.g?blogID=21417826&postID=114026631564899061

    «En la actualidad estamos riñendo la primera guerra en la era del correo electrónico, las bitácoras digitales, los blackberries, los mensajes instantáneos, las cámaras digitales, Internet, los teléfonos móviles, las tertulias radiofónicas y los noticieros durante las veinticuatro horas del día.»

    Donald Rumsfeld, El Tiempo 26.02.06
    http://eltiempo.terra.com.co/opinion/colopi_new/columnas_del_dia/ARTICULO-WEB-_NOTA_INTERIOR-2762380.html

  • Jaime Ruiz
    26 febrero, 2006 at 8:30 pm

    «Al fin de cuentas, la fijación con las soluciones de Estado no es tanto una causa de la pobreza y la desigualdad, como una consecuencia de las mismas».

    Entiéndase: si las universidades forman a miles y miles de personas que obtendrán ingresos envidiables por redactar informes sobre la pobreza y la desigualdad, esto es el resultado, más que la causa, de que éstas existan. ¡Sobre algo se han de redactar los informes! Yo he tenido el triste privilegio de leer algunos.

    Yo podría poner cientos de ejemplos de que en realidad la única causa de que la pobreza y la desigualdad sean lo que son es esa «fijación con las soluciones de Estado», mejor dicho, con los puestos desde los cuales administrar esas soluciones. Pero creo que es ocioso: cuando resulta que todo se cae para arriba sólo hay problemas morales.