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7 febrero, 2006

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Mis reacciones (letrados III)

Primero quisiera hacer referencia a un comentario de Adán: “son los compromisos adquiridos y las ambiciones personales de los funcionarios, ex-funcionarios o aspirantes… lo que me hace darles más credibilidad a los “letrados” que a los primeros”. Habría que preguntarle a Adán si sabe algo acerca de la ocupación actual de Santiago Gamboa, o del trabajo anterior de Laura Restrepo; o si recuerda cuantos letrados han sido embajadores o cónsules a sueldo; o si sabe de la fascinación de Garcia Márquez por el poder. En mi opinión, los letrados no son más independientes del poder que los tecnócratas. No me atrevería, sin embargo, a descalificar su opinión por este simple hecho. Adán parece apoltronado, cómodamente dispuesto, en la superioridad moral que ha escogido para sí. Como si él mismo (y la izquierda en general) tuvieran el monopolio exclusivo de la independencia intelectual.

Otras de las posiciones reflejan un nihilismo anti-positivista exagerado: los datos siempre se manipulan, las cifras constantemente se tergiversan, la estadísticas son mentiras, simples estratagemas de manipulación. Por lo tanto, según algunos comentaristas, es imposible dar una discusión sobre bases objetivas. Solo cabría, entonces, confiar en los que opinan como uno. Apelar al olfato. Desconfiar del contrario. En mi opinión, este tipo de posiciones, este escepticismo a ultranza, se presta para la charlatanería. Si todo es metafísica, para hablar en los términos del filósofo Karl Popper, entonces todo vale. Afortunadamente, creo yo, existen hechos falsificables, contrastables con la evidencia, y existen muchos hombres y mujeres honestos que se dedican a esta importante tarea.

Quisiera pasar ahora a un punto de Jaime Ruiz, quien establece una sutil diferencia entre los ignorantes y los manipuladores. Su pregunta es interesante: ¿creen Laura Restrepo o Antonio Caballero en la veracidad de sus opiniones o son simplemente mentirosos profesionales, dados a la tarea de promocionar un discurso que les asegurará (a ellos y a sus pratrocinadores) los privilegios de siempre? La distinción, repito, es sutil e interesante pero es, al mismo tiempo, equivocada. Desde hace décadas, los psicólogos han venido estudiando los poderosos métodos de autoengaño de los seres humanos. El fenómeno se conoce como disonancia cognitiva y permite entender, entre otras cosas, porque las primeras víctimas de las falacias de los letrados son ellos mismos: están convencidos de lo que dicen, sólo leen a quienes piensas como ellos, y sólo confían de sus pares ideológicos. No creo en las teorías de conspiración que postula Jaime: aparentemente ya no es la CIA sino la inteligencia de izquierda la culpable de todos nuestros males.

Este proceso de contagio discursivo, de abrir la mente a opiniones contrarias, es complicado. Estoy dispuesto a aceptar que algunas de las opiniones de los letrados han sido valerosas y han desencadenado cambios positivos. Creo en la importancia de la crítica: yo lo ejerzo a menudo. Pero mi pedido es solo uno: no caigamos en el miserabilismo instintivo.

Gracias a todos por haber hecho de esta conversación un ejemplo de civismo e inteligencia.