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Las trampas de la pobreza rural

El Gobierno dio a conocer esta semana las estimaciones preliminares de las tasas de pobreza para el año 2005. Según las cifras divulgadas, la pobreza diminuyó de manera sustancial en las zonas urbanas, un resultado que contradice las opiniones más pesimitas sobre la distribución del crecimiento: los pobres urbanos parecen haberse beneficiado de la recuperación económica. Pero, al mismo tiempo, la pobreza aumentó en las zonas rurales, un resultado que valida las opiniones más alarmistas sobre la existencia de amplios sectores sociales encerrados en trampas de pobreza: muchos pobres rurales no parecen haberse lucrado del mayor dinamismo económico. Actualmente, la tasa de pobreza rural es superior a la observada en el año 1991 y la brecha entre la tasa rural y la urbana es una de las mayores de los últimos quince años. Si se tiene en cuenta que la mayoría de los desplazados son pobres rurales que se contabilizan como urbanos, puede afirmarse sin vacilaciones que el rezago relativo del campo es actualmente el peor de la última generación.

Este resultado pone de presente el fracaso del modelo de desarrollo rural prevaleciente, así como la ineficacia de las formas de intervención estatal predominantes desde hace ya varios años. En términos generales, las políticas rurales han estado excesivamente concentradas en el otorgamiento de subsidios (y favores) a los agricultores, lo que ha llevado no sólo a una distorsión de las ventajas comparativas, sino también a la expansión artificial de cultivos poco intensivos en mano de obra: precisamente el recurso abundante en el campo. Así, los subsidios regresivos desplazan la inversión necesaria en vivienda, tecnología e infraestructura básica, y el crecimiento de la agricultura no necesariamente conduce a una mejoría en el bienestar del grueso de los pobladores rurales. Por lo tanto, la coyuntura actual (la agricultura va bien pero el campo va mal) no debería concebirse como un hecho extraño sino como un resultado previsible. Como la consecuencia adversa de una política perversa.

Tristemente, esta forma fallida de intervención se ha exacerbado durante el actual gobierno. Sin ánimo de ser exhaustivo, cabría recordar que la administración Uribe ha instituido, entre otras medidas, exenciones tributarias para los cultivos de rendimiento tardío, protecciones ad-hoc para la leche y el maíz, subsidios cambiarios para el banano y las flores, y coberturas de precios para el algodón y el café. Hace algunas semanas, el Presidente prometió una nueva ronda de subsidios, dirigidos esta vez a los supuestos perdedores del TLC, lo que no impidió que los cafeteros (quienes nada tienen que perder en el asunto en cuestión) reclamaran su tajada en la nueva repartija. El gobierno ha argumentado que los subsidios agrícolas terminan, tarde o temprano, filtrándose hacia los más pobres. Pero la evidencia muestra, inequívocamente, la falsedad de este argumento.

Así mismo, el Gobierno ha argumentando que los subsidios son fundamentales para la consolidación de la seguridad democrática, como si, en la elusiva ecuación de la paz, las ganancias de los agricultores fuesen más importantes que el bienestar de los pobladores rurales. Pero esta argumentación, no exenta de cierta demagogia, ha ganado muchos adeptos y ha movilizado varios grupos de interés, hasta el punto de que la demanda por mayores subsidios ha crecido rápidamente: la oferta del ejecutivo ha creado su propia demanda en el legislativo. Actualmente la economía política del sector rural apunta hacia más de lo mismo, hacia la reiteración de un modelo ineficaz: la tasa actual de pobreza rural, cabe recordarlo, es mayor que la tasa observada quince años atrás.

En últimas, la política rural está inmersa en un círculo vicioso, en una trampa de economía política, en la cual los subsidios agrícolas aumentan la pobreza y la pobreza (equivocada pero hábilmente) sirve para justificar mayores subsidios. La dinámica es tan sencilla como inquietante: más subsidios y más pobreza, más pobreza y más subsidios, y así ad infinitum.

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  • Freddy
    3 febrero, 2006 at 9:00 pm

    Acabo de leer su libro «Del romanticismo …..» me parece algo serio en medio del marasmo editorial de los escritores colombianos de esta época. sin embargo después de leer esta columna y de leer su ensayo sobre los modelos de desarrollo en américa latina, siempre me queda la duda ¡que podemos hacer? los aspirantes a reformadores sociales y los profesionales de este país en qué deben centrar sus esfuerzos para tener un futuro más amigable para toda la sociedad. Siempre me ha intrigado su opinión sobre qué hacer, no para seguirla como receta, pero sí para tenerla como referencia.

  • Eufrasio
    5 febrero, 2006 at 7:23 pm

    Sobre su columna Los letrados queda claro como en los individuos coexisten varios sujetos, nuestros intelectuales son de todo menos estudiosos y abiertos, están llenos de prejuicios que escriben por ellos. Los ejemplos son mas que suficientes y lo mas grave es que algo aplicable a los esfuerzos humanos mas desarrollados, como por ejemplo: la historia de la filosofia con su fila interminable de flemáticos opinadores.

  • Anónimo
    9 febrero, 2006 at 7:25 pm

    CON COLUMNAS COMO ESTA SE PERFILA AL CARGO DE GERENTE DE CAMPAÑA DEL DR URIBE SIGA ASI QUE VA MUY BIEN.

  • Gustavo
    16 febrero, 2006 at 8:48 pm

    No creo que exista una causa directa como para afirmar que los subsidios generan pobreza. Los subsidios se generan para mitigar un poco los efectos de la pobreza pero no se hacen para que desaparezca o se reduzca la pobreza.

    Tampoco es bueno afirmar que como los subsidios no reducen la pobreza entonces es necesario eliminarlos. Creo que los subsidios no resuelven el problema de la pobreza pero ya que no se generan propuestas concretas para reducir la pobreza entonces los subsidios sirven para anesteciar tanta miseria.