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14 febrero, 2006

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Kaplan

Quisiera comenzar mis reacciones con una idea ya expuesta por “Hoppy Nador”: Kaplan es un escritor sin remilgos, igualmente incomodo para la izquierda y para la derecha. Kaplan genera dos tipos de reacciones: algunos lo ignoran mientras otros lo distorsionan, lo citan fuera de contexto. Un ejemplo: el comentario de Mauricio Rodríguez.

El debate político actual en los Estados Unidos, tan polarizado como en Colombia, está dominado por dos bandos aparentemente extremos: los “Neocons” y los “Chomskianos”. Pero a pesar de las diferencias, unos y otros comparten la misma ambición por cambiar el mundo y por imponer sus valores. Afortunadamente existen los realistas, tan renuentes a ceder ante la polarización como dispuestos a revelar las falacias de la izquierda y de la derecha.

Allí precisamente entra Kaplan: un realista que desconfía de las ideas preconcebidas, de los ideólogos de derecha y de izquierda. Mauricio se queja de la “iconoclastia” criolla, como queriendo oponer el peso de sus convicciones a la liviandad de muchas de las opiniones expresadas en el blog. Pero sus ideas son tan previsibles y sus interpretaciones tan sesgadas que sus argumentos comienzan a dar tumbos: cita a Chomsky y cita a Kaplan y cree estar hablando de la misma cosa. Confunde los autores sin digerirlos. Lee, toma lo que le conviene y descarta lo que no cuadra.

Así llegamos a la sociología de la cajón. Para Mauricio el conflicto colombiano depende de “los mecanismos sociales complejísimos que se han instalado en Colombia por cuenta de años y años de corrupción, de fraudes y de irresponsabilidad tanto social como gubernamental”. Un diagnóstico repetido, plagado de victimarios, instigador de la culpa colectiva, pero contrario a cualquier evidencia. Al respecto, quisiera reiterar una hipótesis más esclarecedora (sin tantas torceduras sociológicas): la magnitud y la naturaleza del conflicto colombiano está explicada, en gran parte, por el narcotráfico.

El narcotráfico acabó con la justicia, transformó una guerrilla aletargada en un ejército implacable y propició el surgimiento de una milicia contraguerrillera igualmente pugnaz y asesina. Y convirtió (por ahí derecho) a Colombia en el país más violento del hemisferio. Sin narcotráfico no seriamos un paraíso pero nuestra tasa de homicidio sería similar a la de Venezuela o Ecuador.

En últimas, creo que el punto de Kaplan es importante: la intervención norteamericana no sólo es inocua sino que puede ser perjudicial, pues desvía las prioridades y alimenta la esperanza equivocada de una solución aséptica y puntual al conflicto colombiano.